Echó una ojeada a las primeras notas tomadas cuando llegó a la escena. Estaba en la etapa de recoger información. Esperaba no quedarse varado allí para siempre. Al menos no tenía que preocuparse de que se pasara el plazo legal
Repasó el informe una vez más y frunció el entrecejo.
Hizo una llamada. Diez minutos más tarde estaba sentado en el despacho del médico forense. El hombre acababa de cortarse las cutículas con un bisturí viejo y miró a Frank.
– Marcas de estrangulamiento. O al menos de intento de estrangulamiento. Verás, la traquea no estaba aplastada, aunque había una ligera inflamación y hemorragia en los tejidos, y encontré una pequeña fractura en el hueso hioides. Había rastros de petequia en la conjuntiva de los párpados. Ninguna ligadura. Todo está en el protocolo.
Frank recordó las palabras del informe. La petequia, o pequeñas hemorragias en la conjuntiva, o en la membrana mucosa, de los ojos y los párpados, podía ser causada por el estrangulamiento y la presión resultante en el cerebro.
Se echó hacia delante; miró los diplomas colgados en la pared que certificaban que el hombre sentado al otro lado de la mesa era, desde hacía años, un estudioso de la patología forense.
– ¿Hombre o mujer?
El médico forense encogió los hombros ante la pregunta.
– Es difícil de decir. La piel humana no es la mejor superficie para recoger huellas digitales. De hecho, es bastante imposible excepto en unos pocos lugares, y después de mediodía, si es que había alguna, ya no está. Sin embargo, no es fácil imaginar a una mujer estrangulando a otra, aunque ha ocurrido. No hace falta mucha presión para aplastar la tráquea, pero estrangular a alguien con las manos, por lo general, es el método de los machos. En cien casos de estrangulamientos, nunca vi ninguno cometido por una mujer. Además este intento fue de frente. Mano a mano. Hay que tener mucha confianza en las propias fuerzas. ¿Mi suposición? Fue un hombre, pero no es más que eso: una suposición.
– El informe dice que había contusiones y morados en el lado izquierdo de la mandíbula, dientes flojos y cortes en el interior de la boca.
– Como si alguien le hubiese dado un buen puñetazo. Uno de los molares casi le atravesó la mejilla.
– ¿La segunda bala?
– El daño producido me lleva a creer que era de gran calibre, lo mismo que la primera.
– ¿Alguna suposición respecto a la primera?
– No me hagas mucho caso, pero podría ser del calibre 357 o 41, incluso de 9 mm. Caray, tú viste la bala. Chata como un sello y la mitad dispersa en los sesos y los fluidos. Ni rastros de estrías. Incluso si encuentras el arma no podrás demostrar que disparó esa bala.
– Pero si encontramos la segunda, quizá sabríamos algo.
– Quizá no. El que sacó la bala de aquella pared sin duda estropeó las estrías. Los de balística no descubrirían nada.
– Sí, pero quizás en la punta encontrarían incrustados restos del pelo, sangre y piel. Esos serían unos restos que me encantaría tener.
– Eso es cierto. -El médico forense se rascó la barbilla-. Pero primero hay que encontrarlo.
– Cosa que no sucederá. -Frank sonrió.
– Nunca se sabe.
Los dos hombres intercambiaron una mirada, conscientes de que nunca encontrarían la bala. Incluso si la encontraban, no podrían situarla en la escena del crimen si no tenía ningún rastro de la víctima, o dieran con el arma que la había disparado y ubicaran el arma en el dormitorio. Algo a todas luces imposible.
– ¿Algún casquillo?
Frank respondió que no con la cabeza.
– Entonces tampoco tienes la marca del percutor, Seth. -El médico forense se refería a la huella que el percutor dejaba en la base del casquillo.
– Nunca dije que sería fácil. Por cierto, ¿los tipos del estado te dejan trabajar tranquilo en este caso? -preguntó Frank.
– No han dicho ni pío. -El médico forense sonrió-. Quizá si se hubiesen cargado a Walter Sullivan, ¿quién sabe? Ya envié una copia a Richmond.
