René Barjavel - La noche de los tiempos

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En un gran paisaje polar de tonos pastel, se mueven unas manchas de colores vivos: son los miembros de una misión de las Expediciones Polares de Francia que deben efectuar un trabajo bajo un glaciar. Allí, el espesor del hilo alcanza mas de mil metros y sus profundas grietas datan de 900.000 años. Sin embargo, se produce un extraño fenómeno: los aparatos registran una señal proveniente del suelo Ya no cabe duda alguna: ¡hay una emisora bajo el hielo! La noticia estalla como una bomba. Títulos de la prensa internacional: el misterio bajo el hielo, La UNESCO quiere derretir el Polo Sur, etc. La noche de los tiempos es a la vez un reportaje, una epopeya y un apasionado canto al amor. El presente y el pasado se entremezclan, afrontan sus esperanzas y sus temores y arriesgan el destino del mundo. Atravesando el drama universal como un trazo de fuego, el destino de Elea y Paikan los lleva directamente hacia la leyenda de los amantes dichosos y malditos.

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No es lógico pensar que esta pareja fue elegida únicamente por sus cualidades físicas. El uno o el otro, o los dos, deben poseer suficiente ciencia para hacer renacer una civilización equivalente a aquella de la cual provienen. Es esta ciencia lo que el mundo de hoy debe pensar en compartir, antes que cualquier otra cosa. Para eso, hay que reanimar aquellos que la poseen y hacerles sitio entre nosotros.

— If they are still alive — dijo el delegado chino.

El delegado americano hizo un leve gesto con la mano izquierda, y esbozó una sonrisa, que agregado lo uno a lo otro, significaba muy cortésmente, pero con un total desprecio:

— La Universidad de Columbia está perfectamente equipada en sabios y en aparatos para realizar esta reanimación. Los Estados Unidos se proponen entonces, con vuestro acuerdo, ir a buscar al punto 612 al hombre y la mujer en sus bloques de hielo, trasportarlos con todas las precauciones necesarias y la mayor celeridad posible, hasta los laboratorios de Columbia; sacarlos de su largo sueño y acogerlos en nombre de la humanidad entera.

El delegado ruso se levantó sonriendo y dijo que él no dudaba ni de la buena voluntad americana ni de la competencia de sus sabios. Pero la U.R.S.S. poseía igualmente, en Akademgorodok, los técnicos, los teóricos y los aparejos necesarios. Ella podía, también, encargarse de la operación. Pero no se trataba en este momento capital para el porvenir de la humanidad, de hacer la sobrepuja científica y de disputarse una postura que pertenecía a todos los pueblos del mundo. La U.R.S.S. proponía entonces dividir la pareja, ella misma se hacía cargo de uno de los individuos, y los Estados Unidos se ocuparían del otro.

El delegado pakistaní explotó. ¡El complot de las grandes potencias se revelaba a plena luz! Desde el primer minuto habían decidido atribuirse el tesoro de 612, ya fuese un tesoro monetario o un tesoro científico. Y, compartiendo los secretos del pasado, compartirían también la supremacía del porvenir, como ellas ya poseían la del presente. Las naciones que se asegurarían el monopolio de los conocimientos enterrados bajo el punto 6I2 poseerían un dominio del mundo total e inconmovible. Ningún otro país podría jamás sustraerse a su hegemonía. Las naciones pobres debían oponerse con todas sus fuerzas a la realización de este abominable proyecto, aunque debiesen quedar, para siempre en su caparazón de helio esos dos seres humanos venidos del pasado.

El delegado francés, que había ido a telefonear a su gobierno, a su vez pidió la palabra. Hizo notar, tranquilamente, que el punto 612 se encontraba en el interior de la lonja del continente antártico que había sido atribuido a Francia. Es decir, en territorio francés. Y de ese hecho, todo lo que se podía descubrir allí era propiedad francesa…

Se armó un buen jaleo. Delegados de grandes y pequeñas naciones se encontraron esta vez de acuerdo para protestar, reír burlonamente o simplemente hacer un mohín divertido, según su grado de civilización.

El francés sonrió e hizo un gesto apaciguador. Cuando renació la calma, declaró que Francia, ante el interés universal del descubrimiento, renunciaba a sus derechos nacionales y aun a sus derechos de «inventor», y depositaba sobre el altar de las Naciones Unidas, todo lo que había sido encontrado o podría ser encontrado todavía en el punto 612.

Ahora eran aplausos corteses que su gesto se esforzaba en hacer cesar.

