– Paramos en Three Forks porque a Herbie se le acababa la gasolina, y yo creía que no llegaríamos a la hostería, aunque estuviéramos a menos de cincuenta kilómetros. Sharon hacía eso a menudo, conducir con el depósito casi vacío. Desde que la conocía me había llamado tres veces para pedirme que le llevara gasolina – dijo, y sonrió con ese recuerdo agridulce.
– Teníamos hambre y había un local de comida rápida, así que entramos a comprar patatas fritas y unas cocacolas. Comimos en el local porque a Sharon no le gustaba comer dentro del coche.
Volvió a hacer una pausa, esta vez con la mirada absorta en el techo. ¿Qué estaba mirando? ¿Recordando? ¿Intentando olvidar?
– Salimos al cabo de un rato. Al cabo de unos cinco minutos, Herbie empezó a dar sacudidas y un kilómetro después de Manhattan, se paró sin más. Echó un poco de humo y murió. -Miranda guardó silencio-. Jamás debí decirle que parara. Seguro que teníamos suficiente gasolina para llegar a casa. Si sólo…
– Basta, Miranda -dijo Quinn, y enseguida carraspeó-. Perdón, señorita Moore.
– No pasa nada. Me llamo Miranda.
– No debes pensar en lo que habrías hecho de manera diferente. Nada de esto ha sido culpa tuya. Todo es culpa de él. Y lo sabes.
– La prensa lo llama el Carnicero de Bozeman.
– Odio la prensa – dijo Quinn, con una mueca.
– Yo estoy empezando a odiarla -dijo ella, con voz queda. Quinn se preguntaba si habría visto la foto de cuando la sacaban del valle con una cuerda de salvamento. Confiaba en que el personal del hospital le ahorrara las noticias de la tele o la lectura de periódicos. Quinn ya le había gritado al sheriff un par de cosas por algunos de los detalles revelados, no sólo sobre la condición de Miranda sino también sobre la investigación.
Sin embargo, no era el momento más indicado para pensar en eso.
– ¿Qué pasó cuando se estropeó el coche? -preguntó.
– Yo empecé a hacer bromas. Acerca de Herbie y de cómo ella lo amaba demasiado.
Miranda respiró hondo antes de seguir.
– Yo conozco la zona y sabía que había una cabina de teléfono en una pequeña gasolinera que cierra por la noche. Iba a llamar a mi padre para pedirle que nos viniera a buscar.
– ¿Por qué no lo llamaste?
– A eso iba. Estaba casi en la curva, por lo demás, a unos doscientos o trescientos metros, cuando llegó un coche por detrás. Eran dos ancianos y se ofrecieron a llevarme. Les dije lo que había ocurrido, y ellos tenían un teléfono en el coche. Quiero decir, no conozco a nadie que tenga un teléfono en el coche excepto el alcalde. Me dejaron usarlo para llamar a mi padre. Él dijo que nos pasaría a buscar en veinte minutos.
Miranda le lanzó una mirada agónica.
– ¿Por qué no fui con ellos? Quizás al verlos hubiera huido y Sharon todavía estaría viva -dijo, y calló, ahogada por la emoción-. Les dije que vendría mi padre, que siguieran y que yo esperaría con Sharon.
– Miranda, tenías sobrados motivos para sentirte segura.
– Aquí nunca pasa nada malo. Nunca pensé -balbuceó, reprimió un sollozo y siguió-: Volví y Sharon no estaba. Quiero decir, no estaba en el coche. La llamé y ella gritó pidiendo ayuda.
– ¿Dónde estaba?
– En la zanja al lado del camino. Pensé en un animal, un oso, o algo. No tenía un arma, quiero decir, tengo una pero no la llevo encima, ¿sabes? Empecé a gritar para ahuyentar esa cosa que tenía a Sharon aterrorizada, y, y… -dijo, y calló.
– ¿Y?
