Allison Brennan - La Caza

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Sólo hay una cosa que Miranda no puede perdonarse a sí misma: haber sobrevivido. Doce años atrás, consiguió escapar de las manos del asesino conocido como El carnicero, pero al hacerlo tuvo que dejar atrás a otras víctimas como ella, atrapadas, torturadas y asesinadas por un sádico que siempre ha ido un paso por delante de la policía. Ahora, vuelve a actuar. Miranda ya no es la presa, sino el cazador: sabe que atraparlo es la única manera de volver a encontrar la paz. Pero para ello tendrá que reencontrarse con Quinn, el hombre que la ayudó a superar el miedo y, también, el que la traicionó cuando más lo necesitaba. Ahora los dos se enfrentan a la más perversa mente criminal… pero también a unos sentimientos que han intentado enterrar durante años.

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– Sigue leyendo.

Quinn siguió leyendo. Un resumen del secuestro y muerte de Rebecca… Ryan Parker que encontraba el cuerpo… un refrito tras otro de noticias ya publicadas… Banks hablaba también de la llegada de una especialista del laboratorio de criminología del FBI y añadía la información de que el rectorado le había entregado a Quinn 189 carpetas con antecedentes de estudiantes de la universidad. Señalaba el artículo: Los expedientes de los sospechosos de la desaparición de Penny Thompson habían sido devueltos a la universidad, lo que constituye un ejemplo evidente de la incompetencia y desorganización que caracterizan la investigación.

Banks también se ensañaba con la oficina del sheriff y con Nick en particular: Una fuente anónima cercana a la investigación ha declarado: «La oficina del sheriff lo ha manejado todo mal desde el principio. Ya es hora de que alguien competente tome cartas en el asunto. Vivimos en un estado de miedo permanente y esto tiene que acabar».

El artículo insinuaba que Quinn había dicho que Nick era un incompetente sin citarlo abiertamente.

¡Qué coñazo!

– Yo no le conté nada acerca de Olivia ni de los expedientes – dijo Quinn, lanzándole el periódico de vuelta a Nick-. Sólo intenta sacarte de tus casillas. Es una cita anónima, Nick. No te lo tomes personalmente.

Por la expresión de su cara, Quinn supo que su amigo se había tomado muy mal la crítica.

– Estamos haciendo todo lo que podemos -dijo Quinn-. Tenemos a los mejores de los mejores examinando las pruebas. Estamos buscando en todas las cabañas y barracas conocidas. Estamos desmontando el coche de Ashley y el de Rebecca también. Y he reducido la lista de hombres que habrían conocido a Penny a unas cuantas docenas. Es bastante más abordable que los cientos de nombres que teníamos hace doce años, y los casi doscientos de ayer. Sigamos con ello.

– Tengo unas cuantas cosas que hacer -dijo Nick, incorporándose.

– ¿Qué?

– Nada importante. Sólo unas cuantas ideas.

– Aquí estoy yo si quieres que nos pongamos con una tormenta de ideas. Barajemos las ideas que tengamos. -Nick tenía aspecto de derrotado, algo que Quinn nunca habría esperado de su amigo.

– En serio, no es nada. Pero si sale algo de ello, te llamaré. Sigue con los amigos de Penny. Es probable que yo sólo esté persiguiendo sombras.

Salió antes de que Quinn pudiera hacerle más preguntas.

Quinn frunció el ceño. Nick estaba preocupado por algo, aunque quizá sólo fuera ese artículo. Aún así, quizá debería acompañarlo y ayudarle con lo que tuviera entre manos.

Miró el enorme montón de carpetas que había traído de la universidad el día anterior. Habían eliminado las de aquellos que ya no calzaban con el perfil. Quedaban cincuenta y dos posibles sospechosos. Tenía que reducir aún más la lista.

Cogió el teléfono y empezó a hacer llamadas.

Se sentía relajada, como si no estuviera dentro de su propio cuerpo, como si sólo estuviera mirando cómo evolucionaba la escena, como en una película, sobre el suelo mugriento. Había visto la escena muchas veces y nunca dejaba de excitarla y repelerle a la vez.

Él jadeaba encima de la chica, follándola como si fuera una muñeca. La chica estaba ahí sólo porque estaba atada a una estaca en el suelo. Él nunca había sido capaz de despertar el interés de una chica. Era como si, después de una única cita, la posible novia hubiera percibido que él albergaba oscuras fantasías en las que ella no quería tomar parte. Nunca tuvo más citas después de esa chica en Portland. Cuando ella le dijo que no, perdió los estribos. Entró en su casa y la violó. La muy tonta.

