Larry Niven - El martillo de Lucifer

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El martillo de Lucifer: краткое содержание, описание и аннотация

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Cuando EL MARTILLO DE LUCIFER, el cometa gigante, chocó contra la Tierra, hizo pedazos la civilización. Los días felices habían terminado. Estaban viviendo el fin del mundo. Los terremotos eran tan fuertes que no podían medirse con la escala de Ritcher. Las olas marinas alcanzaban alturas incalculables. Las ciudades se convirtieron en océanos, y los océanos en nubes. Era el principio de la nueva Edad del Hielo. Y el final de los gobiernos, los planes, los hospitales y el derecho. Y sobre ellos, igual que otro martillo del demonio, la más terrible selección del hombre hecha por el hombre que jamás se había producido.

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—Háblales de lo que está a nuestro alcance. Una civilización tiene la ética que puede permitirse. Nosotros no podemos permitirnos muchas cosas. No podemos hacernos cargo de nuestros enemigos... lo sabes.

El se estremeció. Sí, lo sabía.

Leonilla Malik entró por la puerta trasera, a través del despacho del alcalde. Se inclinó sobre el senador.

—Me han dicho que me necesita.

—¿Quién se lo ha dicho? —preguntó Jellison.

—El señor Hardy.

—Estoy bien. Vuelva al hospital.

—El doctor Valdemar está de turno. Dispongo de algunos minutos.

La doctora se quedó detrás del senador y le observó atentamente, con expresión profesional y preocupada.

—Hemos de tener en cuenta los costes —decía Al Hardy—. Nos pides que lo arriesguemos todo. Nos hemos asegurado la supervivencia. Estamos vivos. Hemos luchado la última batalla. Tim, la luz eléctrica no vale tanto para que echemos todo eso por la borda.

El cansancio y el dolor hicieron vacilar a Tim Hamner.

—No abandonaremos —dijo—. Lucharemos. Todos.

Pero su voz no era fuerte; parecía abatido.

—Haz algo —dijo Maureen—. Díselo.

Cogió el brazo de Harvey.

—Díselo tú.

—No puedo, pero tú ahora eres un héroe. Tus hombres los tuvieron a raya...

—Tu posición aquí tampoco está nada mal —le dijo Harvey.

—Se lo diremos los dos. Ven conmigo. Les hablaremos juntos.

Harvey pensó en los motivos de Maureen. ¿Lo hacía sólo por la central? ¿Por la memoria de Johnny Baker? ¿Porque estaba celosa de Marie y George Christopher? Cualesquiera fueran sus motivos, acababa de ofrecerle la dirección de la fortaleza... y por la mirada de Maureen supo que no le haría otra oferta semejante.

—Tendríamos que defender su territorio —decía Al Hardy—. Deke no podría hacerlo...

—¡Sí que podemos! —exclamó Tim—. ¡Los vencisteis! ¡Podemos!

Hardy asintió gravemente.

—Sí, supongo que podríamos. Pero primero hemos de apoderarnos de sus tierras... y no podemos hacerlo con armas mágicas. Las granadas y las bombas de gas no son demasiado útiles en el ataque. Perderíamos gente, mucha gente. ¿Cuántas vidas valen tus luces eléctricas?

—Muchas —dijo Leonilla Malik, sin ningún temor en la voz—. Si ayer hubiera tenido la luz adecuada en el quirófano, podría haber salvado otras diez vidas por lo menos.

Maureen se dirigió a la tarima. Harvey vaciló, pero fue con ella. ¿Qué diría? Los hombres podían tomar las armas por una causa. ¡Viva la República! ¡Por el rey y la patria! ¡Deber, honor y patria! ¡Recordad El Álamo! ¡Libertad, igualdad, fraternidad! Pero nadie había ido a la lucha gritando: «¡Un mayor nivel de vida!» o «¡Duchas calientes y afeitadoras eléctricas!»

Pensó en sus propias motivaciones. Cuando subiera al estrado se habría comprometido. Cuando la Nueva Hermandad llegara por el agua con una nueva balsa y sus morteros, él tendría que ir el primero en los botes, tendría que ser el primero en atacar, y sería el primero en morir. ¿Cómo podía convencerse de que aquello era realmente lo que quería?

Recordó la batalla, el ruido, la soledad, el miedo, la vergüenza de la huida, el terror cuando uno no lo hacía. Un ejército racional echaría a correr. Cogió a Maureen del brazo para hacerla retroceder.

Ella se volvió y le miró preocupada. Le habló en voz baja, para que nadie la oyera.

—Todos tenemos que hacer nuestro trabajo —le dijo—. Y esto es lo correcto. ¿No te das cuenta?

