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Robert Reed: Médula

Здесь есть возможность читать онлайн «Robert Reed: Médula» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию). В некоторых случаях присутствует краткое содержание. Город: Madrid, год выпуска: 2007, ISBN: 978-84-9800-254-6, издательство: La Factoría de Ideas, категория: Фантастика и фэнтези / на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале. Библиотека «Либ Кат» — LibCat.ru создана для любителей полистать хорошую книжку и предлагает широкий выбор жанров:

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Robert Reed Médula

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La Gran Nave lleva viajando por el espacio más tiempo del que su tripulación es capaz de recordar. Desde que, hace algunos milenios, entró en la Vía Láctea y fue colonizado por los humanos, este colosal vehículo del tamaño de un planeta ha vagado por la galaxia transportando a billones de hombres y miles de razas alienígenas que han conseguido la inmortalidad gracias a la alteración genética.Pero los pasajeros no viajan solos: en el interior de la nave duerme un secreto tan antiguo como el propio universo. Ahora está a punto de despertar…

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Dentro de una boca humana, su nombre era una cadena de notas que no se podía cantar.

El término «fénix» se sacó de un antiguo mito terráqueo. ¿O fue de un mito marciano? En cualquier caso, el nombre no era por completo apropiado. No eran aves, después de todo, y no vivían quinientos años. Los treinta estándar ya era demasiado tiempo para la mayor parte de ellos: los achaques físicos y la senilidad hacían de sus ancianos seres incapaces de volar, de cantar o de la más pequeña dignidad.

A su muerte, se quemaba el cuerpo junto con un nido ceremonial. Pero en lugar de una dulce resurrección, la familia y los amigos llevaban las cenizas frías y blancas hasta lo más alto y luego las liberaban; los vientos y los aleteos propagaban los restos por los confines de su enorme y hermosa celda.

Su hogar no se construyó por simple caridad. La maestra, que, como siempre, veía las cosas a largo plazo, decidió que si la nave debía atraer a pasajeros alienígenas, su tripulación tenía que saber cómo retocar y tergiversar los controles medioambientales de la nave, cómo convertir cavidades sin refinar en alojamientos en los que cualquier tipo de biología se sintiera como en casa. Por eso ordenó a sus mejores ingenieros que lo intentaran. Y eones más tarde, cuando por fin comenzó a entender a la maestra, Washen pudo imaginarse con toda facilidad la impaciencia de la mujer con alguien como su padre, un empleado con talento que se atrevía a quejarse de su trabajo, incapaz de apreciar los beneficios a largo plazo de lo que parecía caridad mal entendida.

El hábitat de los fénix había sido en otro tiempo la botella magnética de alguien.

Podría haber sido un tanque de contención de antimateria, aunque en el mejor de los casos este comentario era una suposición autoritaria y del todo descabellada.

Con cinco kilómetros de diámetro y algo más de veinte de profundidad, la prisión era una columna de aire denso y caliente puntuada por espesas nubes y masas de vegetación flotante. Se habían cultivado y luego adaptado las reservas biológicas de la nave estelar de los fénix. Dado que el tanque original carecía de luces, se construyeron de la nada tragaluces al estilo de la nave, y su luz se sintonizó con las frecuencias adecuadas. Puesto que no había espacio para chorros de aire ni tifones, se acometía el aire con una serie de respiraderos ocultos y unos cuantos trucos de ingeniería más. Y para esconder las altas paredes cilíndricas, una ilusión de nubes infinitas cubría cada superficie, una ilusión lo bastante aceptable para que a los humanos les pareciera real, pero no a los fénix, que volaban demasiado cerca.

Se pretendía que la prisión albergara a los derrotados y a los malvados, pero ambas clases de prisioneros envejecieron pronto y no tardaron en fallecer.

Fue el de uno de esos viejos guerreros el funeral que vio Washen. Aquel día no parecía muy probable, pero se recordaba de pie sobre una plataforma construida contra aquella gran pared redonda, ella y mil humanos más, con las manos aferradas a la barandilla, contemplando las formas aladas que se elevaban hacia ellos y luego subían aún más, volando con una precisión maravillosa y cantando lo bastante alto para que se les oyera por encima del constante silbido del viento.

Cuando dejaron caer las cenizas, los familiares del difunto estaban demasiado lejos para que nadie los viera.

Y la intención había sido esa, sin ninguna duda.

