– Pero aún tienes que saber. Por tu bien.
Se quedaron en silencio por un momento. Ella tenía razón… él debía averiguar si podía regresar. Tenían doce horas.
– Cuéntame lo que pasó -pidió Kara tranquilamente-. Quiero saberlo todo.
Tom asintió. Ya hacía tiempo que le contaba todo.
– Me llevará un buen rato.
– Tenemos tiempo.
***
DOCE HORAS vinieron y se fueron, y Svensson no había obligado a Monique a cambiar de opinión como prometió. Pero una mirada al rostro de él cuando abrió la puerta de la celda de paredes blancas en que ella se encontraba, y Monique sospechó que eso estaba a punto de cambiar. La habían trasladado durante la noche. Ella no tenía idea por qué o dónde. Lo que sí sabía era que el plan se desenvolvía alrededor de que ella había sido el objeto de inmensa planificación y previsión. Monique había captado suficiente entre líneas para concluir todo eso.
Los virólogos habían especulado por muchos años que un día un arma biológica cambiaría la historia. En previsión de ese día, Valborg Svensson había desarrollado planes exhaustivos. Tropezar con el virus Raison pudo haber sido una casualidad, pero no lo era para nada lo que ahora iba a hacer con él. Había invertido en una enorme red de informantes para que al primer indicio del virus correcto él pudiera abalanzársele encima. Es más, tenía muchos cientos de científicos trabajando para él.
Monique pensó que este tipo parado en la puerta del cuarto blanco de ella era un hombre brillante. Y tal vez loco de remate.
– Hola, Monique. Confío en que te hayamos tratado bien. Mis disculpas por cualquier incomodidad, pero eso cambiará ahora. Lo peor ya pasó, lo prometo. A menos, por supuesto, que te niegues a cooperar, pero eso está fuera de mi control.
– No tengo intención de cooperar -objetó ella.
– Sí, bueno, eso se debe a que aún no sabes.
Ella no le dio gusto al hacerle la obvia pregunta.
– ¿Te gustaría saber?
Aún no tuvo respuesta. Él sonrió.
– Tienes mucha firmeza de carácter; me gusta eso. Lo que no sabes es que exactamente en catorce horas nosotros… sí, nosotros, pues desde luego que no estoy sólo en esto, para nada, aunque me gustaría creer que represento un papel importante… vamos a liberar la variedad Raison en doce naciones principales.
La visión de Monique se nubló. ¿Qué estaba diciendo este tipo? Seguramente no estaba planeando…
– Sí, exactamente. Con o sin antivirus, el reloj empieza la cuenta regresiva dentro de catorce horas -anunció con una amplia sonrisa-. Asombroso, ¿no es cierto?
– Usted no puede hacer eso…
– Eso es lo que manifestaron algunos de los otros. Pero prevalecimos. Es la única manera. El destino del mundo está ahora en mis manos, querida Monique. Y en las tuyas, por supuesto.
– ¡El virus podría exterminar con la población del planeta!
– Ese es el punto. La amenaza tiene que ser verdadera. Sólo un antivirus puede salvar a la humanidad. Confío en que te gustaría ayudarnos a crear ese antivirus. Ya tenemos un buen inicio, debo decir. Quizá ni siquiera te necesitemos. Pero tu nombre está en el virus. Parece apropiado que también esté en la cura, ¿no crees?
LO PRIMERO que Tom comprendió fue que había regresado. Estaba -despertando en el Thrall con Rachelle y Johan enroscados a sus pies. Había soñado con Bangkok y se alistaba a reunirse con algunas personas que finalmente estaban dispuestas a considerar la variedad Raison.
Habían pasado la noche acurrucados juntos en el piso del Thrall. La noche parecía más fría de lo normal. La depresión flotaba en el salón como una niebla espesa. Rachelle hasta había tratado de danzar una vez, pero no logró encontrar el ritmo adecuado. Renunció y se volvió a sentar, con la cabeza entre las manos. Pronto se quedaron en silencio y se pusieron a dormir.
