Juan Aguilera - Stranded (Naufragos)

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Stranded (Naufragos): краткое содержание, описание и аннотация

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El módulo de descenso de la primera misión tripulada a Marte se estrella contra la superficie del planeta. Cinco de los seis astronautas logran sobrevivir, pero su situación es desesperada; sólo disponen de aire, energía y alimentos para unos meses y no hay posibilidad de rescate.
Sin esperanza, sin recursos, comprenden que tres deben sacrificarse para que los dos restantes sobrevivan. ¿Pero quién vive y quién muere?
Como se afirma en el prólogo, Stranded es una magnífica novela de ficción científica que nada tiene que envidiar a las que se publican por autores extranjeros.

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– Asombroso. En la Tierra se van a volver locos de contento. Después de todo esta misión ha sido un verdadero éxito para ellos… ¿Por qué yo no me siento tan feliz?

– Espera, Luca ¡Esto es materia orgánica! ¡Podemos alimentar con ella a los cultivos y a los recicladores y obtener así comida sin límite!

Luca torció el gesto.

– Una vez más olvidas que nuestro principal problema es la falta de energía y esa fuga por la que estamos perdiendo el aire de la reserva.

La sonrisa en el rostro de Jenny se borró.

– Pero es una esperanza… Debemos seguir luchando, debemos…

– No hay esperanza, Jenny, en unas horas estaremos muertos. -Luca aumentó el volumen de su voz y golpeó el panel de biología con la palma abierta-. Acéptalo, maldita sea, acéptalo o déjame en paz.

Se levantó y caminó hasta la escotilla. Permaneció allí, mirando al exterior con los brazos cruzados.

Jenny le miraba a la espalda, luego otra vez a los resultados de los análisis, hasta que las lágrimas le impidieron enfocar bien las cifras.

– No quiero morir… -musitó.

Luca, sin darse la vuelta, la habló con rabia:

– Oh, por Dios, Jenny, ahórrame eso ¿vale?

Al fin Luca se tendió sobre su saco térmico con las manos sujetándose la cabeza.

Jenny dejó de llorar y siguió mirando los análisis, completándolos, viendo la mejor manera de aprovechar aquella materia orgánica. No iba a rendirse. Cuanto más cerca veía la muerte, más furia sentía.

Miró de reojo a Luca. El lo había aceptado, en su sencillo universo de causas y consecuencias no había ya más opciones, pero Jenny sabía que estaba equivocado, lo sentía muy dentro y le daba igual si se engañaba, si era una estúpida que iba a morir de todos modos.

Los túneles eran su universo.

Susana ya había perdido noción de Marte, del viaje, de todo lo que había en su mente desde un año atrás. Sólo quedaban memorias antiguas que retrocedían y aquel mundo de semipenumbra polvorienta, de tallas incomprensibles y signos labrados en la piedra.

Quizá seguía andando por costumbre, ya no esperaba nada, no había esperanza, casi no había ya deseo de sobrevivir, sólo el cansancio como una hiedra que se enredaba en brazos y piernas y la sed como un fuego que le ardía en la boca.

Recordó su primer vuelo en solitario, en la academia, su bautismo. Y también recordó lo que pensaba, nítido y claro como aquel día. El avión estaba listo, un veterano pero fiable C-101 con más de treinta años de servicio. Le esperaba en la pista. Los mecánicos dejaron de trabajar en cuanto llegó y la saludaron con la mano. Sabían que un primer vuelo era algo muy especial. Por mucho entrenamiento en biplaza y simulador que se hiciera, ese momento era decisivo; el piloto solo en el aire por primera vez en un reactor de reacciones rapidísimas y alta velocidad.

El avión era una flecha de plata y rojo, un monoplaza de formas suaves y alas rectas y cortas. Saludó a los mecánicos. El suboficial al mando la estrechó la mano y le deseó suerte. Luego colocó la escalerilla para que ella trepara hasta el cockpit .

Susana miró a la pista un momento y luego subió al avión. Una vez embutida en la cabina, dejó que la ayudasen a colocar el paracaídas, y las conexiones del sistema de oxígeno.

Al fin, hizo la seña de ok y bajó la carlinga. Automáticamente fue efectuando la secuencia completa, comprobando sistemas en el orden correcto. Su cuerpo sabía como hacerlo, no necesita pensar en ello.