La joven Washen contempló el funeral. Al día siguiente, o quizá fue al año siguiente, hizo una propuesta.

—Podemos dejar libre al resto, ya que los malvados han muerto. Su padre no pensaba lo mismo.

—Por si no te habías dado cuenta, los fénix no son humanos —advirtió a su bondadosa hija—. Estas criaturas tienen un dicho: «heredas la dirección antes que las alas». Lo que significa, cariño mío, que los hijos y los nietos están tan resueltos a masacrarnos como lo estuvieron sus ancestros.

—Si es que no lo están más —añadió la madre con un inesperado tono sombrío.

—Estas criaturas son rencorosas —continuó el padre—. Créeme, saben hacer que sus odios se enconen y crezcan.

—Al contrario que los humanos —dijo su avispada hija.

Ninguno de los dos comentó la ironía de la joven, o quizá ninguno la advirtió.

Si hubo más polémica, su recuerdo se perdió. El cerebro moderno es denso y extraordinariamente duradero, un compuesto de biocerámica, proteínas superconductoras, grasas antiguas y microtúbulos cuánticos. Pero al igual que cualquier cerebro razonable, tiene que simplificar todo lo que aprende. Endereza. Racionaliza. El instinto y la costumbre son sus aliados, e incluso la más sabia de las almas emplea el arte de la extrapolación.

Cuando se concentraba, Washen podía recordar decenas de peleas con sus padres. Los temas infantiles de la libertad y la responsabilidad nunca parecían cambiar, y recordaba lo suficiente sobre sus políticas y personalidades para visualizar pequeñas rabietas y explosiones gigantes, horrendas, ese tipo de vorágines emocionales que hacía que los buenos de los ingenieros se sentaran a oscuras para preguntarse en silencio cómo se habían convertido en unos padres tan horribles e ineficaces.

Para Washen y sus amigos más íntimos, los fénix se convirtieron en una causa, un punto de reunión y una espina de una utilidad extraordinaria.

Había nacido un pequeño y mísero movimiento político. Sus seguidores más valientes, incluida Washen, protestaron públicamente contra la prisión. Sus esfuerzos culminaron en una marcha hacia el puesto de la maestra. Cientos entonaron cánticos sobre la libertad y la decencia. Enarbolaron holopancartas que mostraban unos fénix sin alas y atados con cadenas negras de hierro. Fue un acontecimiento valiente y notable que terminó con una pequeña victoria: unas cuantas y delegaciones reducidas pudieron visitar la prisión con toda libertad, observar las condiciones de primera mano y hablar con los lastimosos alienígenas bajo la cauta mirada de los capitanes.

Fue entonces cuando Washen conoció a su primer alienígena.

Los fénix machos eran siempre hermosos, pero este lo era de una forma excepcional. Lo que pasaba por plumas era de un color dorado brillante ribeteado por el negro más oscuro, y un rostro elegante y eficaz que parecía ser todo ojos y pico. Los ojos eran de un suntuoso color verde cobrizo, brillantes como gemas pulidas. El pico era del vivido color del jade, duro y obviamente afilado. Lo abría cuando cantaba y lo dejaba abierto después, sin cesar un momento de tragar los litros de aire que necesitaba aunque solo fuera para posarse en algún sitio y vivir.

El aparato que llevaba en el pecho traducía su elaborada canción.

—Hola —le dijo a Washen. Luego la llamó «portadora humana de huevos».

Había varios jóvenes humanos en la delegación, pero Washen era su líder. La joven debía seguir el protocolo fénix, así que sorteó todas las preguntas y habló en nombre de los demás, siguiendo una larga lista de temas que habían acordado semanas antes.

—Queremos ayudaros —le aseguró Washen.

Su traductor cantó esas palabras en apenas un instante, si es que llegó a eso.

—Queremos que seáis libres de moveros y vivir donde os plazca a bordo de la nave —les dijo la joven—. Y hasta que eso pueda ocurrir, queremos que vuestra vida aquí sea tan cómoda como sea posible.

El fénix cantó su respuesta.

—A la mierda la comodidad —dijo su caja.

Una profunda inquietud se transmitió por la delegación humana.

—¿Cómo te llamas, portadora humana de huevos?

—Washen.

No había traducción, lo que significaba que era un sonido imposible. Así que el joven fénix tragó un bocado de aire y emitió una nota que salió como «Pluma Nevada».

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