Manuel Montalbán - El premio

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Un «ingeniero» de las finanzas esta contra las cuerdas y quiere limpiar su imagen promoviendo el premio mejor dotado de la literatura universal. La fiesta de concesión del Premio Venice-Lázaro Conesal congrega a una confusa turba de escritores, críticos, editores, financieros, políticos y todo tipo de arribistas y trepadores atraídos por la combinación de «dinero y literatura». Pero Lázaro Conesal será asesinado esa misma noche, y el lector asistirá a una indagación destinada a descubrir qué colectivo tiene el alma más asesina: el de los escritores, el de los críticos, el de los financieros o el de los políticos.

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– Le he visto tomar toda clase de estimulantes y en el pasado no hacía el amor sin que los dos tomáramos dos rayas de coca cada uno.

– Ahora tomaba un fármaco legal e inocente que se llama Prozac.

– En efecto. Durante dos encuentros que tuvimos el año pasado ya se había habituado y me cantó sus excelencias. Me dijo que había una serie de productos y marcas sine qua non para ser un moderno y uno de ellos era el Prozac.

– Usted pasó al dormitorio y por lo tanto pudo ver la caja de Prozac sobre la mesilla de noche.

– No recuerdo ninguna caja de Prozac. No creo que la hubiera. Y me acordaría porque en una mesilla está el teléfono ocupándola casi totalmente y en la otra dejé mis joyas.

– ¿No había ninguna caja de estimulantes en el dormitorio del señor Conesal?

– No. No creo.

Ramiro interrumpió de pronto el interrogatorio y se fue hacia la puerta. Hablaba enérgicamente con el policía portero y se quedó allí hasta que trajeron a Sagalés enmarcado entre dos policías diríase que gemelos y aleros de baloncesto. Laura se echó a llorar cuando vio a su marido y tenía los ojos cerrados por las lágrimas y los cabellos cuando Ramiro le preguntó a Sagalés:

– ¿Cómo asesinó al señor Conesal?

– Le envenené.

Ramiro no parecía afectado por la revelación.

– ¿Le puso arsénico en el café?

– No. Le metí un tóxico en las cápsulas de Prozac que solía tomar todos los días.

Laura lloraba a voz tendida y Ramiro puso cara de haber encontrado al asesino. Pero la voz de Carvalho rompió el ambiente de conformismo que había rodeado al presunto reo.

– ¿De qué veneno llenó las cápsulas?

– ¿De qué veneno? ¿Eso importa? De veneno. Del más fuerte que encontré.

– ¿Dónde? ¿En qué farmacia lo compró?

– Tengo una familia muy diversa y no carezco de primos que poseen laboratorios farmacéuticos. Los Sagalés Bel, rama carnal con nosotros, los Sagalés Dotras. Los venenos curan o matan, no lo olviden.

– ¿Qué veneno, señor Sagalés?

– ¡Y yo qué sé!

Ramiro le pidió a Laura que siguiera los pasos de su marido pero le prohibía cruzar una palabra con él.

– Está en curso la orden judicial de detención y usted ya puede movilizarse buscándole un abogado.

Sagalés rechazó el intento de abrazo de su mujer y salió acompañado por dos policías de paisano como salían de su celda los condenados por el Terror camino de la guillotina. Laura le seguía como una Dolorosa. Ramiro se revolvió hacia Carvalho e interpretó su mueca escéptica.

– ¿No cree que haya sido él? ¿Y el detalle del Prozac? ¿Cómo es posible que no estuviera la caja en la mesilla de noche?

– Tal vez lo haya hecho, o tal vez su mujer le relatara las costumbres de Conesal y pensara lo mismo que pensó el asesino, pero que no lo materializara. ¿Por qué no nos supo decir el nombre del veneno?

– Imagine que el señor Sagalés quiere cometer el asesinato y acude a sus primos con la excusa de una visita informal. ¿Y esto qué es? Un veneno muy fuerte que puede matar a un elefante. Pues ya está. Aprovecha cualquier descuido para agenciarse una porción y adelante.

– Cierto. Podría haber sucedido así. Pero no deja de ser un error técnico desconocer el nombre del veneno que utilizas. Además queda una importante cuestión. O la sustitución del frasco del Prozac verdadero por el falso la realizaron él o su mujer Laura o, ¿cómo hizo llegar ese botellín tóxico a la mesilla de noche y cómo le quitó a Conesal el Prozac auténtico?

