David Baldacci - A Cualquier Precio

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David Buchanan aplica sucias presiones para financiar causas honrosas. Robert Thornhill, un alto cargo de la CIA, descubre el juego y empieza a chantajearle, pues quiere devolver a la CIA el prestigio perdido. Faith Lockhart, una tercera persona implicada en este asunto, opina que se ha ido demasiado lejos y decide confesarlo todo al FBI. Su vida a partir de entonces tiene un precio

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No obstante, Danny le había dado la oportunidad de redimirse. Ella era una más pero había hecho algo bueno por el mundo. Durante los últimos diez años había ayudado a gente que necesitaba ayuda desesperadamente. Quizá estos diez años le hubieran servido para expiar la culpa indirecta que había notado que crecía en su interior, observando las artimañas de su padre, por bienintencionadas que fueran, y todo el dolor que habían causado. En realidad nunca había tenido el valor suficiente para analizar esa parte de su vida en demasiada profundidad.

Faith oyó pasos detrás de sí y se volvió. El hombre llevaba pantalones vaqueros, botas negras y una sudadera con el logotipo de la tienda de motocicletas. Era joven, de poco más de veinte años y ojos grandes y somnolientos, alto, delgado y bien parecido. Y él lo sabía, saltaba a la vista, por su actitud de gallito. Su expresión ponía de manifiesto que su interés por Faith era más marcado que el de ella por los vehículos de dos ruedas.

– ¿La puedo ayudaren algo, señora? ¿En lo que sea?

– Estaba mirando. Estoy esperando a mi amigo.

– Eh, esta moto no está nada mal. -Señaló una BMW que apestaba a dinero, incluso para una persona tan inexperta como Faith. Dinero desperdiciado, en su opinión. De todos modos, ¿no era ella la orgullosa propietaria de un gran BMW, aparcado en el garaje de su cara residencia en McLean?

Él acarició despacio el depósito de la motocicleta.

– Ronronea como un gatito. Si cuidas las cosas hermosas, ellas cuidarán bien de ti. Muy bien. -Desplegó una amplia sonrisa mientras lo decía. La repasó con la mirada y le guiñó el ojo.

Faith se preguntó si aquélla era su mejor baza para ligar.

– No conduzco, sólo las monto -dijo con indiferencia. Acto seguido, se arrepintió de las palabras que había elegido.

El sonrió de nuevo.

– Vaya, es la mejor noticia del día. De hecho, yo diría que de todo el año. Sólo las montas, ¿eh? -El joven se rió y dió una palmada-. Bueno, ¿qué te parece si vamos a dar una vuelta, guapa? Puedes probar lo bien equipado que estoy. Móntate.

Faith se sonrojó.

– Me parece que no…

– Bueno, no te enfades. Si necesitas algo, me llamo Rick.

– Le tendió su tarjeta y volvió a guiñarle el ojo. Entonces añadió en voz baja-: El teléfono de mi casa está detrás, guapa. Ella miró la tarjeta con desagrado.

– Muy bien, Rick, pero a mí me gusta ir con la verdad por delante. ¿Eres lo bastante hombre para oírla?

Rick no pareció entonces tan seguro de sí mismo.

– Soy lo bastante hombre para lo que quieras, guapa.

– Me alegro. Mi novio está dentro. Mide lo mismo que tú pero tiene el cuerpo de un hombre de verdad.

Rick frunció el ceño y dejó caer a un costado la mano con la que sostenía la tarjeta. Faith notó enseguida que ya se le habían agotado los recursos y que su mente era demasiado lenta para discurrir una frase nueva.

Faith le clavó la vista.

– Sí, tiene los hombros del tamaño de Nebraska y, por cierto, no te he dicho que fue boxeador en la Marina.

– ¿Ah, sí? -Rick se guardó la tarjeta en el bolsillo.

– Si no te lo crees puedes ir tú mismo a preguntárselo. -Ella señaló detrás de él.

Rick se dio vuelta y observó a Lee, que salía del edificio cargado con un par de cascos y de trajes de motorista de una sola pieza. Llevaba un mapa en el bolsillo delantero de la chaqueta. Aunque vestía prendas muy voluminosas, la imponente complexión de Lee resultaba evidente. Miró a Rick con desconfianza.

– ¿Te conozco de algo? -preguntó Lee con brusquedad.