Recibió autorización de la pista y arrancó el motor. El avión, cabeceando, carreteó hasta la cabecera de pista.

Todo el rato Susana sentía una sonrisa exterior, un gozo que se expandía lentamente.

Ya en cabecera de pista, preparada para el despegue -la torre tardaba en autorizarla-. Había algo en medio de aquella felicidad, una pregunta:

«¿A qué has venido aquí? ¿Qué quieres demostrar?» -la voz de su instructor estaba allí, con ella en la cabina.

«Chica mona… me temo que tú no eres lo suficientemente dura».

Susana perdió la sonrisa: «Si lo soy, lo he demostrado una y otra vez».

Había obtenido el número uno, en vuelo y en teoría, pero ni siquiera eso era suficiente. No en un mundo que seguía siendo de los hombres, y ella era una chica pequeña, rubia y de aspecto delicado Apta para ser protegida, pero no para pilotar un caza cargado de armamento.

«Eres demasiado decorativa, guapa».

«El color de tu esmalte de uñas no hace juego con la pintura de la carlinga, ¿no crees?»

Cuando le llegó el «autorizado despegue, buen vuelo», ya tenía los dientes apretados. Su mano llevó hasta el fondo la palanca de gases y la aceleración le pegó la cabeza contra el asiento.

– Autorizado nivel 20 -escuchó dentro del casco.

En cuatro segundos estaba en el aire y regresó la alegría. Gritó:

– ¡Sí lo soy! -mientras giraba la palanca a tope a la derecha, calibrando adelante y atrás, y ejecuta un rápido y perfecto tonel.

Nadie protestó, no recibió ninguna amonestación de la torre.

Susana se detuvo y enfocó la vista. Había estado caminando casi a ciegas…

«¿Sí lo soy?»

«¿Era lo suficientemente dura para sobrevivir en Marte dentro de unos túneles marcianos en ruinas?»

Se dio cuenta de que lleva toda la vida luchando contra esa afirmación; y nunca era suficiente. Si sobrevivía a Marte que vendría después, ¿Júpiter? No. Se apoyó en la pared y descubrió que estaba cansada, muy cansada. Qué no habría Júpiter, que lo más probable era que no sobreviviera, pero que esa pregunta ya había muerto, no tenía validez, como no la tuvo cuando fue pronunciada, como no la había tenido nunca.

Sintió la rabia inundarla cuando comprendió que había estado corriendo, esforzándose contra una barrera que no había que escalar porque era imposible, por que no era necesaria. Se apoyó en una pared y se dejó resbalar hasta el suelo.

Estaba muy cansada.

Poco a poco, recuperó la perspectiva; estaba en Marte, perdida, a punto de morir. ¿Quizá había tenido que llegar hasta ese punto para comprender?

Sonrió. Ahora quizá pudiera tenderse sobre el polvo y quedarse allí… como Herbert, como Fidel… para que futuras expediciones les encontrasen y los enterraran.

Al rato se levantó y se obligó a caminar. Aún había una pequeña esperanza de encontrar la salida, de llegar a donde fuera que conducía aquel laberinto.

Llevaba un largo trecho descendiendo sin interrupción. Activó la grabación de la cámara. No tenía capacidad en la memoria para grabar indefinidamente así que fue seleccionando tramos que le parecieron interesantes.

– Estoy registrando con mi cámara todo cuanto veo, pero no puedo transmitirlo y sólo podréis ver estas imágenes si alguien se toma la molestia de buscar en mi cuerpo… Aquí está funcionando alguna especie de tecnología extraña. Este lugar no está completamente muerto, algo mantiene el aire aquí dentro y ese algo quizá sea el origen de las anomalías magnéticas y gravitacionales descubiertas en Marte hace tanto tiempo y que tanto intrigaban a los científicos…

Había llegado a una bifurcación. Miró hacia las placas grabadas a la entrada de los dos túneles: una flecha y una estrella, dejando que aquellos símbolos se grabasen en la memoria de la cámara.

Hizo una señal en el polvo, una equis en el túnel marcado con una flecha, y avanzó por él.

– Quizá todas estas anomalías señalen laberintos como este dispersos por toda la superficie de Marte y sus interferencias sean el origen de todos los accidentes que hemos sufrido al intentar acercarnos a este planeta.

De nuevo cruzó una bifurcación. Eligió el túnel con la flecha y marcó el suelo antes de seguir por él. El terreno seguía descendiendo.

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