– El reportaje de Neus -les dije-. Me lo tragué el sábado, por matar el rato. Si no me equivoco, esta mujer es una de las prostitutas que daban su testimonio. La rumana que hablaba de las redes que traen a sus compatriotas desde su país para explotarlas aquí. De cuello para arriba la imagen salía distorsionada, pero el busto era muy similar, y también tenía la piel morena, y el cabello teñido con ese tono de rubio.
– Rumana es -confirmó Riudavets-. Catalina Iliescu, casi con toda probabilidad. No llevaba documentación encima, y como ves se han preocupado de perjudicarle la fisonomía para que nos cueste identificarla por otro medio. Pero cometieron un error, o no contaron con que la gente tiene sus rarezas. Aunque parece que se molestaron en vaciarle los bolsillos, no se pararon a mirar en la copa del sostén, donde se había escondido el resguardo de un envío de dinero a Rumania hecho bajo ese nombre. Más que sustancioso, mil quinientos euros. Por qué se lo guardó ahí, no me preguntes. A lo mejor era importante para ella, o le resultó más expeditivo metérselo en el escote que abrir el bolso. Hemos recuperado las huellas que una Catalina Iliescu puso en su día para la tarjeta de residencia, y ahora me están haciendo el cotejo dactiloscópico con las del cadáver. Pero a primera vista coinciden.
– ¿Y cómo la vinculasteis con el caso Barutell? -preguntó Chamorro.
– Nos llevó un par de pasos, no más -dijo Riudavets-. Por el aspecto, la nacionalidad, etcétera, en seguida pensamos en una prostituta y en algún ajuste de cuentas relacionado con su actividad. Así que descolgué el teléfono y llamé a nuestro especialista en la materia. El mismo al que le envié los papeles que nos dejasteis sobre el reportaje. Cuando le di el nombre Catalina Iliescu, me dijo que no sólo le sonaba, sino que lo había subrayado hacía apenas media hora: en esos papeles, y más en concreto en las anotaciones de trabajo de Neus Barutell. Me leyó la anotación en cuestión: Conectar con Cata Iliescu y convencerla de presentar amigas, posible secuencia varias de ellas charlando sobre sus experiencias . Bueno, más o menos, y traducido sobre la marcha. Comprenderás -se dirigió a mí- que después de oír eso habría debido tener todas las neuronas de vacaciones para no coger el teléfono y llamarte.
– Lo comprendo, y sé que no es el caso. ¿Dónde estaba?
– Tirada en un descampado, en las afueras. La encontró una de nuestras patrullas de seguridad ciudadana que fue a investigar un aviso. Un vecino llamó diciendo que creía haber oído disparos.
– ¿Y su último domicilio conocido, según la tarjeta de residencia?
– L'Hospitalet de Llobregat.
– Sí que empiezan a ser demasiadas coincidencias -opinó Rubio.
– ¿Por qué? -preguntó Riudavets.
Consideré que debía contarle sin más retraso lo que le faltaba:
– Esta tarde hemos estado intentando localizar a la usuaria de un teléfono móvil con el que se comunicó Neus Barutell el día de su muerte. Le hemos interceptado una conversación en rumano, en la que la mujer que hablaba se identificaba como Cata. Estaba por la zona de Hospitalet, pero cuando hemos llegado allí y hemos querido ir a engancharla, el teléfono se ha quedado muerto. O lo apagó, o se lo apagaron.
– Visto lo visto, me inclino por lo segundo -apostó el mosso.
– Esto quiere decir -resumí- que cada uno tenemos una muerta, que las dos están relacionadas y que nos necesitamos mutuamente.
– Y que lo digas. Déjame hacerte dos preguntas que entenderás que no puedo aguantarme: ¿tenéis el listado de llamadas de esa Cata en los últimos días? ¿Ha vuelto a utilizar alguien su teléfono?
Miré a mis compañeros. Luego le respondí a Riudavets:
– A lo segundo, negativo. A lo primero, si me guardas el secreto, te diré que tenemos algo que quizá te va a valer más. El último número al que llamó la chica, el nombre de quien se lo cogió, la conversación completa y la traducción de lo que hablaron. Ella parecía muy asustada, y el otro, un tal Stefan, se desentendió de todo y acabó colgando. Cata hablaba de alguien que iba por ella y le pedía ayuda. Él le dijo que no podía hacer nada y que se lo hubiera pensado mejor.