En algún momento en medio de la noche fueron despertados por unos arañazos en el techo, pero el sonido pasó a los pocos minutos y se las arreglaron para volver a dormir.
Tom fue el primero en despertar. Los rayos de la mañana iluminaban la traslúcida cúpula. Se paró en silencio, caminó hasta los enormes portones, y presionó el oído contra la brillante madera. Si algún ser vivo estuviera esperando detrás de los portones, no hacía ruido. Satisfecho, atravesó corriendo el salón hasta una puerta lateral que Rachelle afirmó que conducía a un depósito. La abrió y descendió un corto tramo de gradas hasta un cuartito de almacenamiento.
En la pared opuesta había un envase transparente que contenía como una docena de piezas de fruta. Un poco de pan. Bien. Cerró la puerta y volvió a subir la escalera.
Rachelle y Johan aún dormían, y Tom decidió dejarlos dormir tanto como pudiera. Fue hasta los portones principales y volvió a pegar el oído a la madera.
Esta vez escuchó durante todo un minuto. Nada.
Quitó el pasador y abrió el portón, en parte esperando oír una inesperada ráfaga de alas negras. En vez de eso sólo oyó el suave chirrido de las bisagras. El aire matutino permanecía absolutamente en calma. Abrió el portón un poco más y miró alrededor con precaución. Entrecerró los ojos en la brillante luz y rápidamente examinó la aldea por si había shataikis.
Pero no había ninguno. Contuvo el aliento e ingresó al pútrido aire de la mañana.
La aldea estaba desierta. Ni un alma, viva o muerta, ocupaba las calles una vez animadas. No había cuerpos muertos como había esperado. Sólo manchas de sangre que empapaban el suelo. Tampoco había shataikis posados en los techos, esperando que él saliera de la seguridad del Thrall. Giró la mirada hacia el techo de la edificación, pensando en los arañazos durante la noche. Todavía sin murciélagos.
Sin embargo, ¿dónde estaban las personas?
Según parece hasta los animales habían huido del valle. Los edificios ya no brillaban. Toda la aldea parecía como si la hubiera cubierto una enorme cantidad de ceniza gris.
– ¿Qué sucedió? -preguntaron Rachelle y Johan estupefactos.
– Adentro se puso negro -informó Johan con ojos desorbitados, pasando a Tom.
Él tenía razón; la madera en el interior también había perdido su brillo. De alguna manera la debió haber afectado el aire que él dejó entrar al abrir el portón. Se volvió a la escena ante él.
Tom sintió náuseas. Atemorizado. Su pulso empezó a palpitar continuamente y con severidad. ¿Había entrado de alguna manera la maldad en él, o sólo estaba aquí afuera en esta forma física? ¿Y los demás?
– ¡Todo está cambiado! -lloró Rachelle.
Ella agarró el brazo de Tom con un apretón firme y tembloroso. ¿Asustada? La joven había conocido la cautela. Pero ¿el miedo? Por tanto ella también sentía los efectos del drástico cambio incluso sin llegar a desfallecer.
– ¿Qué… qué le ocurrió a la tierra? -indagó Johan.
Los prados que rodeaban la aldea ahora eran negros. Pero el cambio más marcado en la tierra era el bosque y el borde del prado. Los árboles estaban todos achicharrados, como si un inmenso incendio hubiera asolado la tierra.
Lobreguez.
Por un prolongado tiempo se quedaron quietos, paralizados por la escena ante ellos. Tom miró a su izquierda donde el sendero zigzagueaba sobre tierra chamuscada hacia el lago. Colocó los brazos alrededor de Johan y Rachelle.
– Deberíamos ir al lago.
– ¿No podemos comer primero? -sugirió Rachelle mirándolo-. Me muero de hambre.
Los ojos de ella. No eran verdes.
El bajó los brazos y tragó saliva. Los espejos esmeraldas del alma en ella ahora tenían un tono grisáceo blancuzco. Como si hubieran contraído un estado avanzado de cataratas.
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