David Baldacci - A Cualquier Precio

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David Buchanan aplica sucias presiones para financiar causas honrosas. Robert Thornhill, un alto cargo de la CIA, descubre el juego y empieza a chantajearle, pues quiere devolver a la CIA el prestigio perdido. Faith Lockhart, una tercera persona implicada en este asunto, opina que se ha ido demasiado lejos y decide confesarlo todo al FBI. Su vida a partir de entonces tiene un precio

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– Oye, Connie, me limito a estudiar las posibilidades, pero eso no quiere decir que me decante por ninguna de ellas. Lo que me irrita es no saber qué asustó a Ken. Si el tirador estaba en el bosque, no fue él.

Connie se frotó la barbilla.

– Eso es verdad.

De repente, Reynolds chasqueó los dedos.

– Maldita sea, la puerta. ¿Cómo he podido estar tan ciega? Cuando llegamos a la casita, la contrapuerta estaba abierta de par en par. Lo recuerdo con claridad. Se abre hacia afuera, así que Ken debió de verla abierta cuando miró hacia allí. ¿Cuál sería su reacción? Desenfundar la pistola.

– Y es posible que también viera las botas. Estaba oscuro, pero el porche trasero de la casa no es tan grande. -Connie bebió un poco más de Coca-Cola y se frotó la sien izquierda-. Vamos, Advil, surte efecto. Bueno, cuando los del laboratorio descifren la grabación sabremos con toda seguridad si Adams estuvo allí o no.

– Si es que la descifran. Pero ¿porqué querría Adams ir a la casita?

– Es posible que alguien lo contratara para seguir a Lockhart.

– ¿Buchanan? -preguntó Reynolds.

– Ése es el primero de mi lista.

Pero si Buchanan contrató al tirador para que acabara con Lockhart, ¿de qué serviría que Adams lo presenciara?

Connie se encogió de hombros y luego los dejó caer, como un oso rascándose contra un árbol.

La verdad es que no tiene mucho sentido.

Bueno, si me lo permites, complicaré las cosas todavía más. Lockhart compró dos billetes para Norfolk, pero sólo uno a su nombre verdadero con destino a San Francisco.

– Y en el vídeo de vigilancia del aeropuerto se ve a Adams correr tras los nuestros.

– ¿Crees que Lockhart intentaba huir de él?

– La empleada dijo que Adams llegó al mostrador después de que Lockhart hubiera comprado los billetes. Y en el video Adams la aleja de la puerta de embarque del vuelo para San Francisco.

– Así que tal vez se trate de una asociación más bien involuntaria -aventuró Reynolds. De repente, mientras contemplaba a Connie, se le ocurrió algo: «Como la nuestra, ¿no?», pensó-. Sabes lo que me gustaría? -preguntó en voz alta-. Me gustaría devolverle las botas al señor Adams. ¿Tenemos la dirección de su casa?

– North Arlington. A veinte minutos de aquí, como mucho.

Reynolds se puso en pie.

– Vámonos.

24

Mientras Connie aparcaba el coche junto al bordillo, Reynolds observó la vieja casa de piedra rojiza.

– Adams debe de ganar lo suyo. Esta zona no es barata. Connie echó un vistazo alrededor.

– Tal vez debería vender mi casa y comprarme un apartamento por aquí -dijo-. Pasear por la calle, sentarme en el parque, disfrutar de la vida…

– ¿Ya te ha entrado el gusanillo de la jubilación?

– Después de ver a Ken en una bolsa para transportar cadáveres se me han quitado las ganas de trabajar toda la vida en esto. Se encaminaron hacia la puerta de entrada. Los dos vieron la cámara de vídeo; Connie pulsó el botón del portero automático.

– ¿Quién es? -preguntó una voz que parecía enfadada.

– El FBI -respondió Reynolds-. Los agentes Reynolds y Constantinople.

La puerta, sin embargo, no se abrió.

– Muéstrenme las placas -exigió la voz cascada-. Sosténganlas en alto frente a la cámara.

Los dos agentes se miraron.

Reynolds sonrió.

– Seamos buenos y hagamos lo que nos piden, Connie.

La pareja enseñó sus credenciales a la cámara. Los dos las llevaban de la misma forma: la placa dorada prendida en el exterior de la funda de la documentación, por lo que se veía primero el distintivo y luego la foto. Su intención era intimidar y solían lograrlo. Al cabo de un minuto, oyeron que una puerta se abría en el interior del edificio y el rostro de una mujer apareció detrás del cristal de las anticuadas puertas de dos hojas.

– Enséñenmelas de nuevo -les indicó-. Mi vista ya no es lo que era.

– Señora… -comenzó a decir Connie acaloradamente, pero Reynolds le propinó un codazo. Sostuvieron en alto las placas.

