Kate Wilhelm - Donde solían cantar los dulces pájaros

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La posibilidad de producir un gran número de individuos a partir de un mismo material genético (clonación) no es nueva ni en el campo de la investigación científica ni en el de la ciencia ficción.
Pero faltaba una obra que hiciera con el tema de los clones lo que un Asimov y un Lem con la robótica o un Van Vogt y un Kuttner con la telepatía: llevar a cabo su sociología novelada, analizar con detalle la nueva cultura a la que podrían dar lugar.
Y eso es precisamente lo que hace Kate Wilhelm en
, premio Hugo a la mejor novela de 1977, y llamada a convertirse en un clásico del género, en la medida en que da cumplida expresión, consolidando, a uno de sus temas más inquietantes.

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Parecían suaves y acogedoras. Pronto, pensó. Pronto. Antes de que florezcan los cornejos.

Hubo otra fiesta la noche en que nació el primer niño. Los mayores hablaban entre sí, reían de sus propios chistes, bebían vino. Los clones los dejaron solos y festejaron al otro lado de la habitación. Cuando Vernon comenzó a tocar la guitarra y empezó el baile, David salió disimuladamente. Se paseó por los jardines del hospital durante unos minutos, como si no supiera qué hacer, y después, cuando estuvo seguro de que nadie lo había seguido, echó a correr en dirección al molino y el generador. Seis horas, pensó. Seis horas sin electricidad destruirían todo lo que había en el laboratorio.

David se acercó cautelosamente al molino, confiando en que el ruido del agua del arroyo cubriría los que él pudiera hacer. El edificio tenía tres pisos, muy amplios, con ventanas a tres metros del nivel del suelo, al nivel en que estaban las oficinas. La planta baja estaba llena de maquinaria. Detrás, la colina se elevaba abruptamente y David pudo alcanzar las ventanas afirmándose en la pendiente y apoyándose con una mano en el edificio, mientras con la otra probaba las ventanas. Encontró una que se abrió fácilmente cuando se apoyó contra ella, y en un momento estuvo dentro de la oficina oscura. Cerró la ventana y luego, moviéndose lentamente con las manos extendidas para evitar obstáculos, fue hasta la puerta y la abrió apenas. El molino nunca quedaba sin atención; esperaba que quienes estaban de guardia esta noche estuviesen abajo, con la maquinaria. Las oficinas y el vestíbulo formaban un entresuelo que daba al pozo en penumbra. Unas sombras grotescas deformaban el vestíbulo, con profundos lagos oscuros y lugares donde sería claramente visible, si alguien levantaba los ojos en el momento adecuado. De golpe, David se puso tenso. Voces.

Se quitó los zapatos y abrió más la puerta. Las voces eran más fuertes, estaban debajo de él. Sin hacer ruido corrió hacia la sala de control, manteniéndose cerca de la pared. Estaba casi en la puerta cuando se encendieron las luces del edificio. Sonó un grito y oyó que subían corriendo las escaleras. Corrió hacia la puerta, la abrió y la cerró tras de sí. No había manera de trabarla. Trató de empujar un fichero metálico, descubrió que no podía y cogió un taburete metálico por las patas. Lo levantó y golpeó con todas sus fuerzas el panel de control. En el mismo momento sintió un dolor terrible en la espalda, vaciló y se desplomó, mientras las luces se apagaban.

Abrió los ojos sintiendo dolor. Durante un momento no vio más que un resplandor, luego distinguió los rasgos de una chica. Estaba leyendo un libro, muy concentrada. ¿Dorothy? Era su prima Dorothy. Trató de incorporarse y ella levantó la vista y le sonrió.

— ¿Dorothy? ¿Qué haces aquí?

No podía levantarse. Al otro lado de la habitación se abrió una puerta y entró Walt, también muy joven, sin arrugas, con sus bonitos cabellos castaños despeinados.

Empezó a dolerle la cabeza y cuando la tocó encontró vendas que llegaban casi hasta sus ojos. Lentamente, los recuerdos volvieron y cerró los ojos, deseando que los recuerdos se borraran nuevamente, que ellos fueran Dorothy y Walt.

— ¿Cómo te sientes? —preguntó W-1. David sintió sus dedos fríos en su muñeca—. Te pondrás bien. Una ligera conmoción. Un tajo feo. Vas a estar dolorido unos días.

Sin abrir los ojos, David preguntó:

— ¿Causé mucho daño?

—Muy poco —contestó W-1.

