– Por la mañana estuvo en un salón de belleza. Para que le hicieran la manicura y todo lo demás.
El médico forense meneó significativamente la cabeza ante la información.
– Entonces lo lógico hubiese sido encontrar más residuos, no menos, con todos los productos que usan.
– ¿Qué quieres decir? ¿Que alguien le limpió las uñas?
– Alguien muy escrupuloso para no dejar nada identificable.
– O sea unos paranoicos preocupados porque les pudieran identificar, de alguna manera, por las pruebas físicas.
– La mayoría de los asaltantes lo son, Seth.
– Hasta cierto punto. Pero limpiar las uñas de un cadáver y dejar el lugar tan limpio que la Evac no encontró nada es pasarse un poco. -Frank miró el informe-. ¿Encontraste rastros de aceite en las palmas de las manos?
El médico forense asintió sin apartar la mirada del detective.
– Un compuesto preservativo/reparador. Como los que emplean con los tapizados, el cuero, cosas así.
– Entonces, ¿tenía algo en las manos que le dejó el residuo?
– Sí. Aunque no podemos saber en qué momento el aceite llegó a las manos. -El hombre se puso las gafas-. ¿Piensas que conocía a la persona?
– No hay nada que apunte en ese sentido, a menos que ella le invitara a robar la casa.
– Quizás ella organizó el robo -propuso el médico llevado por una inspiración súbita-. Escucha. Se cansa del viejo, trae al amante para que saquee la caja fuerte y después largarse a correr mundo. Frank consideró la teoría y enseguida encontró las pegas. -Excepto que en cambio discutieron o alguien les traicionó, y ella se encontró en el lado malo de las pistolas.
– Los hechos encajan, Seth.
– Según todos a la difunta le encantaba ser la señora de Walter Sullivan -le rebatió el detective-. Más que el dinero, si entiendes lo que quiero decir. Le gustaba codearse, y quizá rozar algunas otras partes, con gente famosa de todo el mundo. Algo muy importante para alguien que cocinaba hamburguesas en un Burger King.
– No lo dirás en serio.
– Los multimillonarios de ochenta años a veces tienen ideas extrañas. -El detective sonrió al ver la incredulidad de su amigo-. Es como aquello de ¿quién le dice que no a King Kong?
El médico forense meneó la cabeza mientras sonreía. ¿Multimillonario? ¿Qué haría él con mil millones de dólares? Miró la hoja de papel secante sobre la mesa. Apagó el cigarrillo, echó otra ojeada al informe, después miró a Frank. Carraspeó.
– Pienso que la segunda bala tenía funda metálica media o entera.
– Bueno. -Frank se aflojó el nudo de la corbata y apoyó los codos sobre la mesa.
– Entró por el parietal derecho y salió por el izquierdo, dejando un orificio de salida más del doble de grande que el de entrada.
– Por lo tanto está claro que fueron dos armas.
– A menos que el tipo utilizara munición de distinto tipo en la misma arma. -El médico forense dirigió a Frank una mirada aguda-. No parece sorprenderte, Seth.
– Lo hubiera hecho hace una hora. Ahora no.
– Así que tenemos a dos asaltantes.
– Dos asaltantes con dos armas. Y una dama ¿cómo de grande? -Un metro cincuenta y cinco de estatura, cincuenta kilos de peso -respondió el médico de memoria.
– Así que tenemos a una mujer pequeña y a dos asaltantes, probablemente varones, armados con armas de grueso calibre que intentan estrangularla, le pegan y después los dos disparan contra ella y la matan.
El forense se acarició la barbilla. Los hechos eran realmente desconcertantes.
– ¿Estás seguro de que las marcas de estrangulamiento y de los golpes son anteriores al fallecimiento?
– Desde luego. -El hombre pareció ofenderse-. Vaya lío, ¿no?
– Ya lo puedes decir -comentó Frank mientras hojeaba el informe-. Ningún intento de violación. ¿No hay nada?
El forense no respondió. Por fin, Frank le miró, se quitó las gafas, las dejó sobre la mesa y se reclinó en la silla mientras bebía un trago del café solo que le habían ofrecido antes.
– El informe no menciona nada de un ataque sexual -le recordó a su amigo, que pareció volver a la realidad.
