El almacén era un callejón sin salida, pero en la oficina, encima de la mesa, había una ventana.
Se subió a la mesa y se asomó por ella. Solo se veía niebla y oscuridad. Tiró de la ventana, pero no se abrió. Tendría que romper el cristal.
Tomó impulso y le dio una patada. Los tres primeros intentos fueron vanos; el tacón golpeaba el cristal sin resultado. Pero la cuarta patada rompió el cristal. El aire frío le golpeó el rostro. Se asomó al exterior y vio que la ventana se abría sobre un tejado que se perdía en la oscuridad. ¿Qué había debajo? Podía haber una caída de tres pisos hasta la calle o podía ser que cayera hacia un tejado adyacente. Había visto que, en los edificios viejos de Amsterdan, los tejados se juntaban unos con otros en una línea casi continua. La niebla le impedía ver lo que ocultaba la oscuridad. Tendría que acercarse más.
Pensó que las tejas estarían resbaladizas, así que se quitó los zapatos. Vio con alarma que tenía sangre en el tobillo. No sentía dolor, pero la sangre salía de un punto de su píe. Lo miró como embrujada, y entonces fue consciente de otros ruidos: los golpes de Kronen en la puerta de la oficina y los gemidos del hombre al que había dejado inconsciente.
Se le acababa el tiempo.
Salió al tejado. El vestido se enganchó en un trozo de cristal roto y ella tiró con fuerza, rompiéndolo. Su elección era ya muy sencilla. Una muerte rápida o una dolorosa. Una caída en la oscuridad sería muy preferible a morir en manos de Kronen. La idea de morir podía soportarla, la del dolor no.
Oyó que cedía la puerta y el grito de rabia de su perseguidor. Se deslizó por el tejado abajo. No había nada a lo que agarrarse ni nada que parara su descenso. Las tejas estaban mojadas y resbalaban bajo sus dedos. Sus piernas cayeron por el borde. Se agarró un instante al canalón y cuando ya no pudo sostenerse más, se dejó caer.
– Solo es un rasguño.
– ¡Vuelve a la cama, O'Hara! -ladró Potter.
Nick cruzó la habitación del hospital y abrió el armario. Estaba vacío.
– ¿Dónde está mi camisa?
– No puedes irte. Has perdido mucha sangre.
– Mi camisa, Potter.
– En la basura. Estaba llena de sangre, ¿vale?
Nick se quitó con un juramento el camisón del hospital y miró la venda de su hombro izquierdo. El efecto del analgésico que le habían puesto en Urgencias empezaba a remitir. Sentía como si alguien le golpeara el torso con un martillo neumático. Pero no podía quedarse allí esperando que ocurriera algo. Ya había perdido demasiadas horas.
– ¿Por qué no te metes en la cama y dejas que yo me ocupe de todo? -preguntó Potter.
Nick lo miró con furia.
– ¿Como te has ocupado hasta ahora?
– ¿Y de qué le vas a servir a ella fuera de aquí? ¿Quieres decírmelo?
Nick sintió que su rabia daba paso al dolor.
– ¡La tenía, Roy! La tenía en mis brazos…
– La encontraremos.
– ¿Igual que a Eve Fontaine?
El rostro de Potter se tensó.
– No, espero que no.
– ¿Y qué vas a hacer para evitarlo? -gritó Nick.
– Seguimos esperando que hable el hombre al que derribaste. Todavía no ha dicho gran cosa. Y estamos investigando la otra pista, la de la Compañía Berkman.
– Registra el edificio.
– No puedo. Necesito el permiso de Van Dam y no consigo localizarlo. Y tenemos pocas pruebas…
– A la porra con las pruebas -musitó Nick, yendo hacia la puerta.
– ¿Adónde vas?
– A hacer un allanamiento.
– No puedes ir allí sin refuerzos -lo siguió al pasillo.
– Ya he visto tus refuerzos. Y prefiero una pistola.
– ¿Sabes disparar?
– Aprendo deprisa.
– Espera, déjame que hable con Van Dam.
Nick hizo una mueca. Apretó el botón del ascensor y miró la ropa de Potter.
– Dame tu camisa.
– ¿Qué?
– Es suficiente con allanamiento. No quiero que me acusen de indecencia.