Dos días después, se le solicitó que asistiera a una reunión en la cafetería. Su cabeza seguía vendada, pero con poco más que unas bandas adhesivas. Le dolía el hombro. Fue lentamente hasta la cafetería, escoltado por dos clones. D-1 se puso de pie y le ofreció una silla en el frente. David la aceptó silenciosamente y se sentó a aguardar. D-1 quedó de pie.

— ¿Recuerdas nuestras discusiones en clase sobre los instintos, David? —preguntó D-1—. Terminamos poniéndonos de acuerdo en que no había instintos, sino respuestas condicionadas a ciertos estímulos. Hemos “cambiado de idea acerca de eso. Ahora estamos de acuerdo en que existe el instinto de conservar la propia especie. La conservación de la especie es un instinto muy fuerte, un impulso, si quieres.

Miró a David y le preguntó — ¿Qué vamos a hacer contigo?

—No seas idiota —dijo David secamente—. Vosotros no sois una especie nueva.

D-1 no respondió. Ninguno se movió. Lo observaban silenciosa, inteligente, desapasionadamente.

David se puso en pie, empujando su silla hacia atrás.

—Entonces, dejadme trabajar. Os doy mi palabra de honor de que no trataré de desbaratar nada.

D-1 meneó la cabeza.

—Discutimos eso. Pero estuvimos de acuerdo en que el instinto de conservación de la especie sería más fuerte que tu palabra de honor. Y que la nuestra.

David sintió que sus puños se cerraban y estiró los dedos, obligándolos a relajarse.

—Entonces tendréis que matarme.

—También hablamos de eso… —dijo gravemente D-1—. No queremos hacerlo. Os debemos demasiado. Con el tiempo os levantaremos estatuas, a ti, a Walt, a Harry. Hemos registrado con mucho detalle todos vuestros esfuerzos en nuestro favor. Nuestra gratitud, nuestro afecto por vosotros, no nos permitiría matarte.

David paseó la mirada por la habitación, reconociendo rostros familiares. Dorothy. Walt. Vernon. Margaret. Celia. Todos enfrentaron su mirada sin desviar la suya. Aquí y allá, algunos le sonrieron un poco.

—Tú dirás —dijo finalmente.

—Tendrás que marcharte —dijo D-1—. Te acompañarán durante tres días, río abajo. Hay un carro cargado con semillas, alimentos, algunas herramientas. El valle es fértil; las semillas crecerán bien. Es un buen momento para empezar un huerto.

W-2 fue uno de los tres que lo acompañaron. No hablaban. Los muchachos se turnaban para tirar del carro de las provisiones. David no se ofreció a tirar de él. Al final del tercer día, frente a la granja Sumner, que estaba al otro lado del río, lo dejaron. Antes de reunirse con los otros dos muchachos, que se habían marchado primero, W-2 dijo:

—Querían que te lo dijera, David. Una de las chicas que tú llamas Celia está embarazada. Uno de los muchachos que tú llamas David la fertilizó. Querían que lo supieras.

Después se volvió y siguió a los otros. Rápidamente desaparecieron entre los árboles.

David durmió donde lo habían dejado, y por la mañana siguió hacia el sur. Se detuvo una vez para mirar un arce joven, protegido por los pinos. Tocó las suaves hojas verdes. Al sexto día llegó a la granja Wiston, y en su memoria estuvo muy vivo el día en que había esperado a Celia allí. Su amigo, el roble blanco, era el mismo, quizá más grande, no lo sabía. No pudo ver el cielo a través de sus ramas, cubiertas de hojas nuevas. Hizo un colgadizo y esa noche durmió debajo del árbol; a la mañana siguiente se despidió solemnemente de él y comenzó a subir la cuesta que había detrás de la granja. La casa seguía allí, pero el granero había desaparecido, y los otros edificios… arrastrados por la inundación que habían provocado tantos años antes.

Llegó al bosque antiguo, donde observó a un insecto volador batir las alas casi perezosamente y recordó que su abuelo le decía que hasta los insectos eran primitivos allí… más lentos que sus primos más modernos, menos adaptables al tiempo seco y al calor.

El aire estaba brumoso y fresco debajo de los árboles. Durante un breve instante David creyó oír el trino de un pájaro, un zorzal. Pero había sido muy rápido para estar seguro y meneó la cabeza. No había que confundir los deseos con la realidad.

En el antiguo bosque, los árboles aguardaban, manteniendo sus genes intactos, listos para moverse hacia abajo por las pendientes cuando las condiciones volvieran a ser las adecuadas. David se tendió en el suelo, bajo los enormes árboles, y durmió; y en el ambiente fresco y brumoso de sus sueños, los saurios caminaban y un pájaro cantó.

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