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Robert Reed: Médula

Здесь есть возможность читать онлайн «Robert Reed: Médula» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию). В некоторых случаях присутствует краткое содержание. Город: Madrid, год выпуска: 2007, ISBN: 978-84-9800-254-6, издательство: La Factoría de Ideas, категория: Фантастика и фэнтези / на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале. Библиотека «Либ Кат» — LibCat.ru создана для любителей полистать хорошую книжку и предлагает широкий выбор жанров:

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Robert Reed Médula

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La Gran Nave lleva viajando por el espacio más tiempo del que su tripulación es capaz de recordar. Desde que, hace algunos milenios, entró en la Vía Láctea y fue colonizado por los humanos, este colosal vehículo del tamaño de un planeta ha vagado por la galaxia transportando a billones de hombres y miles de razas alienígenas que han conseguido la inmortalidad gracias a la alteración genética.Pero los pasajeros no viajan solos: en el interior de la nave duerme un secreto tan antiguo como el propio universo. Ahora está a punto de despertar…

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A Washen le gustó el nombre y así lo dijo. Luego se le ocurrió preguntar:

—¿Cómo te llamas?

—Ejemplo Supremo de Virilidad —respondió él.

Washen se echó a reír, pero solo por un segundo. Luego, en voz baja, con cautela, dijo:

—Viril. ¿Me permites llamarte Viril?

—Sí, Pluma Nevada. Te lo permito. —Luego las plumas que rodeaban el pico de jade se levantaron (una sonrisa fénix, recordó) y la criatura estiró uno de sus largos brazos, dejó atrás el hombro de Washen y con una mano pequeña y fuerte acarició con dulzura, con mucha dulzura, el borde sobresaliente de la enorme ala de la humana.

Todos los presentes en la delegación llevaban correas.

Sus alas se impulsaban con reactores del tamaño de pulgares y las guiaban los músculos del portador y, lo que era más importante, elaborados sensores y reflejos engastados. Durante los siguientes diez días, tiempo humano, iban a vivir entre los fénix como observadores y delegados. Dado que no había parte de la instalación que quedara fuera del alcance de la vigilancia, no existía peligro manifiesto. Por muy espesas que fueran las nubes intermedias o por mucho ruido que hicieran los truenos, los niños no podían hacer nada que no se observara y grabara; cada una de sus bienintencionadas palabras era pronunciada ante un público más amplio y muchísimo más suspicaz.

Quizá fue por eso por lo que Pluma Nevada tomó como amante a Viril.

Fue un acto provocador, desafiante y totalmente público, y la joven solo podía esperar que la noticia se abriera camino hasta sus padres.

O si dejamos a un lado el cinismo, quizá fuera algo parecido al amor, o al menos a la lujuria. Quizá lo provocó el propio alienígena y ese espléndido paisaje de extraños ensueños, y la alegría pura y sensual que se sentía con aquellas poderosas alas, y la sensación del viento deslizándose sobre la piel desnuda.

O podemos negar el amor y dejar la curiosidad como causa primordial.

O se puede dejar a un lado la curiosidad y llamarlo un acto de gran profundidad política provocado por la valentía, o por el idealismo, o por las formas más simples y malvadas de la ingenuidad.

Fuera cual fuera la razón, la joven humana sedujo a Viril.

En la cima de una selva aérea, con la larga espalda apretada contra la piel cálida y lisa de una cámara de aire vegetal, Pluma Nevada le pidió al alienígena una muestra de afecto. La exigió, incluso. Él no tardó en terminar, y tampoco en comenzar de nuevo. Y era incansable: mantenía sobre ella su cuerpo poderoso, cálido como un horno, de una elegancia imposible. Y sin embargo sus geometrías no se engranaban. Al final, fue ella la que le rogó:

—Basta. Para. Déjame descansar, ¿de acuerdo?

Su cuerpo estaba lacerado, y no solo un poco.

Con mirada curiosa, aunque estaba claro que en absoluto inquieta, su amante contempló la sangre que fluía entre sus piernas agotadas, de color carmesí al principio, pero ennegrecida bajo el aire hiperoxigenado. Luego la sangre se coaguló y la piel rasgada comenzó a curarse. Sin cicatrices y con un mínimo de dolor, lo que habría sido una herida mortal en una época anterior se había desvanecido sin más. Jamás había existido.

Viril esbozó una amplia sonrisa, como siempre hacían los fénix, y no dijo nada.

Pluma Nevada quería palabras.

—¿Cuántos años tienes? —estalló. Y cuando no hubo una respuesta, volvió a preguntar. Esta vez más alto—: ¿Cuántos?

