– Yo le decía, Helga, no pases apuros. Ante cualquier problema recuerda que aquí tienes una hermana. Que te quiere. Helga, me debo a mi marido, a mis hijos, a mi mundo… Tú eres feliz en el tuyo. "¿Quién te ha dicho a ti que yo soy feliz en mi mundo?", me contestó, y luego me dedicó dos cortes de mangas: "Éste para ti, burguesita, y éste para el hijo de puta de tu marido el meapilas.
Dorotea imaginó la situación hasta que un reflejo de la ventana la devolvió a la realidad. En el cristal se reflejaba la cara de la hermana de Helga. Dorotea se volvió para ver el perfil de la mujer, ahora ensimismada ante el jardín para ella tan habitual que no parecía verlo. Carvalho permanecía en el fondo, sentado y receptivo. Gilda olía a must de Cartier y tenía un perfil bellísimo. ¿Cómo habrá conseguido esta boluda no tener ni una arruga? No hallaba respuesta Dorotea, ni Gilda, que proseguía implacable su evocación.
– Se marchó muy triste, muy cariñosa. Helga era así. Cambiaba de estado de ánimo continuamente. Nunca más me llamó. Nunca más supe de ella. Ya les dije que era muy orgullosa. Yo siempre la había envidiado. Admiraba su independencia y en cambio llegué a despreciar mi vida cómoda, instalada. Pero cuando la vi y comprobé lo que había hecho de ella la libertad… -la mujer se volvió para abarcar a Dorotea y a Carvalho-. Porque una cosa es la libertad y otra el libertinaje. ¿No es cierto?
Carvalho dijo de pronto sin levantar la vista del suelo:
– ¿Quién era el padre del hijo que esperaba?
Del perfil de Gilda tan cercano a Dorotea sólo se movieron los labios:
– ¿Qué dice usted?
– ¿Su hermana estaba en estado cuando se marchó de aquí?
– Eso es una calumnia.
Sus rasgos y medidas recordaban los de Helga Singer, su hermana, veinte años después de hacerse las fotografías
Carvalho suspiró y se quedó mirando a las dos mujeres, enmarcadas en la misma ventana, las dos a disposición de lo que dijera o de su próximo suspiro. ¿Qué estaba pasando? ¿De dónde salían tantas piezas complementarias en la vida de una inmigrada de la que no sabía siquiera por qué se había marchado de Argentina y por qué se habían marchado su hermana, su cuñado, Rocco el protector, Dieste su descreído descubridor artístico?
– ¿Por qué tuvo que marcharse su hermana de Argentina?
– No tuvo que marcharse. Quería hacer carrera aquí. Eran los años de la depresión que siguió a la derrota de las Malvinas, los años de la deuda externa.
– ¿Y usted? ¿Por qué se vino usted?
– Porque me vine yo, su marido…
La voz había sonado en un lateral del salón y hacia ella se volvieron sobresaltada Gilda, sorprendida Dorotea y cauto Carvalho. Ante ellos aparecía un prototipo de triunfador de diseño, récord del Guinness como el hombre más solvente del mundo, con el aspecto de ser pesado todas las mañanas en oro y catecismos de las más importantes religiones. Gilda no sabía dónde meterse, pero ya estaba atravesada en la mirada helada de su marido. Las cejas del dueño de la casa pedían una explicación a los intrusos, no a su mujer, que se había convertido en un ama de llaves poco escrupulosa que ya recibiría su correctivo.
– ¿Han venido ustedes por algo oficial? ¿Están buscando a alguien?
Carvalho no le contestó. Se dirigió a Gilda:
– Pensaba decírselo de otra manera, pero su hermana ha muerto. La policía no tardará en dar con usted. Aún no sabe que la vagabunda aparecida asesinada está emparentada con gente tan distinguida.
