Robert Silverberg - El poder oculto
Здесь есть возможность читать онлайн «Robert Silverberg - El poder oculto» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Город: Madrid, Год выпуска: 1981, ISBN: 1981, Издательство: Martínez Roca, Жанр: Фантастика и фэнтези, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.
- Название:El poder oculto
- Автор:
- Издательство:Martínez Roca
- Жанр:
- Год:1981
- Город:Madrid
- ISBN:84-270-0649-7
- Рейтинг книги:5 / 5. Голосов: 1
-
Избранное:Добавить в избранное
- Отзывы:
-
Ваша оценка:
- 100
- 1
- 2
- 3
- 4
- 5
El poder oculto: краткое содержание, описание и аннотация
Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «El poder oculto»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.
El poder oculto — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком
Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «El poder oculto», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.
Интервал:
Закладка:
Por fin llegó al extremo del surco y alzó la vista. Rinehart le aguardaba allí, con los brazos en jarras, tan fresco y rozagante como cuando empezaran. Sonreía.
—Un trabajo duro, ¿eh, Ry?
Demasiado agotado para responder, Davison se limitó a asentir.
—No dejes que te venza. Un par de semanas aquí y te endurecerás. Sé cómo os sentís los tipos de la ciudad al principio.
Davison se secó la frente.
—Nunca hubiera creído que arrancar vainas de unos tallos fuera algo tan difícil —dijo.
—Es un trabajo duro, no lo niego —Rinehart le dio un golpecito amistoso en la espalda—. Te acostumbrarás. Volvamos a la casa y te obsequiaré con una cerveza.
Al día siguiente, ya tenía que trabajar la jornada completa. Hacía calor, como sin duda lo haría todos los días en el futuro.
La familia entera le acompañaba: el matrimonio, Janey, Bo y Buster. Cada uno llevaba su propio arnés con el cesto atrás para echar las vainas.
—Empezaremos por el extremo este —dijo Rinehart. Y sin más discusión, toda la tropa le siguió. Cada uno ocupó su surco. Davison se encontró entre Janey a la izquierda y Bo a la derecha. Allá, a lo lejos, vio a Dirk Rinehart abriéndose camino entre los tallos apretados.
Una cosechadora con dos piernas, simplemente. Estudió por un momento los movimientos del viejo, tan sencillos al parecer, hasta que, consciente de que Janey y Bo le habían adelantado ya unos pasos, se lanzó al trabajo.
El sol de la mañana seguía ascendiendo en el cielo y, aunque no había llegado aún la hora de más calor, Davison empezó a sudar apenas llevaba unos segundos inclinándose y recogiendo. Se detuvo para frotarse la frente con la manga y oyó una risa ligera y burlona delante de él.
Enrojeciendo violentamente, alzó la vista y advirtió que Janey se había detenido en el surco y le miraba sonriendo, con las manos en las caderas, en la misma postura que su padre adoptara el día anterior. Eso le irritó. Sin decir una palabra, bajó la cabeza y volvió a su tarea.
Un músculo se quejó en la parte inferior del brazo derecho, debido a aquel movimiento de echar el brazo atrás y dejar caer las vainas en el cesto, tensando los músculos del sobaco de un modo insólito para él, que jamás los había usado.
Creyó oír las burlonas palabras de Kechnie: « No querrás que tus músculos se atrofien, hijo». Palabras pronunciadas a la ligera, en broma. Ahora comprendía Davison que encerraban una gran verdad.
Había confiado en la metapsíquica para las tareas corrientes de la vida, se había vanagloriado de su dominio de la telecinesis, poder que le aliviaba de la mayoría de las rutinas diarias. Cositas pequeñas…, como abrir las puertas, levantar las sillas, mover los muebles… Resultaba más sencillo hacer volar un objeto que arrastrarlo, se había dicho siempre. ¿Por qué no utilizar un poder si lo disfrutas a la perfección?
La respuesta era que no podía disfrutarlo a la perfección…, todavía. La perfección implicaba algo más que el pleno control de los objetos. También significaba aprender moderación, saber cuándo se debía utilizar y cuándo no.
En la Tierra, donde no importaba, había empleado ese poder casi de modo excesivo. Aquí no se atrevía… Y estos músculos doloridos eran el precio que debía pagar por su comodidad anterior. Kechnie sabía lo que hacía, por supuesto.
Llegaron finalmente al extremo del surco, Davison y Buster Rinehart los últimos, bajo un calor agobiante pero a Buster ni siquiera le faltaba el aliento. Davison creyó advertir, sin que pudiera asegurarlo, un gesto de desaprobación en el rostro de Rinehart, como si se sintiera a disgusto con la actuación del nuevo obrero. En cambio, la expresión de Janey era de patente desprecio. Los ojos, bajo los pesados párpados, le miraban casi de modo insultante.
