Poul Anderson - Tau cero

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Tau cero: краткое содержание, описание и аннотация

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La época es el siglo XXI. Los personajes son cincuenta especialistas: hombres y mujeres elegidos tras un largo y cuidadoso proceso de selección destinado a incorporar sólo personal particularmente entrenado en el viaje espacial y excepcionalmente apto para desarrollar con éxito una nueva colonia. La nave es la
, la más reciente de su clase. Y todos los esfuerzos están puestos al servicio de una única misión: viajar a través del espacio interestelar hasta un lejano planeta donde debe establecerse una colonia terrestre.
Sin embargo dos años después de su partida, la
colisiona con una nube de desechos del espacio, se avería y la ruta se altera. Todos se ven irremediablemente sin fin hacia lo desconocido.

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Johann Freiwald le llevó a Emma Glassgold un aparato que había fabricado para ella. Como habían propuesto, ella unía sus fuerzas a las de Norbert Williams para diseñar detectores de vida de largo alcance. El mecánico la encontró trajinando en el laboratorio, con las manos ocupadas y tarareando para sí misma. Los aparatos y el resto del material eran esotéricos, los olores químicos intensos, y de fondo estaba el interminable murmullo y el temblor que indicaban que la nave seguía adelante; y aun así Emma podía haber sido una simple recién casada que le preparaba a su esposo un pastel de cumpleaños.

—Gracias. —Sonrió al recoger el aparato.

—Pareces feliz —dijo Freiwald—. ¿Por qué?

—¿Por qué no?

Él movió el brazo en un gesto violento.

—¡Por todo!

—Bien… naturalmente, fue una desilusión lo del cúmulo de Virgo. Aun así, Norbert y yo… —Se detuvo poniéndose roja—. Aquí tenemos un problema fascinante, un verdadero desafío, y él ya ha hecho una propuesta brillante. —Inclinó la cabeza y miró a Freiwald—. Nunca te había visto tan deprimido. ¿Qué ha sido de ese feliz nietzchenismo tuyo?

—Hoy abandonamos la galaxia —dijo—. Para siempre.

—Pero, ya sabías…

—Sí. También sabía, sé, que debo morir algún día, y Jane también, lo que es aún peor. Pero eso no lo hace más fácil. ¿Crees que alguna vez nos detendremos? —le preguntó de pronto el enorme hombre rubio.

—No lo sé —le contestó Glassgold. Se puso de puntillas para palmearle en los hombros—. No fue fácil resignarme a esa posibilidad. Sin embargo, lo conseguí, gracias a la misericordia de Dios. Ahora puedo aceptar lo que vaya a suceder, y disfrutar de lo bueno que venga. Estoy segura de que puedes hacer lo mismo, Johann.

—Lo intento —dijo—. Está tan oscuro ahí fuera. Nunca pensé que yo, un adulto, volviese a tener miedo de la oscuridad.

El gran remolino de soles se contrajo y se hizo menos brillante a popa. Otro comenzó a aparecer lentamente por delante. En el visor aparecía como un objeto delicado, de esmerada belleza, como una tela enjoyada. Más allá, a su alrededor, aparecieron más, pequeños borrones y puntos de luz. Parecían monstruosamente lejanos y aislados, a pesar del encogimiento einsteniano del espacio a la velocidad de la Leonora Christine .

La velocidad seguía aumentando, no tan rápido como en las regiones que habían dejado atrás —allí la concentración de gas era de una cienmilésima de las cercanías del Sol—, pero lo suficiente para llevarla a la siguiente galaxia en unas semanas de su tiempo. No podrían obtenerse observaciones precisas sin mejoras radicales de la tecnología astronómica: una tarea a la que Nilsson y su equipo se entregaron con la intensidad de los fugitivos.

Realizó un descubrimiento al probar personalmente una unidad fotoconversora. Allí fuera había unas pocas estrellas. No sabía si perturbaciones caóticas las habían lanzado a la deriva fuera de sus galaxias de origen, muchos miles de millones de años atrás, o si de alguna forma desconocida se habían formado en aquellas regiones remotas. Por un azar grotescamente improbable, la nave pasó tan cerca de una que pudo identificarla —una vieja y apagada enana roja— y fue capaz de demostrar que tenía planetas, por lo poco que su aparato pudo ver antes de que el sistema fuese tragado por la distancia.

Era una idea extraña, esos mundos helados y en sombras, muchas veces más viejos que la Tierra, quizás uno o dos con vida, y sin ninguna estrella que iluminase sus noches. Cuando se lo comentó a Lindgren, ella le dijo que no divulgase esa información.

