Blaine se encaminó por la larga avenida del pueblo y se detuvo un minuto esperando. Las ventanas del Puesto ya se hallaban llenas con el rugiente fuego de las llamas. Blaine le volvió la espalda y continuó andando avenida adelante.
«Y entonces, se dijo Blaine para si mismo, era una espléndida ocasión para enfrentarse personalmente con Finn». Dentro de pocos minutos la población estaría revuelta con el incendio del Puesto Comercial y la policía demasiado ocupada para molestar a un hombre que estuviera en la calle por la violación del toque de queda.
Un grupo de gente permanecía en la puerta del hotel, atraída por el fuego, que rugía en la soledad de la noche, encendiendo el cielo de púrpura a dos bloques de casas más allá. No prestaron a Blaine la menor atención. No se advertía signo alguno de policía.
—Ya tenemos otro asunto con los enemigos del Anzuelo — decía un hombre a otro — Ahí ves qué mentalidad tienen, durante el día van a comerciar con ellos y por la noche se deslizan en la oscuridad y les prenden fuego a sus instalaciones…
—Te juro por Dios — dijo el otro hombre — que no veo por qué el Anzuelo se resigna a esto. Con lo fácil que les sería…
—Bah, al Anzuelo no le preocupa demasiado — repuso su interlocutor —. Yo estuve cinco años con ellos. Te digo que el sitio ese es fantástico…
«Reporteros de la prensa», se dijo Blaine a sí mismo. Un hotel lleno a rebosar con muchachos de la prensa venidos para presenciar lo que Finn iba a decir al día siguiente. Se fijó en el individuo que decía haber permanecido cinco años en el Anzuelo; pero no le reconoció en absoluto.
Blaine se adentró en el vestíbulo del hotel, que se hallaba vacío en aquel momento Se metió las manos en los bolsillos de la chaqueta para que nadie advirtiese el destrozo de sus nudillos, que llevaba ensangrentados. El hotel era una vieja instalación, tanto en el edificio como en la fornitura, y sin duda aquello no había cambiado desde hacía muchos años Todo estaba concebido al viejo estilo, ya muy pasado de actualidad, y se apreciaba enseguida el desagradable olor de la mucha gente que había pasado allí pocas horas bajo su techo. Unas cuantas personas estaban sentadas aquí o allá, leyendo un periódico o mirando distraídamente a cualquier sitio, con expresión aburrida. Blaine miró al reloj colgado encima de la recepción y marcaba exactamente las 11:30 de la noche. Se dirigió hacia el ascensor y a la escalera situada más allá.
—¡Shep!
Blaine se detuvo y miró.
Un hombre se había levantado vivamente de un sillón de cuero y se dirigía hacia él a través de la amplia habitación. Blaine esperó a que llegara junto a él, pareciéndole que un pequeño insecto le corría por la espina dorsal.
Aquel hombre se fijó en la mano de Blaine, que había sacado al tenderle la suya en un saludo.
—Me he caído — dijo tropezando en la oscuridad.
El hombre le miró nuevamente a la mano.
—Creo que harías mejor en lavártela.
—Eso es lo que intentaba hacer — respondió Blaine.
—¿Me conoces, verdad? — preguntó el individuo — Soy Bob Collins. Te encontré en el Anzuelo hace un par de años, allá en el bar del «Fantasma Rojo».
—Ah, sí — dijo Blaine —. Desde luego que te conozco. Al principio estaba algo confundido ¿Qué tal te encuentras?
—Voy tirando regularmente. Me salí del Anzuelo y después me he dedicado al periodismo.
—¿Has venido por lo de Finn?
Collins aprobó con un gesto de cabeza.
—Y a ti, ¿qué tal te van las cosas?
—Venía a ver a Finn.
—Serás un tipo afortunado si consigues verle Se aloja en el número 210. Tiene en la puerta un buen perro guardián.
—Creo que él querrá verme a mí.
Collins hizo una mueca significativa.
—Creo que tú le has puesto en un aprieto.
—Pues has oído bien.
—No tienes muy buen aspecto — dijo Collins —. No te ofendas; pero si necesitas algún dinero…
Blaine sonrió.
