Allison Brennan - La Caza

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Sólo hay una cosa que Miranda no puede perdonarse a sí misma: haber sobrevivido. Doce años atrás, consiguió escapar de las manos del asesino conocido como El carnicero, pero al hacerlo tuvo que dejar atrás a otras víctimas como ella, atrapadas, torturadas y asesinadas por un sádico que siempre ha ido un paso por delante de la policía. Ahora, vuelve a actuar. Miranda ya no es la presa, sino el cazador: sabe que atraparlo es la única manera de volver a encontrar la paz. Pero para ello tendrá que reencontrarse con Quinn, el hombre que la ayudó a superar el miedo y, también, el que la traicionó cuando más lo necesitaba. Ahora los dos se enfrentan a la más perversa mente criminal… pero también a unos sentimientos que han intentado enterrar durante años.

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Por desgracia, a ellos todavía les faltaban varias piezas cruciales.

El primer rasgo distintivo del Carnicero era que encerraba a sus víctimas. Eso indicaba una necesidad de control. Les hacía daño y, a la vez, cuidaba de ellas, si al hecho de alimentarlas con pan y agua se le podía llamar «cuidar». Era un hombre parco en palabras y, cuando les hablaba, su tono era de desprecio. Las mujeres eran posesiones, objetos con los que podía hacer lo que le viniera en gana. Sus gritos no lo excitaban ni lo molestaban, eran irrelevantes. El solo hecho de tenerlas cautivas lo excitaba.

El segundo (y quizás único) rasgo distintivo era que soltaba a las mujeres para cazarlas. Siempre existía una posibilidad de que escaparan. Daba la impresión de que aquel juego era para él un verdadero deleite, aún cuando les diera un tiempo de huida antes de perseguirlas. Eso sí, no les daba demasiado. Y las mujeres ya estaban heridas y desmoralizadas antes de empezar.

A Quinn le extrañaba que el Carnicero no hubiera intentado atrapar a Miranda, pero también le sorprendía que siguiera soltando y cazando a otras víctimas después de su huida.

Quizá ya no les diera tanto tiempo antes de empezar la cacería. Quizá las debilitaba. O quizá pensara que Miranda era una anomalía y hubiera optado por demostrarse constantemente a sí mismo que todavía podía cazar y triunfar, y que era capaz de un dominio y control absolutos. Quizá dejaba que Miranda siguiera viva como recordatorio de su único fracaso.

Quinn sacudió la cabeza. Estaba dándole vueltas a lo mismo. No tenía ni idea de por qué el asesino no había perseguido a Miranda. Si él fuera un violador sádico que disfrutara cazando a mujeres como deporte, seguro que no dejaría que se le escapara una. De alguna manera, no encajaba con el resto del personaje, y eso molestaba a Quinn.

A las cinco, salió a encontrarse con Olivia en el aeropuerto, y dejó a los dos agentes con la criba de los sospechosos de la lista universitaria. Cuando volviera por la mañana, confiaba en tener una lista reducida de nombres.

Su instinto le decía que el Carnicero estaría entre esos nombres.

Esa noche mientras cenaba en el comedor de la hostería, Miranda estuvo muy pendiente de que llegara Quinn, comiendo sin ganas de un plato que su padre le había preparado. No quería que Bill se preocupara, pero la verdad era que no tenía hambre.

En cambio, tenía unas extrañas ganas de comer tarta de pacana.

Le dijo a su padre que ya podía retirarse a sus habitaciones a descansar, que ella se ocuparía de los platos y cerraría la cocina. Necesitaba tener algo que hacer para dejar de pensar en el Carnicero.

Aunque no fuera más que una simple excusa para ver a Quinn cuando volviera.

Cuando acabó de limpiar los mostradores, oyó voces en el vestíbulo. Quinn. Salió enseguida y se sorprendió al ver a Nick que estaba hablando con Gray.

– Nick. ¿Pasa algo?

– No -dijo él-. Pasaba por aquí y se me ocurrió venir a saludaros.

– Haré un poco de café -dijo ella.

– No hace falta. Francamente, ya he ingerido suficiente cafeína por hoy. ¿Qué tal una copa?

Beber con Nick era lo último que quería hacer. No porque no le agradara su compañía, sino porque resultaba raro estar ahí con un ex novio mientras el otro – Quinn- podía entrar en cualquier momento. En realidad, no se había puesto a pensar en la relación íntima que había tenido con esos dos hombres, y ahora se sentía confundida.

Pero Nick era sobre todo un amigo, así que sonrió.

