Ursula Le Guin - Ciudad de ilusiones

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Ciudad de ilusiones: краткое содержание, описание и аннотация

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El protagonista de esta dramática novela es un hombre maduro que se encuentra de pronto solo en una espesa floresta, y no puede llegar a saber de dónde ha llegado y quién es. Los ojos de este hombre no son humanos. Las gentes del bosque lo cuidan como si se tratara de un niño, le enseñan a hablar y le transmiten todo lo que saben. Pero nadie puede resolver el enigma de su pasado, y al fin él tiene que partir en una peligrosa búsqueda. Cuando logre llegar a la ciudad de Estoch, descubrirá su auténtica identidad y entrará en un peligroso universo.

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Ese día pasearon a Ramarren por sobre toda Es Toch, que le parecía a él, que había vivido entre las viejas calles de Wegest y en las grandes Casas de Invierno de Kaspool, una ciudad ficticia, insulsa y artificial, sólo impresionante por su fantástica ubicación natural. Luego comenzaron a llevarlos, a él y a Orry, a través del mundo entero, en coche aéreo y coche planetario, en excursiones que duraban todo el día bajo la guía de Abundibot o de Ken Kenyek, viajes a cada uno de los continentes de la Tierra y, aun, a la desolada y tan largo tiempo ha abandonada Luna. Los días transcurrían; seguían jugando el juego en beneficio de Orry, cortejando a Ramarren hasta conseguir de él lo que pretendían saber. Aunque éste se encontraba directa o electrónicamente vigilado en todo momento, visual y telepáticamente, no era coaccionado de ningún modo; evidentemente sentían que nada tenían que temer de él por ahora.

Quizás lo dejaran volver a casa con Orry, entonces. Quizás lo consideraran lo suficientemente inofensivo, en su ignorancia, como para que se le permitiera abandonar la Tierra con su reajustada mente intacta.

Pero sólo podría comprar su huida de la Tierra con la información que pretendían, la ubicación de Werel. Hasta entonces nada más había dicho él y nada más le preguntaron ellos.

¿Era tan importante, después de todo, que los Shing conocieran el emplazamiento de Werel?

Sí. Aunque probablemente no planeaban ningún ataque inmediato contra este potencial enemigo, podrían muy bien proyectar el envío de un robot monitor después de la Nueva Alterra, con un transmisor ansible a bordo para procurarse un informe instantáneo sobre un vuelo interestelar hacia Werel. El ansible les permitiría obtener una ventaja de ciento cuarenta años sobre los Werelianos; podrían detener una expedición a la Tierra antes de que esta partiese. La única ventaja que Werel poseía tácticamente sobre los Shing , era el hecho de que los Shing no conocían su ubicación y tendrían que perder varios siglos antes de determinarla. Ramarren podía comprar su probabilidad de huir al precio de cierto peligro para el mundo del cual era responsable.

De modo que apeló al tiempo, intentando inventar una salida a este dilema, mientras volaba con Orry y uno u otro de los Shing de aquí a allá, por sobre la Tierra, que se extendía por debajo de ellos como un gran y hermoso jardín reducido a malezas y espesura. Se afanó con toda su trabajada inteligencia en la búsqueda de algún camino que le permitiera cambiar esta situación y convertirse en controlador en lugar de controlado: porque de tal modo su mentalidad Kelshak le presentaba el caso. Bien vista, cualquier situación, aun una caótica o una celada, se aclararía y conduciría a su adecuada salida: porque, a la larga no existe desarmonía, sólo malentendido, ni la oportunidad o su falta, sino ojo ignorante. Así pensaba Ramarren, y la segunda alma interior, Falk, no se oponía a esta opinión, pero no perdía tiempo en examinarla. Pues Falk había visto las piedras opacas y las brillantes deslizarse a lo largo de los hilos del bastidor, y había vivido con los hombres en su derrocado imperio, reinos en exilio en su propio dominio de la Tierra, y le parecía que nadie era dueño de su destino ni capaz de controlar el juego, sino que, meramente, debía esperar a que la brillante joya de la suerte se deslizara por el hilo del tiempo. La armonía existe, pero no existe la comprensión de la armonía; el Camino no puede ser caminado. Entonces, mientras Ramarren se torturaba pensando, Falk, tranquilo, esperaba. Y cuando llegó el momento, aprovechó la oportunidad.

O más bien, tal como sucedieron las cosas, fue él el apresado en la trama.

