José Abasolo - Lejos De Aquel Instante

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`Lejos de aquel instante` obtuvo en 1996 el Premio de Novela Prensa Canaria y fue candidata al Premio Hammett de la Semana Negra de Gijón a la mejor novela policíaca en castellano, todo lo cual confirma a José Javier como uno de los autores españoles de género negro mas destacados del panorama actual, cuya proyección en otros países empieza a resultar imparable con la traducción de su obra al francés.
Una joven de una prominente familia desaparece sin decir nada ni a familiares ni amigos, un periodista recibe una visita desagradable, un antiguo exiliado que llegó a ser alto cargo en los servicios de inteligencia de los Estados Unidos decide regresar a su tierra tras haberse jubilado. Simultaneamente, un detective de complicado pasado, un inspector de policía al que sus superiores marginan y un agente de la CIA que desea prosperar en la organización, se sumergen en la investigación de cada uno de los sucesos que acabarán irremediablemente unidos, enlazando oscuros acontecimientos ocurridos en la lejana época de la Segunda Guerra Mundial con las tramas del narcotráfico que actuan impunemente hoy en día.

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– Me gustaría hacerte una pregunta, James. ¿Después de tantos años en la organización crees, de verdad, en las casualidades?

– Para nada.

– Yo tampoco.

– Entonces, ¿usted también cree que el caso no está cerrado?

– El caso no está cerrado, pero va a cerrarse muy pronto; para eso he venido, no para la inauguración de un museo que no me interesa lo más mínimo. Dime, James, ¿qué es lo que sabes de economía?

– Me temo que no es mi especialidad. Ni la economía en general ni la mía en particular. Tal como me viene se me va el dinero.

– Habrá que arreglar eso último, ya te pondré en contacto con uno de mis asesores bursátiles, pero lo que te ocurre a ti es algo que, desgraciadamente, ocurre muy a menudo. Salvo por parte de algunos contingentes muy especializados, las fuerzas policiales de cualquier país no están preparadas para enfrentarse a ciertos casos en los que el tema fundamental es el dinero y su movimiento. El comisario Manrique y su hostil inspector han hecho un buen trabajo, pero si hubieran profundizado se habrían percatado de que el señor González Caballer no tenía la capacidad suficiente para manejar todo el tinglado en el que estaba metido. Es cierto que era un hombre rico y poderoso, pero hacía tiempo que había perdido el control efectivo de sus empresas. En estos momentos era tan sólo el testaferro de alguien inmensamente más poderoso que él. Ni siquiera tenía un personal de confianza digno de tal nombre. Su chófer y guardaespaldas no estaba a su servicio, sino al del hombre que controlaba a González Caballer, aunque finalmente también él haya sido sacrificado. Supongo que hace ya tiempo que te habrás dado cuenta de que he hecho trampas contigo. Bueno, hacer trampas quizá no sea la palabra indicada, pero en el CD-Rom que te proporcioné no estaba toda la información. Faltaba lo más importante: el final.

– Eso me ha parecido.

– No lo hice de mala fe, sino pensando que así era mejor para evitar que tuvieras ideas preconcebidas, pero ahora que todo va a acabar, y tú vas a ser parte primordial en el final, creo que tienes derecho a saberlo todo o, por lo menos, a saber tanto como yo.

Ya sabes, porque lo has visto en el ordenador, la tensión a la que estuvo sometido Tomás Zubía cuando volvió a España después de entrevistarse con el general Eisenhower y otros peces gordos de Washington. Durante unos meses trabajó con el coronel Vonderschmidt en el filo de la navaja. Era una carrera infernal en la que, para que ganara nuestro equipo, tenía que proporcionar al equipo contrario una serie de herramientas gracias a las cuales, si todo salía mal, nos podrían sobrepasar. Lo dramático era que el premio último no consistía en una medalla de oro y la izada de la bandera nacional en el pódium, sino el arma definitiva con la que uno de los dos acabaría triunfando en la guerra.

Fueron meses de tensión, desánimo y nervios, pero al fin, un día, la espera produjo resultados. Era el aniversario de la ascensión de Adolf Hitler al poder y se celebró una fiesta por todo lo alto. Asistieron los alemanes residentes en Madrid y también gente de otras nacionalidades con régimen afín o militantes de organizaciones nazis y fascistas. Había varios italianos, dos húngaros de las Cruces Flechadas, un rumano seguidor de Codreanu y dos belgas adictos al movimiento rexista que dirigía Léon Degrelle, así como unos cuantos españoles. De los dos belgas, uno de ellos, de edad avanzada, alto y con el pelo blanco y de aspecto taciturno, era muy parecido a la persona que se veía en una fotografía que le habíamos proporcionado correspondiente a Ronald De Schöenmaker. Aunque el flamenco no era muy amistoso, Tomás Zubía intentó pegar la hebra con él y lo consiguió, avalado como estaba por Vonderschmidt. Cuando salieron de la fiesta, De Schöenmaker estaba completamente borracho, así que no tuvo más remedio que permitir a Zubía que le llevara al hotel de Madrid en el que se alojaba.

