Sandra Brown - Punto Muerto

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La periodista Tiel McCoy suspende sus bien merecidas vacaciones cuando por la radio de su coche oye que un joven llamado Ronnie Davidson ha secuestrado a la adolescente Sabra Dendy, hija de uno de los hombres más ricos del país. Decidida a ocuparse del suceso, la casualidad quiere que se vea envuelta en un atraco con rehenes llevado a cabo por Ronnie y Sabra, cuya verdadera y sorprendente historia pone a prueba su objetividad periodística y sus más arraigadas creencias vitales…

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Escuchó durante más tiempo y luego miró de reojo a Sabra.

– De acuerdo. Si el teléfono alcanza. -Tirando al máximo del cable trasladó el teléfono hasta donde estaba Sabra-. El agente del FBI quiere hablar contigo.

Dijo Doc:

– Levantarse no le irá mal. De hecho, podría hacerle bien.

Él y Tiel sujetaron a Sabra y la ayudaron a incorporarse. Avanzó a pasitos lo suficiente como para coger el auricular que le tendía Ronnie.

– ¿Diga? No, señor. Lo que le ha dicho Ronnie es verdad. No pienso irme sin él. Ni siquiera para ir al hospital. ¡Debido a mi padre! Dijo que se llevaría a mi bebé, y siempre hace lo que dice. -Sorbió por la nariz para contener las lágrimas-. Por supuesto que vine voluntariamente con Ronnie. Yo… -Cogió aire y se agarró a la camisa de Doc.

Él la cogió en brazos y la condujo de nuevo hasta la improvisada cama, depositándola delicadamente en ella. Tiel se arrodilló a su lado y, tal y como Doc le había explicado, aconsejó a Sabra que se relajara, que no luchara contra la contracción y que respirara.

Ronnie seguía hablando ansioso por teléfono.

– Escuche bien, señor Calloway. Sabra no puede seguir hablando. Tiene una contracción. ¿Dónde está el médico que se nos prometió? -Miró a través de la luna del escaparate. Sí, ya lo veo. Por supuesto que le dejaré entrar.

Colgó el auricular de un golpe y dejó de nuevo el teléfono en el mostrador. Se dirigió entonces hacia la puerta pero, dándose cuenta de lo expuesto que quedaría de ese modo a los posibles francotiradores, volvió a esconderse detrás del expositor de aperitivos.

– Cajera, no abra hasta que esté frente a la puerta. Luego, tan pronto como haya entrado, cierre enseguida. ¿Entendido?

– ¿Qué te piensas? ¿Que soy estúpida?

Donna esperó hasta que el médico empujara la puerta para darle al interruptor. En cuanto entró, todo el mundo, incluyendo el joven médico, escuchó el sonido metálico de la puerta al cerrarse de nuevo.

Nervioso, el médico miró por encima del hombro hacia la puerta antes de presentarse.

– Soy…, soy el doctor Cain. Scott.

– Acerqúese.

El doctor Scott Cain era un hombre atractivo, de altura y constitución mediana, de unos treinta y cinco años de edad. Con los ojos abiertos de par en par, examinó a las personas acurrucadas formando un grupo justo delante del mostrador. Gladys le saludó con la mano.

Su mirada volvió enseguida a Ronnie.

– Estaba realizando visitas por el condado cuando me han localizado. Nunca me imaginé que me llamarían para asistir una emergencia de este tipo.

– Con todos los debidos respetos, doctor Cain, vamos mal de tiempo.

Tiel compartía la impaciencia de Doc. Era evidente que el doctor Cain estaba muy verde y que le daba pavor verse convertido en actor de aquel drama. No había llegado a comprender del todo la gravedad de la situación.

Doc preguntó si le habían informado acerca de la condición en la que se encontraba Sabra.

– Me han dicho que estaba de parto y que podría haber complicaciones.

Doc le indicó el lugar donde estaba postrada la chica.

– ¿Puedo? -le preguntó Cain a Ronnie, mirando asustado la pistola.

– Abra el maletín.

– ¿Qué? Ah, sí, por supuesto. -Abrió el maletín negro y lo mantuvo así para que Ronnie lo inspeccionase.

– Está bien, adelante. Ayúdela, por favor. Lo está pasando mal.

– Eso parece -observó el médico, viendo cómo Sabra sufría y gemía ante la llegada de una nueva contracción.

La chica, por instinto, buscó la mano de Tiel. Tiel se la apretó con fuerza y siguió hablándole y dándole ánimos.