El momento no tuvo nada de particular. Se encontraban con Ken Kenyek en un coche aéreo autopiloteado, una de las hermosas e inteligentes máquinas que permitían a los Shing controlar y custodiar el mundo con tanta efectividad. Regresaban a Es Toch de un largo vuelo por sobre las islas del Océano Occidental, en una de las cuales habían hecho un alto de varias horas, en un campamento humano. Los nativos de la cadena de islas que habían visitado eran hermosos, felices gentes absortas en la navegación, la natación y el sexo, suspendidos en el azulino mar amniótico: perfectos especímenes de la felicidad humana y ejemplo de atraso para los Werelianos. Nada allí suscitaba preocupación ni temor.

Orry dormitaba con un tubo de pariitha entre sus dedos. Ken Kenyek había conectado la nave en automático y con Ramarren —a dos o tres pies de él, como siempre, pues los Shing nunca se acercaban físicamente a nadie— miraba a través del vidrio del coche aéreo el círculo de quinientas millas de límpido día y mar azul que los rodeaba. Ramarren estaba cansado y se relajó ligeramente en este agradable momento de suspensión, en lo alto de una burbuja de cristal; en el centro de la gran esfera de azul y de oro.

—Es un hermoso mundo —dijo el Shing .

—Lo es.

—La joya de todos los mundos… ¿Es Werel tan hermoso?

—No. Es más áspero.

—Sí, la gran longitud del año debe de ser la causa ¿Cuánto dura?… ¿sesenta años terrestres?

—Sí.

—Tú naciste en el otoño, dijiste. Eso significa que no habías visto a tu mundo en verano cuando partiste.

—Una vez, en un vuelo al hemisferio austral. Pero sus veranos son más frescos, y sus inviernos más cálidos que en Kelshy. No he visto el Gran Verano del norte.

—Todavía estás a tiempo. Si regresas en unos pocos meses, ¿qué estación será la de Werel?

Ramarren calculó durante unos segundos y replicó:

—Final de verano; alrededor de la vigésima fase lunar de verano, quizás.

—Yo pensaba que ya sería el otoño… ¿cuánto dura el viaje?

—Ciento cuarenta y dos años terrestres —dijo Ramarren, y apenas lo dijo una breve ráfaga de pánico atravesó su mente y se desvaneció. Sentía la presencia de la mente del Shing en la suya; mientras conversaban, Ken Kenyek había llegado a él, mentalmente, y, al encontrar sus defensas bajas, había conseguido controlar, en fase total, el terreno. Estaba bien. Demostraba esto la increíble paciencia y habilidad telepática de los Shing . Se había sentido atemorizado, pero, una vez sucedido, estaba perfectamente bien.

Ken Kenyek le hablaba ahora telepáticamente, ya no en el crujiente susurro oral de los Shing sino en claro y cómodo discurso verbal:

—Bueno, está bien, muy bien, perfecto. ¿No es agradable haber sincronizado, por fin?

—Muy agradable —convino Ramarren.

—Por cierto que sí. Ahora podemos permanecer sincronizados y terminar con todos los problemas. Bueno, ciento cuarenta y dos años luz de distancia… eso significa que tu sol debe de encontrarse en la constelación del Dragón. ¿Cómo se llama en Galaktika? No, está bien, no puedes decirlo ni siquiera telepáticamente aquí. Eltanin, ¿es ése el nombre de tu sol? —Ramarren no profirió respuesta alguna—. Eltanin el ojo del Dragón, sí, muy lindo. Los otros que hemos considerado posibles se encuentran ligeramente más cerca. Esto ahorra mucho tiempo. Tenemos casi…

El rápido, claro y burlón discurso verbal se detuvo abruptamente y Ken Kenyek dio un convulsivo salto; en el mismo momento Ramarren hizo otro tanto. El Shing se volvió precipitadamente hacia los controles del coche aéreo, luego se alejó. Se dobló de una extraña manera, demasiado, como una marioneta mal dirigida, luego, súbitamente, se deslizó hacía el piso del coche y allí quedó con su blanco y fino rostro hacia arriba, rígido.

Orry, arrancado de su adormecimiento, miraba.

—¿Qué pasa?

No obtuvo respuesta. Ramarren permanecía de pie tan rígidamente como el Shing yacía y sus ojos estaban trabados con los del Shing en una doble mirada ciega. Cuando finalmente se movió, habló en una lengua que Orry no conocía. Luego, trabajosamente, habló en Galaktika.

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