Juan Aguilera - Stranded (Naufragos)

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Stranded (Naufragos): краткое содержание, описание и аннотация

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El módulo de descenso de la primera misión tripulada a Marte se estrella contra la superficie del planeta. Cinco de los seis astronautas logran sobrevivir, pero su situación es desesperada; sólo disponen de aire, energía y alimentos para unos meses y no hay posibilidad de rescate.
Sin esperanza, sin recursos, comprenden que tres deben sacrificarse para que los dos restantes sobrevivan. ¿Pero quién vive y quién muere?
Como se afirma en el prólogo, Stranded es una magnífica novela de ficción científica que nada tiene que envidiar a las que se publican por autores extranjeros.

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Aún allí, en la antesala del viaje, cuando, si todo iba bien, su equipo podría ser elegido para ir a Marte, todavía tenía que luchar contra la sensación de incertidumbre, de saber si iba a ser lo suficientemente dura y capaz para soportar el viaje más peligroso y fascinante que el ser humano hubiera emprendido nunca.

La Academia del Aire había sido un lugar duro. A pesar de que había bastantes mujeres, el ejército aún no había asumido del todo su presencia, menos si una de ellas aspiraba a pilotar el EF-IV, la élite de la élite en aeronáutica, y menos aún si iban superando prueba tras prueba y terminaban obteniendo el número uno de la promoción. Ninguno de sus mandos estuvo cómodo con ese resultado por lo que cuando Susana decidió pasarse a la ESA hubo muchos suspiros de alivio.

No fue una retirada, sólo la búsqueda de un desafío mayor. Sabía cual era su futuro en el ejército:

volar unos años y luego vegetar en un despacho militar hasta abandonar y pilotar un avión comercial. Eso hubiera sido relajarse, dejar de demostrarse a si misma hasta dónde podría llegar. Y no había nada más adecuado a sus necesidades de dificultad que la carrera espacial.

Ahí ya no hubo limitaciones por ser mujer. En el proceso de selección y posterior entrenamiento la dureza venía directamente de los desafíos inmensos de volar al espacio. Y una vez más lo consiguió, y voló como segundo piloto en un par de misiones del Venture Star .

Y una vez más no fue suficiente. Aspiraba a más.

Susana intentó tranquilizarse. Aún no se había cerrado la selección. Estaban pasando el periodo de aclimatación en la estación espacial dos equipos, el Gamma y el Beta . Uno de ellos sería el elegido para el primer viaje. Durante el mes en el que los médicos y psicólogos confirmarían todas las pruebas y verían las reacciones de los organismos a la ingravidez, se terminaría de acoplar todos los módulos de la nave Ares . Si todo seguía según los planes habría un margen de diez días hasta el inicio de la ventana de lanzamiento, y de un mes para la inyección en la órbita Honman elegida.

¿Sería bastante aquel viaje? ¿Podría con él acallar esa voz que le preguntaba si podría ser lo suficientemente dura como para llegar y volver con éxito? No lo sabía.

Al final el cansancio y el efecto de los tranquilizantes y biorreguladores que les habían dado pudieron más que los nervios y Susana se durmió.

Dos días después, la achaparrada delta del transbordador se desprendió de la estación espacial y comenzó a derivar hacia la Tierra. Vieron, de lejos, el encendido de los cohetes principales que frenaron la nave lo suficiente como para que iniciase el descenso. Luego la perdieron de vista.

Vishniac, justo por encima de sus cabezas, miró a Luca, Fidel y Herbert.

– Bueno, hoy tenemos que ir a la Ares y comenzar con los chequeos.

– ¿Esta ya presurizada y con energía?

– Ayer hubo un equipo de la Estación Alfa que terminó con esa fase. Ya sólo falta cargar el combustible y las provisiones de aire y agua.

Luca tecleó en su ordenador táctil.

– Pues llevan retraso. Se necesitan cinco vuelos para llenar los tanques y la bodega.

– Sí, un poco. Pero seguramente usemos dos o tres Arian V para reforzar los Energía II que se han retrasado.

– Eso significa que alguien va a tener que hacer malabares con los plazos.

– Los paquetes van autopilotados y no creo que fallen.