– La señora Sagalés ha dicho que allí no había ninguna caja. Claro que pudo haberla traído después su marido o puede mentir ella. Pero esa caja debió llegar con la suficiente naturalidad como para que Lázaro Conesal se tragara las pastillas sin sospechar.

Los inspectores de la puerta avisaron que había tumulto en el comedor y tras ellos irrumpieron el jefe superior, Leguina y la ministra con cansados rostros negociadores.

– No se puede aguantar por más tiempo a la gente. Le pido por favor que deje marchar a los que no van a ser interrogados. El premio Nobel está arengando a las masas y predica una invasión pacífica de este cuarto.

– Sólo nos falta un testimonio, pero aún puede quedar implicado alguien de los aquí reunidos. No podemos dejarles marchar del lugar de los hechos sin un mínimo de seguridad. Luego las chapuzas me las atribuirían a mí.

– Ramiro, asumo mi responsabilidad en presencia del presidente de la Comunidad Autónoma de Madrid en funciones y de la señora ministra. El jefe de Gobierno exige un memorándum previo para dentro de media hora y para media hora después ya he convocado una rueda de prensa. El hotel está rodeado de las televisiones de medio mundo y de público que se ha enterado de lo sucedido por la radio. Tengo el oído taladrado por los gritos que me han pegado los directores de los diarios que no saben qué decir en las ediciones que están ya imprimiendo. Le doy un cuarto de hora, Ramiro y que caiga sobre mí esta cruz. ¿Quién le queda?

– Álvaro Conesal.

– Voy a avisarle -advirtió Carvalho y salió de la habitación morosamente, sin perderse el litigio entre Ramiro y su jefe.

– No le garantizo que no tenga que hacer algún flash back.

– Pero ¿quién se cree usted? ¿Almodóvar?

Carvalho precipitó los pasos cuando salió de la estancia y se acercó al comedor donde las masas se arremolinaban en torno del Nobel.

– ¡Dígase si se tercia que todos somos asesinos y como tales quedamos retenidos por la Justicia, pero no se nos toquen los cojones con moratorias que esconden la falta de capacidad de decisión del desgobierno socialista!

Aplaudían hasta los socialistas y los paniaguados del socialismo, mientras Sánchez Bolín intentaba imponer su brindis con la copa de cava alzada.

– ¡Por la caída del régimen!

Carvalho rescató a Álvaro. El Nobel era el más aplaudido, pero Álvaro era el más interrogado. Caminó junto al muchacho hacia el interrogatorio, pero le detuvo a unos metros de la puerta.

– Usted es mi cliente y quiero ser honesto con usted. Le espera una pregunta especialmente desagradable.

Álvaro tragó saliva y aplazó un tiempo la respuesta.

– Lo supongo, ¿la novela de Ariel Remesal?

– Sí.

– Iñaki es un hijo de puta.

– ¿Eso es todo?

– Casi todo. Supongo que usted ya se habrá enterado de que los sexos no son sólo dos.

– ¿No le parecen suficientes?

Álvaro no transmitía irritación, incluso parecían sonreírle los ojos. Carvalho había cumplido y le abrió camino hasta la puerta por la que salía un airado jefe superior de policía y las restantes autoridades. El jefe superior de policía iba repasando en un murmullo las frases que había tramado para tranquilizar al público: «Si han podido esperar una eternidad, ¿no podrán esperar treinta minutos?…» Álvaro atendió el requerimiento de Ramiro y arrugó la nariz porque la habitación olía a humanidad cansada.

– Los acontecimientos se precipitan y debo concluir mi encuesta cuanto antes.

– Realmente los ánimos están muy excitados.

– Usted salió frecuentemente del salón y finalmente se contabiliza una ausencia más amplia, al final de la cual volvió con la noticia, primero retenida, de que había encontrado a su padre muerto.

La cabeza de Álvaro dijo sí.

– Más o menos. Mi padre se sintió mal y tuvo tiempo de llamar al médico. Ahí empezó la cadena de descubrimientos.

– Cuando confirmó la defunción bajó al comedor, se lo dijo confidencialmente al señor Carvalho y a su madre de usted. Bien, conozco, por sus manifestaciones previas, todo lo referente al descubrimiento del cadáver, pero me gustaría saber a través de sus labios tres cosas, sólo tres cosas que me parecen importantes. Primera: ¿conocía usted la causa de la profunda depresión que su padre padecía esta noche?

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