Ella sentía debilidad por las fresas y cogió una de la fuente.
– No tenemos ningún compromiso esta noche, ¿verdad?
– No. ¿Qué tienes en mente?
– Estaba pensando que podríamos no hacer nada. -Se encogió de hombros-. A menos que acabe en Interrogatorios por haber violado la seguridad del gobierno.
– Deberías haberlo dejado en mis manos. -Él le sonrió-. Con un poco de tiempo habría podido acceder a esos datos desde aquí.
Ella cerró los ojos.
– No digas nada. La verdad, prefiero no saberlo. -¿Qué me dices de ver un par de viejos vídeos comiendo palomitas y dándonos el lote en el sofá?
– Digo gracias, Dios.
– Entonces quedamos así. -Roarke destapó la taza del café-. Tal vez incluso logremos cenar juntos. Ese caso… o casos te tienen preocupada.
– No consigo ver nada claro. No veo el porqué ni el cómo. Aparte del cónyuge de Fitzhugh y de su socia, nadie se ha apartado siquiera de las normas. Y los dos son imbéciles. -Eve alzó los hombros-. No es homicidio cuando se trata de autodestrucción, pero tiene todo el aspecto de serlo. -Resopló-. Y si eso es todo lo que tengo para convencer a Whitney, tendré que sacar mi trasero de su oficina antes de que me lo pisotee.
– Confía en tu instinto. Me da la impresión de que ese hombre es lo bastante listo para confiar también en él.
– Pronto Lo sabremos.
– Si te arrestan, cariño, te esperaré.
– ja, ja.
– Summerset dijo que tuviste visita ayer -añadió Roarke mientras ella se levantaba y se acercaba al armario.
– Oh, mierda, lo había olvidado. -Arrojando el albornoz al suelo, buscó desnuda entre su ropa. Era un ritual que a Roarke le encantaba. Encontró una camisa de algodón azul claro y se la puso-. Hice venir a un par de tíos para una rápida orgía después del trabajo.
– ¿Hicisteis fotos?
Ella soltó una risita. Encontró unos vaqueros, pero recordó su cita en los tribunales y los cambió por unos pantalones entallados.
– Eran Leonardo y Jess. Querían pedirte un favor.
Roarke observó cómo empezaba a ponerse los pantalones, recordaba la ropa interior y abría un cajón.
– ¿Ah, sí? ¿Me dolerá?
– No lo creo. Y la verdad, estoy de su parte. Se les ocurrió que podrías organizar una fiesta aquí en honor de Mavis. Y dejarla actuar. El disco maqueta ya está listo. Lo vi anoche y es realmente bueno. Serviría para, digamos, promocionarlo antes de que empiecen a venderlo.
– De acuerdo. Podríamos organizarla para dentro de una o dos semanas. Revisaré mi agenda. Medio vestida, ella se volvió hacia él.
– ¿Ya está?
– ¿Por qué no? No hay ningún problema. -Ella hizo un mohín.
– Imaginé que tendría que persuadirte.
Los ojos de Roarke se iluminaron de anticipación.
– ¿Te gustaría?
Ella se abrochó los pantalones y lo miró inexpresiva.
– Bueno, lo agradecería. Y ya que estás tan complaciente, supongo que es buen momento para soltar la segunda parte.
Él se sirvió más café y lanzó una mirada al monitor cuando empezaron a desfilar en la pantalla los informes de agricultura de fuera del planeta. Recientemente había comprado una minigranja en la estación espacial Delta.
– ¿Qué segunda parte?
– Bueno, Jess ha preparado un número. Me lo mostró anoche. -Miró a Roarke-. Forman un dúo realmente impresionante. Y nos preguntamos si en la fiesta, en la parte de la actuación en directo, podrías salir con Mavis.
Él parpadeó, perdiendo interés en los cultivos.
– ¿Para qué?
– Para actuar. La verdad es que fue idea mía -siguió ella, casi delatándose al verlo palidecer-. Tienes una bonita voz. Al menos en la ducha. Te sale el acento irlandés. Lo comenté y a Jess le pareció fabuloso.
Roarke logró cerrar la boca, no sin dificultades. Alargó un brazo para apagar el monitor.
