Allison Brennan - La Caza

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Sólo hay una cosa que Miranda no puede perdonarse a sí misma: haber sobrevivido. Doce años atrás, consiguió escapar de las manos del asesino conocido como El carnicero, pero al hacerlo tuvo que dejar atrás a otras víctimas como ella, atrapadas, torturadas y asesinadas por un sádico que siempre ha ido un paso por delante de la policía. Ahora, vuelve a actuar. Miranda ya no es la presa, sino el cazador: sabe que atraparlo es la única manera de volver a encontrar la paz. Pero para ello tendrá que reencontrarse con Quinn, el hombre que la ayudó a superar el miedo y, también, el que la traicionó cuando más lo necesitaba. Ahora los dos se enfrentan a la más perversa mente criminal… pero también a unos sentimientos que han intentado enterrar durante años.

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– Siempre hay una posibilidad.

Ella se volvió para mirarlo. Irradiaba tensión en ondas invisibles, con todos los tendones del cuello estirados. Debía tener una jaqueca horrible y, conociendo a Miranda, se limitaría a sufrirla en silencio. En una ocasión le había contado que el dolor le recordaba que estaba viva. Él pensó que era un castigo que ella misma se infligía por la culpa de haber sobrevivido, mientras que Sharon moría.

– Es como si pudiera verla, Quinn -murmuró Miranda, con voz temblorosa-. Ashley. En la oscuridad. Con frío, desnuda y asustada. Aterrada. Peor de lo que estaba yo.

– Miranda, no hagas eso…

Ella sacudió la cabeza y se inclinó hacia él, como rogándole que comprendiera. Quinn le rodeó el hombro con un brazo y la apretó con ternura.

– No, no, tengo que centrarme en ella. Tengo que recordar. ¿No ves que para ella es peor? Ella lo sabe. Ella sabe que ha sido el Carnicero. A Rebecca la mataron hace pocos días. Ashley estará pensando que ella será la próxima. -Su voz se quebró, como en un sollozo, pero no brotaron las lágrimas.

Él la estrechó en sus brazos y la abrazó suavemente. Le temblaba todo el cuerpo a pesar del esfuerzo para contener la emoción. Era un gran paso que dejara que la consolara, un paso que le daba esperanzas.

Y saber que había esperanza lo impulsaba a abrir aún más el corazón.

Ella respiró hondo y murmuró contra su pecho:

– He llamado a Charlie y al equipo de búsqueda -siguió ella-. Comenzamos a las ocho.

– Tienes que dormir -dijo él, frotándole la espalda.

Ella se echó hacia atrás y sacudió la cabeza.

– No puedo dormir. Pensando que Ashley está allá, perdida. Pero… maldita sea, no sé qué hacer. Recorremos hectáreas y más hectáreas y nunca encontramos a las mujeres vivas. Pero no sé qué otra cosa hacer. No puedo hacer nada.

Miranda nunca había sido de las que se desentendían del trabajo para dejárselo a otros. Desde el comienzo, se lanzaba de cabeza a la tarea.

Antes de que él pudiera decir alguna banalidad para intentar distraerla, vio que se acercaba un médico alto y delgado, de pelo entrecano.

– ¿Agente Peterson? -dijo, tendiéndole la mano y clavando en ella sus ojos negros. Luego lo miró nuevamente a él -. Doctor Sean O'Neal.

– Gracias por venir -dijo Quinn, estrechándole la mano-, ¿Cómo se encuentra la señorita Anderson?

– ¿Se pondrá bien? -preguntó Miranda.

El doctor O'Neal suspiró, se quitó las gafas y se frotó los ojos. Volvió a ponerse las gafas.

– No lo sé. Lo tenía todo en contra cuando la trajeron, pero ha aguantado. Ahora que ha sobrevivido a la operación, tiene un cincuenta por ciento de probabilidades. El sheriff Thomas se ha puesto en contacto con sus padres, que viven en otro estado, y yo acabo de hablar con ellos. Los golpes en la cabeza han sido fuertes. Por suerte, no le ha afectado la columna. Temíamos que tuviera el nervio seccionado, pero está en buen estado. Por otro lado, aunque se despierte, no se puede decir si el daño cerebral será permanente… En pocas palabras -dijo el médico-, está en coma.

En coma. Su mejor testigo, su único testigo, estaba en coma. La suerte era una mierda.

Ryan Parker se despertó de golpe. El corazón le latía con fuerza en medio de la luz gris de su habitación. Estaba mojado, y por un momento creyó que se había orinado en la cama y luego se dio cuenta de que era sudor; un sudor que le daba frío.