Varios días más tarde, al volver del trabajo, abrió la puerta de su camarote y la encontró allí. Ella no se dio cuenta. Estaba sentada en la cama, de espaldas, con los ojos fijos en una foto familiar. La luz era poco intensa y la dejaba a oscuras, pero a su vez era tan fría que su pelo parecía blanco. Rasgueó el laúd y cantó… ¿para sí misma? No era la alegría de su amado Bellman. La lengua, de hecho, era danés. Después de unos momentos, Nilsson reconoció la letra, La canción de Gurre de Jacobsen, y la melodía que Schónberg había escrito para ella.

Se oyó la llamada del rey Valdemar a sus hombres, levantados de los ataúdes para seguirle en el viaje espectral que estaba condenado a realizar.

¡Saludos, rey, aquí en el lago Gurre!
Desde la isla comenzamos nuestra búsqueda,
deja que la flecha vuele desde los arcos sin cuerda
que hemos apuntado con un ojo ciego.
Golpeamos y perseguimos al ciervo de las sombras,
y la sangre fluirá como el rocío de las heridas.
Los cuervos de la noche vuelan
aleteando sombríos,
y el follaje hace resonar los cascos,
así que debemos buscar todas las noches,
dice, hasta el día del juicio final.
Caballos, perros,
¡deteneos sobre esta tierra!
Aquí está el castillo que una vez fue.
Alimenta tus caballos con los cardos;
los hombres pueden comer de su renombre.

Comenzó a cantar los siguientes versos, el llanto de Valdemar por su amor perdido; pero titubeó y fue directamente a las palabras de sus hombres mientras amanecía.

El gallo levantó la cabeza para cantar,
tiene el día dentro de él,
y el rocío de la mañana es rojo
por la herrumbre de las espadas.
¡Ya ha pasado el momento!
Las tumbas reclaman con bocas abiertas,
y la tierra absorbe todos los terrores
temerosos de la luz.
¡Húndete, húndete!
Fuerte y radiante, llega la vida,
con hazañas y ritmos pesados.
Y nosotros somos muertos.
Tristes y muertos,
angustiados y muertos.
¡A las tumbas! ¡A las tumbas! Al sueño de pesadillas…
¡Oh, si pudiésemos descansar en paz!

—Eso me suena demasiado cercano, querida —le dijo Nilsson, después de un momento de silencio.

Ella miró a su alrededor. El cansancio era evidente en su rostro.

—No lo cantaría en público —contestó.

Preocupado, él se acercó, se sentó a su lado y preguntó:

—¿Crees de verdad que la nuestra es la búsqueda alocada de los condenados? No lo sabía.

—Intento que no se note. —Miraba directamente al frente. Tocaba con los dedos algunas cuerdas del laúd—. A veces… Ahora estamos en el año un millón, ¿sabes?

Él la cogió por la cintura.

—¿Qué puedo hacer para ayudarte, Ingrid? Lo que sea.

Ella agitó la cabeza.

—Te debo tanto —dijo él—. Tu fuerza, tu amabilidad, tú misma. Me convertiste de nuevo en un hombre. —Luego añadió con dificultad—: No el mejor de los hombres, lo admito. No soy guapo o encantador o ingenioso. A menudo olvido siquiera intentar ser un buen compañero para ti. Pero quiero serlo.

—Por supuesto, Elof.

—Si tú, bien… te has cansado de nuestro acuerdo… o simplemente quieres más variedad…

—No. Nada de eso. —Puso el laúd a un lado—. Debemos llevar esta nave a puerto, si podemos. No me atrevo a que nada más tenga importancia.

Él la miró herido; pero antes de poder preguntar qué quería decir, ella sonrió, lo besó y dijo:

—Aun así, nos vendría bien un descanso. Un tiempo para olvidar. Puedes hacer algo por mí, Elof. Saca nuestras raciones de licor. Sírvete la mayor parte; eres muy dulce cuando has disuelto tu timidez. Invitaremos a alguien joven y alegre (creo que Luis y María) y nos reiremos y jugaremos y haremos tonterías en este camarote y derramaremos un cubo de agua sobre aquel que diga algo en serio… ¿Lo harás?

—Si puedo —dijo él.

La Leonora Christine penetró en la nueva galaxia por el plano ecuatorial, para maximizar la distancia que debería atravesar por entre el gas y el polvo estelar. Incluso en el borde, donde los soles todavía estaban muy dispersos, empezó a alcanzar aceleraciones más altas. La furia de aquel paso la hizo vibrar con mayor fuerza y ruido.

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