Volvió sus labios hacia las manos de Quinn y las besó. Era lo único que podía hacer para no entregarse a sus brazos.
Tenía que pensar en esos sentimientos. Pensar en las repercusiones. ¿Podía confiar en él? ¿Confiaba él en ella?
Le dolía no tener una respuesta a esas preguntas.
– Buenas noches -murmuró, y bajó rápidamente del coche antes de que cambiara de opinión.
Oyó que la puerta de Quinn se abría y cerraba.
– Te acompañaré hasta tu cabaña -dijo.
Ella sacudió la cabeza.
– Papá me está esperando -dijo, señalando las luces de la hostería con un gesto de la cabeza.
Siguió caminando en el aire fresco de la noche y cruzó los pocos metros que la separaban de la puerta trasera. Sintió la mirada de Quinn clavada en su espalda y se preguntó qué pasaría si se giraba y le dijera que viniera con ella. Lo deseaba. Dios mío, cuánto lo deseaba.
Y ¿qué pasaría si él se aprovechaba de su vulnerabilidad emocional? ¿Si la relevaba de la búsqueda, o del caso? Mientras lo pensaba, se dio cuenta de que Quinn la había apoyado firmemente desde su llegada. Si tenía dudas acerca de ella, se las reservaba muy bien.
Ella sí tenía dudas. Llevaba diez años convencida de que Quinn le había arrebatado todo lo compartido íntimamente con él a propósito de sus sentimientos, sus temores, su psique maltrecha, y que lo había utilizado todo en su contra para que la expulsaran de Quantico. Sin embargo, esa experiencia tenía tanto que ver con su propia inseguridad y su temor como con cualquier cosa que Quinn hubiera o no hubiera hecho.
Era preferible poner cierta distancia entre ella y Quinn. Sería mejor olvidar el pasado. Olvidar aquel beso en la cocina. Olvidar cómo él la tocaba con manos que la hacían arder de deseo y volver a sentirse mujer.
Aún sentía el contacto de su mano en la mejilla, y deseaba mucho más.
Cerró la puerta de la cabaña y él se quedó fuera. Sus emociones estaban demasiado vivas, demasiado a flor de piel. Tenía que guardar sus distancias. Porque sabía que Quinn podía volver a romperle el corazón con mucha facilidad.
Quinn marcó el número de Olivia en cuanto entró en su habitación de la hostería. Pero no conseguía sacarse a Miranda de la cabeza.
Lo estaba volviendo loco. No podía parar de pensar en ella, no quería parar. Ansiaba poder sentarse con ella y tener una larga conversación. Pero Miranda no era el tipo de mujer que se entregara a conversaciones razonables. Actuaba por instinto y reaccionaba a partir de sus emociones.
Él le había explicado con abundancia de detalles su actuación en Quantico en una carta que ella le devolvió sin abrir. Intentó hablar con ella. Ahora tenía que encontrar una manera de que le escuchara. Si encontraba las palabras adecuadas, sabía que ella le entendería y lo perdonaría. Pero tanto su propia decisión hace años, como la posterior reacción de Miranda, magnificada, habían tejido una enorme red de sentimientos complejos que él no sabría desenmarañar.
Quinn estaba muy orgulloso de todo lo que Miranda había logrado en diez años, tanto profesional como personalmente. Sin embargo, la figura del Carnicero seguía persiguiéndola, y ella no dejaba que nadie cruzara ese umbral para ayudarle.
Se pasó una mano por el pelo mientras paseaba por la amplia habitación.
Había que joderse. Vaya mujer. ¿Acaso no acababa de decirle que nunca dejaría de amarla? Y ella se había ido como si nada.
¿Acaso no le creía? Él nunca le había mentido aunque, considerando lo vivido en el pasado, quizás ella dudaba de su sinceridad. ¿Cómo podía convencerla?
Quizás había cometido un gran error diez años antes, cuando le había dejado todo el espacio que pedía. La había respetado demasiado. Debería haberla visitado en persona, explicarle sus razones con claridad y decirle cuánto la amaba. Todas las veces que fuera necesario, hasta que ella le hubiera creído. Cuando no devolvió las llamadas por teléfono, pensó que su mejor alternativa era escribirle aquella carta.