El trayecto entre la estación espacial y el Ares era un paseo espacial de menos de cinco minutos. Usaron dos EVAV, largos tubos con agarraderas, depósitos y toberas que se usaban para trasladar más de una persona entre puntos en órbita. Uno lo pilotaba Susana, y el otro Vishniac. Se alejaron de la estación Beta , en las antípodas de la órbita de la Alfa, y con suaves impulsos que los hacían desplazarse por el espacio, comenzaron a acercarse al Ares . No era la primera vez para ninguno que efectuaban una operación en el espacio. Sin embargo la tierra, enorme y azul justo debajo de ellos, era una presencia imponente que les daba continuamente la sensación de estar cayendo. La teoría decía que para evitar el vértigo y la desorientación, lo adecuado era no mirar, pero casi ninguno podía distraerse de aquella inmensidad de azules moviéndose a toda velocidad bajo sus pies.

Desde la estación, la nave transplanetaria era un delgado lápiz que refulgía cuando el sol se reflejaba en sus superficies. Según fueron acercándose la Ares comenzó a agrandarse. Era un vehículo imponente, de más de 700 toneladas, un alargado huso de metal con un módulo de descenso, la Belos , en la punta, y ocho grandes motores químicos en la popa. Ellos la conocían como un ciego conocía su hogar. Se habían movido incontables horas en el simulador. Pero la cosa real, aquel monstruo de casi 100 metros de largo y 700 toneladas de metal, combustible, aire, pilas nucleares y eléctricas, asustaba.

Según fueron acercándose vieron la estructura en su conjunto. Los cohetes de inserción transmarciana eran el primer módulo. Estaban diseñados para producir una aceleración muy alta durante poco tiempo gracias a la cuál saldrían de la órbita terrestre. Igualmente, funcionarían para frenar al llegar al apogeo de la elipse Honman que recorrerían entre la tierra y Marte, y conseguir inyectarse en baja órbita marciana y no seguir de regreso a la Tierra.

La siguiente sección era el habitáculo de viaje. Los cuatro grandes cilindros en los que viviría la tripulación durante todo el viaje, permanecían anclados a la estructura principal. Una vez acelerada la nave se soltarían de sus sujeciones al fuselaje y se harían rotar a 2 r.p.m. al extremo de unos brazos extensibles y contrapesados. Eso bastaría para proporcionar 0.4 ges, lo suficiente como para minimizar los efectos de la ingravidez durante el largo viaje.

Tardarían casi 300 días en llegar. Trescientos días en aquellas latas rodantes, pensó Herbert. Había viajado en sitios peores, sin duda, y el viaje había sido infinitamente menos interesante.

A los habitáculos le seguían la nave de regreso. También motores cohetes de combustible criogénico, sólo que menores ya que la masa a acelerar de regreso a la Tierra era mucho menor. Y en la punta, aerodinámica, desafiante y muy blanca debido a las losetas térmicas, la nave Belos , el módulo de descenso, la nave que pilotaría y que los dejaría sobre la superficie del planeta rojo. A una distancia prudente, cuando ya se podían leer la letras en el fuselaje, Vishniac y Susana dispararon retrocohetes y se quedaron estáticos respecto al Ares .

lodos los miembros del equipo Gamma permanecieron en silencio. Sólo escuchaban el ruido de succión del suministro de aire en el traje. No se veían, el reflectante de los cascos no permitía atisbar su reacción. Al final Luca rompió el silencio:

– Je, bonita ¿no?

– Sí, Luca. -admitió Susana.-Es la cosa más bonita que he visto nunca.

Maniobraron para acercarse a la nave y esta creció hasta que perdieron la visión de conjunto y sólo percibieron una masa metálica enorme a la que orbitaron como pequeñas lunas autopropulsadas. Por el canal de radio del casco escucharon el saludo de los astronautas que efectuaban los últimos ajustes. Toda la estructura de la nave había sido ensamblada en el espacio. Veinticinco cargas de Arian V y Saturno VII habían sido puestas en órbita baja a lo largo de todo el año anterior.

Durante ese tiempo, equipos de veinte astronautas se habían turnado en la estación espacial Beta para ir maniobrando las enormes secciones, acoplándolas, desplegando y plegando antenas, paneles solares, brazos de inercia. Un trabajo ímprobo que había mantenido la atención del mundo con el cuello doblado hacia arriba. Más de cien contratistas principales y una infinitud de subcontratistas en todo el mundo habían trabajado en el diseño, construcción y prueba de aquellas secciones. Y seguían haciéndolo. En los hangares de Cabo Kennedy se terminaba de ajustar la Ares II, que sería lanzada un par de años después de la I. Se calculaba que la misión a Marte estaba consumiendo el 4 % de los recursos de los estados que financiaban la organización NASA-ESA. Y eso continuaría mientras una crisis política o económica no cortase aquel fabuloso chorro de dinero.

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