– Nada. Oí un ruido a mis espaldas, me giré y… -Hizo una pausa, como si pensara-. Olí algo dulce. Dulce y empalagoso. Sentí un dolor de cabeza, y luego nada.
Miranda volvió a mirarlo, con los ojos inundados por el dolor de sus emociones.
– Nada, hasta que me desperté encadenada al suelo. No sabía por qué tenía tanto frío, hasta que me di cuenta de que estaba desnuda.
El despacho de Nick era la segunda sala destinada a la investigación del Carnicero. Un mapa de la región al sur de la interestatal hasta West Yellowstone cubría casi toda una pared. Las chinchetas de color señalaban los puntos donde habían desaparecido las mujeres, dónde se habían encontrado los cuerpos, y dónde se situaba el lugar de su cautiverio. Con los datos aportados por las pruebas, habían trazado una línea fina de la ruta que habían seguido en su intento de escape.
Con la excepción de Sharon, ninguna de las siete víctimas había recorrido más de tres kilómetros. A Sharon la había matado a seis kilómetros de la choza. Miranda había caído al río unos ochocientos metros más allá.
El mapa de la pared incluía una línea temporal, con fotos e información balística, escrita con la menuda letra mayúscula de Nick.
Quinn se acercó al tablero y revisó la información que conocía de memoria, esperando que algún nuevo detalle de pronto le llamara la atención.
Penny Thompson. Desaparecida: 14/05/91
Coche abandonado en zanja junto a Interestatal 191, a cuatro kilómetros de Super J oe's Stop-n-Go.
Penny llenó el depósito de gasolina en el Stop-n-Go a las 22:46. Fue al lavabo. Compró una Pepsi light y galletas. Salió aproximadamente a las 22:55.
No había cámara de seguridad en el surtidor donde Penny había dejado el coche.
Por aquel entonces, la policía trató el caso de Penny como el de una persona desaparecida y una probable agresión. Cuando encontraron huellas de sangre en el volante, pensaron que Penny se había estrellado contra la zanja, y nunca descartaron una muerte accidental. No sabían que se enfrentaban a un asesino en serie. El sheriff Donaldson creía que el ex novio de Penny la había matado y que luego había chocado el coche para confundir a la policía, pero no encontró pruebas que sustentaran su acusación. Tuvieron que pasar tres años para que se reconociera a Penny como la primera víctima del Carnicero.
Dos años más tarde, desapareció Dora Feliciano. No tenía vehículo, y volvía a casa caminando de su trabajo en el centro de Bozeman. Todavía había dudas de si el Carnicero era el culpable de su desaparición. La oficina del sheriff miraba con malos ojos a su novio y compañero de piso, pero no había pruebas claras que lo relacionaran con su desaparición.
Entonces, cuando tras la desaparición de las hermanas Croft, llegó a Montana Colleen Thorne, la colaboradora de Quinn, pusie ron a Dora en el tablero. El episodio databa de hacía tres años. El razonamiento de Colleen era que el Carnicero todavía estaba fraguando una estrategia. Dora había sido un blanco fácil, caminando sola por la noche. Bozeman era una ciudad con bajos índices de criminalidad. La mayoría de las mujeres se sentían seguras.
Miranda Moore y Sharon Lewis. Desaparecidas el 27/05/94. Sharon asesinada el 02/06. Miranda encontrada por el equipo de búsqueda del sheriff.
Quinn se estremeció al recordar lo cerca que había estado Miranda de morir. Lo que había sufrido a manos del Carnicero, su voluntad de vivir, su huida.
La información sobre Miranda era más larga y detallada. Fue entonces cuando se dieron cuenta de que el secuestro era premeditado. Y supieron que se trataba de un asesino en serie. Volvieron al caso de Penny Thompson, pero su padre ya hacía tiempo que se había deshecho del coche. Cuando la policía lo encontró, el nuevo propietario explicó que el carburador estaba tan inutilizado que lo había tenido que reemplazar por otro. El anterior lo había tirado a la basura.
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