Pero… pero…, sin compartir los temores del Pakistán, Francia pensaba que había que hacer todo para impedir que ellos fueran justificados, tan poco como lo pudieron ser. No eran solamente Columbia Y Akademgorodok que estaban equipadas para la reanimación. Se podían encontrar especialistas eminentes en Yugoslavia, en Holanda, las Indias, sin hablar de la Universidad árabe y del muy competente equipo del doctor Labeau, del hospital Vaugirard en Paris.

Francia no descartaba por ello a los equipos rusos y americanos. Pedía solamente que la elección fuese hecha por la Asamblea toda entera, y sancionada por votación.

El delegado americano se adhirió en seguida a esta propuesta. Para dejar el tiempo necesario a estas candidaturas competentes de manifestarse, pidió un cuarto intermedio hasta mañana. Esto fue aprobado.

Los tratos secretos y los regateos iban a comenzar inmediatamente.

Por una vez, la TV funcionaba en sentido inverso. Trio, desde lo alto del éter, devolvía hacia la antena de EPI 1 las imágenes de la O.N.U. En la Sala de Conferencias, los sabios que no estaban ocupados con tareas más urgentes habían seguido los debates en compañía de los periodistas. Cuando estuvo terminado, Hoover, con un gesto del pulgar, apagó la pantalla grande, y miró a sus colegas con una pequeña mueca.

— Creo díjo— que nosotros también tenemos que deliberar.

Rogó a los periodistas de tener a bien de retirarse, y lanzó por los altoparlantes un llamado general a todos los sabios, técnicos, obreros y braceros de la expedición para una reunión inmediata.

Al día siguiente, en el momento que se abría la sesión de la Asamblea de la O.N.U., un comunicado proveniente del punto 612, fue remitido al presidente.

Al mismo tiempo se difundía Por todos los medios de información internacionales. Su texto era el siguiente:

«Los miembros de la Expedición Polar Internacional han decidido por unanimidad lo siguiente:

1. Niegan a toda nación, sea rica o pobre, el derecho de reivindicar para un fin lucrativo, el menor fragmento del oro de la Esfera y de sus accesorios.

2. Sugieren, si ello puede ser útil a la humanidad, que una moneda internacional sea creada y garantizada por ese oro, con la condición de que quede donde está, considerando que no será más útil ni más «congelado» bajo un kilómetro de hielo, que en 103 Sótanos de los bancos nacionales.

3. No le reconocen competencia a la ONU, organismo político, en lo que concierne a tomar el asunto de la pareja en hibernación.

4. No confiará esa pareja a ninguna nación en particular.

5. Pondrán a disposición de la humanidad entera, el conjunto de las informaciones científicas o de cualquier otro orden que puedan ser recogidas por la Expedición.

6. Invitan a Forster, de Columbia, Moissov, de Akademgorodok, Zabrec, de Belgrado, Van Houcke, de La Haya, Haman, de Beyrouth, y Labeau, de París, a venir a reunirse urgentemente en SI punto 612, con todo el material necesario para proceder a la reanimación».

Fue como si hubieran dado un puntapié al avispero de la O.N.U. Los vidrios del palacio de vidrio temblaron hasta el último piso. El delegado de Pakistán estigmatizó en nombre de los niños que se morían de hambre el orgullo de los sabios que querían colocarse por encima de la humanidad, y no hacían más que excluirse. Habló de la «dictadura de los cerebros», declaró que era inadmisible, y pidió sanciones.

Después de un apasionado debate, la Asamblea votó el envío inmediato de un contingente de Cascos Azules al punto 612 para tomar posesión, en nombre de las naciones, de todo lo que allí se encontraba.

Dos horas más tarde, la antena de EPI 1 pedía y obtenía un corredor internacional. Todas las emisoras, privadas o nacionales, interrumpieron sus transmisiones para dar imágenes venidas del Polo. Fue la cara de Hoover la que apareció. El rostro de un hombre gordo, pronto a sonreír, cualquiera que fuese la emoción que trataba de expresar. Pero la gravedad de su mirada era tal que hizo olvidar sus mejillas rosadas y rubicundas y sus cabellos rojos peinados con los dedos. Dijo:

— Estamos emocionadísimos. Profundamente emocionados pero decididos.

Se dio vuelta hacia la derecha y la izquierda e hizo una señal.

La cámara retrocedió para permitir a los que se acercaban, de aparecer en la imagen. Era Leonova, Rochefoux, Shanga, Lao Tchang. Vinieron a colocarse al lado de Hoover, dándole la caución de su presencia. Y detrás de ellos la luz de los reflectores revelaba los rostros de los sabios de todas las asignaturas y todas las nacionalidades, que desde hacía meses luchaban con el hielo para arrancarle sus secretos. Hoover continuó:

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