– Bueno, al menos nuestro pequeño problema está solucionado. -Richmond la miró, con las manos a la espalda. Alto, delgado, muy bien vestido. Parecía el comandante de una armada invencible. Pero la historia había demostrado que las armadas invencibles eran mucho más vulnerables de lo que la gente pensaba.
– ¿Te has deshecho del abrecartas?
– No, Gloria, lo tengo guardado en un cajón de mi escritorio. ¿Quieres verlo? Quizá quieras llevártelo otra vez. -Su desprecio era tan evidente que ella sintió la necesidad imperiosa de acabar con la reunión. Se levantó.
– ¿Hay algún otro asunto pendiente?
Richmond negó con la cabeza y volvió a mirar por la ventana. Russell se disponía a sujetar la manija de la puerta cuando vio que ésta se movía.
– Tenemos un problema -anunció Bill Burton mientras miraba a la pareja.
– ¿Qué es lo que quiere? -El presidente miró la fotografía que le había dado Burton.
– La nota no lo dice -se apresuró a responder el agente-. Supongo que al tener a los polis pegados al culo busca hacerse con algún dinero.
– Me asombra el hecho de que Jack Graham supiera dónde mandar la fotografía -comentó Alan Richmond con la mirada puesta en Russell.
Burton no pasó por alto la mirada malévola del presidente, y si bien no le interesaba defender a Russell, tampoco podía perder tiempo en un análisis erróneo de la situación.
– Es probable que Whitney se lo dijera -contestó Burton.
– Si es así, se ha tomado su tiempo para ponerse en contacto con nosotros -replicó el presidente.
– Quizá Whitney nunca se lo dijo a las claras. Graham puede haberlo deducido por sí mismo. Atar cabos.
El presidente arrojó la foto. Russell desvió la mirada en el acto. La sola visión del abrecartas la había paralizado.
– Burton, ¿en qué medida puede afectarnos? -El presidente le miró como si quisiera escarbar en lo más profundo de la mente del hombre.
Burton buscó una silla donde sentarse, se acarició la barbilla conla palma de la mano.
– Ya lo he pensado. Puede ser que Graham intente sujetarse a un clavo ardiendo. Se ve enfrentado a una situación desesperada. Y a su amiguita la tienen encerrada en un calabozo. Yo diría que no ve salidas. De pronto tiene una idea, suma dos y dos y decide arriesgarse a enviarnos esto, con la ilusión de que le pagaremos su precio, sea el que sea.
Richmond bebió un trago de café.
– ¿Hay alguna manera de encontrarlo? ¿Que sea rápida?
– Siempre hay maneras. Lo que no sé es cuánto tardaremos.
– ¿Qué pasará si no hacemos caso de la nota?
– Quizá no haga nada, huir y ver qué pasa.
– Pero una vez más nos enfrentamos a la posibilidad de que le detenga la policía…
– … y hable hasta por los codos -Burton acabó la frase de su jefe-. Sí, es una posibilidad, una posibilidad real.
El presidente se agachó para recoger la foto.
– Sólo tiene esto para respaldar la historia. -En su rostro apareció una expresión de incredulidad-. ¿Por qué preocuparnos?
– No es el valor testimonial de lo que hay en la foto lo que me preocupa.
– Lo que te preocupa es que las acusaciones aunadas a las ideas o pistas que la policía pueda desarrollar a partir de la foto puedan dar pie a unas preguntas muy molestas.
– Algo así. Recuerde, son las revelaciones las que pueden hundirlo. Piense en lo que representaría para la reelección. Seguramente, el tipo cree que tiene un comodín. Tener mala prensa en estos momentos sería fatal.
El presidente consideró lo dicho por el agente. Nada ni nadie interferirían en la reelección.
– Comprarle no serviría de nada, Burton. Lo sabes. Mientras Graham ronde por ahí, es peligroso. -Richmond miró a Russell, que no había pronunciado palabra. Permanecía sentada con las manos sobre la falda y la cabeza gacha. El presidente le clavó la mirada. Era tan débil… Volvió a su mesa y comenzó a revisar unos papeles. Después, sin mirar al agente, añadió-: Hazlo, Burton, y hazlo pronto.
