Arthur Clarke - Luz de otros tiempos

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La historia de lo que sucede cuando un brillante industrial aprovecha los beneficios de la física cuántica. Así consigue que cualquier persona pueda ver lo que hace otra desde cualquier sitio en cualquier situación. Las esquinas y paredes ya no son barreras, todo momento de la existencia por muy privado o íntimo que sea queda expuesto a los demás. Esta nueva tecnología supone la súbita abolición de la intimidad humana… para siempre. Mientras que los hombres y mujeres afrontan el trauma de la nueva situación, esta misma tecnología demostrará ser capaz de mirar también en el pasado. Nada puede prepararnos para lo que vendrá después: el descubrimiento de lo que hay de verdad y mentira a lo largo de los miles de años de historia humana tal y como la conocíamos. Como consecuencia de este saber, los gobiernos son derribados, las religiones caen, las bases de la sociedad humana tiemblan desde su propia raíz. Marca un cambio fundamental en la condición humana provocando la desesperación, el caos, y quizás, también la oportunidad de trascender como raza. Luz de otros días es un tour de force, un evento para el próximo milenio y una narración que no olvidarás.

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Así, pues, a la Tierra no se la puede evacuar. Cuando el Ajenjo llegue, casi todos morirán.

Un hecho concreto más: al Ajenjo no se lo puede desviar con la tecnología que se prevé que habrá en el futuro. Es posible que podamos hacer a un lado cuerpos pequeños —de unos pocos kilómetros de longitud, típicos de la población de asteroides próximos a la Tierra—, con medios tales como el emplazamiento de cargas nucleares o de cohetes termonucleares. El desafío de desviar el Ajenjo es, en muchos órdenes, de magnitud mayor. Aunque se propusieron experimentos relativos al desplazamiento de tales cuerpos, mediante el empleo de, por ejemplo, una serie de ayudas gravitacionales —no accesibles en este caso— o mediante el empleo de tecnología de avanzada, tal como máquinas de von Neumann elaboradas por nanotecnología, para desarmar y dispersar el cuerpo. Pero esas tecnologías están mucho más allá de nuestra capacidad actual.

Dos años después de que yo expusiera la conjura para ocultarle al público en general la existencia del Ajenjo, la atención ya no se puede detener… y todavía tenemos que empezar a trabajar en los grandes proyectos de nuestra supervivencia. En verdad, el Ajenjo en sí ya está teniendo efectos de antemano. Es una cruel ironía que así como, por primera vez en nuestra historia, estuvimos empezando a manejar nuestro futuro de manera responsable y mancomunada, la perspectiva del Día del Ajenjo parece despojar de sentido esos esfuerzos. Ya hemos visto que se abandonaron diversas pautas voluntarias relativas a la emisión de desechos, la clausura de reservas naturales, un incremento de la búsqueda de fuentes de combustibles no renovables, un impulso de extinción entre las especies que están amenazadas. Si a la casa se la ha de demoler mañana de todos modos, la gente parece pensar que, siendo así, tampoco hay problema en quemar los muebles hoy. Ninguno de nuestros problemas es insoluble… ni siquiera el Ajenjo. Pero parece estar claro que para prevalecer, nosotros, los seres humanos, tendremos que actuar con una inteligencia y una abnegación que hasta ahora nos estuvieron evitando durante nuestra prolongada y enmarañada historia. Así y todo, mis esperanzas se concentran en la humanidad y su ingenio. Tiene importancia, estoy convencida de ello, el que al Ajenjo lo hubiera descubierto, no profesionales, que no estaban mirando en esa dirección, sino una red de observadores aficionados del cielo, que montaron telescopios robot en el patio trasero y utilizaron rutinas de soporte lógico compartido para explorar imágenes provenientes de detectores ópticos, en busca de reflejos luminosos cambiantes, y que rehusaron aceptar el manto de secreto que nuestro Estado trató de tender sobre ellos. Es en grupos de hombres como estos —honestos, inteligentes, cooperadores, obcecados, que rehúsan someterse a los impulsos que llevan al suicidio o al hedonismo o al egoísmo, que buscan nuevas soluciones para desafiar la complacencia de los profesionales—, en que podría hallarse nuestra mejor y más brillante esperanza de sobrevivir a aquello que el futuro nos depara…

5. PARAÍSO VIRTUAL

Bobby estaba llegando con atraso a la Tierra de la Revelación. Kate todavía lo estaba esperando en la playa de estacionamiento, mientras los enjambres de ancianos adherentes empezaban a hacer presión sobre los portones de la gigantesca catedral de cemento armado y vidrio de Billybob Meeks.

Esta catedral había sido un estadio de fútbol americano en otra época: los asistentes se veían forzados a sentarse cerca de la parte posterior de una de las graderías, con la visual obstaculizada por pilares. Los vendedores de hot dogs , maníes, bebidas sin alcohol y drogas para recreación estaban trabajando entre el gentío, y por los altavoces sonaba el sistema de música por cable.