—¿Un trago quizás?
—No, tengo prisa por ver a Finn.
—¿Estás con él?
—N, exactamente.
—Mira, Shep, allá en el Anzuelo éramos buenos camaradas. ¿Puedes decirme lo que sabes? Nada en absoluto, supongo. Haz un buen trabajo en esto y que puedan devolverme al Anzuelo. No hay nada que desee tanto…
Blaine sacudió la cabeza.
—Mira, Shep, hay toda clase de rumores. Ha habido un camión que se salió de la carretera y con el chófer fue a parar al río. Había algo dentro de ese camión, terriblemente importante para Finn. Ha hecho un llamamiento a la prensa, para hacer unas declaraciones sensacionales. Tiene algo que desea que veamos todos nosotros. El rumor se refiere a una máquina estelar. Dime, Shep, ¿tú crees que será cierto eso de la máquina estelar? Nadie está seguro…
—No tengo la menor idea, amigo — repuso Blaine.
Collins se le aproximó más, con la voz en tono de murmullo.
—Esto es algo grande, Shep, si Finn consigue lo que se propone. Cree que tiene en sus manos lo suficiente para barrer a todos los parakinos. A todos y a cada uno de los parakinos, el completo concepto del PK, para barrerlo del mapa. Ya sabes que lleva trabajando fanáticamente en eso muchos años, aunque sea en un camino más bien fanático, desde luego, pero son muchos los años que lo viene persiguiendo. Ha venido predicando el odio y la violencia por todo el país y ahora tiene a la mano una prueba para poner su causa al rojo vivo. En cuanto pueda demostrarlo, todo el mundo cerrará los ojos a los procedimientos que viene predicando. Cuanto desea es una matanza de parakinos.
—Te has olvidado de que yo soy un parakino — dijo Blaine.
—También lo era Lambert Finn… en un tiempo.
—Existe ya demasiado odio — comentó Blaine amargamente — Se han puesto etiquetas detractaras a todo esto. Los reformadores llaman a los paranormales parakinos, y éstos llaman a los reformadores galápagos. Pero a vosotros no os importa un ardite. No os importa en absoluto el camino que sigue este odio por todo el mundo. Lo único que os interesa es escribir sobre lo que ocurre esparciendo sangre en cada página de vuestros periódicos, sin importaros de dónde procede, sino únicamente la sangre…
—¡Por el amor de Dios Shep!
—Pero te diré algo. Puedes decir en tu periódico que Finn ya no tiene nada que mostrar en público, ni una sola palabra que decir. Puedes añadir además que está asustado y que ha dado el último tropezón de su vida.
—¡Shep, no te burles de mi!
—No se atreverá a mostrarse ante el público, puedes estar seguro…
—¿Y qué ha ocurrido para eso?
—Algo que si lo llevara a la práctica le pondría en un ridículo mortal. Finn quería mostrar una prueba acusatoria conseguida. Pero ten por seguro de que no lo hará. No mostrará nada. Mañana por la mañana, Finn será el hombre más asustado que el mundo haya conocido.
—Pero yo no puedo escribir eso. Tú sabes que no es posible…
—Bien, mañana a mediodía estará impreso por todas partes — le aseguró Blaine — Todos lo escribirán a la luz del día. Si tú te das prisa en este momento las noticias aparecerían en la edición de la mañana Y aportarías a la prensa y a tu periódico la noticia del siglo Si es que tienes tripas para hacerlo…
—Pero ¿puedo estar seguro, Shep? ¿Sabes lo que eso significa?
—Afina tu inteligencia, muchacho — continuó Blaine —. Es verdad, palabra a palabra. Ya es cuestión tuya. Ahora debo continuar con mis asuntos. Collins pareció vacilar.
—¡Gracias, Shep! No sabes cómo te lo agradezco. Blaine dejó a Collins trastornado de pies a cabeza con la fabulosa noticia periodística y se dirigió rectamente hacia la escalera. Llegó al segundo piso y al final del corredor, en la izquierda, un hombre sentado en una silla estaba tranquilamente recostado sobre la pared.
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