—Mentiroso.
—Gracias… ¿Para qué vino acá?
Hubo un largo silencio.
—Usted me invitó.
—Seis meses y siete días atrás. ¿Por qué ahora? ¿Está trabajando para mis rivales?
—No. —Kate se encrespó al oír eso. —Soy periodista independiente.
Hiram asintió con la cabeza.
—De todos modos, aquí hay algo que usted quiere. Un artículo, claro está. El Ajenjo ya está quedando relegado a su pasado y usted necesita triunfos nuevos, una nueva noticia sensacional. De eso es lo que vive la gente como usted, ¿no es así, Ms. Manzoni? ¿Pero cuál puede ser esa noticia? Nada personal, con seguridad: hay poco de mí que no sea del dominio público.
Kate contestó con todo cuidado:
—Oh, pues me atrevería a decir que hay algunos puntos. —Tomó aire. —La verdad es que oí decir que usted tiene un proyecto nuevo. Una nueva aplicación de los agujeros de gusano, que va mucho más allá de las simples Cadenas de Datos que…
—Vino aquí revolviendo entre la carroña para obtener información —dijo Hiram.
—Pero vamos, Hiram. Todo el mundo se está conectando con sus agujeros de gusano. Si yo pudiera tener la primicia del resto de esa información…
—Pero usted no sabe nada.
Kate se sofrenó. Te mostraré lo que sé.
—Usted nació con el nombre de Hirdamani Patel. Antes de nacer, la familia de su padre fue forzada a huir de Uganda debido a una limpieza, étnica , ¿tengo razón?
Hiram la miraba con deseos de matarla.
—Todo eso es de conocimiento público. En Uganda, mi padre era gerente de banco. En Norfolk manejó ómnibus, pues nadie conocía sus antecedentes laborales…
—Usted no era feliz en Inglaterra. —Kate volvió a embestir. —Se halló incapaz de superar las barreras de raza y de clase. Así fue que partió hacia los Estados Unidos de América. Abandonó el nombre con que nació y adoptó una versión adaptada al inglés. Se hizo famoso y se convirtió en una especie de modelo a imitar por los asiáticos que viven en Estados Unidos. Sin embargo, cercenó todos los vínculos con sus orígenes étnicos: cada una de sus esposas fue una WASP [3] White Anglosaxon Protestant: Blanco/a, anglosajón/a y protestante. Sigla despectiva con la que las minorías de la sociedad estadounidense se refieren al tipo racial dominante que mantiene una férrea unión de clan entre ellos. (N. del T.)
.
Bobby parecía estar pasmado.
— ¿Esposas? Papá…
—La familia es todo para usted —dijo Kate con tono tranquilo, obligándolos a prestarle atención—. Usted está tratando de constituir una dinastía, según parece, a través de Bobby, aquí presente. Quizás eso se debe a que usted abandonó a su propia familia, a su propio padre, allá en Inglaterra.
—Ah —Hiram dio un aplauso breve, forzando una sonrisa—, me preguntaba cuánto tiempo iba a pasar hasta que Papá Sigmund se nos uniera a la mesa. Así que ése es su artículo: “ ¡Hiram Patterson está erigiendo Nuestro Mundo porque se siente culpable por lo que le hizo al padre!”
Bobby tenía el entrecejo fruncido.
—Kate, ¿de qué proyecto nuevo estás hablando?
¿Sería posible que Bobby realmente no lo supiera? Kate sostuvo la mirada que le dirigía con fijeza a Hiram, regodeándose en el súbito poder que acaba de obtener:
—De uno que tiene suficiente importancia para él como para haber mandado a llamar a su hermano desde Francia.
