—¿Observabas? —preguntó.
(Nafai nunca tuvo un sueño verdadero tan fuerte.)
—El tenía otra misión. ¿Puedes llevarme al lugar adonde debo ir?
(Con tiempo de sobra.)
Shedemei comió mientras la nave se desplazaba. Masticaba mecánicamente. La comida era insípida en comparación con lo que recordaba del sueño.
—Tu espera ha terminado al fin —dijo Shedemei—. Supongo que lo has visto.
(Ya estoy preparando el mensaje para mi copia original. Incluyo una grabación de tu sueño. Lamentablemente, una gran parte parece ser muy subjetiva y creo que no lo comprendí todo. Siempre pasa lo mismo con los sueños verdaderos. Siempre me pierdo algo.)
—También yo. Pero entendí lo suficiente, creo, durante un rato.
(Si el Guardián puede hablar con tanta claridad, ¿por qué crees que habitualmente es tan impreciso?)
—Entendí por qué, durante el sueño. La experiencia es tan abrumadora que muchos no podrían soportarla. Los consumiría tanto que no serían dueños de sus almas. Serían devorados por el alma del Guardián. Los mataría.
(¿Entonces por qué tú eres inmune?)
—No lo soy. Pero como ya había optado por seguir el plan del Guardián, este sueño no borró mi voluntad, sino que confirmó mi identidad y mis deseos. No borró mi voluntad, y en vez de matarme me infundió más vida.
(En otras palabras, se trata de otra cuestión orgánica.)
—Sí, en efecto. Es algo orgánico. —Shedemei reflexionó y añadió—: Dijo que no podía permitirme ver su rostro, pero ahora entiendo que no lo necesito ni lo deseo, porque he hecho algo mejor.
(¿Y qué es?)
—He usado su rostro. He visto por sus ojos.
(Parece justo. Ella ha usado tu rostro mil veces, y usó tus manos y tus labios para llevar a cabo su obra.)
Shedemei alzó las manos y se las miró, húmedas y sucias de migajas.
—Entonces tendría que decir que el Guardián de la Tierra tiene mi aspecto, ¿no crees?
Rió un instante, y el sonido era sin duda tan discordante como cualquier carcajada, pero despertó en su interior el recuerdo de una música, y por un instante recordó el sabor del fruto, y sintió regocijo.
Cuando Edhadeya fue a verlos después de su gran mitin en Jatva, Mon la llevó aparte para conversar con ella.
—Si has venido a tratar de separarme de mis hermanos… —comenzó, pero ella no le permitió concluir.
—Sé que estás empeñado en negar todo lo que hubo de noble y bueno en ti, Mon, así que no perderé el tiempo. Padre me envía con un mensaje.
Mon sintió un estremecimiento de temor y espanto. A menudo le costaba creer que Padre les dejara hacer todo lo que estaban haciendo.
Sí, les había impedido organizar el boicot contra los cavadores, pero lograron sortear aquel obstáculo fingiendo que hablaban en contra del boicot, aunque todos entendían el verdadero mensaje. ¿Iba ahora Padre a tomar medidas? Y en tal caso, ¿por qué Mon se alegraba secretamente de ello? ¿Acaso la victoria había resultado demasiado fácil, y quería afrontar cierta oposición?
—¿Me estás escuchando? —preguntó Edhadeya.
—Sí —dijo Mon.
—Padre teme que algunos de sus soldados consideren que su deber hacia el rey es eliminar el origen de su reciente infelicidad. Algunos comentarios suyos que otros han oído fuera de contexto, han dado a algunos soldados la impresión de que él agradecería ese acto.
—Cualquiera diría que impartió una orden y luego se arrepintió —rió Mon.
—Sabes que no es así.
Lo sabía, naturalmente. Su sentido de la verdad se rebelaba contra la idea, pero era cada vez más hábil neutralizándolo.
—¿ Qué cree que haremos ? —preguntó Mon—. ¿ Ocultarnos? ¿Dejar de hablar en público? Que se olvide de ello. Con matarnos sólo nos convertiría en mártires y nuestra victoria sería total. Además, él no crió cobardes.
