Robin Cook - Cromosoma 6

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– Claro -respondió Marvin.

– También hablé con Mike Passano esa noche.

– Eso he oído -repuso Marvin.

– Así fue -dijo Laurie-. Pero, créeme, no lo estaba acusando de nada.

– Te creo. A veces es un poco quisquilloso.

– No puedo entender cómo hicieron para robar el cadáver -prosiguió Laurie-. Aquí siempre hubo alguien, ya fuera Mike o el personal de seguridad.

Marvin se encogió de hombros.

– Yo tampoco sé nada -dijo Marvin-. Créeme.

– Claro -repuso Laurie-. Estoy segura de que si hubieras sospechado algo me lo habrías dicho. Pero ésa no es mi pregunta. Tengo el pálpito de que quien fuera que robó el cadáver tuvo que contar con ayuda del interior. Lo que quería preguntarte es si crees que algún empleado del depósito podría haber colaborado de alguna manera.

Marvin reflexionó un instante y luego negó con la cabeza.

– No lo creo.

– Tuvo que ocurrir durante el turno de Mike -dijo Laurie-. ¿Conoces bien a los dos conductores, Pete y Jeff?

– No -respondió Marvin-. Los he visto por aquí e incluso he hablado con ellos un par de veces, pero como hacemos turnos diferentes, no nos encontramos a menudo.

– Pero, ¿tampoco tienes motivos para sospechar de ellos?

– No; no más que de cualquier otro.

– Gracias -dijo Laurie-. Espero que mi pregunta no te haya molestado.

– Tranquila -dijo Marvin.

Laurie reflexionó un momento mientras se mordía el labio inferior. Sabía que se le escapaba algo.

– Tengo una idea -dijo de repente-. ¿Por qué no me cuentas paso a paso lo que hacéis antes de dejar salir un cadáver?

– ¿Todo lo que hacemos?

– Sí, todo. Tengo una idea general, pero ignoro los detalles.

– ¿Por dónde quieres que empiece? -preguntó Marvin.

– Por el principio -respondió Laurie-. Desde el momento en que recibís la llamada de la funeraria.

– De acuerdo. Nos llaman, dicen que son de tal o cual funeraria y que pasarán a recoger un cadáver. Entonces me dan el nombre y el número de admisión.

– ¿Ya está? -preguntó Laurie-. ¿Entonces cuelgas?

– No. Les digo que esperen mientras introduzco el número en el ordenador. Tengo que asegurarme de que vosotros, los forenses, habéis dado vuestra conformidad para que se lleven el cuerpo, y también tengo que averiguar dónde está.

– Entonces vuelves al teléfono, ¿y qué les dices?

– Digo que está bien y que tendré el cadáver preparado.

Por lo general les pregunto a qué hora van a pasar. No tiene sentido que me dé prisa si van a tardar un par de horas.

– ¿Y luego?

– Voy a buscar el cuerpo y compruebo el número de admisión. Luego lo pongo en el compartimiento frigorífico.

Siempre los ponemos en el mismo sitio. De hecho, los colocamos en orden de recogida. De esa forma les facilitamos las cosas a los conductores.

– ¿Y qué pasa después?

– Que vienen a buscar el cadáver -respondió Marvin encogiéndose de hombros una vez más.

– ¿Y qué pasa cuando llegan?

– Les hacemos rellenar un formulario -continuó Marvin-.

Todo debe quedar documentado. Es decir, tienen que firmar un recibo conforme han aceptado la custodia del cuerpo.

– De acuerdo -dijo Laurie-. ¿Entonces vas a buscar el cadáver?

– Sí, o lo recoge uno de ellos. Todos han estado aquí un millón de veces.

– ¿Se hace una comprobación final?

– Desde luego -dijo Marvin-. Siempre comprobamos el número de admisión una vez más antes de que se lleven la camilla. Sería terrible que llegaran a la funeraria y se dieran cuenta de que se han llevado el fiambre equivocado.

– Parece un buen sistema-admitió Laurie y así lo creía.

Con tantos controles, era difícil hacer algo ilegal.

– Ha funcionado durante décadas sin que hubiera un solo error -dijo Marvin-. Claro que el ordenador ayuda. Antes sólo teníamos el libro de registros.

