Lorenzo Silva - Nadie vale más que otro

Здесь есть возможность читать онлайн «Lorenzo Silva - Nadie vale más que otro» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Триллер, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

Nadie vale más que otro: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Nadie vale más que otro»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

El asesinato de una mujer en el que todas las sospechas recaen en un marido con un largo historial de malos tratos, la violación y la muerte de una niña, el hallazgo del cadáver de un delicuente común donde todo parece indicar que se trata de un ajuste de cuentas y el crimen contra un inmigrante en un pequeño pueblo son los cuatro asuntos que tienen como nexo, además de suceder todos en periodos estivales, el hecho de ser crímenes tan cotidianos como lo que se leen a diario en los periódicos, alejados de la extravagancia y de la sofisticación y, en consecuencia, tan reales como la vida, o la muerte, misma.

Nadie vale más que otro — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Nadie vale más que otro», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

– Yo no los cuento.

– Pues calcula a bulto. La proporción te va a salir igual. Las mujeres suelen matar cuando no pueden aguantar más. Los hombres, por las razones más peregrinas y a las primeras de cambio.

La vi cerrar la bolsita y sellarla meticulosamente.

– Siento tener que darte la razón -dije.

– Sabes que la tengo.

– Lo que sucede es que en este caso tu razón no nos sirve para nada. No cabe ninguna duda de que lo hizo un hombre. Y con la teoría de que todos somos asesinos en potencia no vamos a ser capaces de distinguir al que aquí lo es efectivamente.

– Bueno, se trata de saber quién es más cafre que los demás. Si es uno de estos tres, habrá que esperar a verlos a todos.

– Puede no ser el más cafre -dije-. Puede ser el más amable.

Chamorro sonrió.

– Sí, ya sé que siempre te gusta imaginarte la historia más enrevesada. Pero ya sabes cómo suele ser la realidad.

– Tristemente predecible -reconocí-. En fin, faltan cinco minutos para que venga el tío Samuel. Y estará advertido, como su hermano pequeño, o quizá un poco más. He visto que José llevaba móvil y me apuesto todos los trienios a que le ha dado tiempo a usarlo. Así que recobremos la compostura y pongámonos serios.

Habíamos citado a Samuel a las cinco y a Marcos a las seis. Los dos habían aceptado venir a nuestro territorio, Samuel sin oponer ninguna resistencia y Marcos tras un breve tira y afloja como el que me había visto forzado a mantener con José. Había dejado diez minutos entre llamada y llamada. Eso nos permitía suponer que habían tenido tiempo suficiente de hablar entre ellos antes de que nos pusiéramos en contacto con el siguiente. Pensé que eso no les daría ninguna ventaja, sino más bien al contrario.

Samuel no vino tan puntual como José. De hecho se retrasó casi un cuarto de hora. Y no pidió disculpas por ello. Se limitó a rezongar, cuando por fin se presentó ante nosotros:

– He tenido que dejar la labor a medias. ¿Va a ser mucho rato?

– No le retendremos más de lo indispensable -prometí.

Samuel rechazó el café y el agua. En cambio, aceptó el cigarrillo, y cuando lo terminó también me cogió el chicle sin azúcar. Mientras tanto, iniciamos el interrogatorio, que no resultó nada fluido. Se notaba que a su hermano pequeño le había dado tiempo a prevenirle contra nosotros. Por otra parte, Samuel, que era el menos imponente de los hermanos que conocíamos hasta el momento, daba la impresión, en contrapartida, de ser el más huraño.

Tenía también dos hijos, bastante más pequeños que los de José, pero cuando le invité, como había hecho con el otro, a mostrar la dulzura paterna que debían de inspirarle, tan sólo gruñó:

– Es una edad asquerosa. No le dejan a uno dormir.

Crucé una rápida mirada con Chamorro. Al menos de entrada el tipo no parecía propenso a la hipocresía.

Su reacción, cuando le preguntamos, como a todos, si tenía alguna idea o alguna sospecha acerca de quién podía haberle quitado la vida a su sobrina, no fue menos destemplada:

– No tengo ni puta idea. Va por mal camino, sargento. Yo le digo que no fue nadie de aquí. Todo el mundo le tenía cariño a esa niña, y aquí no hay más que gente que trabaja para sacar adelante a los suyos. Fue algún cabrón de fuera que la vio en mala hora.

– Pero sus padres la dejaron en casa, al cuidado de los animales; no tuvo por qué salir, en principio. Más bien parece que debieron de ir a buscarla allí -pensé en voz alta-. ¿Le parece a usted que eso lo haría un forastero? ¿No es un poco raro?

– No lo sé. Yo no soy policía. No sé cómo pudo pasar. Eso tendrán que averiguarlo ustedes, que son los que conocen a los delincuentes. O eso es por lo menos lo que se supone.

