David Baldacci - Poder Absoluto

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Luther es un especialista, un maestro en robo. Cerca ya de retirarse, planea su ultimo golpe: limpiar la fabulosa mansion de Walter Sullivan, uno de los hombres mas ricos del pais, de vacaciones en el caribe.
La inesperada vuelta de la mujer complica el golpe y hace que Luther presencie un asesinato que apunta de lleno al presidente de los Estados Unidos.
Acosado por los hombres del servicio de seguridad del presidente y por el sargento de policia, Luther debera salvar su pellejo y el de su hija.
Baldacci ha sido el guinista de la película basada en su libro, dirigida y protagonizada por Clint Eastwood en el papel de Luther.

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Burton miró la maleta sobre la cama, después se levantó y guardó el arma en la funda. Con un movimiento inesperado sujetó a Jack y lo lanzó contra la pared. El agente no dejó ni un lugar del cuerpo de Jack sin revisar. A continuación, Burton dedicó otros diez minutos a buscar aparatos de escuchas y otros objetos de interés por toda la habitación, y acabó con la maleta de Jack. Sacó el sobre con las fotos y las contó.

Satisfecho, Burton las guardó en el bolsillo interior de la chaqueta y le sonrió a Jack.

– Perdone, pero en mi trabajo la paranoia es algo habitual. -Volvió a sentarse en la cama-. Hay algo que quiero saber, Jack. ¿Por qué le envió aquella foto al presidente?

– Bueno, dado que aquí no tengo nada más que hacer -contestó Jack, que se encogió de hombros-, pensé que su jefe querría contribuir a mi fondo para el viaje. No les costaba nada enviarme una transferencia, como hicieron con Luther.

Collin sacudió la cabeza y sonrió divertido al oír la respuesta.

– El mundo no funciona así, Jack, lo lamento. Tendría que haber buscado otra solución a su problema.

– Quizá tendría que haber seguido su ejemplo -replicó Jack, con un tono mordaz-. ¿Tienes un problema? Mátalo.

La sonrisa de Collin desapareció como por ensalmo. Sus ojos dirigieron una mirada sombría al abogado.

Burton dejó la cama y comenzó a pasearse por la habitación. Sacó un cigarrillo, pero después lo aplastó con el puño y guardó los restos en el bolsillo. Se volvió hacia Jack.

– Tendría que haberse largado pitando, Jack -dijo en voz baja-. Quizás habría conseguido escabullirse.

– No con ustedes dos pisándome los talones

– Nunca se sabe. -Burton se encogió de hombros.

– ¿Cómo saben que no envié una de las fotos a la poli?

Burton sacó el sobre con las fotos y volvió a contarlas para que Jack lo viera.

– Cámara Polaroid. El rollo de película es de diez fotos. Whitney le envió dos a Russell. Usted le envió otra al presidente. Aquí quedan siete. Lo lamento, Jack, mala suerte.

– Quizá le conté a Seth Frank todo lo que sé.

– Si lo hubiera hecho mi pequeño pajarito me lo hubiese dicho. -Burton sacudió la cabeza-. Pero si le interesa insistir en el tema podemos esperar a que llegue el teniente y se una a la fiesta.

Jack se levantó de un salto y corrió hacia la puerta. Ya casi tenla la mano sobre el pomo, cuando un puño de hierro le golpeó en los riñones. Jack cayó al suelo. Un instante después, le levantaron para arrojarle otra vez sobre la cama.

Jack miró el rostro de Collin.

– Ahora estamos a mano, Jack -dijo el agente.

Jack soltó un gemido y se tendió de espaldas en la cama, mientras intentaba dominar las náuseas que le había provocado el golpe. Descansó un momento, y poco a poco recuperó el aliento a medida que disminuía el dolor.

Por fin consiguió levantar la cabeza y su mirada buscó el rostro del agente Burton. Sacudió la cabeza, con una expresión de incredulidad en el rostro.

– ¿Qué pasa? -le preguntó Burton que le devolvió la mirada.

– Creía que ustedes eran los buenos -respondió Jack en voz baja.

Burton permaneció en silencio durante un buen rato.

Collin agachó la cabeza y miró al suelo.

Burton respondió finalmente al comentario. Lo hizo con voz débil, como si tuviera algo que le molestara en la garganta.

– Yo también, Jack. Yo también. -Hizo una pausa, tragó con dificultad y añadió-: Por nada en el mundo hubiera deseado verme metido en este lío. Si Richmond hubiese sabido mantener la bragueta cerrada no hubiera ocurrido nada de todo esto. Pero ocurrió. Y nosotros tenemos que arreglarlo. -El agente se puso de pie, y miró su reloj-. Lo siento, Jack, lo lamento de todo corazón. Sé que le parecerá ridículo pero es lo que siento.