—Hermano…
—Que, a su vez, tiene la suficiente importancia para él como para haberlo aceptado a Billybob Meeks, el fundador de la Tierra de la Revelación, como socio de inversiones. ¿Oíste hablar de eso, Bobby?: es la más reciente perversión de la religión, ideada con el fin de secar la mente y tragar el dinero para afligir a la desdichada población de crédulos estadounidenses…
—Eso no viene al caso —replicó Hiram con brusquedad—. Sí, estoy trabajando con Meeks. Yo trabajo con quien quiera. Si la gente quiere comprar mi equipo de rv, para poder ver a Jesús y a sus Apóstoles bailando zapateo americano, pues se lo vendo. ¿Quién soy yo para juzgar? No somos todos tan mojigatos como usted, Ms. Manzoni. Todos no nos podemos dar ese lujo.
Pero Bobby tenía la mirada fija en Hiram.
—¿Mi hermano?
Kate se sobresaltó y volvió a llevar la conversación hacia donde ella quería.
—Bobby… Tú no sabías nada sobre todo esto, ¿no? No sólo sobre el proyecto, sino sobre la otra esposa de Hiram, sobre su otro hijo. —Miró a Hiram con repugnancia: —¿Cómo pudo alguien guardar un secreto así?
Los labios de Hiram se fruncieron y la furibunda mirada que le lanzó a Kate estaba llena de aborrecimiento.
—Un medio hermano, Bobby. Nada más que un medio hermano.
Kate añadió con tono desapasionado:
—Su nombre es David. —Lo pronunció como en francés: David. —Su madre era francesa. Él tiene treinta y dos años, siete más que tú, Bobby. Es físico y le está yendo bien: se lo describió como el Hawking de su generación… Ah, y es católico. Ferviente, parece.
Bobby parecía estar… no enojado sino, más bien, desconcertado. Le dijo a Hiram:
—¿Por qué no me lo dijiste?
Hiram respondió:
—No era necesario que lo supieras.
—¿Y del nuevo proyecto, de lo que fuere que se trate? ¿Por qué no lo mencionaste?
Hiram se puso de pie.
—Su compañía ha sido encantadora, Ms. Manzoni. Los robots teleguiados le mostrarán el camino de salida.
Kate se levantó.
—No me puede impedir que publique lo que sé.
—Pues publique lo que le plazca. No tiene cosa alguna de importancia.
Kate sabía que él tenía razón.
Fue caminando hacia la puerta, la euforia y la bronca disipándose con rapidez. —Lo arruiné todo —se dijo a sí misma—. Tuve la intención de congraciarme con Hiram y en vez de eso lo convertí en mi enemigo por el solo hecho de divertirme un rato.
Miró hacia atrás: Bobby todavía estaba sentado. La estaba mirando, esos extraños ojos como ventanas de iglesia, exageradamente abiertos. Te volveré a ver , pensó Kate. Quizás esto no haya terminado aún.
La puerta empezó a cerrarse. Lo último que alcanzó a ver fue a Hiram cubriendo con su mano la de su hijo, en un gesto de ternura.
Hiram estaba aguardando a David Curzon en la sala de arribos de SeaTac.
Era simplemente avasallador. De inmediato aferró los hombros de David y lo atrajo hacia sí. David pudo sentir el olor de una poderosa agua de colonia, de tabaco sintético, de un leve rastro de especias que aún permanecía. Hiram estaba próximo a cumplir setenta años, pero no lo demostraba, merced, sin la menor duda, a tratamientos antienvejecimiento y a una sutil escultura cosmética. Era alto y moreno, en tanto que David, que había heredado las características de la madre, era rubio y más robusto, con tendencia a ser rechoncho.
Y aquí estaba esa voz que David no había oído desde que tenía cinco años, esa cara —ojos azules, nariz aguileña— que se había alzado ante él como una luna gigantesca.
—Hijo mío, ha pasado tanto tiempo. Ven. Tenemos muchísimo de qué hablar hasta ponernos al día…
David había transcurrido la mayor parte del vuelo desde Inglaterra tratando de sosegarse para este encuentro. Tienes treinta y dos años , se decía a sí mismo. Tienes un puesto de profesor titular en Oxford. Tus trabajos y tus libros de vulgarización sobre la exótica matemática de la Física cuántica fueron extremadamente bien recibidos. Este hombre podrá ser tu padre, pero te abandonó y no tiene autoridad alguna sobre ti.
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