Arturo Pérez-Reverte - La Tabla De Flandes

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A finales del siglo XV un viejo maestro flamenco introduce en uno de sus cuadros, en forma de partida de ajedrez, la clave de un secreto que pudo cambiar la historia de Europa. Cinco siglos después, una joven restauradora de arte, un anticuario homosexual y un excéntrico jugador de ajedrez unen sus fuerzas para tratar de resolver el enigma.
La investigación les conducirá a través de una apasionante pesquisa en la que los movimientos del juego irán abriendo las puertas de un misterio que acabará por envolver a todos sus protagonistas.
La tabla de Flandes es un apasionante juego de trampas e inversiones -pintura, música, literatura, historia, lógica matemática- que Arturo Pérez- Reverte encaja con diabólica destreza.

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1462: V an H uys pinta El caballero y el diablo . F otografías del original (R ijksmuseum de A msterdam) permiten aventurar que el caballero que posó para ese retrato podría ser R oger de A rras, aunque el parecido entre ese personaje y el de La partida de ajedrez no sea rigurosamente exacto.

1463: C ompromiso oficial de F ernando de O stenburgo con B eatriz de B orgoña. E n la embajada ante la corte borgoñona figuran R oger de A rras y P ieter V an H uys, enviado para pintar el retrato de B eatriz, que realiza ese año. (E l retrato, citado en la crónica de los esponsorios y en un inventario de 1474, no se ha conservado hasta nuestros días).

1464: B oda ducal. R oger de A rras preside la comitiva que conduce a la novia desde B orgoña a O stenburgo.

1465: M uere F elipe el B ueno y accede al gobierno de B orgoña su hijo C arlos el T emerario, primo de B eatriz. L a presión francesa y borgoñona aviva las intrigas en la corte ostenburguesa. F ernando A ltenhoffen intenta mantener un difícil equilibrio. E l partido profrancés se apoya en R oger de A rras, que posee gran ascendiente sobre el duque F ernando. E l partido borgoñón se sostiene gracias a la influencia de la duquesa B eatriz.

1469: R oger de A rras es asesinado. S e culpa oficiosamente a la facción borgoñona. O tros rumores aluden a una relación amorosa entre R oger de A rras con B eatriz de B orgoña. L a intervención de F ernando de O stenburgo no es probada.

1471: D os años después del asesinato de R oger de A rras, V an H uys pinta La partida de ajedrez . S e ignora si en esa época el pintor reside todavía en O stenburgo.

1474: M uere F ernando A ltenhoffen sin descendencia. L uis X I de F rancia intenta imponer los viejos derechos de su dinastía sobre el ducado, lo que empeora las tensas relaciones franco-borgoñonas. E l primo de la duquesa viuda, C arlos el T emerario, invade el ducado, derrotando a los franceses en la batalla de L ooven. B orgoña se anexiona O stenburgo.

1477: C arlos el T emerario muere en la batalla de N ancy. M aximiliano I de A ustria se hace con la herencia borgoñona, que pasará a su nieto C arlos (futuro emperador C arlos V ) y acabará perteneciendo a la monarquía española de los H absburgo.

1481: M uere P ieter V an H uys en G ante, cuando trabaja en un tríptico sobre el descendimiento destinado a la catedral de S an B avon.

1485: B eatriz de O stenburgo muere recluida en un convento de L ieja.

Durante un buen rato nadie se atrevió a abrir la boca. Las miradas de cada cual iban de uno a otro, y de ellos al cuadro. Al cabo de un silencio que parecía eterno, César movió la cabeza.

– Confieso -dijo en voz baja- que estoy impresionado.

– Todos lo estamos -añadió Menchu.

Julia dejó los documentos sobre la mesa y se apoyó en ella.

– Van Huys conocía bien a Roger de Arras -señaló los papeles-. Quizás eran amigos.

– Y pintando ese cuadro, le ajustó las cuentas a su asesino -opinó César-… Todas las piezas encajan.