– Claro. Gray, ¿quieres tomar una copa con nosotros?

– Yo estoy reventado -dijo éste, negando con la cabeza. Mañana tengo que levantarme temprano para ir a buscar a unos jubilados que vienen de Los Ángeles. Se quedarán unos cuantos días.

Gray les dio las buenas noches y se marchó.

Miranda llevó a Nick a la barra y le señaló un taburete. Pasó por debajo del mostrador y cogió una botella de la cerveza preferida de Nick. También abrió una para ella.

– Gracias.

– Salud. -Miranda inclinó la botella hacia él y tomó un trago largo.

Siempre se había divertido cuando salía con Nick. Antes de ser amantes, habían sido amigos. Ella confiaba en que todavía sería así, aunque las relaciones parecían un poco tensas últimamente. Se había sentido satisfecha con la relación, hasta que Nick le pidió que se fuera a vivir con él. Le dijo que no. Y él se marchó.

A ella le bastaba con que fueran amigos y amantes. Nick quería más.

Algo más parecido a lo que había entre ella y Quinn.

Aún así, lo suyo había sido una cálida amistad, una buena relación de trabajo. ¿Por qué había tenido tantas reticencias a irse a vivir con él?

En pocas palabras, porque no lo amaba. Y cuando él sugirió que sería conveniente que no siguieran teniendo relaciones sexuales, le dijo que de acuerdo. Ahora, pensando en ello retrospectivamente, se preguntaba si Nick no había esperado una protesta de su parte.

Al final, la ruptura fue un alivio.

– ¿Cómo te ha ido con Quinn?

A Miranda le sorprendió la pregunta.

– Bien -dijo, de manera mecánica.

Él frunció el ceño.

Ella se sentía incómoda bajo esa mirada que la escudriñaba. Casi como si le debiera una explicación.

– En serio, él hace su trabajo y yo hago el mío, y no hay más que eso.

Miranda no quería entrar en el tema. ¿Por qué tenía que explicar su relación de trabajo con Quinn? Quizá fuera porque llevaba años quejándose ante Nick de que Quinn le había robado su carrera y estropeado sus planes de futuro.

Nunca le había contado lo mucho que sufría.

– Tiene a un par de mis hombres revisando los archivos de la universidad -dijo Nick-. Todavía estaban en el despacho cuando he llamado hace media hora.

– Me dijo que estaba revisando los archivos de los años de Penny en Bozeman. Pero en aquella época había cientos de posibles sospechosos. No sé cómo podremos reducir la lista si no tenemos más pruebas que nos digan por dónde seguir.

– Quinn está seguro de que este tipo todavía es soltero y lleva una vida solitaria.

– Por cierto, ¿dónde está Quinn? -Quiso que su pregunta sonara despreocupada, pero no estaba segura de haberlo conseguido.

– En Helena. Ha ido al aeropuerto a buscar a esa amiga tuya, la técnico de laboratorio.

– ¿Olivia? -Casi olvidaba que Quinn la había llamado para pedirle su colaboración.

Nick asintió y tomó un trago de su cerveza.

– Volverá tarde o por la mañana -dijo, y guardó silencio. Luego añadió-: Os deseo a ti y a Quinn toda la suerte del mundo.

– No sé a qué te refieres.

– ¿No?

– No.

Nick suspiró y empezó a quitarle la etiqueta a la botella de cerveza.

– Es evidente que todavía estás enamorada de él. Siempre has estado enamorada.

– Eso no es verdad. -¿Estaba protestando demasiado? Intentó explicarse-. Ya sabes cómo era todo por aquel entonces. Pero con todo lo que sucedió, yo… y bah, ya ha acabado. Acabó hace mucho tiempo.

– El amor no se abre y cierra como un grifo, Miranda -dijo Nick, y sonaba irritado.

– Yo no he dicho eso. Yo… -dijo ella, y calló -. Nick, lo siento -. ¿Qué otra cosa podía decir? Sabía que Nick todavía sentía algo por ella, sentimientos que ella no podía corresponder. Lo último que quería era hacerle daño a su mejor amigo.

Él despachó su disculpa y se incorporó.

– Sólo quería ver cómo te encontrabas, ya que estoy libre, como quien dice. -El sheriff nunca estaba de verdad «libre». Cuando lo eligieron para el cargo, decir aquello se había convertido en una broma entre ellos.

– No hay nada entre Quinn y yo -dijo ella, y se mordió la lengua. ¿Por qué era tan importante convencer a Nick de aquello?

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