Juan Aguilera - Stranded (Naufragos)

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Stranded (Naufragos): краткое содержание, описание и аннотация

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El módulo de descenso de la primera misión tripulada a Marte se estrella contra la superficie del planeta. Cinco de los seis astronautas logran sobrevivir, pero su situación es desesperada; sólo disponen de aire, energía y alimentos para unos meses y no hay posibilidad de rescate.
Sin esperanza, sin recursos, comprenden que tres deben sacrificarse para que los dos restantes sobrevivan. ¿Pero quién vive y quién muere?
Como se afirma en el prólogo, Stranded es una magnífica novela de ficción científica que nada tiene que envidiar a las que se publican por autores extranjeros.

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Herbert veía bajar delante suyo a Susana y Fidel, dos figuras blancas en la semipenumbra azulada del anochecer y rodeadas por inmensas sombras que crecían amenazando aplastarlas.

Se detuvo y levantó la vista. No se cansaría nunca de mirar aquello. Había farallones como gigantes esculpidos puestos en fila para proteger la inmensidad, formidables rocas desprendidas por antiguos cataclismos a medias trabadas en su descenso. El Sol desaparecía al fin tras el borde opuesto del cañón. Florecía allí un fantasmal brillo azulado, un infierno azul que moría lentamente. El color había desaparecido del cañón y quedaban únicamente las formas brutales, los perfiles sin desbastar, las escombreras infinitas que poco a poco se fundían en una negrura uniforme.

Herbert dudó un instante, luego comenzó a andar para no perder a Fidel y Susana.

– Esto es una forma de locura, ni más ni menos -estaba diciendo Fidel-. Todos los que estamos aquí estamos locos, o no nos hubiéramos quedado en la Tierra contemplando esto por televisión.

¿Qué puede obligar a un hombre cuerdo a dejar a su mujer y a sus hijos… todo, y descender por un barranco de cinco mil metros de profundidad en el hemisferio Sur de un planeta muerto?

– Imagino que todos estamos razonablemente cuerdos, Rodrigo -razonó Herbert-, o no habríamos pasado los filtros psicológicos.

Susana se volvió un momento y les hizo una seña con la mano.

– Eh, muchachos, os recuerdo que todo esto se está grabando en la Belos , y que algún día lo pasarán por las televisiones de la Tierra. Cuidado con lo que decís.

En los cascos de los trajes se escuchó la voz de Luca:

– No hay problema, Susana, en la Tierra se cuidarán mucho de emitir algo que dañe de alguna forma la imagen de héroes que venderán de nosotros. Esta misión ha sido un completo fiasco y los héroes vienen muy bien para desviar la atención de los fracasos. Con un poco de suerte seremos elevados a los altares.

Jenny casi le interrumpió al hablar. Ensayó una voz optimista que fracasó tras las primeras sílabas.

– Deja de decir tonterías Luca. En realidad tú eres la prueba de que los test psicológicos no funcionan. ¿Qué hay de tu espíritu de equipo?

– Oh, mentí, como todo el mundo, con la excepción de Herbert, claro.

– No tuve la necesidad de hacerlo.

– ¿Cómo es posible, Herb? ¿tan claras tenías tus motivaciones para venir aquí?

– Sí.

– Pues te felicito. Quizá eres el único de nosotros que no se está repitiendo ahora lo de «qué estúpido he sido», una y otra vez. Cuéntanos, Herb ¿por qué viniste a Marte?

– No, Luca, creo que voy a pasar. Tendrás que buscarte otra cosa para entretenerte.

Siguieron caminando. Ya apenas había luz, sólo una claridad difusa en el cielo que era rápidamente sustituida por una negrura intensa punteada de estrellas muy nítidas.

– Me pregunto cómo verán esto por televisión -murmuró Fidel, como si hablara para sí mismo-, a qué hora… qué pensamientos cruzarán por la mente de la gente que presencie esto. He contemplado tantas veces situaciones semejantes… Sentado cómodamente en mi salón, tomando un café después de comer, te presentan las imágenes previas a un desastre, ves a la gente que un instante después… estará… muerta, y lo sabes, y te preguntas qué sentirán, qué les impulsará a seguir adelante.

A sus palabras siguió un silencio prolongado.

El viento comenzaba a soplar de nuevo. Rugía encajonado dentro del cañón. Al fin Susana, que iba al frente, eligiendo el camino de descenso como mejor podía, dijo:

– ¿Y ya lo has averiguado, Fidel?

– ¿El qué?

