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Connie Willis: Oveja mansa

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Connie Willis Oveja mansa

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Sandra Foster estudia las modas, desde las muñecas Barbie hasta el : cómo empiezan y qué significan. Bennett O'Reilly es un especialista en teoría del caos que observa la conducta de un grupo de monos. Aunque ambos trabajan para la corporación Hitek, no se conocen hasta el día que se produce un error en la entrega de un paquete. Es un momento de sincronía que les sumerge en un sistema caótico propio con todo tipo de equívocos, una beca de investigación de un millón de dólares, café con leche, tatuajes, pelo corto, y una serie de coincidencias que dejan a Bennett sin monos, sin dinero y casi sin trabajo. Sandra acude al rescate aportando un rebaño de ovejas y una idea para un nuevo proyecto conjunto. ¿Qué otro animal podría ilustrar mejor la teoría del caos y la mentalidad de rebaño que tan a menudo caracteriza la conducta humana y su aceptación de las modas? Pero los descubrimientos científicos rara vez son directos y nunca resultan simples. Los contratiempos y desastres, los corazones rotos y los callejones sin salida abundan. Y las posibles soluciones son escasas. Seis premios Nebula, cinco premios Hugo y el John W. Campbell Memorial en menos de diez años avalan la expcepcional habilidad narrativa de una de las mejores e inteligentes voces de la moderna ciencia ficción. , construida como un en clave de comedia, es al mismo tiempo una penetrante reflexión sobre el mundo de la moda y el de la ciencia. Una obra insólita a la altura de y .

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Sucede con un montón de modas. Las bicis, el monopoly, los crucigramas, todos fueron modas que se asentaron en la corriente principal. Los anuncios de contactos se instalaron en los periódicos alternativos.

Pero puede haber modas dentro de las modas, y los contactos atraviesan modas propias. Las variantes sexuales estuvieron en alza durante un tiempo. Ahora son las actividades al aire libre.

La camarera, con aspecto muy irritado, dijo:

—Foster, grupo de uno —y me condujo a una mesa situada delante de la cocina—. Prohibimos fumar hace dos años —dijo, y me arrojó la carta.

La cogí, le eché un vistazo para ver si todavía tenían el milhojas de coles y tomates secados al sol, y volví a los contactos. El footing estaba pasado, y las bicis de montaña y los kayaks eran la última. Y los ángeles. Uno de los anuncios estaba encabezado con las palabras MENSAJERO CELESTIAL y otro decía: «¿Te dicen tus ángeles que me llames? El mío me dijo que escribiera este anuncio», cosa que encontré bastante improbable.

Las almas caritativas también estaban de moda, y la espiritualidad, y los látigos. «Se busca S/MBD» y «Desarrollo personal/oriental/nativo americano», y «Busco diversión/ posible compañero de por vida». Bueno, ¿no lo hacemos todos?

Apareció un camarero, también con pantalones de correr, Tevas, y pajarita. Al parecer, había visto la X. Antes de que pudiera soltarme un sermón sobre los peligros de la nicotina, dije:

—Tomaré el milhojas de coles y té helado.

—Ya no tenemos de eso.

—¿Coles?

—Té —abrió la carta y señaló la página de la derecha—. Nuestras bebidas están aquí.

Desde luego. La página entera estaba dedicada a ellas: café exprés, capuchino, café con leche, moca, café, cacao. Pero nada de té.

—Me gustaba su té helado.

—Ya nadie bebe té.

Porque lo habéis quitado de la carta, menú, pensé, preguntándome si habían aplicado el mismo principio que en la biblioteca, y si no debería haber comido allí con más frecuencia, o pedido más de un té cada vez, para salvarlo del hacha. También me sentía culpable porque, al parecer, me había pasado por alto el principio de una moda, o al menos una nueva etapa.

La moda del exprés lleva vigente unos cuantos años, sobre todo en la costa oeste y en Seattle, donde empezó. Un montón de modas han nacido en Seattle últimamente: bandas de garaje, el grunge, el café con leche. Antes, las modas solían comenzar en Los Ángeles y, aún antes, en Nueva York. Desde hace poco, Boulder muestra signos de convertirse en el nuevo centro de las modas, pero la llegada del café exprés probablemente tiene más que ver con las últimas consecuencias que con las leyes científicas de las modas. Con todo, deseé haber estado cerca para ver cómo sucedía y localizar su detonante.

—Tomaré un café con leche —dije.

—¿Sencillo o doble?

—Doble.

—¿Largo o corto?

—Largo.

—¿Chocolate o canela por encima?

—Chocolate.

—¿Semidulce o sin azúcar?

Me equivocaba cuando le dije al doctor O'Reilly que todas las modas requieren escasa habilidad.

Después de varias preguntas más, referidas a si quería terrones de azúcar blanco o azúcar moreno y leche desnatada o al dos por ciento, el camarero se marchó, y yo volví a los contactos.

