Sandra Brown - Punto Muerto

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La periodista Tiel McCoy suspende sus bien merecidas vacaciones cuando por la radio de su coche oye que un joven llamado Ronnie Davidson ha secuestrado a la adolescente Sabra Dendy, hija de uno de los hombres más ricos del país. Decidida a ocuparse del suceso, la casualidad quiere que se vea envuelta en un atraco con rehenes llevado a cabo por Ronnie y Sabra, cuya verdadera y sorprendente historia pone a prueba su objetividad periodística y sus más arraigadas creencias vitales…

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– ¿Y qué habría hecho de haber sabido quién era?

¿Qué habría hecho? No lo sabía, pero ahora aquello le parecía irrelevante. Le preguntó:

– ¿Sabía que Martínez era un agente del Tesoro?

Calloway parecía muy disgustado.

– No. Suponíamos que era uno de los esbirros de Huerta.

Al recordar cómo aquel hombre, herido y esposado, se había abalanzado sobre Dendy, Tiel observó:

– Hizo algo terriblemente valiente. No sólo no destapó su identidad, sino que además arriesgó su vida. Si alguno de los demás oficiales hubiese reaccionado con más rapidez… -Se estremeció al pensar en el cuerpo de aquel hombre abatido por las balas de las armas de sus colegas.

– Ya lo he pensado -admitió apesadumbrado Calloway-. Le gustaría hablar con usted.

– ¿Conmigo?

– ¿Se encuentra bien para hacerlo?

Calloway la condujo a otra ambulancia, poniéndole por el camino al corriente de la situación de Martínez.

– La bala le atravesó directamente la pierna sin hacer mella en ningún hueso o arteria. Esta noche ha estado de suerte por dos veces. -La ayudó a subir a la ambulancia por la parte trasera.

El aposito temporal que Doc le había colocado a Martínez en el muslo había sido sustituido por un vendaje de gasa estéril. La camiseta ensangrentada estaba amontonada junto a otra pila de material de desecho. A Tiel se le encogió el corazón al ver aquello. Recordó las manos de Doc preparando el simple vendaje para la herida que él mismo había infligido.

Martínez estaba conectado a una vía intravenosa y además le estaban realizando una transfusión. Pero su mirada era clara y transparente.

– Señorita McCoy.

– Agente Martínez. Es usted muy bueno en su trabajo. Nos había engañado a todos.

El hombre sonrió, mostrando la hilera perfecta de dientes blancos que ella ya había visto antes.

– Ése es el objetivo de nuestro operativo secreto. Gracias a Dios también engañé a Huerta. Entré en su organización el pasado verano. Anoche cruzó la frontera un camión cargado de gente.

– Ha sido interceptado hace una hora -les informó Calloway-. Como es habitual, las condiciones en su interior eran deplorables. De hecho, la gente que estaba encerrada allí dentro se sintió agradecida de que nos hiciésemos cargo de ellos. Lo consideraron como un rescate.

– Huerta y yo íbamos de camino para cerrar la venta con un granjero de Kansas. Huerta tenía que ser arrestado tan pronto como la transacción estuviese terminada. Nos detuvimos aquí para comer algo.

Se encogió de hombros, como queriendo decir que ya conocían el resto.

– Me alegro de que no entráramos en esa tienda armados. Habíamos dejado las armas en el coche…, algo que nunca sucede. Fue cosa del destino, o de la intervención divina, da lo mismo. Si Huerta hubiese ido armado, las cosas se habrían puesto muy feas enseguida.

– ¿Corre riesgo de sufrir represalias?

Volvió a sonreír.

– Confío en que el departamento me haga desaparecer. Si alguna vez vuelven ustedes a verme, es probable que no me reconozcan.

– Comprendo. Una pregunta más. ¿Por qué trató de hacerse con el bebé?

– Huerta quería abalanzarse sobre Ronnie, abatirlo. Me presté como voluntario para distraer a los demás haciéndome con el bebé. De hecho, tenía miedo de que le hiciese alguna cosa a la niña. Era la única forma que se me ocurrió de protegerla.

Tiel se estremeció al pensar en lo que podría haber pasado.

– Parecía especialmente hostil hacia Cain.

