David Baldacci - A Cualquier Precio

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David Buchanan aplica sucias presiones para financiar causas honrosas. Robert Thornhill, un alto cargo de la CIA, descubre el juego y empieza a chantajearle, pues quiere devolver a la CIA el prestigio perdido. Faith Lockhart, una tercera persona implicada en este asunto, opina que se ha ido demasiado lejos y decide confesarlo todo al FBI. Su vida a partir de entonces tiene un precio

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– Es obvio que tú sabes qué está pasando aquí -le dijo Reynolds a Connie-. Si cooperas, te reducirán la condena.

– Sí, a lo mejor dejan que yo mismo me ate a la silla eléctrica -espetó Connie.

– ¿Quién? Maldita sea, ¿quién está detrás de esto que tiene tan asustado a todo el mundo?

– Agente Reynolds -dijo Buchanan-, estoy convencido de que dicho caballero espera recibir noticias de todo esto. Si no las recibe pronto, enviará a más hombres. Sugiero que lo evitemos.

– ¿Por qué he de confiar en usted? -soltó Reynolds-. Lo que debería hacer es llamar a la policía.

– La noche que asesinaron al agente Newman -explicó Faith- le dije que quería que Danny testificara conmigo. Newman me dijo que eso no ocurriría nunca.

– Y tenía razón.

– Pero creo que si estuvieses al corriente de todos los hechos no pensarías eso. Lo que hicimos estaba mal, pero no había otra solución…

– Vaya, ahora sí que lo tengo todo claro -repuso Reynolds con ironía.

– Eso puede esperar -se apresuró a decir Buchanan-. Ahora mismo debemos ocuparnos del hombre que está detrás de estos dos. -Señaló con la cabeza a los hombres muertos.

– Puedes añadir uno más a la cuenta -le informó Lee-. Está fuera, dándose un baño en el mar.

Reynolds estaba exasperada.

– Aquí todo el mundo parece saberlo todo menos yo. -Se dirigió a Buchanan con el ceño fruncido-. Bueno, le escucho, ¿qué sugiere?

Buchanan había empezado a responder cuando todos oyeron el sonido de un avión que se acercaba. Dirigieron la vista a la ventana y vieron que ya había amanecido.

– Es el servicio aéreo. Ya es de día. El primer vuelo de la mañana. La pista está al otro lado de la calle -aclaró Faith.

– Eso sí lo sabía -manifestó Reynolds.

– Sugiero que utilicemos a su amigo -propuso Buchanan mirando hacia Connie- para comunicarnos con esa persona. -¿Y qué le decimos?

– Que la operación ha sido todo un éxito pero que sus hombres han muerto en la refriega. Él lo entenderá, por supuesto. Es normal que haya víctimas. Pero le haremos creer que Faith y yo hemos sido eliminados y la cinta destruida. Así se sentirá seguro.

– ¿Y yo? -preguntó Lee.

– Dejaremos que seas nuestro comodín -respondió Buchanan.

– ¿Y por qué motivo debo hacer eso -quiso saber Reynolds-, cuando podría llevaros a vosotros, a Faith y a él -apuntó con la pistola a Connie- a la Oficina de Campo, recuperar mi puesto y quedar como una heroína?

– Porque si lo hace, el hombre que ha provocado todo esto quedará libre. Libre para hacer otra vez algo parecido. Reynolds parecía confusa y preocupada.

Buchanan la escrutó.

– La decisión está en sus manos.

Reynolds los miró uno a uno y luego posó los ojos en Lee. Se fijó en la sangre de la manga, los cortes y las magulladuras del rostro.

– Nos has salvado la vida a todos. Probablemente seas el más inocente de toda la casa. ¿Qué opinas?

Lee se volvió hacia Faith y luego hacia Buchanan antes de dirigirse a Reynolds.

– Me parece que no puedo darte una razón de peso, pero el instinto me dice que deberías fiarte de él.

Reynolds exhaló un suspiro.

– ¿Puedes ponerte en contacto con ese monstruo? -le preguntó a Connie, que no contestó-. Connie, será mejor que colabores con nosotros. Sé que estabas dispuesto a matarnos a todos y no debería importarme lo que te pase. -Guardó silencio y agachó la cabeza por unos instantes-. Pero me importa. Es tu última oportunidad, Connie, ¿qué dices?

Connie abría y cerraba sus grandes manos con nerviosismo. Miró a Buchanan.

– ¿Qué quiere que diga exactamente?

