Poul Anderson - Tau cero

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Tau cero: краткое содержание, описание и аннотация

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La época es el siglo XXI. Los personajes son cincuenta especialistas: hombres y mujeres elegidos tras un largo y cuidadoso proceso de selección destinado a incorporar sólo personal particularmente entrenado en el viaje espacial y excepcionalmente apto para desarrollar con éxito una nueva colonia. La nave es la
, la más reciente de su clase. Y todos los esfuerzos están puestos al servicio de una única misión: viajar a través del espacio interestelar hasta un lejano planeta donde debe establecerse una colonia terrestre.
Sin embargo dos años después de su partida, la
colisiona con una nube de desechos del espacio, se avería y la ruta se altera. Todos se ven irremediablemente sin fin hacia lo desconocido.

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Escuchó algunos insultos y sonrió como un carnívoro. Cuando se detuvieron y empezaron a asegurar las cuerdas de seguridad individualmente a las vigas del motor iónico, Fedoroff pegó el casco al de Reymont para mantener por conducción una charla privada.

—Gracias, condestable —dijo.

—¿Por qué?

—Por ser un bastardo tan prosaico.

—Bien, el trabajo de reparación es bastante prosaico. Puede que hayamos recorrido mucho camino, puede que hayamos sobrevivido a la raza que nos vio nacer, pero no hemos dejado de ser una especie de monos con nariz. ¿Por qué tomarnos a nosotros mismos tan en serio?

—Vaya. Entiendo por qué Lindgren insistió en que le trajésemos con nosotros. —Fedoroff se aclaró la garganta—. Respecto a ella…

—Sí.

—Yo… estaba furioso… por su trato con ella. Era eso principalmente. Por supuesto, fui, ¡uh!, humillado personalmente. Pero un hombre debería ser capaz de superar algo así. Sin embargo, me preocupaba mucho por ella.

—Olvídelo —dijo Reymont.

—No puedo hacerlo. Pero quizá pueda entender un poco lo que hice en el pasado. Usted también debía estar herido. Y ahora, por sus propias razones, nos ha dejado a los dos. ¿Nos damos la mano y volvemos a ser amigos, Charles?

—Claro. Yo también lo quería. Los buenos hombres son difíciles de encontrar. —Los guantes se buscaron para agarrarse.

—Bien. —Fedoroff volvió a conectar su transmisor y saltó de la nave—. Vamos a popa y echemos un vistazo al problema.

17

La luz comenzó a brillar al frente, un grupo disperso de puntos como estrellas que se aproximaron, en número y brillo, hasta la gloria. Su dominio se amplió; en aquel momento el visor los mostraba ocupando casi la mitad del cielo; y aun así aquella área crecía y se hacía más brillante.

Aquellas extrañas constelaciones no estaban formadas por estrellas. Eran, al principio, familias enteras de galaxias formando un clan. Más tarde, a medida que avanzaba la nave, se dividieron en cúmulos y luego en miembros separados.

La reconstrucción que el visor realizaba del punto de vista de un observador estacionario sólo era aproximada. Del espectro recibido, un ordenador estimaba cual debía ser el desplazamiento Doppler, y por tanto la aberración, y realizaba los ajustes correspondientes. Pero no eran más que estimaciones.

Se creía que el clan se encontraba a trescientos millones de años luz de casa. Pero no había mapas de aquellas profundidades, ni estándares de medida. El error probable en el valor derivado de tau era enorme. Factores como la absorción simplemente no se encontraban en ninguna obra de consulta a bordo.

La Leonora Christine podía haber buscado un destino menos remoto, para el que hubiese datos más fiables. Sin embargo —teniendo en cuenta que a una tau ultra baja no era fácil de dirigir— la ruta la hubiese llevado a través de menos materia dentro del clan de la Vía Láctea-Andrómeda-Virgo. Hubiese ganado menos velocidad; y ahora corría a una velocidad tan cercana a C que todo incremento significaba una diferencia apreciable. Paradójicamente, el tiempo de a bordo hasta el siguiente destino posible hubiese sido mayor que para éste.

Y no se sabía, tampoco, cuánto tiempo podría aguantar la gente que viajaba en la nave.

La alegría producida por la reparación del desacelerador fue corta. Porque la otra mitad del módulo Bussard tampoco podía funcionar en el espacio interclan. Allí el gas primordial era por fin demasiado disperso. Por tanto, durante semanas la nave debía seguir una trayectoria inamovible establecida por la balística surreal de la relatividad. En el interior de la nave todo estaba ingrávido. Se discutía emplear los impulsores fónicos laterales para hacerla girar y crear así una pseudogravedad centrífuga. A pesar de su tamaño, eso hubiese provocado efectos radiales y de Coriolis que hubiesen sido demasiado problemáticos. No se la había diseñado para algo así, ni la gente estaba entrenada para ello.