– ¿Qué nos impulsa a seguir?

– No, en absoluto. Me siento igual que si estuviera viendo esto en un televisor. No puedo aceptar que me esté sucediendo precisamente a mí… Mi mente no concibe que dentro de unas pocas horas el aire se agotará y…

Volvió el silencio, pero esta vez era algo activo; un silencio que se alimentaba de la negrura que les rodeaba, que trepaba por dentro de su médula espinal y se agarraba a sus pulmones dejándoles sin aire.

– No pienses en eso ahora, Fidel -apenas musitó Susana.

– Será el final del camino. Sólo eso.

Herbert sonrió al oír eso. A él el silencio no le asusta; sabía que siempre había vivido dentro de él. Ahora, al parecer, ese silencio negro había salido y estaba invadiendo el Universo entero. Pero no era un enemigo, para él no.

– Os sugiero algo -dijo-. ¿Qué tal si nos concentramos en el descenso? Mientras hablamos quemamos más oxígeno del necesario.

Fidel, Susana y Herbert continuaron el descenso. La noche marciana crecía a su alrededor como una selva de silencio y oscuridad. El viento nocturno soplaba entre las peñas arrojándoles puñados de tierra contra el casco. El descenso se hacía cada vez más difícil por la falta de luz. Pero ninguno de ellos lo mencionaba. No había opciones.

Se detenían frecuentemente para descansar. En una de esas pausas Herbert reclamó a Susana para que le ayudase a cambiar una de las botellas de aire. Susana tomó el receptáculo vacío, lo tiró y lo cambia por otro. Se dio cuenta en ese momento que Herbert no tema más botellas de reserva.

No dijo nada y prosiguieron el descenso, bajando cada vez más, como si fueran a sumergirse en un lago de negrura.

Susana se volvió y tras ella sólo vio las luces de un casco. Era Fidel. Habían dejado atrás a Herbert.

– Herb… -le llamó-. ¿Tienes algún problema?

– Ningún problema, Susana. Todo está bien.

Lo vio apoyado en una roca cien metros más atrás.

Fidel le hizo una seña con la mano para que avanzara, pero Herbert no se movió.

Retrocedieron para acercarse a él. Estaba apoyado contra una gran roca, a medias sentado. Miraba al cielo.

Fidel y Susana siguieron su vista y vieron una franja de negro tan intenso que parecía violeta. En ella brillan multitud de estrellas recortadas por los bordes del cañón. Y en el centro de ese cielo atezado resplandecía una luna asimétrica, un pedazo de luz contrahecha que alguien había pintado deprisa arruinando ese tapiz magnifico.

Herbert la señaló con la mano, y luego la cerró; como si intentara atraparla entre sus dedos.

– ¿Algún… problema Herb?

– ¡Mirad eso!

– ¿Qué?

– Fobos.

La luna gibosa y pequeña se movía perceptiblemente contra el fondo de estrellas camino de ser tragada tras los dientes mellados de la oscuridad, la pared del cañón.

– Se mueve tan rápido como un satélite artificial -dijo Fidel.

– Sí. Tarda poco más de siete horas en completar su órbita. Y Deimos es esa estrella brillante situada junto al borde.

– Su aspecto no es demasiado espectacular.

– Está mucho más lejos que Fobos, y ambas son muy pequeñas… Pero no importa ¡Son las auténticas lunas de Barsoom !

– ¿ Barsoom ? -preguntó Susana extrañada.

– El nombre que dan a Marte los habitantes del imperio Helium. Donde la hermosa princesa Dejah Thoris se sienta desnuda en el trono de rubí para dirigir el destino de sus súbditos. Allí donde corren los thoat, las prodigiosas bestias de carga de ocho patas. Donde lucha Tras Tarkas, el poderoso guerrero de piel verde y cuatro brazos. Donde abundan las ciudades con cúpulas como agujas de cristal de Helium, los senderos de color esmeralda del Gran Canal de Nylosirtis…

– ¿De que estás hablando, Herb?

Herbert intentó tomar aire y apenas lo consiguió.

Sonrió y se esforzó en continuar hablando.

– De las aventuras de John Cárter en Marte. Mi abuelo tenía todas las novelas de Edgar Rice Burroughs: las de Tarzán y las de John Cárter ; pero estas últimas eran mis favoritas. De niño pasé muchas horas devorando aquellas maravillosas novelas. Y soñé con visitar algún día el reino de la princesa Dejah Thoris, y con caminar bajo las dos salvajes limas de Barsoom .

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