Al día siguiente ya no se hospedaba en ese hotel. Según le comunicaron a Zubía en recepción, no vivía habitualmente allí, sino que reservaba habitación tan sólo de vez en cuando, bajo el nombre de Jean Duchesne. Eso parecía indicar que posiblemente vivía en el mismo lugar en que trabajaba.

La misión de Zubía consistía, como ya habrás averiguado, en liquidarle, pero sólo en último lugar. No se podía descartar que el doctor De Schoenmaker hubiera preparado a algún otro científico para sucederle, aunque no tuviera su capacidad. Por eso, el objetivo prioritario era destruir las instalaciones en las que se estaba intentando fabricar el arma y luego, para impedir su reconstrucción, matarle. Sabíamos la tensión que esto último iba a producir en Zubía. En la guerra había tenido que matar enemigos, pero ésta sería la primera vez que, a sangre fría, quitaría la vida a alguien, a otro ser humano en suma. Visto en la distancia parece paradójico, pero entonces pedíamos a Dios que no le temblara el pulso a la hora de cumplir con su misión. ¡Rogar al Señor para que uno de los nuestros fuera capaz de asesinar!, no sé lo que diría un teólogo sobre esa petición de auxilio divino y, sinceramente, en estos momentos no me importa mucho. Dentro de poco, cuando mi ciclo vital haya acabado, tendré todas las respuestas a esas preguntas.

No servía de nada forzar las cosas, así que no le quedó más remedio que armarse de paciencia. Las visitas a Madrid de De Schoenmaker no eran muy frecuentes, pero, día arriba día abajo, tenían periodicidad mensual. Poco a poco, gracias sobre todo a que le avalaba el coronel Vonderschmidt, fue entrando en su círculo de confianza, tanto que fue uno de los invitados a su fiesta de cumpleaños. Cumplía setenta años y quería celebrarlo por todo lo alto. Desde Berlín, donde residían por motivos de seguridad, vinieron su hija -él era viudo- y su nieta. Zubía me reveló que los alemanes, al principio, habían sido remisos a traerlas, por motivos de seguridad, pero el doctor insistió y presionó tanto, que no pudieron negarse.

– No hay mayor tristeza que estar separado mucho tiempo de la familia -solía decir el doctor De Schoenmaker con su corazoncito nazi.

La fiesta fue todo un éxito. Comieron, bebieron y cantaron y, al finalizar, casi todos estaban borrachos. Vonderschmidt y Zubía, junto a cuatro fornidos miembros de las SS, escoltaron al científico belga y a su familia al hotel. Los cuatro alemanes se quedaron haciendo guardia junto a la puerta, lo cual era inhabitual. Quizá fuera una simple coincidencia, en honor a su familia, o quizá significara que los trabajos estaban próximos a finalizar y se extremaban las precauciones.

Zubía se despidió de De Schoenmaker y familia en la puerta de su habitación y se dirigió, aparentemente, a su domicilio, pero en lugar de ir al lujoso palacete que ocupaba en la calle de Alcalá se encaminó a la Puerta del Sol. En una pensión fuera de toda sospecha pero controlada por nosotros, se hospedaban tres estudiantes bilbaínos, paisanos suyos por tanto, con los que había hecho amistad. Eran los tres de ideología carlista, pero de total confianza. No quiero aburrirte con los entresijos de la política vasca y española de aquella época, pero para que te hagas una idea: esa gente había luchado en la guerra civil en el bando fascista, sólo que, cuando el general Franco unificó a todas las fuerzas conservadoras en un partido único, algunos carlistas no aceptaron el pensamiento nacionalsocialista, que consideraban ateo, pagano y alejado de sus costumbres, por lo que empezaron a tomar posturas disidentes o de oposición al dictador. Como monárquicos y tradicionalistas, se inclinaban más por Gran Bretaña que por la República alemana, totalitaria y revolucionaria. Aquellos tres jóvenes, que no estaban fichados por la policía secreta del régimen, fueron captados por miembros de nuestra embajada y pronto se vio que podían sernos extremadamente útiles.

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