Manuel Montalbán - La muchacha que pudo ser Emmanuelle

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Es un relato que fue publicado como feuilleton entre el 3 y el 30 de agosto de 1997 por EL PAÍS, con ilustraciones de Fernando Vicente.
Nació como guión para la serie televisiva sobre Carvalho que iba a producir la televisión argentina bajo la dirección de Luis Baroné y con Juan Diego en el papel de Carvalho.
La acción se desarrolla en Barcelona pero sirve de introito a Quinteto de Buenos Aires.

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En fin. Se metió las paradojas en el escote y le pegó una bofetada al sátiro que le descompuso el esqueleto.

No. No se había marchado de Buenos Aires por eso. Nunca me dijo el motivo, pero lo adiviné. Estaba preñada.

– ¿Preñada? ¿Del sátiro?

– ¿De aquel esmirriado? Aquel tío no preñaba ni a una coneja.

– Bien, Gualterio. Esta chica llega a tu despacho y te pide trabajo. ¿Consigues trabajo para ella?

Cabalgaba sobre la silla de Carvalho y daba la vuelta al mundo sobre su eje rotatorio cuando se le echó encima la presencia de un hombre que le miraba mal y le apuntaba peor

– No. Le dije: o enseñas el culo, las paradojas y te buscas una página central en Interviú enseñando el pasaporte si hay que enseñar el pasaporte o no tienes lanzamiento posible. Me dijo que enseñaría lo que fuera necesario, que estaba tratando de conseguir un papelito en una obra de teatro de un paisano, un papelito mudo, no, no se le notaría el acento del Plata.

– ¿Vino sola?

– La primera vez sí. La segunda y la tercera la esperaba alguien en el portal. Cada vez estaba más preñada, más desanimada, más incolocable. Tenía mal preñado. La última vez que la vi fue hacia 1983, quizá más tarde. Trajaba en sitios como La Dolce Vita. Vino a renovar las fotografías y no quise decepcionarla, pero ya no estaba ni para enseñar las paradojas. A aquella chica le pasaba algo, por dentro y por fuera.

– ¿Nunca se refirió al hombre que la esperaba abajo?

– Alguna vez.

– ¿Cómo se llamaba?

– Quino, era un apócope, no sé de qué nombre.

Volvió Biscúter con la información, molesto por no haber preguntado a Gualterio por qué Helga había destrozado su vida y pilló a Carvalho cuando ya salía del despacho. De todo su informe lo que más le interesó al detective fue la aparición de Quino, de Rocco, tres años después incluso de la llegada de Helga a Barcelona.

– El padre de la criatura, a pesar del desmentido preventivo de Dieste, supongo. Pero fíjate, Biscúter, qué coincidencia. Me encargan buscarla e inmediatamente aparece muerta. Es posible que cuando le piden a Dorotea que la busque, quien lo hace ya sabe que está muerta o que va a morir. ¿Por qué es tan importante esta mujer, tan importante que maten a una vagabunda?

Advirtió a Biscúter que iba a por Dorotea porque escondía más de lo que mostraba y subió el ascendido asistente al despacho. Silbaba la melodía que le pareció mejor expresión de su sensación de triunfo íntimo, una versión biscuteriana de Pompa y circunstancia. Asumió el ámbito como propio y la silla de Carvalho como necesaria para el aposento de su pequeño culo. Cabalgaba sobre ella y daba la vuelta al mundo sobre su eje rotatorio cuando en uno de los giros se le echó encima la presencia de un hombre que le miraba mal y le apuntaba peor. La pistola no era de chocolate.

– ¡Eh, tío! ¿De qué vas?

– Cállate, flaco. Esto es una pistola.

Obedeció Biscúter y trató de ser simpático con el recién llegado.

– Siéntese y espere a mi jefe. En realidad yo soy sólo su ayudante técnico, es decir, a mí no me compete ninguna iniciativa criminalista, ¿me comprende, jefe?

De la boca del pistolero salieron primero gruñidos que luego dejaron paso a una oración articulada.

– ¿Qué le habéis hecho a Helga? Yo sólo quería que la encontrarais, que hicierais de cirujas entre los residuos de la ciudad.