Pero le daba todavía más frío su pesadilla.

Miró su reloj digital y vio que eran las 05:46.

Tragó saliva varias veces, con dificultad, porque tenía la boca muy seca. Había tenido pesadillas antes, pero ninguna le había provocado miedo ni le había parecido tan real como ésa. Porque esa pesadilla había ocurrido en la realidad. A esa chica la habían matado de verdad, y él había visto su mirada vacía en medio del bosque, acusándolo a él. Estaba a punto de cerrarle los ojos debido a esa mirada, pero no quiso tocar el cadáver.

Sin embargo, su pesadilla combinaba la realidad con lo imaginario. Ella no quería agarrarla en el bosque, se dijo una y otra vez.

Eso era un sueño, algo que fabricaba su mente. Ryan tardó varios minutos en distinguir entre lo que había visto de verdad la semana anterior y lo que había soñado.

Pero la mirada vacía de Rebecca Douglas lo perseguía, aunque no durmiera.

Se levantó en silencio de la cama y cruzó hasta su cómoda. Abrió con cuidado el último cajón. Ahí dentro guardaba sus objetos especiales, uno de los pocos lugares de su habitación donde no se metía su madre. Piedras raras, el fósil de un pez encontrado en Yellowstone, un trozo de madera petrificada, los cromos de béisbol, los envoltorios de chicle con divertidas tiras cómicas.

Y la hebilla de cinturón.

No recordaba toda la pesadilla, pero justo antes de que se despertara, se había imaginado la hebilla, el ave con los ojos verdes que brillaban.

No encendió las luces y buscó en el fondo del cajón hasta que notó la textura fría del metal. Se quedó paralizado, sintiendo que algo pasaba, pero sin saber qué era.

Debería habérselo enseñado al tipo del FBI. Pero ahora era demasiado tarde.

Lo más probable es que no fuera nada, sólo algún tipo meando en el bosque.

No, no era eso.

Apretó los dedos en torno al pájaro de metal como si tuvieran voluntad propia. Y, en ese momento, supo lo que tenía que hacer, a quién tenía que enseñarle la hebilla.

Su padre no era la persona con que menos le costara hablar, pero era la persona más inteligente que conocía. Él era juez y sabría exactamente qué hacer con la hebilla y quién debería quedársela.

Cuando se dirigía a la habitación de sus padres, le llegó el olor a café desde abajo. Dio una vuelta por la cocina, esperando encontrarse con su padre.

Ahí estaba.

– Hola papá.

– Qué temprano te has levantado.

Él se encogió de hombros, y jugó con la hebilla en una mano.

– Estaba pensando… porque… he encontrado algo y no sé muy bien qué es. Se me ha ocurrido que quizá tú puedas… -Qué estupidez. El sabía que se trataba de una hebilla, pero no quería contarle a su padre dónde la había encontrado.

– Claro, muéstramelo.

– Aquí lo tienes.

Ryan se sobresaltó al ver entrar a su madre, con la bata puesta. Ella frunció el ceño al verlo ahí.

– Delilah -dijo su padre-. Creía que estabas durmiendo.

– Me he despertado y no estabas en la cama. He ido a ver a Ryan y él tampoco estaba.

– He ido a ver los caballos, que parecían asustados y, como no podía volver a dormir, he preparado un poco de café. ¿Quieres una taza?

– Yo misma la cogeré -dijo su madre.

Ryan no quería hablar estando su madre delante. Seguro que lo castigarían por volver al lugar donde habían encontrado a la chica muerta. Por lo general, los castigos de su padre eran menos duros que los de su madre. Esa noche hablaría con él.

– Me voy a vestir para ir al cole -dijo.

– ¿No querías enseñarme algo? -preguntó su padre.

– No es nada importante. Te lo enseñaré esta noche.

– De acuerdo.

Su madre se inclinó para besarlo, y él apenas le rozó las mejillas con los labios, luego hizo lo mismo con su padre y subió corriendo las escaleras.

Le preguntaré a Papá por la hebilla esta noche.

Capítulo 20

Antes de abandonar el hospital, Miranda tenía que ver a JoBeth Anderson. No tuvo problemas para convencer al guardia. A veces, tenía sus ventajas ser la ex novia de Nick.

JoBeth era una superviviente. No era Rebecca ni era ninguna de las otras chicas. Estaba viva. Más que nada, Miranda quería que supiera que era una chica fuerte, que tenía que luchar. Luchar para dar con el miserable que había secuestrado a su amiga.

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