Robin Cook - Cromosoma 6

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– Cree que los bonobos podrían estar usando fuego -respondió Bertram-. No lo ha dicho explícitamente, pero estoy seguro de que se le ha pasado por la cabeza.

– ¿Qué quiere decir con que están "usando" fuego? -pre guntó Siegfried inclinándose-. ¿Que encienden fogatas para calentarse o para cocinar? -Siegfried rió sin que se alterara su eterna mueca de desprecio-. No entiendo a los urbanitas americanos como ustedes. Cuando vienen a la selva tienen miedo hasta de su propia sombra.

– Sé que es ridículo -admitió Bertram-. Nadie más ha visto humo o, si lo han visto, sin duda procede de algún incendio provocado por una tormenta eléctrica. El problema es que Kevin quiere ir a la isla.

– ¡Nadie puede visitar la isla! -gruñó Siegfried-. Sólo está permitido ir para recoger ejemplares y, aun entonces, los únicos autorizados son los miembros del equipo de recogida. Son las normas de la central. No hay excepciones, aparte de Kimba, el pigmeo, que debe ir a llevar comida suplementaria.

– Es lo que le dije -repuso Bertram-. Y no creo que haga nada por su cuenta. Pero pensé que debía ponerlo sobre aviso de todos modos.

– Me alegro de que lo hiciera -dijo Siegfried con exasperación-. Ese imbécil me está creando problemas.

– Hay algo más -prosiguió Bertram-. Ha hablado del humo con Raymond Lyons.

Siegfried dio un puñetazo en la mesa con su mano sana, con tanta fuerza que Bertram se sobresaltó. Luego se puso en pie y se acercó a la ventana con vistas a la plaza. Miró con furia hacia el hospital. Ese investigador empollón y marica nunca le había caído bien. Se había puesto furioso al enterarse de que iban a concederle la segunda mejor casa de la ciudad, pues tenía pensado adjudicar la vivienda a uno de sus esbirros más leales.

Siegfried cerró la mano sana en un puño y apretó los dientes.

– ¡Maldito entrometido gilipollas!

– Prácticamente ha terminado con su investigación -dijo Bertram-. Sería una pena que lo fastidiara todo precisamente cuando las cosas marchan tan bien.

– ¿Qué le dijo Lyons? -preguntó Siegfried.

– Nada. Que estaba dejándose llevar por su imaginación.

– Tendré que hacerlo vigilar-anunció Siegfried-. No permitiré que nadie destruya este programa. De ninguna manera. Es demasiado lucrativo.

– Eso es cosa suya -dijo Bertram poniéndose de pie. Se dirigió hacia la puerta, convencido de que había hecho lo que debía.

CAPITULO 7

5 de marzo de 1997, 7.20 horas.

Nueva York

La combinación de vino barato y falta de sueño retrasó el pedaleo matutino de Jack hasta el trabajo. Acostumbraba llegar a la sala de identificaciones del Instituto Forense a las siete y cuarto. Pero cuando salió del ascensor en la primera planta del depósito de cadáveres, descubrió que ya eran la siete y veinticinco, y eso le molestó. No es que llegara tarde, pero a Jack le gustaba mantener a rajatabla su horario. Había aprendido que la disciplina en el trabajo era una de las formas de evitar la depresión.

Lo primero que hacía al llegar era servirse una taza de café de la cafetera común. Hasta el aroma parecía surtir un efecto benéfico, que Jack atribuía a un condicionamiento pavloviano.

Bebió el primer sorbo. Era el maná. Aunque él mismo dudaba de que el efecto pudiera ser tan rápido, tuvo la impresión de que el leve dolor de cabeza de la resaca comenzaba a desvanecerse.

Fue al encuentro de Vinnie Amendola, el asistente que empalmaba el turno de noche con el de día. Como de costumbre, estaba sentado detrás de uno de los escritorios de metal característicos de la administración pública. Tenía los pies sobre un extremo de la mesa y la cara oculta detrás del periódico de la mañana.

Jack dobló un extremo del periódico para dejar al descubierto las facciones italianas de Vinnie. Este rondaba los treinta y, a pesar de su lamentable forma física, era apuesto.