Le temblaba sobre todo la mano que tenía la pistola y Biscúter acogió una descripción mental por si sobrevivía y podía contarlo. Era un tío pelirrojo y con cara de gustarle mucho el vino. Insuficiente descripción. Algo picado de viruela y era tan argentino que Biscúter empezó a sospechar una invasión generalizada de argentinos. Recibió alguna llamada que sólo él oía, el invasor, porque levantó los ojos al cielo, escuchó muy concentrado, volvió grupas y se marchó por donde había venido. Respiró aliviado Biscúter y corrió hacia la ventana para ver salir al pelirrojo. Tardó en hacerlo, pero no escogió bien el momento, porque cuando se disponía a atravesar las Ramblas casi le pisa los pies un coche que frena ante él y lo engulle, empujado por dos tipos con gorras y gafas de sol. Biscúter tardó en darse cuenta de que no era el coche de la policía y no trató de memorizar la matrícula hasta que ya se había convertido en una dura prueba de graduación óptica.

– Estoy perdiendo vista.

8. ESPLENDOR EN LA HIERBA

– En literatura el tema de la juventud casi siempre ha sido un topos emparentado con el tópico, un lugar común, y nunca mejor utilizada la expresión, porque la juventud es una relación entre el ámbito y un tiempo. El tópico de la esperanza, del futuro, un imaginario que servirá a Rubén Darío para escribir uno de sus peores poemas y a Wordsworth para escribir uno de los mejores poemas de la lírica universal: Intimations of Inmorality from the Recolections of Early Childhood, para los que no saben inglés, supongo que por cuestiones temperamentales: Augurios de inmortalidad en los recuerdos de la primera infancia. Supongo también que los cinéfilos habrán visto Esplendor en la hierba, título de una película sacado de un verso de la oda de Wordsworth. ¿No? ¿Qué han visto ustedes que no sea de Spielberg? Cómprense el vídeo. Quisiera que hicieran un estudio comparado al universalismo abstracto del gran poema inglés y el de Gabriela Mistral que les he leído, el de las niñas que jugaban a ser reinas. Aunque se trate de niñas, los niños de la clase que no se abstengan. Recuerden el análisis que hicimos de A este lado del Paraíso, de Scott Fitgerald, a propósito de las expectativas de triunfo. Insisto en que no tienen que hacer análisis literario, sino análisis tipológico y establecer referentes mitómanos. Comparen el tratamiento de la edad primera en todos los casos que he referido y lo que les expliqué sobre la frustración narcisista en Fausto o Dorian Gray, según la interpretación de Imágenes desencantadas de Zolkokowski

Dio la clase por terminada y varias alumnas y alumnos acudieron a su mesa.

– Nunca había leído el poema de Gabriela Mistral como usted lo ha leído, y en el fondo nunca lo había entendido del todo -dijo una muchacha rubita con las venas marcadas en las sienes y la boca muy grande

– Me temo que hasta que no tengas mis años no lo entenderás del todo. El mito de la juventud es un engañabobos y sobre todo un engañajóvenes, igual que la promesa de ser reina o de ser un vencedor, como el personaje de Fitgerald en A este lado del Paraíso.

Dorotea salió del aula en busca de su despacho en el departamento, acompañada de la muchacha bocagrande que no paraba de hablar. Ni la oía mientras se intercambiaba instrucciones maquinales con la colega que compartía su despacho y consiguió desengancharse de una agraviada conversación sobre lo hijos de puta que eran los profesores varones, competitivos, aplastantes, siempre a la suya. Siguió la alumna a Dorotea hasta un taxi que la esperaba, en su interior un hombre que estaba mirándose las manos. Para llegar al taxi las dos mujeres tuvieron que rodear a un hombre gordísimo, tan increíblemente gordo que ni Dorotea ni la muchacha se lo creyeron y no lo vieron. Antes de meterse en el coche, Dorotea le entregó un libro a su alumna.

– Toma. Imágenes desencantadas, de Theodore Ziolkovski; fíjate sobre todo cuando habla del tratamiento del espejo en la fijación o liquidación de la propia imagen. El espejo no evita nunca el paso del tiempo. Se limita a constatarlo.

Había conseguido sorprender, incluso silenciar, a bocagrande; se sentó junto a Carvalho y se quedó mirando lo mismo que él, sus manos.

– ¿No reconoce sus manos? ¿No se las había visto nunca?

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