– Gracias, Marvin -dijo Laurie.

– De nada.

Laurie salió de la oficina del depósito. Antes de subir a la suya, se detuvo en la segunda planta para comprar un tentempié en la máquina expendedora de la cantina. Cuando sintió que había recuperado la energía, subió a la quinta planta. Notó que la puerta del despacho de Jack estaba abierta y se asomó. Jack examinaba una muestra en el microscopio.

– ¿Algo interesante?-preguntó.

Jack levantó la cabeza y sonrió.

– Mucho -dijo-. ¿Quieres echar un vistazo?

Se hizo a un lado y Laurie miró por el ocular.

– Parece un pequeño granuloma en el hígado -dijo.

– Exacto -dijo Jack-. Es de uno de los minúsculos fragmentos de lo que quedaba del hígado de Franconi.

– Mmm… -dijo Laurie sin dejar de mirar por el microscopio-. Es extraño que hayan usado un hígado infectado para un trasplante. Deberían haber escogido mejor al donante.

¿Hay muchos granulomas como éste?

– Hasta el momento, Maureen me ha dado un solo preparado histológico del hígado -respondió Jack-. Y ése es el único granuloma que he encontrado, así que supongo que no habrá muchos. Aunque vi uno en la muestra congelada, y en ella también había pequeños quistes tabicados en la superficie del hígado que podían verse a simple vista. Los cirujanos que hicieron el trasplante tuvieron que verlos, aunque es obvio que no les importó.

– Al menos no hay inflamación general -dijo Laurie-. Lo que quiere decir que la tolerancia era buena.

– Extremadamente buena -corrigió Jack-. Demasiado buena, pero ése es otro asunto. ¿Qué opinas de lo que hay debajo del marcador?

Laurie reguló el objetivo para mirar la muestra de arriba abajo. Había pequeñas partículas de material basófilo.

– No sé. Ni me atrevo a asegurar que no sea un artificio.

– Yo tampoco. A menos que sea eso lo que estimuló el gra nuloma.

– Es probable -dijo Laurie incorporándose-. ¿Por qué has dicho que la tolerancia al trasplante era demasiado buena?

– En el laboratorio me informaron de que Franconi no tomaba fármacos inmunosupresores. Y es muy extraño, puesto que no hay inflamación general.

– ¿Estás seguro de que se trata de un trasplante? -preguntó Laurie.

– Completamente -aseguró Jack y le resumió la información que le había proporcionado Ted Lynch.

Laune estaba tan desconcertada como él.

– Aparte de dos gemelos homocigotos, no puedo imaginar a dos personas con secuencias DQ alfa idénticas.

– Al parecer, estás más informada que yo. Hasta hace un par de días, ni siquiera había oído hablar del DQ alfa.

– ¿Has conseguido averiguar dónde le hicieron el trasplante a Franconi?

– Ya me gustaría -respondió Jack y le habló de los esfuerzos infructuosos de Bart. También le contó que él mismo había pasado gran parte de la noche llamando a los bancos de órganos europeos.

– ¡Caray! -exclamó Laurie.

– Hasta le he pedido ayuda a Lou. Según la madre de Franconi, éste pasó una temporada en un balneario y volvió como nuevo. Supongo que fue entonces cuando le hicieron el trasplante. Por desgracia, la mujer no tiene idea de adónde fue. Lou va consultar a los de Inmigración para saber si salió del país.

– Si alguien puede averiguarlo, ése es Lou -aseguró Laurie.

– A propósito -dijo Jack dándose aires de superioridad-, Lou ha confesado que fue él quien filtró la noticia a la prensa.

– No puedo creerlo.

– Lo he oído de sus propios labios. Así que espero una humilde disculpa.

– De acuerdo, te pido perdón. Pero estoy atónita. ¿Te dio algún motivo?

– Dijo que querían difundir la noticia de inmediato para remover el avispero y ver si aparecían pistas nuevas. Parece que la táctica funcionó. Consiguieron un soplo, que más tarde confirmaron, según el cual el cadáver de Franconi fue robado por orden de la familia Lucia.

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