Allison Brennan - La Caza

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Sólo hay una cosa que Miranda no puede perdonarse a sí misma: haber sobrevivido. Doce años atrás, consiguió escapar de las manos del asesino conocido como El carnicero, pero al hacerlo tuvo que dejar atrás a otras víctimas como ella, atrapadas, torturadas y asesinadas por un sádico que siempre ha ido un paso por delante de la policía. Ahora, vuelve a actuar. Miranda ya no es la presa, sino el cazador: sabe que atraparlo es la única manera de volver a encontrar la paz. Pero para ello tendrá que reencontrarse con Quinn, el hombre que la ayudó a superar el miedo y, también, el que la traicionó cuando más lo necesitaba. Ahora los dos se enfrentan a la más perversa mente criminal… pero también a unos sentimientos que han intentado enterrar durante años.

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La Puta lo obligó a matar esa primera vez. Pero cuando vio el cuerpo inerte de Penny, se sintió envalentonado. Poderoso. Había algo divino en él: la capacidad de quitar una vida, o de darla.

Con la mujer pequeña de pelo negro (no sabía que se llamaba Dora hasta que lo leyó en los periódicos), le picó el gusanillo. Se la follaba cuando él quería, no cuando quería ella. La alimentaba cuando él quería, no cuando ella tenía hambre. La soltó cuando él quiso, y ella echó a correr.

La emoción de la caza quedaba en segundo plano frente a la facultad de poder disponer de una vida.

Él siempre ganaba, con la excepción de aquella que había escapado…

Se levantó de la cama cogiendo la sábana y enrollándosela por el cuerpo. Fue hasta su escritorio y abrió un cajón de un tirón tan violento que el contenido se desparramó por el suelo. Furioso consigo mismo, pero sobre todo con La Puta, encendió la lámpara y se puso de rodillas en el suelo para recoger sus tesoros.

Hizo un montón con los carnés de conducir de su colección (veintiuno en total) y los dejó a un lado, con el de Rebecca encima del todo. Tocó la foto y se puso a pensar, no en el ritual de la muerte sino en la vida, en la vida que ella le daba al correr. La vida que le daba cuando le suplicaba piedad. Por cualquier cosa. Él mandaba. Él tomaba todas las decisiones y ella no tenía nada que decir.

Rara vez hablaba con las mujeres. Ellas no eran nada.

Cogió la libreta de tapas de cuero desgastado que contenía su vida. Respiró sobre la tapa ajada, y se sintió extrañamente en paz. Cuando empezaba a planear algo, le ocurría eso. La preparación requería tiempo, concentración, inteligencia.

Y él tenía las tres cosas. Había llegado el momento de planear la próxima cacería. Cuanto antes, mejor.

Los huevos de Theron estarían a punto de romperse. Y, desde luego, no quería perdérselo.

Capítulo 16

ENCONTRADA LA GUARIDA DEL CARNICERO

La joven muerta ha sido identificada como la

alumna desaparecida de la Universidad de Montana State

Enviado Especial, Elijah Banks

Miranda tenía cogido el periódico con tanta fuerza que no podía ni leer las palabras. Pero las fotos eran inequívocas.

Por debajo del titular, una foto de la barraca donde Rebecca había estado cautiva. Al lado, una foto de Rebecca copiada de la ficha universitaria, la misma que aparecía en las octavillas distribuidas por toda la ciudad.

– ¡Maldito sea!

Estaba a punto de tirar el periódico a un lado cuando algo familiar más abajo del pliego le llamó la atención.

El breve desayuno que había tomado se le revolvió en el estómago. Tragó bilis y murmuró:

– ¡Qué cabrón!

En la parte de abajo había otra foto. Una foto de ella. Apoyada contra el árbol fuera de la barraca. Destacaba la palidez de su rostro, incluso en el grano grueso del papel. El pie de foto decía:

Miranda Moore, jefa de la Unidad de Búsqueda y Rescate y única superviviente del Carnicero de Bozeman, ayuda al FBI en la localización de la vieja cabaña.

– Lo siento.

Ella dio un salto al oír la voz.

– Quinn.

Había llegado por el sendero de la hostería, pero ella estaba tan concentrada en el periódico que no lo oyó.

– Te lo habría ahorrado si pudiera.

Ella sacudió la cabeza y alzó el mentón.

– Estoy bien -insistió, aunque la foto la había desconcertado.

– Cuando uno reacciona enfadándose con estos montajes de Elijah Banks, se le concede todavía más poder.

