Nunca se había preocupado de su aspecto. Uno de sus ex novios, Eric Hamilton, le había dicho que era bella como la escultura de una diosa. Ella no prestó atención a su cumplido como si fuera un lugar común, sin interesarse demasiado en un hombre que prestaba más atención a su aspecto que a su inteligencia. Francamente, no le interesaban las relaciones. Antes de Eric, había tenido relaciones con otros hombres, ninguno de ellos del FBI, y ninguno era serio. Sólo sexo y una taza de café, nada más.
¿Cómo podía acercarse a alguien cuando todas las personas que conocía morían? ¿Cómo iba a compartir su pasado cuando ni siquiera podía pensar en él, excepto en sus pesadillas?
Su relación con Eric fue lo más parecido a una relación de verdad, de todas las que había tenido, y sólo había que ver el patético resultado. Él lo pedía todo de ella, pero no podía verla por lo que era. Estaba herida. Con Eric interpretó un papel, el de una agente del FBI tranquila, comprometida e inteligente que no tenía miedo de enfrentarse a los malos en un callejón oscuro. Con Eric era caliente en la cama, pero fría en la conversación. Ella lo sabía pero no podía cambiarlo. Ni siquiera sabía si tenía ganas de hacer el esfuerzo.
Él le había pedido que se mudara a su piso. Ella se había negado. No podía renunciar a su independencia, a su intimidad y su hogar . La vida que había construido para sí misma con mucho esfuerzo no podía mezclarse con la de alguien que no entendía el hecho de morir y la muerte.
Eric era un buen agente. Era un hombre inteligente, seguro de sí mismo y competente. Pero Rowan jamás sintió que tratase de entenderla. La deseaba sobre todo porque era inalcanzable. Cuando resultó ser diferente de lo que se imaginaba, o cuando él no pudo moldearla como quería, buscó consuelo en otra parte.
Y su infidelidad fue un alivio.
Mirado retrospectivamente, debería haber hecho caso a Olivia. Cuando vivía en Washington, antes del asesinato de los Franklin, ella y Eric salían a menudo con Liv y con el que ahora era su ex marido. Eric no le caía demasiado bien ni a Liv ni a Grez. Eso debiera haberla puesto sobre aviso.
Rowan sacudió la cabeza, intentando librarse del asedio de los recuerdos. Después de cepillarse los dientes y beber una taza de agua tibia, bajó a buscar a Michael a la habitación de invitados.
Estaba a punto de llamar a su puerta cuando alguien desde el otro lado del pasillo dijo:
– Buenos días.
Rowan se giró y vio al hermano de Michael. Estaba apoyado en el marco de la puerta de la cocina con una taza humeante de café en la mano.
Se parecía un poco a Michael, pero sus ojos verdes eran más oscuros, el pelo más corto, el cuerpo más estilizado. Rowan sintió un cosquilleo extraño en el estómago, y se sintió confundida. John era un hombre atractivo pero, desde luego, ella no iba a dejar que las hormonas dictaran su comportamiento. Tragó saliva, sorprendida por su propia reacción. John Flynn era un hombre demasiado sexy para su propio bien, y él lo sabía.
Pero, sobre todo; era un hombre práctico. Se veía en su actitud tan distendida. Bajo esa postura tranquila había un hombre rebosante de energía, un hombre del que emanaba fuerza y una visible seguridad sin ni siquiera proponérselo. No era tan grande ni musculoso como su hermano, pero Rowan sabía por quién apostaría en una pelea. John ganaría con las manos atadas.
Era peligroso. Su mirada inocente parecía sondearle el alma. Buscaba la motivación que la hacía vivir, el mecanismo que había hecho de ella un agente del FBI que luego había renunciado, que escribía y que había atraído la atención de un asesino en serie.
Michael Flynn era más fácil de manejar. Ella podía controlar sus preguntas, distraerlo para que no ahondara demasiado en su psique. Mantener una relación profesional, transparente.
Pero con John no. A él no se le podía distraer, apabullar ni satisfacer con respuestas cortas. Era un peligro. Para su alma.
