– Claro que sí, tú.
Lily fue hasta la cuna y miró a su hermanita. La amaba desde el momento en que Papá las había traído a las dos a casa la semana anterior. Pero saber que la podía coger y llevársela a Mamá para que le diera de mamar, encumbraba ese amor a otras alturas. Ella podía ayudar a hacer de mamá. No podía alimentarla porque todavía no tenía pechos, pero podía cambiarle los pañales y la ropa y llevársela a Mamá.
Sonrió con ganas.
– Hola, bebé -dijo, con su mejor voz de madre-. Soy tu hermana mayor, Lily. Vamos a ser muy amigas.
Con cuidado y ternura, cogió a la recién nacida, sosteniéndole la cabeza como Mamá le había enseñado. Dio tres pasos hasta el sofá.
Mamá tomó al bebé para amamantarlo. Ella chupaba y Mamá tenía una mirada soñadora.
– Lily, no hay nada mejor en el mundo que amamantar a tu bebé. Algún día crecerás y serás mamá.
– Me gustaría tener muchos hijos.
Mamá sonrió.
– Puedes tener todos los que quieras. Puedes hacer lo que quieras con tu vida, cariño. Puedes ser médico, o abogado, o profesora, o madre. Todas las profesiones son importantes.
– Pero las mamás son las más importantes porque los bebés las necesitan -dijo Lily, sintiéndose muy lista.
– Sí, los bebés necesitan a sus madres.
Desde arriba se oyó un fuerte golpe que sobresaltó a Lily, que se acercó a su madre.
– Estúpido, malo. Apártate de mi camino.
Era Bobby. A juzgar por el ruido, estaría rabioso. Incluso más rabioso que Papá cuando Mamá no hacía algo bien.
– Cariño, ve a cuidar de Peter. Date prisa.
Lily salió corriendo del salón, porque el temor por Peter era superior al miedo que le tenía a Bobby. Se detuvo al pie de la escalera y miró hacia arriba.
– ¡No! -gritó.
Bobby empujó a Peter y las pequeñas piernas de éste cedieron. Se aferró del pasamanos cuando Bobby bajó la escalera a grandes zancadas.
Lily subió corriendo y Bobby se rió de ella.
– Espero que te rompas el cuello, Lily la tonta.
Lily lo ignoró y vio a Peter que se tambaleaba y caía tres peldaños y cogía el pasamanos. El niño gritó pero ella alcanzó a cogerlo.
– ¿Estás bien, bebé? -preguntó, mientras ayudaba a volver a Peter a lo alto de la escalera. Se oyó un portazo. Bobby había salido. Ojalá que nunca volviera. Le daba mucho miedo.
Lo odiaba.
Rowan golpeó el florero con el brazo y lo lanzó volando de la mesa. Al caer al suelo, el agua se derramó por todas partes. El florero se hizo trizas y los lirios quedaron esparcidos.
John frunció el ceño, confundido con lo que acababa de suceder. Vio a Rowan volverse hacia Adam, con los ojos desorbitados y llenos de terror.
– ¿Quién te dijo…? ¿ Quién te lo dijo ?
– Yo… yo… yo -balbuceó Adam, y las lágrimas rodaron por sus mejillas.
John se acercó a Rowan antes que Michael y la tomó por la cara, obligándola a mirarlo.
– Rowan, basta. Ya.
Ella parpadeó al mirar a John, y en su cara sólo había confusión. Luego miró a Adam, que se había quedado petrificado.
– Adam, perdóname -dijo, y dio un paso atrás, temblando.
– ¿Qué ha pasado? -preguntó John, y apoyó la mano en su hombro. Le dio una pequeña sacudida, preocupado. En su cara vio la indecisión de no saber si podía o no confiar en él-. Puedes confiar en mí.
A Rowan los ojos se le llenaron de lágrimas cuando se llevó la mano temblorosa a la boca. Se incorporó de un golpe y salió a toda prisa de la habitación.
Maldita sea. Había estado tan cerca. Iba a salir a buscarla cuando Michael levantó un brazo.
– John, dale un minuto.
– Mierda, Michael, hay algo que no nos ha contado, algo que está directamente relacionado con lo que está pasando. No podernos permitir que nos mantenga en la incertidumbre.
