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Joe Haldeman: La guerra interminable

Здесь есть возможность читать онлайн «Joe Haldeman: La guerra interminable» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию). В некоторых случаях присутствует краткое содержание. Город: Barcelona, год выпуска: 1978, ISBN: 84-350-0191-1, издательство: Edhasa, категория: Фантастика и фэнтези / на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале. Библиотека «Либ Кат» — LibCat.ru создана для любителей полистать хорошую книжку и предлагает широкий выбор жанров:

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Joe Haldeman La guerra interminable

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Iniciada en 1997, la guerra con los taurinos se arrastra desde hace siglos. Pasando de un mundo a otro a velocidades superiores a la de la luz, las tropas de la guerra interminable envejecen sólo unos pocos días mientras en la Tierra pasan los años; una Tierra más y más irreconocible en cada nueva visita. Premio Nebula en 1975; premios Hugo y Locus en 1976.

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—Siéntense, siéntense.

Hizo un ademán con la mano, como si palmeara el aire; después se paró en jarras y observó a la compañía con una sonrisilla.

—Bienvenidos a Charon. Han elegido un día maravilloso para llegar; la temperatura exterior es estival: 8,15 grados Farenheit sobre cero. La cosa no cambiará mucho en los próximos dos siglos.

Algunos de los muchachos rieron sin muchas ganas.

—Será mejor que disfruten el clima tropical de la base Miami; disfrútenla mientras puedan. Aquí estamos en el centro de la parte soleada, pero casi todo el adiestramiento se llevará a cabo en la parte oscura. Allá la temperatura es de 2,08. Bien pueden considerar que todos los ejercicios hechos en la Tierra y en la Luna son sólo práctica elemental, cumplida con el solo objeto de darles una buena oportunidad de sobrevivir en Charon. Aquí tendrán que emplear todo el repertorio: herramientas, armas, maniobras. Descubrirán que con este frío las herramientas no funcionan como debieran y que las armas se niegan a disparar. Y la gente debe moverse con muchísimo cuidado.

Estudió la lista que tenía en la mano y prosiguió:

—En este momento son cuarenta y nueve mujeres y cuarenta y ocho hombres. Dos muertes en la Tierra y una baja por motivos psiquiátricos. Después de leer el resumen del entrenamiento recibido, francamente me asombra que hayan llegado tantos hasta aquí. Pero les conviene saber que me daría por satisfecho con que en esta etapa final se graduaran solamente cincuenta: la mitad. Y la única manera de no graduarse es morir. Aquí. El único modo de volver a la Tierra (incluso para mí) es después de haber combatido.

«Completarán un mes de adiestramiento. Desde aquí irán al colapsar Puerta Estelar, distante media luz, para permanecer en Puerta Estelar I, que es una colonia establecida en el mayor de los planetas portales, hasta que llegue el relevo. Afortunadamente será sólo un mes, pues en cuanto ustedes se marchen llegará aquí otro grupo. Cuando salgan de Puerta Estelar será para dirigirse a algún colapsar estratégicamente importante; allí ustedes instalarán una base militar y, si los taurinos la atacan, lucharán contra el enemigo. De lo contrario mantendrán esa base hasta recibir nuevas órdenes. Las dos últimas semanas del adiestramiento consistirán precisamente en construir una base como ésa, aquí, en el lado oscuro. Estarán totalmente aislados con respecto a la base Miami: sin comunicaciones, médicos ni suministros. Poco antes de que acaben esas dos semanas pondremos a prueba sus defensas por medio de un ataque con naves teledirigidas. Irán armadas.

¿Era posible que hubieran gastado tanto dinero sólo para matarnos durante el adiestramiento?

—Todo el personal permanente de Charon está constituido por veteranos de guerra. Por lo tanto, todos tenemos entre cuarenta y cincuenta años de edad. Sin embargo, creo que podemos seguirles el paso. Dos de nosotros permanecerán siempre con ustedes y les acompañarán al menos hasta Puerta Estelar. Son el capitán Sherman Stott, el comandante de la compañía, y el sargento primero Octavio Cortez. ¿Caballeros?

Dos hombres sentados en la hilera del frente se levantaron tranquilamente y se volvieron a mirarnos. El capitán Stott era algo más menudo que el mayor, pero ambos parecían cortados por la misma tijera: rostro duro y liso como la porcelana, semi-sonrisa cínica, un centímetro exacto de barba en tomo a la barbilla prominente y un aspecto que revelaba treinta años, cuanto más. Llevaba una gran pistola sobre la cadera, con todo el aspecto de las armas a pólvora.

