Carvalho las retiró como si se las hubieran sorprendido en una situación indecorosa. Se puso el taxi en marcha y Dorotea vio entonces al hombre gordo de pie, junto al inicio de las escaleras que llevaban a la facultad. El cuello se le quedó rígido y sus ojos atrapados por la mirada de agresiva complicidad del gordo. Carvalho hablaba y hablaba.
– Helga viene a España hacia 1980. Inútil viaje, inútil carrera. No consiguió llegar a estrella y en torno a 1980 abandona o es abandonada por su agente barcelonés, Gualterio Sampedro, amigo de Biscúter, un expresidiario hecho a la medida de Biscúter, mi socio. Pero usted no me ha dicho toda la verdad. Emmanuelle tenía relación con Rocco, con su ex marido, Dorotea. Entre 1980 y 1983, Gualterio los vio juntos. ¿Me oye? ¿Qué le sucede?
Dorotea le daba la espalda tratando de no perderse ni un gesto del gordo, progresivamente alejado, allá en la acera, adelgazado por la distancia, pero avanzando con pasos de paquidermo, como advirtiéndole que podría seguirla.
Se puso el taxi en marcha y Dorotea vio al hombre gordo. El cuello se le quedó rígido y sus ojos atrapados por la mirada de agresiva complicidad del gordo
– ¡Hijo de puta!
Gritó la mujer con la voz estrangulada y consiguió que el taxista la examinara primero por el retrovisor y se volviera después demandando explicaciones a Carvalho de lo que estaba pasando.
– ¿Ocurre algo?
Preguntó Carvalho, pero Dorotea ya les daba la cara, sorprendida por la alarma del conductor y la pregunta de Carvalho.
– ¿A quién ha llamado hijo de puta?
– Pensaba en un político. Habría que exterminarlos a pistoletazos y con la ametralladora.
El taxista conducía con el cuerpo semivuelto hacia la extraña pareja.
– No se preocupe -quiso tranquilizarle Carvalho-. La pistola y la ametralladora serían de juguete.
– Que me las dieran a mí y no dejaría ni a un político vivo -contestó el taxista-. La señora tiene mucha razón.
Pero Dorotea ya no estaba dispuesta a que le diera la razón.
– ¿No le gustan los políticos? ¿Prefiere a los militares?
– No. No he dicho eso, señora. Aunque, qué quiere que le diga; los militares no se metían con nadie si no se metían con ellos y Franco también hizo cosas buenas
– ¡Pare! ¡Le he dicho que pare! -gritó Dorotea.
El taxista detuvo el coche. Dorotea sacó dinero del bolso y se lo tiró en el asiento delantero. Luego saltó del taxi sin atender lo que hacía Carvalho. Él la siguió ante el desconcierto del taxista, que balbuceaba justificaciones sobre el papel de Franco en la historia.
– No es que yo haya dicho…
Dorotea caminaba como si anduviera sola. Carvalho trató de ponerse a su altura, dificultado por las largas zancadas de la mujer, que lloraba silenciosamente. La detuvo, la abrazó, y ella estalló en sollozos cuando metió su cara contra el pecho de Carvalho. Se dejó llevar hasta un café donde pidió un té, mientras Carvalho jugueteaba ya con un vaso de whisky a la espera de una sinceración.
– He visto a una persona que me ha devuelto al pasado. A los años más negros de la dictadura en mi país. No le serviría de nada decirle quién es. En España a nadie puede interesarle saber quién es. No todo el mundo tiene mi misma memoria de las cosas. Al contrario, cada vez queda menos gente con la que pueda compartir mi memoria. Yo en España tuve que vivir muchos años con personas que no tenían mi memoria.
– Dispuso de muchos años para perderla. También nosotros la hemos perdido. Aquí nos estaban matando y torturando como quien dice hace dos días. Veinte años
– Nosotros hace catorce, catorce años ya desde que el borracho aquel nos metió en la guerra de Malvinas. Catorce. Como las malas mujeres en los tangos, la memoria siempre se va con otro, con otra generación. Pero yo no tengo recuerdos hermosos. No tuve mi esplendor en la hierba.