– Me reconoció -exclamó Martínez-. Hace un par de años habíamos trabajado juntos en un caso. No tuvo el sentido común de mantener la boca cerrada. Estuvo a punto de delatarme varias veces. Tuve que silenciarlo. -Y mirando a Calloway, añadió-: Creo que necesita un curso de refresco en Quantico.

Tiel ocultó su sonrisa.

– Tenemos que darle las gracias por sus diversos actos de valentía, señor Martínez. Siento que saliera herido de todo esto.

– Ese tipo, Doc, hizo lo que tenía que hacer. Si la situación hubiese sido al contrario, yo habría hecho lo mismo. Me gustaría decirle que no le guardo rencor.

– Ya se ha marchado -dijo Calloway.

Ocultando su decepción y a pesar de los pequeños cortes, Tiel le estrechó la mano a Martínez y le deseó una pronta recuperación. Luego bajó de la ambulancia. Gully la esperaba fuera fumando un cigarrillo.

Cuando la ambulancia arrancó, se les unieron Gladys y Vern.

Al parecer habían vuelto a su furgoneta, pues se habían cambiado de ropa, olían a jabón y tenían un aspecto ágil y espabilado, como si acabaran de regresar de una estancia de dos semanas en un balneario. Tiel los abrazó.

– No podíamos irnos sin darle nuestra dirección y tener su promesa de que seguiremos en contacto. -Gladys le entregó una hojita de papel en la que había escrito una dirección de Florida.

– Se lo prometo. ¿Van a seguir con su luna de miel desde aquí?

– Después de una parada en Luisiana para ver a mi hijo y a mis nietos -dijo Vern.

– Que son sin lugar a dudas los cinco cabroncetes más tozudos del mundo.

– Calla, Gladys.

– Sólo estoy contándolo tal y como es, Vern. Son unos traviesos, y lo sabes. -Entonces, su tono cambió. Se secó las lágrimas que de pronto habían aparecido en sus ojos-. Sólo espero que estos dos jóvenes superen esto. Estaré preocupadísima hasta que sepa que están bien.

– Y yo. -Tiel le apretó la mano a Gladys.

– Hemos tenido que dar nuestra declaración al sheriff -dijo Vern-, luego a los agentes del FBI. Les dijimos que no pudo evitar darle a Cain con el bote de chile por ser tan idiota.

Gully rió con disimulo. Calloway se puso tenso, pero dejó pasar la pulla sin comentarios.

– Donna está acaparando las cámaras de televisión -dijo Gladys, algo picada-. Si la oyera contarlo, parece la heroína.

Vern hurgó en el interior de su bolsa y extrajo una pequeña cinta de vídeo que depositó en la mano de Tiel.

– No se olvide de esto -susurró.

De hecho, se había olvidado de la cinta de la video-cámara.

– Nos colamos en la tienda para ir a buscarla -dijo Gladys.

– Gracias. Por todo. -Tiel volvió a emocionarse cuando se despidieron y se dirigieron a su camioneta.

– ¿Luna de miel? -preguntó Gully en cuanto se hubieron alejado.

– Fueron estupendos. Voy a echarles de menos.

Él la miró sorprendido.

– ¿Te encuentras bien?

– Sí. ¿Por qué?

– Porque actúas de una forma un poco rara.

– He estado toda la noche despierta. -Enderezando la espalda y adoptando la compostura que asumía cuando las cámaras estaban a punto de rodar, se volvió hacia Calloway-. Me imagino que debe de tener muchas preguntas para mí.

En la furgoneta, Calloway la obsequió con café y burritos donados por las damas de la iglesia baptista. Tardó cerca de una hora en recabar de ella toda la información que necesitaba.

– Creo que es todo por ahora, señorita McCoy, aunque probablemente tendremos algunas preguntas más de seguimiento.

– Comprendo.

– Y no me sorprendería si los respectivos jueces del distrito le pidiesen comparecer cuando acordemos discutir los cargos contra Ronnie Davison.

Si es que lo acuerdan -dijo ella en voz baja.

El agente del FBI apartó la vista y Tiel comprendió que cargaba con un gran sentimiento de culpa por todo lo sucedido. Quizá incluso más que ella. Admitió haber sido engañado por la actuación de Russell Dendy. No se había dado cuenta de que Dendy entraba de nuevo en el helicóptero privado en el que había llegado y salía de él con una escopeta de caza. De haber sucedido lo impensable y de haber muerto Ronnie, Calloway habría sido en gran parte responsable de ello.

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