– ¿Qué hace usted aquí? -preguntó, acercándose por el pasillo hasta pararse frente a él.
– Pensé que a Mickey le vendría bien un poco de apoyo. Lleva tiempo trabajando veinticuatro horas al día.
Ella señaló el café con un gesto de la cabeza.
– Por lo visto, ya se siente como en casa.
Él sonrió, revelando un solitario hoyuelo que le habría parecido entrañable si no representara un grave peligro para su privacidad.
– Tiene usted una buena despensa. Auténtico café en grano. Me encanta.
Ella pasó a su lado, rozándolo, intentando ignorar la descarga de sensualidad que experimentó al rozarle el brazo. Para no mirarlo, se sirvió una taza de café. Tomó un trago y dejó la taza. Maldita sea, esa mirada en su rostro inexpresivo la ponía nerviosa.
– Voy a salir a hacer footing -avisó.
Él se giró en el marco de la puerta pero no se movió.
– ¿Va a hacer footing ?
Ella entrecerró los ojos y le lanzó una mirada de pocos amigos. Cualquier otra persona se habría andado con cuidado, pero él sólo parecía divertido. Aquello la sacó de sus casillas.
– Quizá debería despertar a Michael. Quizás usted no pueda seguir el ritmo.
En su rostro asomó un destello de irritación, pero luego las defensas se relajaron. De modo que, pensó Rowan, era un tipo competitivo. Pues ella también lo era.
Él se le acercó y se detuvo a sólo unos centímetros de su cara. Ella no se inmutó, pero se lo quedó mirando con una expresión que mantuvo deliberadamente vacía.
– ¿Quién es Danny?
Ella tragó aire y aguantó la respiración, temiendo de verdad una hiperventilación. Soltó lentamente el aire y dio un paso hacia él, temblando de rabia y dolor. Alzó la cabeza a un par de centímetros de él y dijo, en voz baja:
– Que le jodan.
Iba a pasar de largo pero él la cogió por el brazo. Ella desenfundó la pistola y se la puso en la cabeza.
– Suélteme. -Nadie, absolutamente nadie , la cogía por el brazo a menos que ella se dejara.
Se quedaron mirando un minuto largo antes de que John la soltara.
– Me lo contará -dijo, con total seguridad. Rowan vio que tenía un tic nervioso en el cuello, y supo que estaba enfadado.
Bajó la pistola, contenta de haberlo irritado. Lo odiaba. Era una amenaza a todo lo que ella había construido trabajosamente a lo largo de los últimos veintitrés años. Maldita sea. Ella no necesitaba aquello. Sobre todo, no necesitaba esa confusión, ni a ese hombre que la miraba y parecía saberlo todo acerca de ella.
Era imposible. Él no podía saber quién era ella, ni conocer su pasado ni sus pensamientos. Era absurdo pensar eso, se dijo, mientras se dirigía a la puerta lateral.
– Dani no tiene nada que ver con esto. Es un caso cerrado hace mucho tiempo. Roger me prometió que los archivos del caso Franklin estarían aquí hoy y, después de esas coletas… -La voz se le quebró y Rowan se enfadó consigo misma-. Es otra conexión con el caso de los Franklin.
No lo miró. No podía mirarlo. Ya había dicho más de lo que era su intención. ¿Cómo había conseguido que hablara? Recordó que no había pronunciado el nombre de Dani en años. Prácticamente toda una vida.
– Espere -dijo John, y le puso una mano en el hombro-. Yo iré primero.
Detestaba ser la mujer protegida, pero dejó que John saliera de la casa, comprobara el perímetro y volviera.
– Todo bien. ¿Adónde piensa ir a correr?
– A la playa -Fue lo único que dijo.
– A mí también me gusta el agua -dijo él, asintiendo con la cabeza.
– ¿La marina?
– El ejército.
Ella inclinó la cabeza a un lado.
– Usted no pertenece al ejército. A menos que sea un comando Delta. -Rowan hizo esa afirmación como si supiera que era un hecho.
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