Jack envidiaba su poblada cabellera morena. En el último año, Jack había notado que su pelo castaño con hebras de plata comenzaba a ralear en la coronilla.

– Eh, Einstein, ¿qué dice el periódico sobre el incidente del cadáver de Franconi? -preguntó Jack. El y Vinnie trabajaban juntos con frecuencia, y cada uno de ellos apreciaba el ingenio, la petulancia y el humor negro del otro.

– No lo sé -repuso, procurando arrancar su amado periódico de las manos de Jack. Estaba enfrascado en el informe del partido de baloncesto de los Knicks de la noche anterior.

Jack arrugó la frente. Vinnie no era ningún genio académico, pero sí una autoridad en sucesos de actualidad. Leía el periódico desde la primera hasta la última página a diario y memorizaba la información con impresionante exactitud.

– ¿No sale nada al respecto? -preguntóJack.

Estaba desconcertado. Había supuesto que los periodistas se cebarían en el bochorno que suponía para el gobierno la desaparición de un cadáver del depósito. Los errores burocráticos eran el tema favorito de los medios de comunicación.

– Yo no he visto nada -respondió Vinnie.

Tiró del periódico y, en cuanto lo recuperó, volvió a esconder la cara tras él.

Jack meneó la cabeza. Estaba verdaderamente sorprendido y se preguntó qué habría hecho Harold Bingham, el jefe del instituto, para ocultar semejante noticia a la prensa.

Pero cuando estaba a punto de darse la vuelta, vio los titulares: La mafia burla a las autoridades. El subtítulo rezaba:

"La familia de Vaccaro asesina a uno de los suyos y luego roba el cadáver ante las propias narices de los funcionarios municipales."

Jack arrancó el periódico de manos de Vinnie. Este bajó los pies de la mesa y pateó en el suelo.

– ¡Eh! ¿Qué haces? -protestó.

Jack dobló el periódico y lo levantó ante los ojos de Vinnie, obligándolo a mirar los titulares.

– Acabas de decir que la noticia no salía en el periódico -dijo Jack.

– No he dicho que no saliera -replicó Vinnie-, sino que no la había visto.

– ¡Joder! Está en primera página! -exclamó Jack, señalando los titulares con la taza de café.

Vinnie extendió una mano para recuperar su periódico, pero Jack se lo impidió.

– ¡Vamos! -protestó Vinnie-. Cómprate tu propio periódico.

– Has picado mi curiosidad. Con lo metódico que eres, estoy seguro de que leíste la noticia del día de cabo a rabo en el viaje en metro. ¿Qué te pasa, Vinnie?

– ¡Nada! He pasado directamente a la página de deportes.

Jack estudió la cara del asistente durante unos instantes, pero Vinnie desvió la mirada.

– ¿Estás enfermo? -preguntó Jack con tono burlón.

– ¡No! -respondió Vinnie-. ¡Devuélveme el periódico!

Jack separó las páginas de deporte y se las pasó. Luego se sentó a la mesa de registros y comenzó a leer el artículo. Comenzaba en la primera página y acababa en la tercera. Como Jack había previsto, estaba escrito en tono burlón y sarcástico. Se ensañaba tanto con la policía como con el Instituto Forense. Decía que aquel sórdido asunto era otra prueba flagrante de la incompetencia de ambas instituciones.

Laurie entró en el despacho e interrumpió la lectura a Jack. Mientras se quitaba el abrigo, le dijo que esperaba que se sintiera mejor que ella.

– No creas -repuso Jack-. La culpa es de ese vino barato que llevé a tu casa. Lo siento.

– También tiene que ver con que he dormido sólo cinco horas. Tuve que hacer un esfuerzo sobrehumano para levantarme de la cama. -Laurie dejó el abrigo sobre una silla-.

Buenos días, Vinnie -saludó.

Vinnie guardó silencio detrás del periódico.

– Está de morros porque le he robado el periódico -explicó Jack, y se levantó para dejarle el sitio a Laurie en la mesa de registros. Esa semana le tocaba a ella distribuir las autopsias entre el personal-. Dedican los titulares y el editorial al caso de Franconi.

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