Jerusalem —reconoció Kate—, basada sobre el grandioso poema de Blake relativo a la legendaria visita de Cristo a Gran Bretaña, ahora era el himno nacional de la nueva Inglaterra post Reino Unido.

Todo el piso del estadio estaba tapizado con espejos, lo que lo convertía en un piso de cielo azul sobre el que se esparcían gordas nubes de invierno. En el centro había un trono gigantesco, cubierto por piedras que destellaban en verde y azul. Probablemente cuarzo impuro , pensó Kate. A través del aire se vaporizaba agua, y lámparas de arco creaban un arco iris que se curvaba de manera espectacular. Más lámparas revoloteaban en el aire, delante del trono, sostenidas en lo alto por robots teleguiados, y tronos más pequeños daban vueltas llevando a los ancianos y ancianas vestidos de blanco con coronas doradas sobre la enjuta cabeza.

Y había bestias del tamaño de camiones volcadores que rondaban el campo de juego. Eran grotescas; cada parte de su cuerpo estaba cubierto con ojos que parpadeaban. Una de ellas desplegó gigantescas alas y voló como un águila unos pocos metros.

Las bestias rugieron a la multitud y el sonido fue amplificado por un retumbante conjunto de altavoces. La multitud se puso de pie y vitoreó como si hubiera estado celebrando el tanto logrado por su equipo.

Bobby estaba extrañamente nervioso. Llevaba un traje ajustado enterizo de color escarlata claro, con un pañuelo con morfotropía cromática envuelto alrededor del cuello. Era un magnífico play boy del siglo XXI, pensó Kate, tan fuera de lugar entre la multitud deslucida y senil que tenía en derredor, como un diamante en medio de la colección de caracoles recogidos en la playa por un niño.

Kate le tocó la mano.

—¿Estás bien?

—No me di cuenta de que todos iban a ser tan viejos.

Tenía razón, por supuesto. La congregación que se estaba reuniendo era una poderosa ilustración de cómo se iban plateando las sienes de Estados Unidos. De hecho, muchos de la multitud tenían bornes mejoradores de la actividad cognitiva, los que eran claramente visibles en la nuca: estaban allí para combatir el inicio de enfermedades relacionadas con la edad, como el mal de Alzheimer, al estimular la producción de neurotransmisores y moléculas para adhesión celular.

—Ve a cualquier iglesia del país y verás lo mismo, Bobby. Lamentablemente, la gente se siente atraída por la religión cuando se siente cerca de la muerte. Y ahora hay más gente de edad… y, quizá, con la venida de Ajenjo todos sentimos el roce de esa sombra oscura. Billybob no hace más que ir sobre la cresta de una ola demográfica. Sea como fuere, esta gente no muerde.

—Quizá no. Pero sí tienen olor. ¿No te das cuenta?

Kate rió.

—Nunca se deben usar los mejores pantalones cuando hay que salir a batallar por la libertad y la verdad.

—¿Eh?

—Henrik Ibsen.

En ese momento, un hombre se paró sobre el gran trono central. Era de baja estatura, gordo, y la cara le brillaba por el sudor. Su voz amplificada retumbó:

—¡Bienvenidos a la Tierra de la Revelación! ¿Sabéis por qué es-& tais aquí? —Su dedo apuntó como una espada. —¿Lo sabéis? ¿Lo sabéis? Escuchadme ahora: “El día del Señor estuve en espíritu y detrás de mí oí una poderosa voz que, cual trompeta, dijo: 'Escribid en un pergamino lo que veis…'” —Y el hombre sostuvo en alto un pergamino centelleante.

Kate se inclinó hacia Bobby.

—Te presento a Billybob Meeks. Agradable, ¿no? Aplaudan todos. Coloración protectora.

—¿Qué es todo esto, Kate?

—Es evidente que nunca leíste el Libro de las Revelaciones, el desvariante remate cómico de la Biblia —señaló Kate—: siete lámparas que flotan en el aire. Veinticuatro tronos alrededor del gran trono. Revelaciones está plagado de números mágicos: tres, siete, doce. Y la descripción que da del fin de las cosas es muy literal. Aunque, por lo menos, Billybob usa las versiones tradicionales, y no las ediciones de módem a las que se reescribiera para mostrar cómo la fecha de 2534 para el Ajenjo estuvo presente en el texto todo el tiempo… —suspiró. —Los astrónomos que descubrieron el Ajenjo nos hicieron un flaco favor al denominarlo así: capítulo ocho, versículo diez: “El tercer ángel hizo sonar su trompeta y una grandiosa estrella, fulgurante cual antorcha, cayó del cielo sobre el tercero de los ríos y sobre los manantiales. El nombre de la estrella es Ajenjo…”

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