Se volvió, pues, a mirar a Rinehart, que vaciaba su cesto en el camión que aguardaba en el campo.
—Descarguemos antes de empezar el surco siguiente —ordenó a Davison.
El campo se extendía interminablemente ante su vista. Davison alzó el cesto con unas manos insensibles y vio caer las vainas de un verde grisáceo en la parte trasera del camión. Volvió a colocárselo en el arnés y se sintió mucho más ligero, ahora que el peso ya no le agobiaba.
Tuvo un pensamiento fugaz al avanzar hacia el surco siguiente. ¡Que sencillo sería hacer volar las vainas hacia el cesto! Sin más inclinaciones ni giros de brazo, aquel brazo que parecía a punto de desprenderse.
Sencillo. Ya lo creo. Demasiado sencillo… Desdichadamente, si Janey, Bo o cualquiera de los demás se volvían por casualidad y veían cómo las vainas volaban misteriosamente hasta el cesto de Davison, éste sería quemado a la caída de la tarde.
«¡Maldito Kechnie!», pensó con rabia, secándose una gota de sudor en su brillante rostro.
La idea que le pareciera una broma absurda media hora antes se presentaba ahora a los ojos de Davison como una posibilidad auténtica y muy tentadora.
Iba retrasado casi un surco entero con respecto a los demás. Estaba quedando en ridículo. Y su cuerpo, nada atlético por falta de ejercicio, le dolía espantosamente.
Tenía el poder y no lo utilizaba. Lo reprimía en su interior y eso le hacía daño. Se repetía el caso del cuenco de la sopa caliente. No sabía qué le dolía más, si continuar inclinándose y echando atrás el brazo dolorido una y otra vez bajo el sol ardiente o reprimir su poder a costa de un esfuerzo insoportable, hasta el punto de que parecía que iba a desbordarse.
Se esforzó en concentrarse en lo que hacía, y en olvidar su poder. «Es el proceso de aprendizaje —se dijo secamente—. De maduración. Kechnie sabe lo que hace.»
Llegaron de nuevo al extremo del surco y, entre la niebla de la fatiga, oyó que Rinehart decía:
—De acuerdo, descansemos un rato. De todos modos, hace demasiado calor para trabajar.
Se quitó el arnés, lo dejó donde estaba y emprendió el camino de regreso a la casa. Con un suspiro reprimido de alivio, Davison se quitó también las correas de piel y se enderezó.
Avanzó a través del campo, observando que Janey se situaba a su lado.
—Pareces agotado, Ry —comentó.
—Lo estoy. Se necesita algún tiempo para acostumbrase a este tipo de trabajo, supongo.
—Eso creo yo también —dijo ella. Se inclinó para sacudirse un poco de tierra—. Uno se endurece —continuó— o acaba destrozado. El último obrero que tuvimos se desmoronó. Tú pareces más fuerte.
—Espero que tengas razón —dijo Davison.
Se preguntó quién habría sido aquel hombre y qué poder misterioso habría ocultado en sí mismo. Para algunos no sería tan malo. Un precognoscitivo no necesitaría una sesión de entrenamiento de este tipo…, pero los precognoscitivos eran uno en un cuatrillón. Quizá tampoco los telépatas, ya que cualquiera con el don de la telepatía tenía una mente tan superior que este ejercicio de jardín de infancia le sería innecesario.
—Sólo los Esper en proceso de desarrollo habían de viajar a los mundos no metapsíquicos, pensó Davison. Los telecinésicos, los piréticos y demás, cuyos poderes sencillos y no especializados llegaban a inspirarles una falsa seguridad.
Un nuevo pensamiento se abrió camino en su mente mientras cruzaba el campo, algo distraído por las hermosas piernas de Janey, que seguía a su lado. Un hombre corriente necesita cierto alivio sexual. La continencia prolongada requiere un tipo de mente especial, y la mayoría de los hombres caían sencillamente, vencidos por la tensión.
¿Y un Esper normal? ¿Conseguiría reprimir su poder durante cinco años? Ya sentía la tensión y apenas llevaba allí un par de días.
Sólo un par de días, pensó Davison. Sólo durante cuarenta y ocho horas había ocultado su poder metapsíquico. Se detuvo a calcular cuántos días había en cinco años y rompió a sudar de nuevo.
Читать дальшеИнтервал:
Закладка:
Похожие книги на «El poder oculto»
Представляем Вашему вниманию похожие книги на «El poder oculto» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.
Обсуждение, отзывы о книге «El poder oculto» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.