Debían aguantar semanas, mientras en el exterior pasaban eras geológicas.

Reymont abrió la puerta de su camarote. El cansancio le hizo descuidado. Se empujó demasiado contra el mamparo y al soltarse salió despedido. Por un momento flotó en el aire. Pero rebotó en el otro lado del corredor, empujó y volvió a intentarlo. Una vez dentro del camarote, agarró otra barra antes de cerrar la puerta.

A aquella hora había esperado que Chi-Yuen Ai-Ling va estuviese dormida. Pero flotaba despierta, a unos pocos centímetros por encima de las camas unidas, con un solo cordón que la sujetaba. Al entrar, ella apagó la pantalla de la biblioteca con una rapidez que demostraba que no había estado prestando atención al libro proyectado en ella.

—¿Tú también? —La pregunta de Reymont pareció un grito. Habían estado acostumbrados durante tanto tiempo al pulso del motor junto a la fuerza de la aceleración, que la caída libre llenaba de silencio la nave hasta los topes.

—¿Qué? —Tenía una sonrisa incierta y preocupada. No se habían visto mucho últimamente. Él estaba demasiado ocupado por las nuevas condiciones, organizando, ordenando, obligando, preparando y planeando. Sólo venía para recuperar el poco sueño que podía.

—¿También tú eres incapaz de descansar en cero g? —preguntó él.

—No. Es decir, sí puedo. Un extraño sopor ligero, lleno de sueños, pero me siento bien después.

—Bien. —Suspiró—. Han aparecido dos casos más.

—¿Te refieres a insomnes?

—Sí. Casi colapsos nerviosos. Cada vez que se duermen se despiertan gritando. Tienen pesadillas. No estoy del todo seguro si se debe por completo a la ingravidez o es algo ya cercano al punto de ruptura. Tampoco lo sabe Urho Latvala. Acabo de hablar con él. Quería mi opinión sobre qué hacer, ahora que le quedan pocas drogas.

—¿Qué le dijiste?

Reymont intentó un sonrisa.

—Le dije quién creía que debía tenerlas incondicionalmente, y quién podría sobrevivir sin ellas.

—Comprendes que el problema no son simplemente los efectos psicológicos —dijo Chi-Yuen—. Es la fatiga. El puro cansancio físico, al intentar hacer demasiadas cosas en un ambiente sin gravedad.

—Por supuesto. —Reymont metió una pierna bajo la barra para mantenerse mientras empezaba a quitarse el mono—. Es innecesario. Los hombres del espacio normales saben cómo manejarse, y tú, yo y unos pocos más. No nos cansamos al intentar coordinar los músculos. Son esos científicos terrestres los que lo hacen.

—¿Cuánto tiempo más, Charles?

—¿De esta forma? ¿Quién sabe? Planean reactivar mañana los campos de fuerza, a la potencia mínima de las plantas de energía. Una precaución, en caso de que choquemos con materia más densa antes de lo esperado. La última estimación que he oído sobre cuando alcanzaremos otro clan es de una semana.

Ella se relajó aliviada.

—Eso lo podemos soportar. Y entonces… buscaremos nuestro nuevo hogar.

—Eso espero —gruñó Reymont. Guardó las ropas, tembló un poco aunque el aire estaba caliente y sacó el pijama.

Chi-Yuen se acercó. Su agarre la detuvo.

—¿Qué quieres decir con eso? ¿No lo sabes?

—Mira, Ai-Ling —dijo cansado—, se te ha informado como a todos los demás sobre los problemas de instrumentación. Por el maldito infierno, ¿cómo esperas que pueda contestar a algo así?

—Lo siento…

—¿Hay que acusar a los oficiales si los pasajeros no escuchan sus informes o no los entienden? —La voz de Reymont se elevó con furia—. Algunos de vosotros os estáis desmoronando de nuevo. Algunos os habéis refugiado tras las barricadas de la apatía, la religión, el sexo, o cualquier otra cosa, hasta que nada se queda en vuestra memoria. La mayor parte de vosotros… bien, fue saludable el trabajo en esos proyectos de investigación y desarrollo, pero se ha convertido en un mecanismo de defensa por sí mismo. Otra forma de limitar vuestra atención para excluir ese enorme universo malvado. Y ahora, cuando la caída libre os impide seguir trabajando, volvéis a meteros en vuestros pequeños agujeros. —En tono cruel—: Adelante. Haz lo que quieras. Todos vosotros podéis hacer lo que queráis. ¡Pero no vuelvas a chincharme! ¿Me oyes?

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