La mujer las examinó y luego abrió la puerta.

– Lo siento -dijo mientras entraban-, pero después de todos los tejemanejes de esta mañana, me falta poco para hacer las maletas y marcharme para siempre. Y hace veinte años que vivo aquí.

– ¿Qué tejemanejes? -inquirió Reynolds con brusquedad. La mujer la miró con hastío.

– ¿A quién han venido a ver?

– A Lee Adams -contestó Reynolds.

– Me lo imaginaba. Pues no está.

– ¿Sabe dónde lo podríamos encontrar, señora…?

– Carter. Angie Carter. Y no, no tengo la menor idea de adónde ha ido. Se ha ido esta mañana y no lo he vuelto a ver.

– ¿Qué es lo que ha ocurrido esta mañana? -inquirió Connie-. Ha sido esta mañana, ¿no?

Carter asintió.

– Era muy temprano. Me estaba tomando el café cuando Lee me llamó y ene pidió que cuidara de Max porque pensaba marcharse. -Los agentes la miraron con curiosidad-. Max es el pastor alemán de Lee. -Le temblaron los labios-. Pobre animal.

– Qué le ha pasado al perro? -preguntó Reynolds.

– Le han pegado. Se pondrá bien, pero le han hecho daño. Connie se acercó a la mujer.

– ¿Quién le ha hecho daño?

– Señora Carter, ¿por qué no nos deja entrar para que nos sentemos? -sugirió Reynolds.

En el apartamento había muebles viejos y cómodos, pequeñas estanterías con chucherías curiosas colocadas de cualquier manera; en el ambiente se respiraba un aroma a cebolla y col rizada.

– Quizá lo mejor será que usted comience por el principio y nosotros le haremos preguntas sobre la marcha -dijo Reynolds una vez que se sentaron.

Carter les explicó que había accedido a cuidar del perro de Lee.

– Lo hago a menudo, Lee está fuera muchas veces. Es investigador privado, ¿saben?

– Lo sabemos. ¿No dijo adónde iría? ¿Nada de nada? -inquirió Connie.

– Nunca me lo dice. Lee se tomaba al pie de la letra lo de ser un investigador «privado».

– ¿Tiene un despacho en algún otro lugar?

– No, usa de despacho un cuarto que tiene libre. También vigila el edificio. Instaló la cámara en el exterior, las cerraduras resistentes de las puertas y cosas así. Nunca ha aceptado un centavo a cambio. Si alguno de los inquilinos tiene problemas, y casi todos son tan mayores como yo, acude a Lee y él se hace cargo.

Reynolds sonrió afectuosamente.

– Parece un buen tipo. Continúe.

– Bueno, acababa de quedarme con Max cuando llegó el mensajero de UPS. Lo vi por la ventana. Entonces Lee me llamó y me dijo que soltara a Max.

– ¿La telefoneó desde el edificio? -interrumpió Reynolds.

– No lo sé. Se oían interferencias; tal vez llamara desde un móvil. Pero lo cierto es que no lo vi salir del edificio. Supongo que habrá salido por detrás, por la escalera de incendios.

– ¿Cómo se le oía?

La señora Carter se frotó las manos mientras pensaba.

– Bueno, creo que estaba un tanto nervioso. Me sorprendió que me pidiera que soltara a Max; acababa de dejármelo. Me dijo que tenía que ponerle una inyección o algo así. No me parecía que tuviese mucho sentido, pero hice lo que me pedía y luego se armó una buena.

– ¿Vio al hombre de UPS?

La señora Carter resopló.

– No era de UPS. Quiero decir, llevaba el uniforme y todo, pero no era nuestro mensajero habitual.

– Tal vez fuera un sustituto.

– No es muy normal que un repartidor de UPS lleve pistola, ¿no?

– ¿Así que vio una pistola?

Carter asintió.

– Se la vi cuando bajaba corriendo por las escaleras. La llevaba en una mano y la otra le sangraba. Pero me estoy adelantando un poco. Antes de eso, oí a Max ladrar como un poseso. Luego escuché una refriega con toda claridad: pisadas fuertes, gritos de hombre y las uñas de Max en el parqué. Después oí un ruido sordo y luego al pobre de Max aullando. Entonces alguien comenzó a aporrear la puerta de Lee. Poco después escuché que varias personas subían por la escalera de incendios. Miré por la ventana de la cocina y vi a un montón de hombres subir por la escalera de incendios. Parecía una serie de televisión. Fui hasta la puerta de entrada y eché un vistazo por la mirilla. Entonces vi al hombre de UPS salir por la puerta principal. Supongo que dio la vuelta y se reunió con los otros. No lo sé.

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