Se equivocó. La única manera de tratar con Miranda era cara a cara.
– ¿Hola? Quinn, ¿eres tú? -La voz en el teléfono lo sobresaltó. Él sacudió la cabeza para despejársela.
– Lo siento, Liv, estaba soñando despierto.
– ¿Despierto? Son las once de la noche.
– ¿Te he despertado?
– No, ¿te puedo ayudar en algo?
Olivia era siempre una mujer seria, según dictaban las reglas. Él admiraba su inquebrantable devoción hacia su trabajo como técnico de laboratorio. No se le escapaba ningún detalle de la investigación forense.
– ¿Has encontrado algo?
– Sólo llevo un día aquí. Las pruebas de laboratorio tardan su tiempo. -Lo dijo como si él debiera saberlo, y así era. Pero, joder, él quería toda la información ahora. ¿De qué servía poder tirar ciertos hilos si esos hilos no rendían un resultado inmediato?
– Lo siento -farfulló Quinn.
– Vale.
– ¿Es un sarcasmo? -preguntó él, con tono jocoso.
– Estoy cansada. Aquí en Virginia es la una de la madrugada.
– Se me ha olvidado. Te dejo.
– Hay una cosa.
Quinn dejó de pasearse.
– ¿Qué?
– Hay una muestra de tierra que parece… no sé, diferente.
– ¿Tierra? ¿De dónde?
– Espera un momento. -Quinn oyó un ruido de fondo, como si Olivia revisara unos papeles -. Aquí lo tengo. Tenemos diez muestras de tierra tomadas de la barraca donde estuvo secuestrada Rebecca, cada una de un lugar diferente y de la zona inmediatamente circundante. Dos de las muestras del interior son diferentes de la muestra de tierra tomada fuera.
– ¿Diferente? ¿En qué sentido?
– Se ve a primera vista. En primer lugar, es roja. No recuerdo haber leído que la tierra de Montana fuera roja. Y el hecho de que no coincidiera con la tierra del exterior me disparó la alarma. Pero ésta no es mi especialidad. He mandado una muestra a Quantico para que la analicen.
– ¿Roja? ¿Cómo rojo de sangre? ¿De camión de bomberos?
– No, más bien como rojo ladrillo.
– ¿Ladrillo?
– Pero más ligera que la tierra.
– Me he perdido, Liv.
Ella se echó a reír y Quinn sonrió. Olivia no solía reír, pero cuando reía, su calidez alcanzaba a todo el que la escuchaba.
– Del color del ladrillo, pero con una textura más parecida a la arcilla que a la tierra. La arcilla es muy fina, pero cuando se moja las partículas se unen.
– ¿Como en la alfarería? -preguntó él frunciendo el ceño, intentando imaginar lo que le explicaba Olivia.
– Es el mismo principio, pero éste es un tipo de arcilla muy diferente.
– ¿Cuándo lo sabrás? ¿Puedes señalar con precisión de dónde pudo venir? -Estaba a punto de hacer otras diez preguntas cuando Olivia lo interrumpió.
– Lo he mandado lo más rápido posible, Quinn, pero la muestra está en manos de Federal Express y mi gente no puede hacer nada hasta que la reciban.
– Lo siento. Pero da la impresión de que es la mejor pista que tenemos.
– Lo sé. He estado leyendo todos los expedientes que me dejaste -dijo, y guardó silencio un momento-. ¿Cómo está Miranda?
– Está bien.
– ¿Y?
– Ya conoces a Miranda. Está trabajando demasiado, no come lo suficiente. Pero es muy buena en su trabajo. Sólo quisiera que no sufriera tanto. -Se dejó caer en la cama y se quedó con la mirada clavada en los pies, pero viendo sólo cómo los ojos azul oscuro de Miranda se llenaban de todo el dolor del mundo.
– ¿Quinn?
– Sí.
– Todavía la amas.
– Lo sé.
– ¿Se lo has dicho?
– Sí.
– ¿Y?
– Le da igual. Le hice daño, Liv. No quería, pero me vi obligado a hacerlo.
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