Miró a Collin y asintió. Collin le indicó a Jack que se tendiera en la cama.

– Espero que el presidente aprecie lo que hacen por él -dijo Jack con un tono de amargura.

– Digamos que lo espera, Jack. -Burton mostró una sonrisa triste-. Quizá todos lo hacen, de una manera u otra.

Jack se tendió en la cama sin dejar de mirar el cañón del arma que se acercaba cada vez más a su rostro. Olió el metal. Imaginó el humo, el proyectil saliendo del cañón a una velocidad que la mirada no podía seguir.

Entonces se sintió el ruido de un impacto tremendo contra la puerta. Collin se dio la vuelta. El segundo golpe echó la puerta abajo y media docena de policías entraron en la habitación con las armas en las manos.

– Quietos. Todo el mundo quieto. Las armas al suelo. Ya.

Collin y Burton acataron la orden sin perder ni un segundo, y dejaron las pistolas en el suelo. Jack no se movió de la cama; mantuvo los ojos cerrados. Se tocó el pecho, el corazón parecía a punto de estallar. Burton miró a los hombres de azul.

– Pertenecemos al servicio secreto de Estados Unidos. Tenemos las placas en el bolsillo interior derecho de las chaquetas. Buscábamos a este hombre. Ha amenazado con atentar contra el presidente. Nos disponíamos a entregarlo a la policía.

Los polis cogieron las placas y comprobaron la identidad de los dos agentes. Otros doy agentes levantaron a Jack de la cama sin muchos miramientos. Uno comenzó a leerle sus derechos mientras el otro le esposaba.

Devolvieron las placas a los agentes.

– Bien, agente Burton, tendrá que esperar hasta que nosotros hayamos acabado con el señor Graham aquí presente. El asesinato tiene prioridad incluso sobre las amenazas al presidente. Quizá la espera resulte un poco larga a menos que este tipo tenga nueve vidas.

El policía miró a Jack y después a la maleta sobre la cama.

– Tendría que haber escapado cuando tuvo la oportunidad, Graham. Aunque tarde o temprano habríamos dado con usted. -Hizo una señal a sus hombres para que se llevaran al detenido. Después miró a los agentes boquiabiertos y sonrió de buena gana-. Recibimos un chivatazo. La mayoría de los chivatazos no sirven para una mierda. Pero este sí. Este me conseguirá el ascenso que me merezco desde hace tanto tiempo. Que pasen un buen día, caballeros. Délen recuerdos al presidente de mi parte.

Los policías se marcharon con el detenido. Burton miró a Collin y después sacó el sobre con las fotos. Ahora Graham no tenía nada. Podía contarle a la policía todo lo que le había dicho y ellos le meterían en una celda acolchada. Pobre cabrón. Una bala hubiera sido mucho mejor que el destino que le esperaba. Los dos agentes recogieron las armas y salieron de la habitación.

La habitación quedó en silencio. Al cabo de diez minutos, se abrió la puerta que comunicaba con la habitación vecina y entró un hombre. El desconocido se acercó al televisor y desmontó la tapa trasera. El aparato parecía un televisor normal pero no lo era. El hombre metió las manos en el interior y sacó una cámara. Después empujó el cable de conexión por un agujero de la pared hasta que desapareció de la vista.

El hombre volvió a la otra habitación. Había un magnetófono sobre una mesa arrimada a la pared. Recogió el cable y lo guardó en una bolsa. Por último sacó la cinta de vídeo del magnetófono.

Diez minutos más tarde el hombre, cargado con una mochila de grandes dimensiones, salió por la puerta principal del Executive Inn, dobló a la izquierda y caminó hasta el final del aparcamiento donde había un coche con el motor al ralentí. Tarr Crimson pasó junto al coche y sin mirar arrojó la cinta de vídeo a través de la ventanilla abierta sobre el asiento delantero. Siguió su marcha hasta donde estaba aparcada su Harley-Davidson 1200, la niña de sus ojos; se montó en la moto, la puso en marcha y se alejó a todo gas. Instalar el sistema de vídeo había sido un juego de niños. Una cámara activada por la voz. Casete de vídeo VHS. No sabía qué había grabado en la cinta, pero debía ser algo importante. Jack le había prometido un año de servicios legales gratis por hacerlo. Mientras volaba por la autopista, Tarr sonrió al recordar el último encuentro en el que Jack se había quejado de los avances en vigilancia electrónica.

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