—Necios, sí, y embusteros, sí, pero no cobardes. —Edhadeya sonrió huraña—. El sabe que no os echaréis atrás. Sólo os aconseja que mantengáis en secreto vuestros planes de viaje. No digáis a la gente adonde iréis a continuación. No anunciéis el momento de la partida.
Mon se lo pensó.
—De acuerdo. Se lo diré a los demás.
—Entonces he cumplido con mi deber. —Edhadeya se dispuso a marcharse.
—Aguarda —dijo Mon—. ¿Eso es todo? ¿Nada más? ¿Personalmente no tienes nada que decirme?
—Nada salvo comunicarte mi desprecio, que os ofrezco generosamente a los cinco, pero con una dosis adicional para ti, Mon, pues sé que tú sabes que Akma se equivoca en cada palabra que dice. Akma es el que más habla, pero tú eres el más deshonesto, porque sabes la verdad.
Mon iba a repetirle que el sentido de la verdad de su infancia era una mera ilusión destinada a atraer la atención sobre el segundogénito del rey, pero ella lo interrumpió con una bofetada.
—No te atrevas a decirme eso. Se lo puedes contar a cualquier otro, y tal vez te crea, pero nunca me lo digas a mí, porque no toleraré ese insulto.
Mon no volvió a llamarla cuando Edhadeya se confundió con la muchedumbre. El ardor en la mejilla le había arrancado lágrimas, pero no sabía si eran sólo de dolor. Recordó los días maravillosos de su infancia, cuando Edhadeya era su amiga más entrañable. Recordó que Edhadeya había confiado en él para transmitir su sueño verdadero a Padre y que, gracias a la absoluta confianza de Aronha en su sentido de la verdad, lo habían escuchado y habían enviado una expedición, y habían rescatado a los zenifi. En aquellos tiempos creía que su función en el reino sería aquélla: ser el consejero de mayor confianza de Aronha, porque Aronha sabía que Mon no podía mentir. Y cuando Bego le pidió que lo ayudara a traducir las planchas de los rasulum…
Era raro, ahora que lo pensaba con el dolor del bofetón de Edhadeya en la cara. Bego no creía en el Guardián, pero se había valido de Mon para que lo ayudara con la traducción. ¿Y no era Bego, en realidad, quien les había enseñado a no creer en el Guardián? Sin embargo Bego creía. O al menos creía en el don de Mon.
No, no. Akma ya había explicado eso. Bego no lo consideraba un don del Guardián, sino un talento innato de Mon. La habilidad de intuir si la gente creía en lo que decía, eso era. No tenía nada que ver con la verdad absoluta, sino con la certeza absoluta.
Pero si es así, pensó Mon, ¿por qué nunca tengo la sensación de que Akma dice la verdad? Todavía no le he encontrado la lógica. Si mi sentido de la verdad viniera del Guardián, el Guardián podría tratar de volverme contra Akma negándose a confirmar lo que él dice. Pero eso significaría que el Guardián existe, así que no puede ser ésa la causa. Por otra parte, si Akma tiene razón y mi sentido de la verdad es sólo la capacidad de discernir si la gente está segura de decir la verdad, ¿qué sugiere eso sobre mi falta de confirmación de las palabras de Akma? Significa que, por convincente que él resulte —y yo no me entusiasmo con sus discursos como la muchedumbre, que se deja arrastrar y queda totalmente convencida—, mi sentido de la verdad todavía me indica que miente. El no cree una palabra de lo que dice. O, en caso contrario, es más una opinión que una certidumbre. En el fondo de su corazón, en lo más recóndito de su mente, no dice esas cosas porque esté seguro de ellas.
Así pues, ¿en qué cree Akma? ¿Y por qué niego mi sentido de la verdad para creer en las incertidumbres de Akma?
No, no, ya le he planteado esto a Akma, y él me explicó que un hombre verdaderamente culto nunca está totalmente convencido de nada, pues sabe que nuevos conocimientos pondrán en jaque todas sus creencias; así que mi sentido de la verdad sólo responde profundamente con los ignorantes o los fanáticos.
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