– Ha llegado el médico, Sabra. A partir de ahora todo irá mejor. Te lo prometo.

Doc estaba dándole al médico la información pertinente.

– Tiene diecisiete años. Es su primer hijo. Su primer embarazo.

Tomaron posiciones junto a la chica, Doc al lado derecho de Sabra, el doctor Cain a sus pies, Tiel a su izquierda.

– ¿Cuánto tiempo lleva de parto?

– Las contracciones preliminares han empezado a media tarde. Ha roto aguas hace dos horas. Después de eso, los dolores han aumentado mucho, y durante la última media hora han ido disminuyendo.

– Hola, Sabra -le dijo el médico a la chica.

– Hola.

Le puso las manos en la barriga y la examinó con presiones ligeras.

– Viene de nalgas, ¿verdad? -preguntó Doc, buscando la confirmación de su diagnóstico.

– Sí.

– ¿Cree que podrá darle la vuelta al feto?

– Eso es muy complicado.

– ¿Tiene experiencia en partos de nalgas?

– He ayudado en algunos.

No era la respuesta esperada. Preguntó entonces Doc:

– ¿Ha traído un manguito para la tensión?

– Lo tengo en el maletín.

El médico siguió examinando a Sabra palpándole con delicadeza el abdomen. Doc le pasó el manguito, pero él se negó a cogerlo. Estaba hablándole a Sabra.

– Relájate y todo irá bien.

La chica miró de reojo a Ronnie y le sonrió esperanzada.

– ¿Cuánto falta para que llegue el bebé, doctor Cain?

– Eso es difícil de saber. Los bebés tienen mentalidad propia. Preferiría llevarte al hospital mientras tengamos tiempo para ello.

– No.

– Sería mucho más seguro para ti y para el bebé.

– No puedo ir por culpa de mi padre.

– Está muy preocupado por ti, Sabra. De hecho, está fuera. Me ha dicho que te diga…

El cuerpo de la chica se contorsionó como si sufriera un espasmo muscular.

– ¿Que está aquí mi padre? -Su voz era aguda, presa del pánico-. ¿Ronnie?

La noticia le había descompuesto tanto como a Sabra.

– ¿Cómo ha llegado hasta aquí?

Tiel le dio unos golpecitos en el hombro para animarla.

– No pasa nada. Ahora no pienses en tu padre. Piensa en tu bebé. Sólo deberías preocuparte por eso. Todo lo demás se solucionará.

Sabra se puso a llorar.

Doc se inclinó hacia el médico y le susurró enfadado:

– ¿Por qué demonios le ha dicho eso? ¿No podía esperar a darle la noticia?

El doctor Cain parecía confuso.

– Pensé que le consolaría saber que su padre estaba aquí. No han tenido tiempo de darme todos los detalles de la situación. No sabía que esta información la pondría así.

Doc parecía dispuesto a estrangularlo, y Tiel compartía su impulso.

Doc estaba tan enfadado que apenas movía los labios al hablar. Pero, consciente de que cualquier exhibición de rabia sólo serviría para empeorarlo todo, siguió centrado en el asunto que tenían entre manos.

– Cuando la exploré no había dilatado mucho. -Y, mirando el reloj, añadió-: Pero ha pasado ya una hora desde entonces.

El médico asintió.

– ¿Cuánto? ¿Cuánto había dilatado, quiero decir?

– Unos ocho o diez centímetros.

– Mmmm.

– Eres un hijo de puta.

El gruñido de Doc obligó a Tiel a levantar la cabeza de repente. ¿Lo había oído bien? Pues sí, al parecer, ya que el doctor Cain lo miraba consternado.

¡Hijo de puta! -repitió Doc, esta vez exclamando y rabioso.

Lo que sucedió a continuación quedó, para toda su vida, borroso en la memoria de Tiel. Nunca consiguió recordar exactamente la rápida secuencia de acontecimientos, pero cualquier evocación de los mismos siempre le daba ganas de comer chile.

Capítulo 6

La camioneta del FBI aparcada en la franja asfaltada que se extendía entre los surtidores de gasolina y la carretera estaba equipada con toda la parafernalia de alta tecnología que solía utilizarse para destacamentos, vigilancias y comunicaciones. Se trataba de un puesto de mando móvil apostado en Midland-Odessa y que había sido movilizado y transportado a Rojo Flats. Había llegado minutos después de que aterrizara el helicóptero de Calloway procedente de Fort Worth.

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