Le dejó un papel en una mano y se marchó: Corrent 93, DV 69, Fundació del Gen Sagrat, Grupo Astaroth, Germanes d'Halo de Beelsebul, Germans de Changó, Macho Cabrío, Templo de Seth… Carvalho apenas se entretuvo en la lectura del resto de la lista y saltó en seguimiento de la estela de Anfrúns, que caminaba con andares de sociólogo con poco tiempo para acabar una investigación de campo. El sociólogo atravesó la plaza de Cataluña, tomó hacia la Via Laietana y descendió por la acera de la derecha a paso rápido hasta llegar al edificio de la Central de Policía, para entonces atravesar la calle, como si no le gustara pasar por delante de la puerta de la antigua cheka franquista, actitud que Carvalho frecuentemente compartía y esta vez le agradeció. Anfrúns ganó el mercado de Santa Catalina, del que sólo quedaba la fachada a la espera de la reconstrucción de los interiores y se metió en las calles de la Barcelona gótica hasta llegar a un viejo caserón medieval en el que se introdujo por el procedimiento de dar un empujón al portón. Cerrada la puerta ante sus narices, Carvalho buscó en el marco, en la fachada alguna indicación sobre la función del edificio, pero no la había y decidió meterse en el bar El Xampanyet, situado frente al callejón, desde el que podía ver quién entraba y quién salía. Sobre la barra, correctamente alineados, montaditos a la vasca que se habían expandido por Barcelona como una epidemia de tapeo posmoderno, «collage y eclecticismo», había leído en una nota de La Vanguardia a cargo de una tal Carme Casas. Al segundo montadito su seguimiento y expectativa tuvieron compensación. Quimet se introducía por la misma puerta que había engullido un cuarto de hora antes al socio-logosexual reciclado en intelectual orgánico de Satán, Jordi Anfrúns.
A partir de la percepción, casi cabalística, que me sugiere su vivencia del asesinato de Lázaro Conesal, andaba yo a caballo de distintas y encontradas emociones… Las ecuaciones de segundo grado (¿ recuerda?), esas que resuelven las expresiones matemáticas que admiten 2 resultados, son triviales para mí y, al parecer, también para usted.
Siempre me parecieron las matemáticas un producto etéreo, seráfico, sujeto a los más estrictos preceptos, sin mácula, sin fisuras, virginal, tan sólido y consistente que… daba asco; hasta que aparecieron por el horizonte, para rescatarlas de ranciedad, de rigidez, de olor a virtud (¿polillas?), las mencionadas ecuaciones (como el séptimo de caballería, en panavisión y la banda sonora acorde con el momento), convirtiendo esta disciplina en: mágica, imprevista, sorprendente, indeterminada, ambigua; en una palabra: desconcertante. El plural con el que se las nombra ya pronostica tan mudable naturaleza.
Me consta que usted siempre sabe quién es el real asesino, y que tolera que la soáedad asuma el asesino necesario, incluso con el acuerdo más total del entregado. Una personalidad tan intrincada como la suya es capaz de astucias sibilinas capaces de idear, fraguar, objetivos que le permitan seguir siendo un voyeur, como siempre, de la historia y de la vida.
Una pericia, por otra parte, ampliamente demostrada entodos los trabajos en los que participa. Incluso en el que aparecía yo. ¿Sigue sin identificarme? ¿Por qué no quiere identificarme? ¿Será tanta su indiferencia o su soberbia que no tiene ningún interés en reconocerme? Puede localizarme a través del fax remitente. ¿No es usted un detective? ¿Por qué no lo hace? ¿Me tiene miedo? Quiero ocultar mi personalidad para obligarle a descubrirla. Pero volvamos a mi desguace de su aventura madrileña escenificada en ese hotel convertido en el misterio de la habitación cerrada. Por lo que me han contado de lo ocurrido allí dentro antes de que se convirtiera en dominio público, allí hubo una farsa barroca y entrecortada, como si de estertores se tratara, prolongada y fatigosa. Usted, como siempre, o como últimamente, lo vivió todo pasivamente, mirón, mirón, supongo que la misma actitud que demuestra ante mis fax, la misma que demostró ante mí misma. Yo soy capaz de «perdonarle» y defender su causa en casi todas las circunstancias, también ahora lo haría ante mí, pero la condición necesaria no se da, que usted diga, haga algo. Espero que entienda mi disgusto, aunque éste no depende de su grado de comprensión, es inmutable.