– No será jugando al gran matón como conseguirás que confíe en ti -dijo Michael, con la mandíbula temblándole de rabia.
John se mesó el pelo. Rowan había vuelto a revivir un viejo recuerdo al ver las flores. Las había mirado durante más de un minuto antes de romper el florero. ¿Qué había en ellas capaz de despertar esa reacción?
John miró a Adam. Se había acurrucado contra la pared, con los brazos alrededor de las piernas, y unas lágrimas silenciosas le rodaban por las mejillas. Rowan se iba a sentir muy mal cuando se diera cuenta de lo que había hecho.
John se agachó junto a él.
– ¿Adam?
No hubo respuesta.
– Adam, no pasa nada.
– Llamaré a los estudios para que alguien lo venga a buscar.
– No -dijo John, y su voz sonó más dura de lo que pretendía-. Le prometí a Rowan que lo llevaría a casa. -Estiró el brazo y tocó a Adam-. Adam, necesito que me hagas un favor.
Adam sollozaba.
– Me odia.
– No, Adam, Rowan no te odia. Te quiere mucho, mucho. Está muy apenada por lo de las flores.
– Odia las flores. No debería haber escuchado a ese hombre.
Instintivamente John sintió sonar la alerta.
– ¿El hombre? ¿Qué hombre? ¿El florista?
Adam negó con la cabeza, pero siguió sin mirar a John.
– No, no hablaba muy bien inglés.
– ¿Quién era? ¿Un cliente?
– Creo… creo que sí.
– ¿Dónde compraste las flores?
Adam se encogió de hombros, y su espalda se sacudió con los sollozos.
– Adam, esto es muy importante -dijo John-. Necesito que me enseñes dónde compraste las flores.
– ¿Por… por qué? Rowan me odia.
– No, Adam, Rowan no te odia. Pero si me enseñas dónde compraste las flores, Rowan se pondrá muy feliz.
Adam levantó la vista por primera vez y John sintió un nudo en el corazón cuando vio la angustia en el rostro del chico. Tenía el pelo oscuro aplastado contra el cráneo, y su tez demasiado blanca era un contraste fantasmal.
– Rowan nunca está feliz.
La realidad de la sencilla frase de Adam sacudió a John. Rowan tenía algo guardado muy adentro, y no cabía duda de que, fuera lo que fuera, el asesino lo sabía. Ahora tiraba de sus hilos. Copiando sus asesinatos ficticios, mandándole las coletas, la corona funeraria… convenciendo a Adam de comprar lirios.
Aquel hombre estaba jugando con Rowan, obligándola a revivir recuerdos que, sospechaba John, llevaban enterrados mucho tiempo.
Pero nada podía quedar enterrado para siempre.
– Adam, por favor. Esto es muy, muy importante. Necesito que me lleves al lugar donde compraste las flores.
– De acuerdo -dijo el muchacho, con la voz de un niño al que han regañado.
John lo ayudó a incorporarse. Adam vio las flores en el suelo y el labio inferior le tembló. John salió con él de la habitación y se volvió hacia Michael.
– Volveré pronto -dijo-. Si te enteras de algo por ella, llámame.
– Claro.
John volvió a mirar a Michael antes de salir, pero su hermano tenía una mirada distante. ¿Qué pasaba? Ahora no era el momento ni el lugar para averiguar qué pasaba por la cabeza de Michael, pero sospechaba que todo tenía que ver con sus sentimientos hacia Rowan. Michael no tenía ni un pelo de tonto, y se daba cuenta de que John también se estaba implicando emocionalmente.
No quería que aquel caso perjudicara la amistad con su hermano. Tampoco quería que la perjudicara aquella mujer. Pero temía que quizá fuera demasiado tarde.
– ¿Rowan? ¿Cariño?
Michael llamó a la puerta de su habitación, pero ella no le abría. Cariño . Rowan tenía el estómago hecho un nudo. No quería estar preocupada porque Michael se sintiera herido. Era un hombre bueno, pero no la entendería. Seguramente la abrazaría y le daría palmaditas en la espalda como a una niña y le diría que todo iba a salir bien.
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