Sólo ella entendía sus necesidades. Un apetito insaciable de poder hervía bajo su piel, quemándola desde adentro hacia fuera, buscando alivio. Verlo a él satisfacer sus ansias le procuraba cierto grado de alivio. Pero él era muy tonto. Cuando violaba a esas chicas, ellas seguían teniendo poder. Porque él las deseaba, las necesitaba, y ellas lo controlaban.

La chica había llorado hasta el cansancio.

Era algo que, con el tiempo, acababa. Tardaba una hora. Un día. A veces más. Pero, finalmente, la chica se resignaba a su suerte y se quedaba quieta, sin resistirse ni gritar. Sólo unas lágrimas silenciosas que le corrían por las mejillas.

Le dieron ganas de reír ante todo ese absurdo. Él se portaba como una perra en celo, necesitaba que las mujeres saciaran su voraz apetito. Sin embargo, le costaba cada vez más sentir la misma satisfacción; ella lo constataba en sus abusos, cada vez más crueles. A la última chica, antes de Rebecca Douglas, la había golpeado hasta la muerte, sin siquiera darle la oportunidad de huir.

Él le daba de bofetadas a la chica, intentando que ella respondiera. El ruido de la piel contra la piel, agitándose, solía excitarla, pero ese día no estaba teniendo el efecto habitual.

Por primera vez en su vida adulta, sintió el miedo como un estremecimiento que le recorría la espalda. Salió de la barraca y respiró el aire frío y fresco de la mañana.

No temía tanto por ella como por él. Él era responsabilidad suya, y su decisión precipitada de secuestrar a otra chica al cabo de tan poco tiempo de raptar a la anterior era una insensatez. Ella intentó disuadirlo, manipularlo para que abandonara la idea, pero él se mostró inflexible. Estaba decidido a coger a la chica con o sin ella

No podía permitir que lo hiciera solo. Él la necesitaba. Para vigilar. Para borrar sus huellas. Para protegerlo.

Las otras razones por las que decidió quedarse con él esta vez eran un poco más difíciles de discernir, incluso para ella. Sentía la compulsión de mirar, aunque no soportara la idea de verlo a él copulando con otra mujer sin participar. Si él creía obtener la máxima y más completa satisfacción cuando ella no estaba, empezaría a buscar a otras mujeres solo. Cada vez que secuestraba a una, el riesgo de que los descubrieran aumentaba. Si él se empeñaba en salir a buscarlas solo, darían con él. Era sólo cuestión de tiempo.

Así que lo protegía. Y no era que esas mujeres tuvieran algo que ella no tenía. Claro que no. Lo único que ella hacía era cuidar de él, como siempre había hecho.

Él podía tener a esas mujeres, pero sólo si ella participaba en el asunto.

Él se paseaba por la vida atado a una correa invisible, y todas las mujeres en su vida habían tenido esa correa en la mano. Ella. Las chicas que violaba y mataba. Y, sobre todo, la que había escapado.

Ella no lo dejó matar a Miranda Moore porque si Miranda vivía, ella lo mantenía bajo su poder. Imbécil. Era un imbécil. Pero la necesitaba.

Ahora era como si las cosas se le escaparan de las manos. Tendrían que dejar ese lugar y buscar otros parajes en donde cazar. Para protegerlo.

En cuanto acabaran con Ashley van Auden.

Capítulo 21

Sentado en un rincón de la Oficina de Administración y Registro de la Propiedad, una planta por encima de los despachos del juzgado, Nick estaba enfrascado en la revisión de casi un millar de mapas de las parcelas de la región del condado donde cazaba el Carnicero.

Le había dicho a Quinn que tenía una idea, que en realidad sólo era una corazonada. Nick sospechaba que, por algún motivo concreto, el Carnicero había elegido esa región del territorio para cazar. Quizás encontraría alguna pista revisando las transacciones de propiedades de los últimos quince años.

Podría haber asignado aquella tediosa tarea a un agente, pero después del artículo de Banks donde se cuestionaba su competencia y después del desastre de la conferencia de prensa, era preferible no hacerse notar demasiado.

No podía creer que Quinn hubiese dicho que la oficina del sheriff era «incompetente». Sin embargo, Nick se había sentido herido en su amor propio al enterarse de que toda la ciudad estaba informada de la incapacidad del sheriff del condado de Gallatin en su búsqueda del Carnicero. Su mandato terminaba al año siguiente y, a estas alturas, ya no quería volver a presentarse. Sentía cómo lo vigilaba Sam Harris, criticando cada una de sus decisiones, y con Eli Banks en la ciudad, siguiéndole cada paso, la presión empezaba a afectarle.

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