El sargento Cortez era otra historia, un relato de horror. Tenía la cabeza rasurada y de una forma extraña: por un lado era plana, como si le hubieran quitado un gran pedazo de cráneo. Era muy moreno y tenía la cara sembrada de arrugas y heridas. Le faltaba la mitad de la oreja izquierda y sus ojos eran tan expresivos como los interruptores de una máquina. Lucía una combinación de barba y bigote que parecía una escuálida oruga blanca paseando en torno a la boca. En cualquier otra persona esa sonrisa casi infantil habría resultado agradable, pero él era la criatura más fea y perversa que yo haya visto en mi vida. Sin embargo, si uno descartaba la cabeza y se atenía sólo al metro ochenta, más o menos, que seguía por debajo, podría haber pasado por publicidad para algún curso de cultura física. Ni él ni Stott llevaban cintas en el mono de trabajo. Cortez llevaba bajo el sobaco izquierdo una pistola a láser de bolsillo, suspendida en un cierre magnético; su culata de madera estaba pulida por el uso.

—Ahora, antes de confiarles a los más tiernos cuidados de estos dos caballeros, permítanme que les haga una recomendación. Hace dos meses no había un alma en este planeta; sólo quedaba algún equipo abandonado por la expedición de 1991. Un pelotón de cuarenta y cinco hombres luchó durante todo un mes para levantar esta base; de ellos murieron veinticuatro, más de la mitad. Éste es el planeta más peligroso que los hombres hayan tratado jamás de habitar, pero los que ustedes van a visitar son tan malos como éste, o peores aún. Sus instructores tratarán de mantenerles vivos durante los treinta días siguientes. Préstenles atención… y sigan su ejemplo; todos llevan aquí un tiempo mucho más prolongado que el que ustedes deberán pasar. ¿Bien, capitán?

—¡Atención!

La última sílaba fue como un estallido; todos nos levantamos de un salto.

—Voy a decirles algo; lo haré una sola vez, así que les conviene escuchar bien —gruñó—. Aquí estamos realmente en situación de combate; en estas condiciones hay sólo un castigo para la desobediencia o la insubordinación.

Extrajo la pistola de su cadera y la sostuvo por el cañón, como si fuera una cachiporra, mientras explicaba:

—Ésta es una pistola automática reglamentaria modelo 1911, automática, calibre 45; se trata de un arma primitiva, pero muy eficaz. El sargento y yo estamos autorizados a utilizar nuestras armas para reforzar la disciplina. No nos obliguen a emplearlas porque lo haremos. Va en serio.

Volvió a poner la pistola en su sitio, con un fuerte chasquido que retumbó en aquel mortal silencio.

—El sargento Cortez y yo hemos matado entre los dos más personas de las que hay en esta habitación. Los dos luchamos en Vietnam por EE UU y los dos nos unimos, hace más de diez años, a la Guardia Internacional de las Naciones Unidas. Yo he tomado licencia como mayor para gozar del privilegio de comandar esta compañía, y el sargento Cortez ha hecho lo mismo con respecto a su grado de submayor, debido a que ambos somos soldados de combate y ésta es la primera situación de combate que se ha producido desde 1987. Recuerden bien lo que les he dicho mientras el sargento primero les da instrucciones más específicas sobre las tareas que les corresponderán. Hágase cargo, sargento.

Giró sobre sus talones y salió a grandes pasos de la habitación. Su expresión no había cambiado un solo milímetro durante toda esa arenga. El sargento primero avanzó como una máquina pesada con un montón de cojinetes. En cuanto la puerta se hubo cerrado con su discreto siseo, se volvió hacia nosotros y dijo:

—Tranquilos, siéntense.

Su voz resultó sorprendentemente suave. Tomó asiento en una mesa, al frente de la habitación: el mueble, aunque crujiendo, le sostuvo.

—El capitán habla como un monstruo, yo parezco un monstruo, pero los dos tenemos buenas intenciones. Puesto que ustedes van a tener que trabajar mucho conmigo, conviene que se acostumbren a esto que tengo colgando frente al cerebro. No creo que traten mucho al capitán, salvo durante las maniobras. —Se llevó una mano a la parte plana de la cabeza y agregó—: Y hablando de cerebro, todavía tengo el mío entero, a pesar de los esfuerzos que hicieron los chinos por quitármelo. Todos los veteranos que entramos en la FENU tuvimos que pasar por los mismos criterios que rigieron la Ley de Reclutamiento Escogido. Por lo tanto, sospecho que todos ustedes son de mente rápida o cuerpo duro…, pero recuerden una cosa: el capitán y yo somos de mente rápida, cuerpo duro y, además, tenemos mucha experiencia.

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