Él respondió utilizando el calendario fénix.

Viril tenía algo más de veinte años estándar. Lo que lo convertía en un fénix de mediana edad. Casi ya en la vejez, de hecho.

Pluma Nevada hizo una mueca y luego le dijo a su amante:

—Puedo ayudarte.

Él cantó una respuesta y su traductor preguntó:

—¿De qué modo, ayudar?

—Ayuda médica. Puedo hacer que sustituyan tu ADN por una genética mejor. Que reemplacen tus membranas lípidas con tipos más duraderos, etcétera. —Se sorprendió ella más que él al contárselo—: Las técnicas son complicadas, pero de una eficacia probada. Tengo amigos a cuyos padres médicos les entusiasmaría tener la oportunidad de reconfigurar tu carne.

El graznido significaba «no».

La joven reconoció aquel sonido desafiante aun antes de que el traductor dijera que no con un tono frío y áspero.

Luego él rugió «nunca» mientras se ponían de punta aquellas encantadoras plumas doradas que hacían que su rostro y su gran cuerpo parecieran incluso más grandes.

—No creo en vuestra magia.

—No es magia —contestó ella—, y la mayor parte de las especies la usa.

—La mayor parte de las especies es débil —fue su respuesta instantánea.

Pluma Nevada sabía que debería dejar el tema. Pero con una mezcla de compasión y piedad, además de una buena dosis de terquedad esperanzada, advirtió a su amante:

—No va a haber cambios pronto. A menos que puedas prolongar tu vida, jamás irás a ningún otro sitio salvo este, dentro de tu pequeña prisión.

Silencio.

—Jamás volarás a otro mundo, y mucho menos a tu mundo natal. Hubo un gañido musical y las plumas giraron con un encogimiento de hombros del fénix.

—Un hogar es suficiente para un alma verdadera —le informó el traductor—. Aunque ese hogar sea una jaula diminuta.

Otro gañido.

—Solo los débiles y los que carecen de alma necesitan vivir durante eones — afirmó Viril.

Pluma Nevada no se enfureció ni se quejó. Su voz era firme y seria cuando respondió:

—Según esa lógica, yo soy débil.

—Y careces de alma —asintió él—. Y estás condenada.

—Podrías intentar salvarme, ¿no es cierto?

El rostro alienígena la miró confundido, si acaso. El pico se acercó y la muchacha olió el aliento ventoso y, por primera vez, durante un terrible instante, a Washen le asqueó aquel suntuoso hedor de la carne.

—¿No merezco que me salven? —lo presionó ella.

Los ojos verdes cerrados le proporcionaron la respuesta.

La joven sacudió la cabeza al modo humano. Luego se incorporó, giró sus alas y con una voz pastosa y dolorida preguntó:

—¿Es que no me quieres?

Una canción majestuosa salió como un rugido de la garganta masculina.

La caja que llevaba sujeta a su pecho musculoso redujo con eficacia toda aquella majestuosidad y pasión a simples palabras.

—La Gran Nada conspiró para crearme —informó a la joven—. Quería que viviera un día. Y lo mismo quiere para cada uno de nosotros. Soy un hombre egoísta, chillón, arrogante y viril, sí. Pero si permanezco vivo dos días, estoy robándole la vida a otro. A alguien que debía nacer, pero que se ha quedado sin sitio. Si vivo tres días, robo dos vidas. Y si viviera tanto tiempo como tú deseas, un millón de días…, ¿cuántas naciones se quedarían sin nacer?

Había mucho más en aquel discurso, pero ella no lo oyó.

Dejó de ser Pluma Nevada y volvió a ser una joven humana. Se encontró de pie e interrumpió la cháchara del traductor con una carcajada estridente. Luego se apoderó de ella un desprecio que le hizo gritar y decirle a Ejemplo Supremo de Virilidad:

—¿Sabes lo que eres? ¡Eres un pavo, estúpido y egocéntrico!

La caja de él dudó y se esforzó por encontrar una traducción.

Antes de que el aparato pudiera hablar, y sin mirar atrás, Washen saltó de la cámara de aire, extendió las alas mecánicas y se arrojó al vacío con el pecho peligrosamente cerca de la superficie negra azulada del bosque, antes de que una corriente de aire la reclamara y la ayudara a llegar a la plataforma de observación.

De nuevo en pie, Washen se desató las alas casi nuevas y las tiró por la barandilla. Luego, sin ruido, volvió a casa. Y ese día, o en algún momento de los meses siguientes, se acercó a sus padres y les preguntó qué pensarían si ella solicitase la entrada en la academia de capitanes.

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