– Estás loco. No te daré mi camisa. Me la devolverías llena de agujeros de bala.
Nick llamó de nuevo al ascensor.
– Gracias por el voto de confianza.
Se abrió el ascensor y salió Tarasoff.
– Señor, hay algo nuevo. Acabo de oírlo en la radio. Tiros en el edificio Berkman.
Nick y Potter se miraron.
– ¡Dios mío! -exclamó el primero-. Sarah…
– ¿Dónde está Van Dam? -preguntó el segundo.
– No lo sé, señor. Sigue sin contestar al teléfono.
– Se acabó. Vamonos, O'Hara -entraron los tres en el ascensor-. No sé por qué me juego mi carrera por ti. Ni siquiera me caes bien. Pero tienes razón. O nos movemos ahora o, si esperamos las órdenes de Van Dam, acabaremos todos en el hospital -miró a Tarasoff-. Y yo no he dicho eso. ¿Entendido?
– Sí señor.
Potter examinó a su subordinado.
– ¿Qué talla usas?
– ¿Señor?
– De camisa.
– Ah… dieciséis.
– Bien. Préstele la camisa a O'Hara. Estoy harto de verle los pelos del pecho. Y no tema, me ocuparé de que no se la manche de sangre.
Tarasoff obedeció, pero no parecía cómodo en camiseta y chaqueta. Salieron hacia el aparcamiento.
– Llama por radio y pide que vaya un equipo al edificio.
– ¿Debo intentar localizar a Van Dam?
Potter vaciló un instante. Vio la mirada de advertencia de Nick.
– No -dijo-. Por el momento, este será nuestro secreto.
Tarasoff lo miró perplejo.
– Sí, señor.
Nick se coló en el asiento de atrás del coche.
– ¿Sabes, Potter? Puede que no seas tan tonto como creía.
El otro movió la cabeza con aire sombrío.
– O puede que sí -repuso-. Puede que sí.
Sarah aterrizó sobre la espalda con un golpe sordo.
Lo primero que sintió fue alegría de estar viva. Vio la ventana a unos cinco metros encima de ella y comprendió que había caído a un tejado adyacente. Los gritos de Kronen la pusieron en movimiento. Estaba de pie en la ventana, gritando órdenes. Otras voces respondían desde la oscuridad de abajo. Sus hombres registraban el suelo en busca de su cuerpo. Al no encontrarlo, no tardarían en volver su atención al tejado.
Se puso en pie. Sus ojos se habían adaptado ya a la oscuridad y podía distinguir la línea del tejado contra el cielo. De repente notó que no eran solo sus ojos: el cielo se había aclarado. Se acercaba el amanecer. Y ella tenía que llegar a un lugar seguro antes de que saliera el sol.
Bajo ella había luces de linternas. Unos pasos rodeaban el edificio. Los hombres volvieron a gritar. No habían encontrado su cuerpo.
Sarah subía ya una pendiente de tejas. Al llegar arriba, se dejó caer al tejado de al lado. La niebla parecía cerrarse en torno a ella como un velo protector. Tenía el vestido empapado de las tejas mojadas y el raso se pegaba a ella como una segunda piel helada. Pasó de las tejas a una superficie plana de grava y corrió hacia una puerta en el tejado. Estaba cerrada. La golpeó con los puños hasta que se hizo daño en las manos, pero no se abrió. Se volvió y buscó otra ruta de escape… otra puerta, una escalera… El cielo se aclaraba cada vez más. Tenía que salir de aquel tejado. Un grito lejano le dijo que ya la habían descubierto.
El tejado siguiente se elevaba ante ella como una pared de teja. Aparte de una ventana alta y una antena en la parte superior, el resto de su superficie era lisa como el hielo. Jamás podría escalarlo.
Los gritos llegaron de nuevo, esa vez más cerca. Una teja suelta cayó del tejado y se estrelló en la acera. Se volvió y vio a Kronen saliendo por la ventana. Iba hacia ella. Rodeó su jaula del tejado como un pájaro atrapado, buscando desesperadamente una salida. En la parte de atrás solo había una caída vertical hasta un callejón. Corrió al otro lado y se asomó por el borde. Mucho más abajo se veía la calle. No había terrazas ni escaleras que cortaran su caída si saltaba. Solo el suelo mojado, esperando a su cuerpo.
Читать дальше