Akma se arrodilló ante la anciana, de modo que su cabeza encorvada y la de Akma quedaron a la misma altura. Ella se le acercó, rozándolo con la nariz como si lo olfateara. No, sólo trataba de verle el rostro.
—Éste es el que vi en mi sueño —dijo—. El Guardián cree que eres digno de muchos problemas.
—Voozhum —dijo él—, fui malvado contigo y con tu pueblo. Dije terribles mentiras sobre vosotros. Provoqué odio y temor, y tu pueblo sufrió hambre y dolor por mi causa.
—Oh, no eras tú —dijo Voozhum—. Ese niño murió. Creo que has pasado todos estos años tratando de hallar un modo de matar a ese niño, y al fin lo has conseguido; ahora eres un hombre nuevo. Estás muy crecido para ser un recién nacido, y eres más elocuente que la mayoría de ellos. Pero el nuevo Akma no me odia.
Impulsivamente él expresó el pensamiento que se le acababa de ocurrir.
—Creo que nunca he visto a una mujer tan bella.
—Pues debes de estar mirando por encima de mi hombro. Debes de estar mirando a Edhadeya —dijo Voozhum.
—Edhadeya y yo tenemos muchos años por delante, mientras ella adquiere una belleza como la tuya —dijo Akma—. Creo que la adquirirá, ¿verdad, Voozhum?
—Sin duda. Creo que la joroba de mi espalda es mi principal atractivo —dijo Voozhum, riendo de su propia broma con voz cascada.
—¿Me enseñarás a deshacer toda mi vida pasada? —preguntó Akma.
—No —dijo ella—. No toda. Sólo las partes malas.
—Sí, en efecto, las partes malas.
—No quiero que deshagas a ese niño valiente, ni a ese inteligente estudioso. Ni al joven que tuvo el buen tino de enamorarse de Edhadeya. —Voozhum cogió la mano de Akma y con cuidado y torpeza le puso encima los dedos de Edhadeya—. Ahora, Edhadeya, deja de fingir que no sabes lo que quieres. Lo seguiste amando mientras se comportaba con increíble estupidez, y ahora ha vuelto a sus cabales y ha reencontrado su verdadero yo, el yo del cual te enamoraste. Así que dile que ambos encontraréis una solución. Díselo.
Akma sintió que los dedos de Edhadeya se cerraban sobre los suyos.
—Sé que ambos podemos encontrar una solución, Akma. Si tú quieres.
Él le estrujó la mano.
—Me he sentido solo —comentó, incapaz de decir más sobre su experiencia de la soledad—. Eso ha terminado para mí. —Luego llegaría el momento de hablar acerca de la familia que crearían juntos, de la vida que compartirían. Sabía que ella estaría con él, que él estaría con ella. De momento era suficiente.
—Dame tu mano de nuevo —dijo Voozhum—. Y coge la mano de ese ratón de biblioteca que tienes al otro lado. Había un antiguo sueño del Guardián y esta mañana he recibido un eco de él, así que ahora sigamos el libreto que nos ha dado y mostrémonos ante la multitud.
—¿Multitud?
—No sirve de nada montar un espectáculo sin público —dijo Voozhum—. Los fanáticos necesitaban verte aferrando las manos de un ángel y un cavador. Y mi pueblo necesita ver que esta anciana, al menos, te ha perdonado y te acepta como a un hombre nuevo. Y podemos transmitir toda esa información con sólo cruzar aquella puerta.
Shedemei les abrió la puerta. La multitud de curiosos se había reunido en la calle, llenaba el cruce esperando a Akma, el hijo del sumo sacerdote a quien el Guardián había abatido y resucitado. Al abrirse la puerta y aparecer Voozhum, Akma y Bego, un murmullo se elevó desde muchas gargantas. Vieron que los tres iban cogidos de la mano. Vieron que Akma se arrodillaba, de modo que su cabeza quedaba a la misma altura que las de la encorvada filósofa y el frágil erudito. Él les aferró las manos y los besó.