No, no hay música.
TORQUEMADA
(¿era un hombre?, ¿seguro?)
Los fax se sucedían y, una vez agotado el caso Conesal, ella se dedicó a analizar otras andanzas, como si hubiera espiado su trayectoria profesional y se hubiera convertido en detective de otro detective. Quizá lo mejor sea llamarla y proponer un encuentro, pero el verano se ultima como un balance de la verdad del invierno, con su falsa promesa de cambiarlo todo, y cuando pase, la vaca del fax ya habrá olvidado su obsesión. El cadáver del hijo de la señora Mata i Delapeu ha recibido cristiana sepultura pese a su satanismo y la madre reclama de la sabiduría privada de Carvalho lo que no espera recibir de la policía pública.
– Justicia y paz de espíritu. Hasta que pueda mirar al fondo de los ojos del asesino de mi hijo no podré dormir en paz.
Debía ir al encuentro de aquella viuda de su hijo. Otra madre culta y rica engendrando un desplazado rico, culto y tonto. Un tema de satanismo ayuda a pasar el verano, además debía reunirse cuanto antes con Charo para clarificar lo que pudo haber sido y no fue o lo que ya no podría ser, aunque se asumía a sí mismo por primera vez molesto ante la idea de que Charo dependiera de otro hombre, porque ya no ejercía un oficio, sino que se había consagrado como amante o concubina de un señor respetable que le había puesto un negocio. La vaca del fax. Satán, Charo. Quimet y el espionaje catalán. Demasiado para una rentrée. Tiró de uno de los cajones de su mesa de despacho y junto al radiocasete que Charo le había enviado desde Andorra tenía el traje de baño. Biscuter en la cocina trajinando guisos que olían a azafrán, en el lavabo Carvalho se puso el traje de baño a guisa de calzoncillos, se volvió a vestir y bajó hasta el parking en busca de su coche, al que le regalaba la condición de cabina de playa. Condujo Ramblas abajo hasta el puerto y luego fue a la Vila Olímpica a por el parking situado a la sombra de la Torre Mapire. En el interior del coche se quedó en traje de baño y camisa, guardó su ropa en el maletero y subió hasta el Port Olímpic para avistar la lontananza de playas sucesivas y gratuitas donde los cuerpos depredadores asumían el regalo del mar recuperado tras varios siglos de murallas y contaminaciones. A su izquierda la Vila Olímpica empezaba a enmascararse de árboles y se hacía perdonar su escasa ambición arquitectónica, y a la derecha el mar rutilante y ciudadanía en sus mejores y peores cueros, pero dispuesta a gozar del paraíso. Era de nuevo el mundo de su infancia, cuando las playas «libres» por gratuitas de la Barceloneta le regalaban la condición de bañista y la sorpresa de su propio cuerpo liberado por las aguas. Ahora las playas se sucedían y de seguir andando llegaría hasta la frontera francesa sin perder el favor del mar, pero lo que le interesaba era comprender la nueva ciudad, el sentido de aquel añadido urbano junto a la voluntad de supervivencia del cementerio cerrado y romántico del Poblenou, los caserones cúbicos reciclados por la cirugía estética de la cultura del simulacro, las chimeneas desesperadas, acorraladas en su condición de obsoletos testimonios de lo que había sido a la vez Manchester e Icaria, tan acorraladas como las viviendas en otro tiempo baratas, protegidas, mal construidas que de pronto se convertían en un lacerante Harlem alzado junto a Malibú, en viviendas para pobres milagrosamente erguidas sobre el suelo más encarecido de la ciudad. ¿Qué bisagra unía su imaginario de Barcelona con esta atlántida de pronto emergente de los mares? Una huida hacia adelante o un nuevo sentido de ciudad definitivamente abierta y profiláctica, pasteurizada, al tiempo que la piqueta le rompía las ingles del Barrio Chino y las fantasmales barricadas de la memoria de la ciudad de la rabia y de la idea de la subversión, de la ciudad franquista, la ciudad de rodillas, Señor, ante el Sagrario, que guarda cuanto quedade amor y de verdad. Tal vez la bisagra fuera el olor a gamba, la venganza de los olores de aceites envilecidos, refritos, aceites incorrectos en contra de la ciudad más correcta del Mediterráneo, un aceite sólido cargado de memoria, evocador de posguerras y derrotas.
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