Riudavets meditó sobre lo que acababa de contarle.
– Da gusto juntar las fuerzas -declaró, con una euforia apenas reprimida-. Que yo recuerde, nunca había avanzado tanto en dos horas de investigación. Si tenéis la bondad de darme el número de teléfono de ese Stefan, me voy zumbando al juzgado de guardia para que me autoricen a intervenirlo y tenerlo controlado lo antes posible.
No le dije en seguida que sí. También yo tenía mis prioridades.
– Te lo daremos, pero con una condición.
– ¿Cuál?
– Que podamos avanzar a la vez. Tú te beneficias de la información que yo tengo y yo de la que tú saques. Lo que te propongo es, uno, que compartamos en tiempo real lo que la intervención de ese teléfono vaya produciendo. Y dos, que, cuando estemos en disposición de echarle el guante a ese Stefan, lo hagamos de forma conjunta. No me importa que formalmente lo detengas tú. Pero quiero tener acceso franco a él para preguntarle lo que necesite en relación con Neus.
Riudavets tampoco se apresuró a darme lo que le pedía.
– Es algo irregular y contrario a nuestros procedimientos -juzgó-. Pero al mismo tiempo es justo. Y aquí contamos con una ventaja.
– ¿Sí?
– Lo que yo tengo es el asesinato de una puta extranjera. Es decir, algo que básicamente no le importa a nadie y que desde luego no me va a obligar a trabajar con el aliento de mis jefes en el cogote. Mientras lo hagamos con discreción, no ha de haber ningún problema.
– ¿Tenemos entonces un trato?
– Lo tenemos.
Le tendí la mano. Me la estrechó con fuerza.
– A ver, Chamorro, dale el número -dije.
Mi compañera rebuscó entre sus notas y encontró el número de teléfono de Stefan. Lo escribió en una hoja de bloc que luego arrancó y entregó a Riudavets. Mientras plegaba el papel, el mosso observó:
– Estamos también de suerte con el juez al que le toca hoy guardia. Es de esos que no tienen horas y no consienten que nadie les dé largas. A veces es una faena, como cuando te has tirado un par de noches sin dormir y le entregas al sospechoso deseando irte a la cama y te pide informes o diligencias complementarias urgentes sin importarle que estés hecho polvo. Pero para esto nos va a venir bien. Dándosenos un poco bien, mañana mismo tenemos pinchado este canuto.
– Eso es ahora cosa vuestra. Nosotros nos encargamos del teléfono de Catalina. Y mañana te remitimos el listado de sus llamadas.
– Perfecto. Me voy al juzgado. Intentad dormir algo.
– Y tú -le recomendé.
Dormimos, pero no mucho. Al final serían cerca de las tres cuando nos metimos en la cama, y a las siete menos cuarto ya tenía los ojos abiertos. No me entretuve entre las sábanas, aunque habría podido quedarme un poco más. Me afeité, me aseé, me vestí y me fui a tomar el desayuno. Siempre tonifica madrugar y mirar el mundo cuando todavía no se ha puesto en funcionamiento. En el recinto de la comandancia no se veía más bicho viviente que los que habían estado de servicio durante la noche. Hacia las siete y media, con el café humeante bajo la nariz, vi venir a Chamorro y a Tena. Tampoco ellas habían podido quedarse a remolonear en la cama. A las ocho menos cuarto se nos sumó el sargento Rubio, completando la nómina de los forasteros. Sin esperar a Ponce y a Gil, que solían llegar sobre las ocho, nos pusimos a planificar la jornada. Había mucho juego que repartir.
– Alguien tiene que estar con los mossos, en cuanto tengan pinchado el teléfono de Stefan -dije-. No es que no me fíe de ellos, creo que Riudavets es un tipo legal. Pero me siento más tranquilo si alguno de nosotros, bien empapado de todos los detalles de nuestro caso, está encima para procesar la información según la vayan obteniendo.
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