Buchanan se lo explicó con todo lujo de detalles y Connie se sentó en el sofá, tomó el teléfono y marcó un número. Cuando respondieron a la llamada dijo:

– Aquí… -Pareció avergonzarse por un momento-, aquí Mejor Baza. -Al cabo de unos minutos, Connie colgó el teléfono y los miró-. Bueno, ya está.

– ¿Se lo ha tragado? -preguntó Lee.

– Eso parece, pero con estos tipos nunca se sabe.

– Bueno, eso nos dará un poco más de tiempo -dijo Buchanan.

– Ahora tenemos ciertas cosas de las que ocuparnos -aseveró Reynolds-. Como unos cuantos muertos. Y yo tengo que informar de todo esto. -Fijó la vista en Connie-. Y encargarme de que te encierren.

Connie la observó airado.

– En eso queda la lealtad -dijo.

Brooke le devolvió la mirada.

– Tú elegiste. Lo que hiciste por nosotros te ayudará. Pero vas a pasar mucho tiempo en prisión, Connie. Por lo menos vivirás. Eso ya es más de lo que consiguió Ken. -A continuación se dirigió a Buchanan-. ¿Y ahora qué?

– Sugiero que nos marchemos de inmediato. Cuando estemos lejos de esta zona puede llamar a la policía. Una vez en Washington, Faith y yo nos reuniremos con el FBI y les contaremos lo que sabemos. Debemos mantenerlo todo en el más absoluto de los secretos. Si ese hombre se entera de que estamos colaborando con el FBI, nunca conseguiremos la prueba que necesitamos.

– ¿Ese tipo ordenó matar a Ken? -preguntó Reynolds.

– Sí.

– ¿Defiende intereses extranjeros?

– De hecho, usted y él tienen el mismo jefe.

Reynolds lo miró, sorprendida.

– ¿El Tío Sam? -dijo despacio.

Buchanan asintió.

– Si confía en mí, haré lo posible por ponérselo en bandeja de plata. Tengo una asignatura pendiente con él.

– ¿Y exactamente qué espera a cambio?

– ¿Para mí? Nada. Si no hay más remedio, iré a la cárcel. Pero quiero que Faith quede libre. A no ser que me lo garantice, por mí ya puede llamar a la policía.

Faith lo agarró del brazo.

– Danny, tú no vas a pagar por todo.

– ¿Por qué no? Fue cosa mía.

– Pero tus motivos…

– Los motivos no sirven de excusa -replicó Buchanan-. Yo sabía que corría ese riesgo cuando decidí infringir la ley.

– ¡Yo también, maldita sea!

Buchanan se volvió hacia Reynolds.

– ¿Acepta el trato? Faith no va a la cárcel.

– En realidad, no estoy en situación de ofrecer nada. -Reflexionó sobre el tema por unos instantes-. Pero puedo prometer algo: si es sincero conmigo, haré todo cuanto esté en mi mano para que Faith quede libre.

Connie se levantó con el rostro lívido.

– Brooke, necesito ir al baño, es urgente. -Le temblaban las piernas y se llevó una mano al pecho.

Brooke lo miró con recelo.

– ¿Qué ocurre? -Escudriñó sus facciones pálidas-. ¿Estás bien?

– A decir verdad, podría estar mejor -musitó, dejando caer la cabeza hacia un lado y encorvándose.

– Lo acompañaré -dijo Lee.

Mientras los dos hombres se acercaban a las escaleras, Connie pareció perder el equilibrio y se apretó con fuerza el pecho con el rostro contraído de dolor.

– ¡Mierda! ¡Oh, Dios mío! -Cayó sobre una de sus rodillas, gimoteando, al tiempo que le goteaba saliva de la boca y empezaba a emitir gritos ahogados.

– ¡Connie! -Reynolds corrió hacia él.

– ¡Le ha dado un ataque al corazón! -exclamó Faith.

– ¡Connie! -repitió Reynolds mientras contemplaba a su compañero enfermo, que pronto se puso a convulsionarse en el suelo.

El movimiento fue rápido, demasiado rápido para un hombre de más de cincuenta años, si bien, la desesperación podía combinarse con la adrenalina en un abrir y cerrar de ojos en circunstancias como aquélla.

Connie se llevó la mano al tobillo. Allí guardaba una pistola compacta. Antes de que alguien tuviera tiempo de reaccionar, Connie estaba apuntándolos con el arma. Tenía ante sí varios objetivos, pero escogió a Danny Buchanan y disparó.

La única persona que reaccionó con la misma rapidez que Connie fue Faith Lockhart.

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