– No estoy enfadada. -Mentía. Y era evidente, por su expresión, que Quinn lo sabía.

– Vale, estoy enfadada, pero se me pasará. -Guardó silencio y se lo quedó mirando detenidamente-. ¿Por qué estás aquí?

– Esta mañana he hablado con Olivia.

– ¿Y?

– Estará en Helena esta noche.

– ¿De verdad? Quizá pueda venir hasta aquí. No queda muy lejos. Me encantaría verla.

– Tienes el número de su celular. Llámala.

– Eso haré -dijo Miranda, y se propuso llamaría al día siguiente.

– Voy a la universidad -dijo Quinn-, pero quería contarte lo de Olivia. Si hay algo en las pruebas…

– Ella lo encontrará -dijo Miranda, terminando su frase.

– Eso. -Quinn subió las escaleras y se detuvo en el borde del porche donde estaba Miranda. A ella se le aceleró el corazón al ver que él se acercaba tanto, aunque sin llegar a tocarla.

– Miranda, tenemos que hablar. Acerca de lo de anoche. De lo que pasó en Quantico.

Ella tragó saliva. Tenía tantas ganas de olvidar y perdonar, pero era incapaz de dejar de lado el nudo de la traición que llevaba en el alma.

– No hay nada de qué hablar.

Él la miró un rato largo, hasta que ella bajó la mirada.

– Miranda -murmuró. Y la besó.

Un beso intenso, duro y rápido, y luego se echó atrás. El beso la dejó sin aliento. Era incapaz de hablar.

– Hablaremos -dijo él, firme-. Ve con cuidado cuando salgas hoy.

No esperó su respuesta, y se fue por donde había venido.

Tener una placa de agente federal abría algunas puertas y cerraba otras. La nueva Ley de Privacidad de Datos exigía que Quinn consiguiera una orden judicial antes de que la universidad le entregara la información que quería. Tardó toda la mañana en conseguirla.

No volvió al campus hasta después de la hora de comer. Por suerte, el rector ya le había pedido a su secretaria que buscara los archivos necesarios. Estaban dentro de una caja y listos para que se los llevara.

Cuatro cajas. Ciento ochenta y nueve hombres.

Volviendo a la oficina del sheriff, pensó en algunas maneras de acortar la lista. Sólo necesitaba a unos cuantos colaboradores.

Nick le dejó a los agentes Booker y Janssen. Entre los seleccionados, había alumnos que ponían los estados de Montana o Idaho o Wyoming como lugar de residencia antes de venir a la universidad. El asesino tenía un conocimiento exhaustivo de la zona, de modo que era lógico pensar que viviría en o cerca del condado de Gallatin.

Quinn asignó a los agentes la tarea de revisar los nombres y eliminar a cualquiera que estuviera casado, se hubiera marchado del país o estuviera muerto.

Se quedó mirando el tablero de los asesinatos en el despacho de Nick e intentó pensar como si él fuera el asesino.

¿Por qué violaba? Control. Rabia.

¿Por qué necesitaba tener ese control? Porque no controlaba su propia vida, sobre todo de joven. ¿Habría pasado parte de su infancia en un hogar para niños? ¿Sería huérfano? ¿Víctima de abusos sexuales? ¿Saldrían los dos padres en la foto? ¿Alguno de ellos quizás habría abusado de él de pequeño?

En general, los asesinos en serie han sido víctimas de abusos sexuales en su etapa preadolescente. Ese rasgo en común era utilizado por los abogados de la defensa para adulterar el sentido de la pena de muerte o para culpar a otros de los horribles crímenes cometidos por sus clientes.

Pero la triste verdad era que aunque muchos niños sufrían abusos sexuales, físicos y emocionales, la mayoría no llegaban a convertirse en asesinos en serie. Quinn sentía compasión por los niños maltratados que, con el tiempo, se convertirían en asesinos, pero no albergaba el mismo tipo de sentimiento hacia ellos como adultos.

El Carnicero experimentaba un placer enfermizo torturando a sus víctimas antes de matarlas. Sin embargo, dos rasgos característicos lo distinguían de la mayoría de asesinos sádicos. Por eso, conseguía comprender el razonamiento del Carnicero, podría penetrar más profundamente en su pensamiento y, quizás, ayudar a identificar a algún sospechoso. Era una tarea difícil. Los asesinos en serie eran seres lógicos dentro de sus propios cálculos, pero entender esa lógica era casi imposible si no se tenían todas las piezas.

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