– Eve…
– Sería fantástico. Leonardo te ha diseñado un conjunto.
– ¿Para mí…? -Alterado, Roarke se levantó-. ¿Quieres que me disfrace y cante un dúo con Mavis… en público?
– Significaría mucho para ella. Piensa sólo en la publicidad que conseguiríamos.
– Publicidad. -Roarke palideció-. Cielo santo, Eve.
– Es un número muy sexy. -Poniendo a ambos a prueba, ella se acercó a él y empezó a juguetear con los bolsillos de su camisa mientras lo miraba esperanzada-. Podría conducirla a la cima.
– Eve, le tengo mucho aprecio, de veras. Sólo que no creo…
– Eres tan importante… -lo interrumpió ella deslizándole un dedo por el pecho-. Tan influyente y… maravilloso.
Eso era demasiado. Roarke entornó los ojos.
– Me estás camelando.
Eve prorrumpió en carcajadas.
– Te lo has tragado. ¡Oh, tendrías que haber visto la cara que has puesto! -Se llevó una mano al estómago y gritó cuando él le tiró de una oreja-. Por poco te convenzo.
– Lo dudo. -Roarke le volvió la espalda y volvió a servirse café.
– Lo habría conseguido. Habrías actuado si hubiera seguido un poco más. -Sin parar de reír, ella le rodeó el cuello y se abrazó a su espalda-. Te quiero.
El permaneció inmóvil mientras la emoción le inundaba el pecho. Conmovido, se volvió y la sujetó por los brazos.
– ¿Qué te pasa? -preguntó Eve dejando de reír. Parecía aturdido, y su mirada era oscura y feroz.
– Nunca lo dices. -La atrajo hacia sí y hundió el rostro en su cabello-. Nunca lo dices -repitió.
Ella no podía hacer más que esperar, estremecida ante las emociones que había suscitado en él. ¿De dónde habían salido?, se preguntó. ¿Dónde habían permanecido escondidas?
– Claro que lo digo.
– No así. -Él había sabido cuánto necesitaba oírselo decir de ese modo-. Sólo lo haces de forma impulsiva, sin pensar.
Ella abrió la boca para negarlo, pero volvió a cerrarla. Era cierto, y estúpido y cobarde.
– Lo siento. Me cuesta mucho. Claro que te quiero -dijo ella en voz queda-. A veces me asusta porque tú eres el primero. Y el único.
Él la abrazó.
– Has cambiado mi vida. Eres mi vida. -La besó despacio y delicadamente-. Te necesito.
Ella le echó los brazos al cuello y lo atrajo hacia sí.
– Demuéstramelo. Ya.
Eve se puso a trabajar tarareando. Sentía el cuerpo ágil y vigoroso, y la mente descansada. Le pareció un buen augurio el hecho de que su vehículo se pusiera en marcha al primer intento y que el control de la temperatura permaneciera estable a unos agradables veintidós grados.
Se sentía preparada para enfrentarse al comandante y convencerlo de que tenía un caso por resolver.
Entonces llegó a la Quinta Avenida con la Cuaren ta y siete, y se encontró con el atasco. El tráfico estaba parado y nadie prestaba atención a las leyes contra la contaminación acústica. En cuanto se detuvo, la temperatura del interior del vehículo ascendió alegremente a los 34 grados.
Eve bajó del coche y se unió al tumulto.
Los vendedores de los carros deslizantes se estaban aprovechando de la ocasión, colándose entre la gente y haciendo el agosto con sus palillos de fruta helada y tazas de café. Eve no se molestó en mostrar su placa y recordarles que no tenían permiso para vender en la cuneta. En lugar de ello llamó a un vendedor, le compró un tubo de Pepsi y le preguntó qué demonios pasaba.
– Los de la Free Age. -Buscando con la mirada nuevos compradores, el hombre dejó caer en la ranura de su caja fuerte los créditos que ella le dio-. Una manifestación contra el consumo ostentoso. Hay cientos de ellos desparramados por la Quinta. ¿Quiere un bollo de trigo para acompañar? Está recién hecho.
– No.
– Le queda para rato -le advirtió él, y se subió a su carro para deslizarse entre los vehículos parados.
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