La sinceridad no estaba de moda, como de costumbre. Todos los hombres eran «altos, guapos y económicamente solventes seguros», y todas las mujeres eran «hermosas, esbeltas y sensibles». Los solterones eran todos «atractivos, sofisticados y atentos». Todo el mundo tenía un «magnífico sentido del humor», cosa que también consideré improbable. Todos buscaban personas sensibles, inteligentes, ecológicas, románticas, y NF declaradas.

NF. ¿Qué era NF? ¿Nórdicos de fiordo? ¿Nativos franceses? ¿Naturales fornicadores? ¿Nada de fornicadores? Y. uno decía NFS. ¿Nada de fornicadores solicitados? Pasé a la guía de traducción. Por supuesto. No fumadores solamente.

La gente jovial, guapa y atenta que coloca estos anuncios parece haber confundido los contactos con el catálogo de teletienda. Me gustaría el Artículo D2481 en rojo pasión; talla pequeña. Y frecuentemente especifican color, forma, y nada de animales. Pero el número de no fumadores parece haber aumentado radicalmente desde la última vez que los conté. Saqué un boli rojo del bolso y empecé a marcarlos.

Para cuando llegaron mi sandwich y mi complicado café, la página estaba cubierta de rojo. Me comí el sandwich, me tomé la bebida y marqué.

La moda de los no fumadores se remonta a finales de los setenta, y hasta ahora había seguido la típica pauta de las modas de aversión, pero me pregunté si estaba alcanzando otro nivel más volátil. «No importa raza, religión, partido político, preferencia sexual», decía uno de los anuncios. «NO FUMADORES.»

En mayúsculas.

Y «Debe ser aventurero, osado, valiente no fumador», y «Yo: con éxito pero cansado de estar solo. Tú: compasiva, cariñosa, no fumadora, sin hijos». Y mi favorito: «Busco desesperadamente alguien que marche al ritmo de un tambor distinto, huya de las convenciones, no le importe lo que está de moda o no. Abstenerse fumadores.»

Había alguien de pie a mi lado. El camarero, probablemente, para darme un parche antinicotina. Alcé la cabeza.

—No sabía que venía usted aquí —dijo Flip, poniendo los ojos en blanco.

—Yo tampoco sabía que venías tú —dije. «Y ahora nunca volveré a venir», pensé. «Sobre todo porque ya no sirven té helado.»

—Los contactos, ¿en? —dijo ella, girando el cuello para ver qué había marcado—. Están bien, supongo, si está desesperada.

Lo estoy, pensé, preguntándome angustiada si ella se habría detenido al entrar para vaciar la papelera y si yo había cerrado el coche con llave.

—Yo no necesito ayudas artificiales. Tengo a Brine —dijo, señalando a un tipo con la cabeza afeitada, botas con correajes y aros en la nariz, cejas y labio inferior; pero yo no le miraba: estaba mirando el brazo extendido de Flip, que tenía tres anchos brazaletes grises en la muñeca, a mitad del antebrazo y por debajo del codo. Cinta adhesiva.

Lo que explicaba su observación de que lo de aquella tarde era un encargo personal. «Si ésta es la última moda —pensé—, dimito.»

—Tengo que irme —dije, recogiendo mis periódicos y el bolso, y buscando frenéticamente al camarero, a quien no pude encontrar porque iba vestido como todo el mundo. Dejé sobre la mesa un billete de veinte y prácticamente corrí hacia la salida.

—No me aprecia para nada —oí que Flip le decía a Brine mientras yo huía—. Al menos podría haberme dado las gracias por limpiarle la oficina.

Había cerrado mi coche, y, de vuelta a casa, empecé a sentirme casi alegre por los brazaletes de cinta adhesiva. Después de todo, Flip tendría que quitárselos. También pensé en Brine y en Billy Ray, que lleva Stetson y vaqueros ceñidos y un busca; y en el logro que era la falta de moda definida en el doctor O'Reilly.

Casi todo lo que llevan hoy en día los hombres pertenece a alguna moda definida: chaquetas anchas, mallas de ciclista, trajes, vaqueros demasiado grandes, camisetas demasiado pequeñas, zapatos de tacón, botas de caña, calcetines de ejecutivo.

Y ahora, con la incorporación de las camisas de cuadros del grunge y la ropa interior térmica, es difícil encontrar algo lo bastante feo para que no esté de moda. Pero el doctor O'Reilly lo había conseguido.

Llevaba el pelo demasiado largo y los pantalones demasiado cortos, pero era más que eso. El batería de una de las bandas de garaje llevaba en escena trenzas y zapatillas de ciclista, y parecía ir a la última. Y no era por las gafas, tampoco. Miren a Elton John. Miren a Buddy Holly.

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