– Los delincuentes son gente como usted y como yo -dije, mientras observaba el gesto de Chamorro, que se mantuvo tiesa e impenetrable-. Hacen cosas que a usted y a mí nos parecen impensables y espantosas, pero actúan de un modo relativamente lógico. El asesino, salvo raras excepciones, suele conocer a la víctima, y busca la mejor ocasión para atacar. Comprendo que se esfuercen ustedes por pensar bien de sus vecinos. Pero los indicios apuntan a que el culpable vive en el pueblo y tenía cierta familiaridad con la chica, y si todos se empeñan en sostener esa teoría del forastero malvado, me temo que no van a ayudarme mucho.

Creo que Samuel no advirtió hasta qué punto había calculado cuanto acababa de decir. Le estaba enseñando un trapo rojo, y en vez de mirar a otro lado, decidió embestirlo:

– Mire, sargento, no sé por qué da todas esas vueltas. ¿Por qué no me lo pregunta ya, de frente, y sin más rodeos? Mi cuñada le ha metido un disparate en la cabeza y usted se lo ha creído. Y a lo mejor espera que yo acuse a mis hermanos, o que confiese que maté a mi sobrina. Pero está usted equivocado. Digo yo que antes de dejar hacerles ese trabajo deberían enseñarles a distinguir de qué personas pueden fiarse y de cuáles no. Mi cuñada nunca tuvo los sesos muy en su sitio, y ahora se le han alborotado del todo. No digo que no lo comprenda, porque no hay nada más duro que perder a un hijo, pero lo que no entiendo es que ustedes, que se dedican a esto, se traguen sin más sus chaladuras.

– Ya que lo plantea de esa manera, permítame preguntarle dónde estuvo usted la tarde del catorce de agosto -dije-. Y le ruego que se haga cargo de que sólo cumplo con mi obligación.

– Válgame Dios -meneó la cabeza-. De verdad que no me explico cómo tengo que estar respondiendo a esta pregunta. Pero bueno, usted manda. Estuve trabajando en mis tierras hasta las seis, y luego fui a dar una vuelta por el monte con mi hermano Marcos. Volví a casa a eso de las ocho y media y ya me quedé allí.

– ¿Tiene quien pueda confirmarlo?

– Mi hermano. Mi mujer. Y los que me vieran pasar cuando iba de un sitio a otro. Pero si no le vale, póngame las esposas.

Me tendió las muñecas. Las observé durante un par de segundos, o mejor dicho aproveché para observar sus manos. Eran grandes, como las de todos los hermanos. Como las del hombre que le había arrancado la vida a la pequeña Camino.

– No le acuso de nada, Samuel -dije-, ni mucho menos voy a ponerle unas esposas. Tengo un trabajo antipático. Me obliga a comprobarlo todo. No se lo tome como una ofensa personal.

Samuel me observó aún con su gesto iracundo, pero a partir de ahí se amansó un poco y el trato con él fue menos rudo. Aproveché, entre otras cosas, para hacerle hablar de su sobrina.

– Verá usted, yo he tardado mucho en tener hijos -nos explicó, en cierto momento, con las mejillas bañadas en lágrimas-. Durante todos estos años, mientras no terminaban de llegar, siempre he querido a Camino como si fuera mía. Sé que a mi cuñada la molestaba, sobre todo porque la niña era muy cariñosa conmigo. Puede que sea por eso por lo que se le han ocurrido las sandeces que les ha contado. Yo no soy un hombre muy efusivo, ya me ven, pero por esa cría, desde que nació, he tenido debilidad. Si ustedes la hubieran conocido. Era tan simpática, la pobrecilla…

Antes de despedirnos, le tendí a Samuel el cenicero.

– Tenga, eche ahí el chicle, que ya se le habrá pasado el sabor.

Y allí lo escupió, sin más, mientras se secaba los ojos.

5. El más simpático.

Teníamos ya dos chicles, dos salivas, dos bolsitas que enviar al laboratorio. Pero sobre todo habíamos tenido tiempo para escuchar a dos hombres, que habían clamado su inocencia y derramado ante nosotros sus lágrimas, sincera o insinceramente.

Resulta incómodo buscar la verdad cuando sientes que alguno la está ocultando, cuando te consta que la verdad incuestionable no existe y cuando sabes que la que elijas creer y en su caso sostener tendrá consecuencias desagradables para alguien. Por eso, cuando interrogo a un sospechoso, incluso cuando creo que debo presionarlo, me esfuerzo por no olvidar la gravedad de lo que estoy haciendo. Entre otras cosas, intento recordar en todo momento que sólo estoy autorizado a hacer sufrir a aquel que me miente, si es que para provocar algún sufrimiento puede uno considerar que tiene permiso. Y procuro no emplear más violencia verbal ni psicológica de la estrictamente necesaria, que no suele ser mucha, si sabes hacer bien tu trabajo. Pero a veces uno pierde el control, o tiene un mal día, o está más torpe de lo que debiera, y comete el error de infligirle a alguien un daño inútil.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «Nadie vale más que otro»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Nadie vale más que otro» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Отзывы о книге «Nadie vale más que otro»

Обсуждение, отзывы о книге «Nadie vale más que otro» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x