– ¿De que hierba habla?
– Déjelo correr. Del mate. ¿Le gusta el mate? ¿Lo ha probado?
– Lo suficiente como para preferir el whisky.
– ¿Qué me estaba diciendo de Emmanuelle?
– Que nada tiene sentido. Usted me pide que la busque y veinticuatro horas después aparece muerta. No me lo ha contado todo y no pienso seguir investigando si no me cuenta quién la puso en marcha, ¿o fue iniciativa suya?
Ni siquiera tiene la iniciativa de contestarle.
– ¿Fue Rocco?
Hay más melancolía que preocupación en el ensimismamiento de Dorotea.
– Deberíamos ir a ver a la hermana de Helga.
Asiente Dorotea y se levanta incitándole a la marcha.
Como Carvalho iba a por el teléfono del café, Dorotea le tendió un móvil y se retiró prudentemente para permitir que Carvalho hablara a solas. Desde la puerta los ojos de la mujer se han vuelto rómbicos para interpretar los ademanes de Carvalho mientras habla, pero de vez en cuando saca la cabeza al exterior para vigilar los seis puntos cardinales. Carvalho la ha alcanzado y le comenta:
– Rocco ha hecho una visita a Biscúter.
– ¿Cómo sabe que era Rocco? ¿Lo ha dicho él?
– ¿Acaso Rocco no es pelirrojo y tiene las mejillas congestionadas?
– Sí.
– Pues era Rocco.
La vieja estaba tan restaurada que la piel parecía que le iba a estallar. No ayudaba nada a su aspecto una calvicie que no conseguía disimular. Todo en La Dolce Vita era viejo y olía a orines de gato viejo, tal vez porque el local estaba lleno de gatos viejos. La mujer los señaló.
– Ya son los únicos clientes. Quién lo ha visto y quién lo ve. Lo sabes muy bien Pep, lo sabes muy bien. Sí, recuerdo a Helga, a Helga Singer, como se hacía llamar, de nombre artístico, como le gustaba decir a ella. Llegó con muchos humos. Que si había trabajado con Mirtha Legrand, que si Alberto Closas había dicho que era la dama joven más prometedora del teatro argentino. Ni dama, ni joven, ni Closas. Aquí, nena, le dije, se viene a trabajar para comer. Esto no es el Covent Garden, maca. Ella tenía una buena colección de fotos, eso sí. pero apenas cantaba, apenas bailaba, ya empezaba a tener celulitis en las piernas y las tetas no las podía enseñar porque ya no eran de recibo. ¿Que hacía? Pues según ella decía el tango, los tangos se dicen, no se cantan, sostenía. Recitaba, eso lo hacía bien, recordaba un poco a las hermanas Singerman, aunque ella aseguraba que su modelo era Nacha Guevara. No tan exagerada como Berta Singerman. Yo había hecho giras como telonera de la Síngerman cuando venía a darse un garbeo por España. ¿Quieres que te la describa en aquella época? ¿Y por qué no te paso un vídeo de promoción que filmaron aquí a finales de los ochenta y que no ha servido para nada, reiet? Esto lo van a derribar la semana que viene o lo van a acondicionar, qué se yo, para instalar una universidad. Creo que se llama Pompeu Fabra, Universidad Pompeu Fabra. A saber quién era el carota ése. ¡Mira que llamarse Pompeu!
Y del pasado brotaron, después de la actuación de un ventrílocuo y de una valenciana vestida de huertana y sorprendida en la situación de cantar Valencia es la tierra de las flores, las imágenes de una Helga muy ajada y mal vestida, engordada por descuido, en mitad del escenario recitando:
– Respetable público, de la gran poetisa chilena, Gabriela Mistral: Vergüenza.
Si tú me miras yo me vuelvo hermosa
como la hierba a la que bajó el rocío
y desconcerán mi faz gloriosa
las altas cañas cuando baje al río.
Tengo vergüenza de mi boca triste,
de mi voz rota y mis rodillas rudas.
Ahora que me miraste y que viniste,
me encontré pobre y me palpé desnuda.
Ninguna piedra en el campo hallaste
más desnuda de voz en la alborada
Читать дальше