—Mi hermano y mi hermana me han perdonado —anunció a la multitud—. Imploro el perdón de todos los hombres y mujeres buenos. Todo lo que enseñé era mentira. El Guardián vive, y el Guardián nos mostrará el camino hacia la felicidad. Si aquí hay alguien que haya aprobado mis palabras y actos de los últimos años, le ruego que aprenda de mis errores y cambie de rumbo.
Shedemei notó con alivio que prescindía de la retórica. Su discurso era sencillo, directo, sincero. Aun así, no se hacía ilusiones. Las personas ruines que lo habían considerado un héroe ahora lo considerarían un traidor. Pocas se convertirían. La esperanza, como de costumbre, estaba en la nueva generación, para la cual la historia de Akma sería fresca y elocuente.
En cuanto a la Congregación del Antiguo Orden, ya se había desmoronado. Aronha la había disuelto oficialmente antes de que Akma despertara del coma, y aunque algunos fanáticos empecinados habían organizado una nueva versión, no contaban con el apoyo popular. Todos los que habían respaldado el Antiguo Orden porque parecía la ola del futuro ya comenzaban a recordar que siempre habían preferido a los Guardados. Los que habían mantenido el boicot contra los cavadores por miedo o porque estaba de moda ya buscaban a sus viejos proveedores y empleados entre la gente del suelo y contrataban a los que estaban dispuestos a perdonar y volver al trabajo, y compraban las mercancías acumuladas. Nadie cometía la tontería de creer que esto representaba un gran cambio de actitud en la población. Los Guardados que realmente deseaban servir al Guardián no eran más numerosos ahora que antes de la aparición de Shedemei ante Akma y los motiaki en la carretera. Pero mientras los hipócritas moderados estuvieran dispuestos a fingir que creían, había esperanza de que sus hijos aceptaran con el corazón los planes del Guardián. Entretanto, aun la vacía proclama de que los tres pueblos de la Tierra eran hijos del Guardián bastaría para brindar paz y libertad dentro de las fronteras de Darakemba. Es un punto de partida, pensó Shedemei. Un comienzo, y podemos construir a partir de aquí.
Fuera de la escuela se levantó un nuevo murmullo, y Shedemei salió con Edhadeya para ver qué sucedía. La multitud abría paso a los cuatro hijos de Motiak. Todos habían visitado la escuela en los últimos días, y todos se habían reconciliado con Edhadeya. Shedemei notaba que estaban aliviados de contar nuevamente con el beneplácito de su hermana y, ni que decir tiene, con el de su padre. Los cuatro subieron la escalinata y abrazaron a Voozhum, Bego, Akma y Edhadeya. La fiesta de la reconciliación estaba saliendo a pedir de boca.
(¿Conque has terminado con ellos? ¿Piensas regresar?)
¿Me echas de menos?, preguntó Shedemei. :
(He terminado de programar la sonda y la he enviado hace unos minutos. Te lo habría dicho, pero estabas ocupada.)
Enhorabuena. Has logrado lo que tu otra copia te envió a hacer.
(Ahora me he convertido en algo superfluo, como los animales viejos que han pasado la etapa reproductiva. Soy irrelevante para el curso futuro de la historia.)
Lo dudo, dijo Shedemei. Creo que te encontraremos una ocupación. ¿Tu programación no incluye la curiosidad?
(Debo confesarte algo, Shedemei, que no he mencionado porque lo consideraba una especie de anomalía. Me defraudaron tus descubrimientos sobre el Guardián de la Tierra. Incluso intenté demostrar que eran erróneos, demostrar que las fluctuaciones en el campo magnético no pueden surtir los efectos que parece crear el Guardián. Que no puede haber un elemento volitivo en el flujo caótico del magma que hay bajo la corteza terrestre.)
Qué interesante e inútil modo de pasar el tiempo. ¿Qué importa si el Guardián usa el magnetismo o si ésa fue sólo mi aproximación para entender su actividad?
(Lo sé. Cuando comprendí la futilidad de mis investigaciones, comencé a estudiar mi propio ser para ver qué había en mi programación que me inducía a insistir en el vano esfuerzo de negar tu visión del Guardián.)
¿Qué encontraste?
(Nada. Mejor dicho, nada que pueda presentar como código demostrable para dar cuenta del efecto. Sólo puedo expresarlo en un lenguaje impreciso, metafórico, antropomórfico.)
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