– El informe es correcto. No hubo ataque sexual. Ni un rastro de líquido seminal, ninguna prueba de penetración, ninguna señal de violencia. Todo esto me llevó a la conclusión oficial de que no hubo un ataque sexual.
– ¿Qué pasa? ¿No estás satisfecho con la conclusión? -Frank le miró expectante.
El hombre bebió un trago de café, estiró los brazos por encima de la cabeza hasta sentir un crujido en el interior de su cuerpo y después se inclinó sobre la mesa.
– ¿Tu esposa visita al ginecólogo?
– Claro, ¿no lo hacen todas las mujeres?
– No lo creas -replicó el forense con un tono seco-. La cuestiones que si vas a una revisión, por muy bueno que sea el ginecólogo, siempre queda una ligera inflamación y pequeñas heridas en los genitales. Es algo natural. Para hacer bien las cosas tienes que meterte y escarbar.
– ¿Qué insinúas? -Frank dejó la taza de café-. ¿Que la visitó el ginecólogo en mitad de la noche justo antes de que se la cargaran?
– Las indicaciones era pequeñas, muy pequeñas, pero estaban allí -contestó el médico. Pensó bien las palabras antes de añadir-: No he dejado de pensar en esto desde que entregué el informe. Compréndeme, quizá no es nada. Se lo pudo hacer ella misma. Cada uno a lo suyo. Pero por lo que vi, no creo que se lo hiciera ella. Pienso que alguien la revisó poco después de muerta. Quizá dos horas más tarde, quizás antes.
– ¿La revisó para qué? ¿Para ver si había pasado algo? -Frank no disimuló la incredulidad.
– No hay otros motivos para revisar los genitales de una mujer en aquella situación, ¿no te parece?
Frank le devolvió la mirada. Esta información sólo sirvió para aumentar la fuerza de los martillazos que notaba en las sienes. Sacudió la cabeza. Otra vez la teoría del globo. Si se hunde por un lado se hincha por el otro. Garrapateó unas notas, con el entrecejo fruncido. Bebió otro trago de café sin darse ni cuenta.
El médico forense le observó. No era un caso fácil, pero hasta ahora, el detective había formulado las preguntas correctas. Estaba intrigado, algo lógico, que formaba parte del proceso. Los buenos nunca lo resolvían todo. Pero tampoco se quedaban intrigados para siempre. A la larga, si tenían suerte y eran diligentes, quizá más de lo primero o de lo segundo según el caso, acababan por descubrir la clave y todas las piezas encajaban. El deseaba que fuera uno de estos casos, aunque ahora mismo no pintaba bien.
– Estaba bastante borracha cuando la mataron -señaló el detective consultando el informe de toxicología.
– Dos coma uno. No veía esa cantidad desde los años en la facultad.
– Me pregunto dónde consiguió llegar al dos coma uno. -Abunda la bebida en un lugar como ese.
– Sí, excepto que no había copas sucias, ni botellas abiertas, ni botellas vacías en la basura.
– Bueno, quizá se emborrachó en otra parte
– Entonces, ¿cómo volvió a casa?
El forense pensó durante unos segundos, se frotó los ojos somnoliento.
– En coche. He visto a personas con porcentajes más altos sentados detrás del volante…
– Querrás decir en la sala de autopsias, ¿no? El problema con esa teoría es que ninguno de los coches salió del garaje desde que la familia se marchó al Caribe.
– ¿Cómo lo sabes? Un motor no se mantiene caliente durante tres días.
Frank pasó las páginas de su libreta, encontró lo que buscaba y se la paso a su amigo.
– Sullivan tiene un chófer en la casa. Un tipo mayor llamado Barnie Kopeti. Sabe de coches como el que más, y lleva un registro meticuloso de toda la flota de automóviles de Sullivan. Apunta el kilometraje de cada uno en un libro, y lo actualiza cada día. ¿Te lo puedes creer? Le pedí que comprobara los odómetros de cada uno de los coches del garaje, que presumiblemente eran los únicos al alcance de la señora, y de hecho los únicos coches que había en el garaje cuando se descubrió el cadáver. Además, Kopeti confirmó que no faltaba ningún coche. No había kilómetros adicionales en ninguno de los odómetros. No habían sido utilizados desde que todos se marcharon al Caribe. Christine Sullivan no regresó a casa en uno de sus coches. ¿Cómo volvió a casa?
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