El diseño humano se había llevado la mano a los ojos para contener la tribulación y con la otra pedía que su mujer se le acercara para abrazarla con más comodidad. Pero Gilda no se movía. Miraba ahora a Dorotea a la espera de que le confirmara la noticia y su asentimiento la hizo retroceder. Fue a por ella su marido, esta vez con el abrazo preparado, pero, cuando trataba de abarcarla como un pulpo, Gilda le detuvo con las palmas de la manos abiertas, como un parapeto contra el que chocó violentamente el hombre solvente y le hizo trastabillar. Salió corriendo Gilda, pero antes tuvo tiempo de llamar malnacido a su marido y él movió los brazos en aspa pidiendo comprensión, discreción, respeto a tan delicado momento. Cuando dejó de emitir el mensaje gestual, lo dijo de palabra:
– Les pido comprensión, discreción, respeto a tan delicado momento. Les ruego que acudan a mi despacho, he aquí mi tarjeta, donde hablaremos largo y tendido de esta desoladora circunstancia.
Carvalho fue hacia él para reducir una pequeña parte de todas las distancias que les separaban:
– La próxima vez que nos veamos, espero que sea usted más cariñoso. Mi más sentido pésame:
Ya en la calle, Dorotea recapitulaba:
– ¿Recuerda lo que nos ha contado la hermana? Todo lo que formaba parte de nuestras vidas le parecía pequeño burgués, mezquino. Dieste se equivocó con la chica. Tenía carácter. Hace falta carácter para enfrentarse a este ejecutivo de acero inoxidable que tenía por cuñado.
– Vivió su propia película, la que nunca consiguió interpretar.
– Algunos escritores viven literariamente. Suelen ser unos plastas. Según usted, Helga vivió cinematográficamente. Tal vez convivir con ella fuera realmente difícil.
Carvalho se detuvo y obligó a Dorotea a tirar de las. riendas de su voluntad de huida.
– Tenemos una cuestión pendiente. ¿Qué pinta Rocco en todo este asunto?
12. ELLA ERA UNA SERPIENTE PUTÓN
El mendigo entró en el comedor contempló el espectáculo de los indigentes comiendo sin respirar, pero sus ojos seleccionaron a Cayetano, sentado ante la comida humeante. Se puso en fila el recién llegado para que le llenaran de estofado el plato metálico unas monjas y bien provisto buscó sitio junto a Cayetano. Tenía los modales bruscos y Cayetano tuvo que apartarse, para hacerle sitio. El mendigo recién llegado olió desconfiado la comida y repasó su contenido con la cuchara, como si seleccionara sospechosos restos de otras comidas, con un ligero asco en la cara.
– Huele a nabos -nadie le contestó e insistió-Huele a nabos.
– Hay nabos -contestó Cayetano-Los nabos son baratos y alimentan.
– No soporto los nabos -pero comió como todos los demás-Un día de estos me dedico al coco y adiós -volvió a comer y examinó a Cayetano-Se nota que tu has sido otra cosa.
– Aquí todo el mundo ha sido otra cosa.
El mendigo forastero hizo un repaso visual desdeñoso de todo el entorno humano.
– Es posible, pero poca cosa. Yo llevo cuatro semanas en la calle. El gobierno socialista me arruinó el negocio y este nuevo gobierno me da tanto asco como el anterior. Los políticos son los enemigos de los hombres de negocios. A este del bigotillo alguien tendría que afeitarlo.
– ¿Quién es el del bigotillo?
– Aznar
Cayetano enseñó sus encías sin dientes desde la decidida voluntad de sonreir.
– Bien venido a la morgue-respondió Cayetano.
– Dirás la mugre. No soporto la mugre.
Al acabar de comer, salieron Cayetano y el mendigo al exterior. Cayetano recuperó su carro cargado de cartones y tesoros de contenedor. Caminaban silueteados contra el horizonte de Pueblo Nuevo. Cayetano se detuvo y sacó una botella roñosa de entre el variopinto contenido de su carrito, la destapó y bebió amorrado a la botella. Chasqueó la lengua con satisfacción.
– Orujo. No se que haría yo sin el orujo. Mi exmujer bebía grappa, pero donde se ponga el orujo-tendió la botella a su nuevo conocimiento y adivinó su prevención-No tengo el SIDA.
– ¿Cómo lo sabes?
– Cada vez que me detiene la pasma, me interrogan en pelota. No sabes lo desnudo que te quedas cuando te obligan a quedarte desnudo, tío. Yo siempre pillo un mal malo, me hospitalizan, los análisis son de pintura. No tengo nada. Ni colesterol. No hay nada como la miseria para estar sano.
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