Entonces Frank formuló la pregunta que le interesaba desde el principio.
– ¿Por qué dos disparos?
El médico forense dejó de arreglarse la cutícula, puso el bisturí sobre la mesa y miró a Frank.
– ¿Por qué no? -Entrecerró los párpados. Estaba en la poco envidiable situación de ser más que competente para las oportunidades ofrecidas en este pequeño condado. Entre los casi quinientos médicos forenses de la mancomunidad, era el único que tenía una consulta privada, pero sentía fascinación por las investigaciones policiales y la patología forense. Antes de instalarse en las comodidades de la vida rural de Virginia había sido delegado del juez instructor en el condado de Los Angeles durante casi veinte años, donde se cometían casi tantos homicidios como en la ciudad de Los Ángeles. Pero este era uno en los que podía hincar el diente.
– Era obvio que cualquiera de los disparos era mortal. Eso está claro -replicó Frank después de mirar al médico durante unos instantes-. Entonces ¿por qué disparar el segundo? Había muchas razones para no hacerlo. La primera el ruido. La segunda, si quería salir pitando, ¿por qué tomarse la molestia de disparar otra vez? Además, ¿por qué dejar otra bala que podría utilizarse para identificarlo? ¿La señora Sullivan los sorprendió? Si es así, ¿por qué los disparos se realizaron desde la puerta hacia el interior, y no a la inversa? ¿Por qué la línea de tiro es descendente? ¿La mujer estaba de rodillas? Tenía que estarlo a menos que el atacante fuera un gigante. Si estaba de rodillas, ¿por qué? ¿Una ejecución? Pero no había heridas de contacto. Y después están las marcas en el cuello. ¿Por qué intentar primero estrangularla, después desistir, coger un arma y volarle la cabeza? Y volársela otra vez. Se llevan una bala. ¿Por qué? ¿Una segunda arma? ¿Por qué tratar de ocultarlo? ¿Qué significa?
Frank se levantó y se paseó arriba y abajo con las manos en los bolsillos, una costumbre suya cuando se concentraba.
– Y la escena del crimen estaba tan limpia que todavía no me lo puedo creer. No quedaba nada, absolutamente nada. Me sorprende que no la operaran para sacar la otra bala. El tipo es un ladrón o quizás es lo que quiere aparentar. Pero vaciaron la caja fuerte. Se llevaron unos cuatro millones y medio de dólares. ¿Qué estaba haciendo allí la señora Sullivan? Se suponía que estaba tomando el sol en el Caribe. ¿Conocía al tipo? ¿Tenía un apaño? Si lo tenía, ¿los dos incidentes tienen alguna relación? ¿Por qué coño si entraron por la puerta principal y desconectaron el sistema de alarma, después se descolgaron por la ventana utilizando una soga? Me pregunto una cosa y en vez de conseguir una respuesta aparece otra. -Frank volvió a sentarse. Parecía un poco asombrado por el discurso.
El médico forense se balanceó en la silla, cogió el expediente del caso y lo leyó en menos de un minuto. Se quitó las gafas y las frotó contra la manga de la chaqueta, se tironeó el labio inferior con el pulgar y el índice.
– ¿Qué? -Las aletas nasales de Frank se movieron mientras miraba al médico forense.
– A mí también me llamó la atención que, como tú dices, no dejaran nada en la escena del crimen. Tienes razón. Estaba demasiado limpia. -El hombre se tomó su tiempo para encender un Pall Mall. Frank se fijó en que era sin filtro. No conocía ningún patólogo que no fumara. El médico forense lanzó unos cuantos anillos de humo mientras disfrutaba del cigarrillo-. Tenía las uñas demasiado limpias.
Frank le miró intrigado.
– Me refiero a que no había ninguna suciedad, ni laca de uñas, aunque las llevaba pintadas, rojo fuerte, ninguno de los residuos habituales que uno esperaba encontrar. Nada. Era como si se los hubieran quitado con una cuchara, ¿entiendes lo que quiero decir? -Hizo una pausa-. En cambio, encontré restos de una solución. -Otra pausa-.Algo parecido a un líquido limpiador.
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