El breve retraso había sido excesivo. Al Hardy se retiraba, tras haber expuesto su opinión. La muchedumbre empezaba a marcharse, hablando entre ellos. Harvey oyó retazos de conversación: «Diablos, no sé, pero no quiero pelear más.» «Baker murió por ese sitio. ¿Valía la pena?» «Estoy cansado, Sue. Volvamos a casa.»

Antes de que Hardy pudiera abandonar la tarima, Rick Delanty le cerró el paso.

—El senador ha dicho que ésta es una decisión importante —le dijo.

—Hablemos de ello, ahora. —Harvey vio con alivio que la expresión de Delanty ya no era asesina, pero parecía lleno de decisión—. Al, ha dicho usted que sobreviviremos al invierno. Hablemos de eso.

Hardy se encogió de hombros.

—Si se empeña. Creo que ya está todo dicho.

En los labios de Delanty se dibujó una sonrisa taimada, artificial.

—Diablos, Al, todos estamos aquí, el licor se ha terminado y mañana tendremos que volver a partir piedras. Hablemos claramente ahora. ¿Podemos resistir el invierno?

—Sí.

—Pero sin café. Se ha terminado.

Hardy frunció el ceño.

—Sí.

—¿Qué tal estamos de ropa? Se acercan los glaciares, y la ropa que llevamos está podrida. ¿Podemos sacar algo de los almacenes sumergidos?

—Tal vez podamos usar algunos plásticos. Eso puede esperar, ahora que no hemos de preocuparnos por la Nueva Hermandad. Tendremos que aprovechar al máximo nuestra ropa.

—¿Y el transporte? Los coches y camiones se están estropeando uno tras otro, ¿no es cierto? ¿Tendremos que comernos los caballos?

Al Hardy se pasó la mano por el cabello.

—De momento, no. Lo había pensado, pero... no. Los caballos no se reproducen con rapidez. De todos modos, los camiones nos durarán años.

—Qué más nos falta? ¿Penicilina?

—Sí...

—¿Aspirina? Y el licor. No hay anestesia de ninguna clase.

—¡Podremos fermentar licor!

—Claro. Así que viviremos. Resistiremos este invierno, y el próximo, y el siguiente. —Rick hizo una pausa, pero antes de que Hardy pudiera decir nada, añadió a gritos—: ¡Como campesinos! Hoy hemos tenido aquí una ceremonia, un premio al chico que capturó más ratas esta semana. Y podemos esperar que eso continúe durante el resto de nuestras vidas, que nuestros chicos crezcan como cazadores de ratas y pastores de cerdos. Un trabajo honorable, necesario. Nadie lo desprecia. Pero... ¿no hemos de poner nuestra esperanza en algo mejor? Y vamos a tener esclavos. No porque queramos, sino porque los necesitamos. ¡Nosotros, que habíamos llegado a dominar la electricidad!

Aquella última frase conmocionó a Harvey Randall. Vio que también había afectado a otros, a muchos más. Permanecieron en pie, incapaces de marcharse.

—Así que podemos acurrucamos en nuestro valle —siguió diciendo Delanty—. Podemos quedarnos aquí, estar a salvo y dejar que nuestros niños crezcan cuidando cerdos y recogiendo estiércol. Podemos sentirnos orgullosos de eso, porque es mucho más de lo que podíamos haber esperado, pero, ¿es suficiente? ¿Es suficiente con que estemos a salvo cuando abandonamos a todos los demás a la intemperie? Vosotros mismos decís cuánto sentís tener que echar a los que vienen aquí, devolverlos al peligroso exterior. Bien, ahora tenemos la oportunidad. Podemos hacer que en el exterior, en todo el valle de San Joaquín, estén tan seguros como lo estamos nosotros.

»O podemos elegir el otro camino, quedarnos aquí, seguros como... ardillas. Pero si esta vez seguimos el camino fácil, también lo seguiremos la próxima, y todas las demás, ¡y dentro de cincuenta años nuestros hijos se esconderán bajo la cama cuando oigan tronar! Se esconderán de la misma manera que los antiguos se escondían de los grandes dioses atronadores. Los campesinos siempre creen en los dioses terribles.

»Y pensad en el cometa. Nosotros sabemos qué fue. ¡Diez años más y hubiéramos sido capaces de apartarlo del camino! He estado en el espacio. No volveré allá, pero nuestros hijos podrían. Con esa central nuclear, dentro de veinte años podríamos volver al espacio. Sabemos cómo hacerlo, no se necesita más que energía, y esa energía está ahí, a menos de cien kilómetros, pero no tenemos bastantes redaños para salvarla. Pensad en ello. Esas son las alternativas. Seguid adelante y sed buenos campesinos, a salvo y supersticiosos... o tened de nuevo mundos que conquistar, sed capaces de dominar la electricidad.

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