Julia se acercó a la biblioteca, dos paredes cubiertas de estantes de madera que se curvaban bajo el peso de desordenadas hileras de libros. Se detuvo frente a ella un momento, con los brazos en jarras, y después extrajo un grueso volumen ilustrado. Hojeó rápidamente las páginas, hasta dar con lo que buscaba, y fue hasta el sofá a sentarse entre Menchu y César, con el libro - E l R ijksmuseum de A msterdam - abierto sobre las rodillas. La reproducción del cuadro no era muy grande, pero se distinguía perfectamente al caballero, vestido de armadura y con la cabeza descubierta, cabalgando por la falda de una colina en cuya cima había una ciudad amurallada. Junto al caballero, y en amigable conversación, iba el Diablo, jinete en un penco negro y descarnado, señalando con su derecha la ciudad hacia la que parecían dirigirse.

– Podría ser él -comentó Menchu, comparando las facciones del caballero representado en el libro con las del jugador de ajedrez en el cuadro.

– Y podría no ser -apuntó César-. Aunque, desde luego, hay cierto parecido -se volvió hacia Julia-. ¿Cuál es la fecha de ejecución?

– Mil cuatrocientos sesenta y dos.

El anticuario hizo un rápido cálculo.

– Eso significa nueve años antes de La partida de ajedrez . Puede ser la explicación. El jinete acompañado por el diablo es más joven que en el otro cuadro.

Julia no respondió. Estudiaba la reproducción fotográfica del libro. César la miró preocupado.

– ¿Qué pasa?

La joven movía la cabeza despacio, como si temiese, con algún gesto brusco, espantar espíritus esquivos que hubiese costado trabajo convocar.

– Sí -dijo con el tono de quien no tiene más remedio que rendirse a lo evidente-. Como coincidencia, es excesiva.

Y señaló con el dedo la fotografía.

– No veo nada especial -dijo Menchu.

– ¿No? -Julia sonreía para sí misma-. Mira el escudo del caballero… En la Edad Media, cada noble lo decoraba con su emblema… Dime qué opinas tú, César. ¿Qué hay pintado en ese escudo?

El anticuario suspiró, pasándose una mano por la frente. Estaba tan asombrado como Julia.

– Escaques -dijo sin vacilar-. Cuadros blancos y negros -levantó la vista hacia la tabla de Flandes y la voz pareció estremecérsele-. Como los de un tablero de ajedrez.

Dejando el libro abierto sobre el sofá, Julia se puso en pie.

– Aquí no hay casualidad que valga -cogió una lupa de gran aumento antes de acercarse al cuadro-. Si el caballero acompañado por el diablo que pintó Van Huys en mil cuatrocientos sesenta y dos es Roger de Arras, eso significa que, nueve años después, el artista escogió el tema de su escudo de armas como clave maestra de la pintura en la que, supuestamente, representó su muerte… Incluso el suelo de la habitación donde sitúa a los personajes está ajedrezado en blanco y negro. Eso, además del carácter simbólico del cuadro, confirma que el jugador del centro es Roger de Arras… Y todo este tinglado, efectivamente, se articula en torno al ajedrez.

Se había arrodillado ante la pintura, y durante un rato estudió a través de la lupa, una por una, las piezas representadas sobre el tablero y sobre la mesa. También dedicó su atención al espejo redondo y convexo que, desde el ángulo superior izquierdo del cuadro, en la pared, reflejaba, deformado por la perspectiva, el tablero y el escorzo de ambos jugadores.

– César.

– Dime, querida.

– ¿Cuántas piezas tiene el juego de ajedrez?

– Hum… Dos por ocho, dieciséis de cada color. Eso hace treinta y dos, si no me equivoco.

Julia contó con el dedo.

– Están las treinta y dos. Se pueden identificar perfectamente: peones, reyes, caballos… Unos dentro de la partida y otros fuera.

– Esas son las piezas ya comidas -César se había arrodillado junto a ella, e indicó una de las piezas situadas fuera del tablero, la que Fernando de Ostenburgo sostenía entre los dedos-. Un caballo fue comido; uno sólo. Un caballo blanco. Los otros tres, uno blanco y dos negros, están aún dentro del juego. Así que el Q uis necavit equitem se refiere a él.

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