Rick sonrió con incomodidad y tragó saliva al mirar a Lee.

– N-no, caballero -tartamudeó.

– ¿Entonces qué diablos quieres, chico?

– Oh, sólo me estaba preguntando qué equipo me gusta llevar para montar, verdad, Ricky? sonrió Faith al joven vendedor.

– Sí, eso. Bueno, hasta luego. -Rick prácticamente corrió hacia la tienda.

– Adiós, guapo -se despidió Faith.

Lee frunció el entrecejo.

– Te he dicho que esperaras al otro lado de la calle. ¿Es que no puedo dejarte sola ni un momento?

– He tenido un encuentro con un dóberman. Me ha parecido que lo más sensato era batirme en retirada.

– Ya. Y qué, ¿estabas negociando con ese tipo para dejarme tirado y largarte con él?

– No la tomes conmigo, Lee.

– En cierto modo me habría gustado que lo hicieras. Así tendría una excusa para partirle la cara a alguien ¿Y ése qué quería?

– El muchacho quería venderme algo y no precisamente una motocicleta. ¿Qué es eso? -preguntó apuntando a lo que él llevaba.

– El equipo necesario para los motoristas en esta época del año. A cien kilómetros por hora, el viento corta un poco.

– No tenemos moto.

– Ahora sí.

Ella lo siguió hasta la parte posterior, donde había una magnífica moto de carretera Honda Gold Wing SE. El vehículo, con su diseño futurista metalizado, equipamiento de alta tecnología y parabrisas completo, parecía propio de Batman. Estaba pintado de color nacarado, gris y verde, y el borde de verde oscuro. Además, contaba con unos asientos comodísimos con el respaldo acolchado. El del pasajero se ajustaba a la perfección, como una mano en un guante. La moto era tan grande y estaba tan bien equipada que parecía un coche deportivo descapotable.

Lee introdujo la llave en el contacto y empezó a ponerse el traje. Le pasó el otro a Faith.

– ¿Adónde vamos en este trasto?

Lee se subió la cremallera del traje.

– Vamos a tu casita de Carolina del Norte.

– ¿Hasta allí en moto?

– No podemos alquilar un coche sin tarjeta de crédito ni carné de identidad. Tu coche y el mío están inutilizados. No podemos ir ni en tren, ni en avión ni en autocar. Controlarán todas esas posibilidades. A no ser que tengas alas, ésta es la única alternativa que nos queda.

– Nunca he viajado en moto.

Él se quitó las gafas de sol.

– Tú no tienes que conducir. Para eso estoy yo. Bueno, ¿qué me dices? ¿Vamos a dar una vuelta? -Le sonrió.

Faith sintió como si un ladrillo acabara de golpearle la cabeza. Le ardió el cuerpo al contemplarlo montado en la moto. Y en ese preciso momento, como por arte de magia, el sol se abrió paso entre las sombras. Un rayo de luz iluminó aquellos ojos azules tan deslumbrantes como zafiros. Faith se quedó paralizada. Cielos, apenas podía respirar y le temblaban las rodillas.

Le ocurrió en el colegio, durante el recreo. El muchacho con los ojos increíblemente grandes del mismo color que los de Lee, se había acercado en su bicicleta al columpio donde ella estaba leyendo un libro.

– ¿Vamos a dar una vuelta? -le había propuesto él.

– No -le respondió ella, pero acto seguido había soltado el libro y se había montado detrás. Su romance duró dos meses: planearon su vida juntos, se prometieron amor eterno aunque nunca llegaron a darse más que un beso en los labios. Entonces su madre murió y Faith y su padre se marcharon de la zona. Por unos instantes se preguntó si Lee y el chico serían la misma persona. Había borrado el recuerdo de su subconsciente hacía tanto tiempo que ni siquiera recordaba cómo se llamaba. Podía llamarse Lee, ¿no? Lo pensó porque el único otro lugar donde le habían temblado las piernas había sido aquel patio. El chico había dicho lo mismo que Lee y el sol se había reflejado en sus ojos del mismo modo que en los de Lee; además tenía la impresión de que el corazón le explotaría si no seguía sus indicaciones al pie de la letra. Como en aquel preciso instante.

– ¿Te encuentras bien? -preguntó Lee.

Faith se agarró a uno de los manillares para recobrar el equilibrio y habló con la máxima tranquilidad posible.

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