Frank miró la hora en el reloj de pared. Se levantó para ir a cerrar la puerta del despacho y cogió el teléfono. Le dolía la cabeza, pero según los médicos se recuperaría sin problemas.
– Executive Inn -dijo una voz en el teléfono.
– Con la habitación 233, por favor.
– Un momento.
Pasaron los segundos y Frank se puso nervioso. Se suponía que Jack estaba en su habitación.
– ¿Hola?
– Soy yo.
– ¿Cómo va la vida?
– Mejor que la suya.
– ¿Cómo está Kate?
– Ha salido en libertad bajo fianza. Le han dejado salir bajo mi custodia.
– Estoy seguro de que ella está encantada.
– No me atrevería a decir tanto. Escuche, las cosas están que arden. Siga mi consejo y lárguese pitando. Está perdiendo un tiempo muy valioso que después lamentará haber malgastado.
– Pero Kate…
– Venga, Jack, sólo tienen el testimonio de un tipo que la acosaba para conseguir una exclusiva. Es su palabra contra la suya. Nadie más le vio a usted. Está bien claro que no pueden acusarla de nada. Hablé con el fiscal ayudante. Piensa desestimar el caso.
– No lo sé.
– Maldita sea, Jack. Kate saldrá mejor parada que usted de todo este asunto si no se involucra en su propio futuro. Tiene que largarse cuanto antes. No sólo es mi opinión. Ella está de acuerdo.
– ¿Kate?
– Hoy hablé con ella. No estamos de acuerdo en casi nada, pero en este punto no hay discusión.
– Está bien, ¿dónde voy y cómo salgo de aquí? -preguntó Jack, que suspiró mucho más tranquilo.
– Acabo el turno a las nueve. A las diez estaré en su habitación. Tenga las maletas preparadas. Yo me encargaré del resto. Mientras tanto, ni se le ocurra moverse.
Frank colgó el teléfono e intentó relajarse. Se estaba jugando la carrera. Más le valía no pensar en ello.
Jack miró la hora y echó una ojeada a la maleta que había sobrela cama. No necesitaba gran cosa para la huida. Miró el televisor colocado en una esquina, pero pensó que ninguno de los programas le entretendría. Le entró sed, sacó unas cuantas monedas del bolsillo, abrió la puerta de la habitación y asomó la cabeza. La máquina de bebidas estaba al final del pasillo. Se puso la gorra de béisbol, las gafas y salió al pasillo. No oyó que se abría la puerta de la escalera en el otro extremo del pasillo. También se olvidó de cerrar la puerta con llave.
Cuando volvió a entrar en la habitación, le sorprendió ver la luz apagada. La había dejado encendida. En el momento que tendía la mano hacia el interruptor, alguien cerró la puerta y lo arrojaron sobre la cama. Se levantó de un salto y se encontró ante la presencia de dos hombres. Esta vez no llevaban máscaras, algo muy significativo.
Jack intentó lanzarse sobre ellos pero se detuvo al ver las armas que le apuntaban. Se sentó en la cama mientras miraba sus rostros.
– Qué coincidencia. Tuve el placer de conocerles a cada uno de ustedes por separado. -Señaló a Collin-. Usted intentó volarme la cabeza. -Se volvió hacia Burton-. Y usted intentó engañarme. Admito que lo consiguió. Burton, ¿no? Bill Burton. Nunca olvido un nombre. -Miró a Collin-. Sin embargo, no sé el suyo.
Collin miró a su compañero y después otra vez a Jack.
– Agente del servicio secreto, Tim Collin. Tiene buen físico, Jack, y sabe usarlo. ¿Jugaba en el equipo de fútbol en la universidad?
– Sí, todavía me duele el hombro.
Burton se sentó en la cama junto a Jack, que le miró.
– Creía haber cubierto mi rastro bastante bien. Me sorprende que hayan podido encontrarme.
– Nos lo dijo un pajarito, Jack -contestó Burton que miró al techo.
– Escuchen -dijo Jack mirando a los dos agentes-, me voy de la ciudad y no tengo la intención de volver. No creo necesario que me añadan a la lista de cadáveres.
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